En el año donde la pandemia parece haber quedado atrás de manera definitiva, el streaming se consolidó y las siempre fieles salas de cine continuaron dando que hablar. A continuación compartimos la selección de películas que más nos deslumbraron.
Por Ignacio Barragán, Juan Alberto Crasci, Pablo Díaz Marenghi, Inés Kreplak y Joel Vargas
If These Walls Could Sing, de Mary McCartney
Si uno piensa en Abbey Road no sólo se le viene a la mente uno de los discos más icónicos de los Beatles, cuya clásica portada debe ser una de las más emuladas por los turistas menos cholulos. Sino que se trata de uno de los estudios de grabación más emblemáticos de la historia de la música universal. Y qué mejor que el ojo curioso de una persona casi nacida allí adentro para contar su historia. Mary McCartney, hija de Sir Paul, fue la artífice de este documental que narra la historia de este teatro de operaciones que forjó parte central de la música del siglo XX y que continúa en proceso de expansión permanente. En este documental, producido por Disney y estrenado en su plataforma de streaming, se intercalan anécdotas en la voz de sus protagonistas —el ya mencionado Paul, Ringo Starr, Elton John, Roger Waters, los hermanos Gallagher, el mítico compositor de la banda sonora de Star Wars, John Williams; entre otros—. Es notable el uso de material de archivo con un eximio cuidado estético y respeto por los formatos, tanto visuales como sonoros. También es interesante cómo los productores —se oye, incluso, la voz del mítico George Martin— ocupan un lugar central, tantas veces opacado por las voces autorizadas a historizar el rock. Compone una tríada perfecta con otros documentales estrenados en 2021 que exploran el universo Beatle: Get Back y McCartney 3, 2 1.
If These Walls Could Sing es un relato coral que habla acerca del amor entre una hija y sus padres y de un artista hacia su obra. “No nos cansábamos, estábamos todos ahí por la música”, dice en un momento Ringo y nos emocionamos todos. Pablo Díaz Marenghi
The Unbearable Weight of Massive Talent, de Tom Gormican
Hace años Nicolas Cage viene construyendo un multiverso narrativo muy potente y ecléctico. Ya lleva hechas más de cien películas, todas diferentes entre sí donde interpretó a: un traficante de armas, un alcohólico, un conductor de ambulancias, un convicto que trata de redimirse, un meteorólogo, un arqueólogo, un matemático, un superhéroe maldito, un tipo que se cree superhéroe, un detective, un estafador, un piloto de aviones y más mucho más. Tom Gormican tomó nota de esto y creó The Unbearable Weight of Massive Talent. Una película donde ¡Cage hace de sí mismo! y está plagada de guiños a toda su carrera. El plot es sencillo: ¿qué pasaría si a este actor tan afamado no consigue más papeles? Angustia, depresión, problemas familiares, alcoholismo. Pero hay un excéntrico empresario español (Pedro Pascal) que lo quiere contratar para que esté en su fiesta de cumpleaños. Cage acepta desganado y queda en el medio de una intrincada buddy movie. Tiros, espías y quilombitos. Joel Vargas
Top Gun: Maverick, de Joseph Kosinski
El señor entretenimiento lo hizo otra vez. Tom Cruise nos regaló una de las mejores películas de la última década. Ir a ver al cine Top Gun: Maverick es una de las cosas que tenés que hacer en esta vida. En una industria donde la pantalla verde cada vez es más común, Cruise se la juega y sube a los aviones a todo el cast de la secuela del clásico ochentoso. Amor, pasión, tipas y tipos cancheros. Todo lo que nuestro cerebro y sentidos necesitan para darse cuenta que el séptimo arte está más vivo que nunca. Larguen las plataformas de streaming. Dejen todo y súbanse a la cola del avión de Tom. Nunca falla. Joel Vargas
Crimes Of The Future, de David Cronenberg
La obra del canadiense puede dividirse en dos grandes etapas. La primera, áspera, incómoda, en la que las transformaciones corporales ponían en juego las características de lo humano; y una segunda etapa más reposada, en la que la problemática corporal pasó a un segundo plano, dando lugar a la mental, a la de las transformaciones psicológicas. Con Crimes of the future (2021) el cuerpo regresa al centro de la escena, pero sin la intención de escandalizar o provocar desde lo visual como en sus filmes de los años 70 y 80 -véase Rabid, The Fly, Videodrome, Scanners-. Viggo Mortensen, un “artista conceptual” que posee la capacidad de generar nuevos órganos, se ve en medio de una incómoda investigación policial, que, al mismo tiempo, hará que lleve al extremo sus prácticas quirúrgicas/artísticas de extracción de los órganos que produce, junto a su compañera Caprice (Léa Seydoux). Nuevamente son centrales el cuestionamiento sobre la condición humana y física, y las nuevas posibilidades del arte, del sexo y del placer en un futuro árido, derruido, que la misma humanidad convirtió en un páramo -abundan los escenarios vacíos, los restos de basura y los barcos oxidados encallados-. El regreso de Cronenberg a los horrores y las posibilidades del cuerpo se da de una forma reposada y profunda, analítica. Se trata de un regreso con un salto hacia adelante. Juan Crasci
The Batman, de Matt Reeves
Hace varias décadas que el hombre murciélago dejó de ser un simple personaje de los cómics para transformarse en un pedazo de la historia del cine. Es parte central de la cultura pop occidental. Desde aquella versión psicodélica y bailarina de Adam West, pasando por el oscurísimo pergeñado por Tim Burton y encarnado por Michael Keaton, el olvidable George Clooney o el siempre digno Christian Bale. Todos los Batman, el Batman. Esta vez llegó a los cines, en otro intento más de DC por hacer un filme digno y van…, una nueva versión a cargo de Matt Reeves, quien no contaba con demasiados éxitos en su haber salvo la saga Cloverfield. Esta vez sorprendió con un Batman también muy oscuro y adulto a cargo de un Robert Pattinson cada vez más sólido. El filme tiene una tónica que recuerda al mejor David Fincher en Zodiac (2007) marcando el regreso del encapotado detective. Batman se las deben arreglar para resolver los misteriosos puzzles que le deja un Acertijo aggiornado a estos tiempos de viralización y redes sociales. Los amantes de las películas de acción también tendrán piñas, tiros y persecuciones. Todo esto recorrido por una sutil pátina algo inquietante alrededor que podría tener diversas lecturas antisistema algo peligrosas, en una tónica similar al Joker (2019) de Todd Philips. Lo cierto es que las casi tres horas de película se sostienen dando vida a una nueva versión de Batman que le hace justicia a la pesada herencia que carga sobre sus oscuros hombros. Pablo Díaz Marenghi
Competencia oficial, de Mariano Cohn y Gastón Duprat
La última película de Gastón Duprat y Mariano Cohn parece salirse de cierta trilogía compuesta por El hombre de al lado (2009), El ciudadano ilustre (2016) y Mi obra maestra (2018). Estas obras podrían resumirse en la sátira de un binarismo social caduco, lleno de clichés y lugares comunes, en donde las clases populares son siempre ignorantes y buenas mientras que los ricos, cultivados pero malvados. Competencia oficial se sale de ese juego y deviene unidireccional: los dardos apuntan únicamente a los artistas y millonarios.
Penelope Cruz es una directora mezcla de Lucrecia Martel y extravagancia pop; Antonio Banderas es la estrella del momento, sensible a las causas sociales pero también quilombero; por último está Guillermo Martinez, el actor sabio y con trayectoria que ya no se banca una. Es decir, él mismo. Este cóctel de personalidades se entreveran para confeccionar una comedia seria —valga el oxímoron— sobre el mundo del cine y, por lo tanto, del arte.
Los Cohn-Duprat hicieron una película pero también una performance. La sucesión de eventos que se enarbolan parecen más bien salidos de un museo de arte moderno antes que de un ensayo de guion. Allí es donde reside el valor de esta obra y lo que la acerca a The Square (2017) de Ruben Östlund. La obra se critica a sí misma con y desde sus propios materiales intrínsecos. Ignacio Barragán
The Novelist’s Film, de Hong Sang-Soo
Las películas de Hong Sang-soo suelen ser suaves, como ciertas noches de verano, pero a la vez eclécticas, tormentosas y galopantes, como la literatura de César Aira o el cine de Martín Rejtman. Estamos nuevamente frente a los buenos modales de un director coreano que pasea al espectador por entremedio de vericuetos mundanos y diálogos cotidianos.
No se necesita mucho para disfrutar de una pequeña historia como las de este director: son fábulas sin moraleja, odiseas sin Ítaca. El blanco y negro, la cámara fija, la poca grandilocuencia. Esos son los únicos elementos que configuran el paisaje de esta obra. Un momento en la vida de una escritora y nada más que eso.
En tiempos acelerados, se agradece la simpleza y el ritmo de este cine. Ignacio Barragán
Camuflaje, de Jonathan Perel
La primera definición que otorga la Real Academia Española a la palabra camuflaje ya establece una relación con lo militar: “Disimular la presencia de armas, tropas, material de guerra, barcos, etc., dándoles apariencia que pueda engañar al enemigo”. La segunda, con el ocultamiento: “Disimular dando a algo el aspecto de otra cosa”. Lo cierto es que ambas se relacionan con Campo de Mayo, el verdadero protagonista de esta historia. El escritor Félix Bruzzone corre a través de las inmediaciones del predio militar, que supo ser un Centro Clandestino de Detención durante la última Dictadura, mientras habla y comenta sus propias relaciones con el predio que aparenta ser algo que no es o supo ser: su madre desapareció en dicho lugar, víctima del Terrorismo de Estado; su abuela falleció en el geriátrico del predio, él mismo se compró una casa en la zona y es vecino del lugar. Camuflaje, ganadora del Premio Especial del Jurado en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata ´22 , es un relato atípico y tridimensional acerca de las múltiples capas de sentido de Campo de Mayo; una mole de bosques y recursos naturales que atraviesa la zona norte del conurbano bonaerense, que forma parte de la geografía cotidiana de los vecinos de la zona y supo ser usado para matar y desaparecer.
Bruzzone corre y, al mismo tiempo, habla. Se escucha su voz en off agitada que arroja datos de Campo de Mayo y su propia geografía. Luego, se lo ve en rol de documentalista o conductor televisivo entrevistando a diversos personajes vinculados con el lugar: un vendedor inmobiliario muy conocido en el barrio, una señora que estuvo secuestrada durante la Dictadura allí, un atleta con pinta de surfer que gusta de hacer ejercicio en la zona, chicas que recorren construcciones abandonadas, un biólogo que trabaja construyendo esculturas de dinosaurios y se interesa por proteger la flora y fauna del lugar. Flota en el aire un halo de peligro latente: entran a través de lugares por donde no deberían ingresar y caminan a través de espacios que parecen zonas inhóspitas de algún bosque. La incomodidad llega a su punto cúlmine cuando, de pronto, un grupo de militares armados y camuflados interrumpe la grabación para hacer algunas preguntas: ¿Quiénes son? ¿Qué hacen acá? ¿Por qué están filmando? La realidad y la ficción estallan por los aires.
El narrador, Bruzzone, no alecciona ni brinda moralejas. Está en la vereda opuesta al panfleto. Dispara armas, se coloca unos anteojos 3D para ver una reconstrucción de “El campito”, el lugar más aterrador de las épocas en las que funcionaba como Centro Clandestino, y participa de una carrera deportiva bastante bizarra llamada Killer Race. El relato es ciento por ciento real pero todo el tiempo uno ve cierta distancia y entiende el dispositivo ficcional que se activa, como en Los rubios de Albertina Carri o en las obras de Bertolt Brecht. Aquel distanciamiento necesario que genera rupturas con una realidad que puede ser, a la vez, aterradora y mágica. Pablo Díaz Marenghi
Argentina 1985, de Santiago Mitre
Argentina, 1985, dirigida por Santiago Mitre y escrita por Mitre y Mariano Llinás fue la película más esperada de 2022 y logró generar el interés de un público masivo que, por lo general, prefiere ver películas (o más bien series) en plataformas desde su casa antes que ir al cine.
En un contexto de avances de expresiones ideológicas que van en contra de la defensa de los derechos humanos y de la democracia, la película trae al presente un hecho histórico fundamental para recuperar los valores de la verdad, la memoria y la justicia y lo hace de la mano de varias decisiones inteligentes. La más banal: la repercusión del problema de la exhibición y el aparente furor por ver la película en el cine. La más profunda: la elección del tema que sigue siendo la mayor herida, aún abierta, de nuestra historia nacional desde una perspectiva aséptica.
La película elige retomar la historia del Juicio a las Juntas desde una posición neutra en términos políticos, pero con un gran compromiso en términos humanitarios. Por eso el foco está puesto en el accionar del fiscal Julio Strassera, su adjunto Luis Moreno Ocampo y del equipo de trabajo de la fiscalía que lleva a cabo la investigación. En este sentido, se retoman y recrean algunos de los testimonios más crudos y relevantes del verdadero Juicio a las Juntas y, por eso también, queda lateralizada la importancia de los movimientos masivos y de los grupos políticos organizados que fueron parte fundamental de la construcción de un contexto propicio para que el fiscal pudiera hacer su trabajo correctamente. Esta elección pareciera ser decisiva para lograr repercusión en tiempos en donde la partidización política parece ser una mala palabra, concepción que, sabemos, lleva años construyéndose, y que podemos leer claramente en El estudiante (2011), la ópera prima de Santiago Mitre.
Pero volviendo a las decisiones inteligentes que convierten a esta película en lo que es, creo que otro gran acierto está en la elección de los actores y actrices. El elenco está encabezado por Ricardo Darín que logra, entre otras cosas, el tono exacto para generar momentos de respiro a través del humor, y vuelven a la película un poco más tolerable. También Peter Lanzani, que no solo se perfila como el sucesor indiscutido de Darín en el trono del actor nacional ineludible, sino que interpretación tras interpretación se gana la admiración de las y los espectadores. La lista sigue y los nombres son destacables: Alejandra Flechner, Norman Briski, Carlos Portaluppi, Claudio Da Passano, entre otros.
Las razones son muchas, los premios, también. La película logro un interés transgeneracional e internacional, a partir del éxito en festivales y en los Golden Globes.
A pesar de la elección de crear una película aséptica, celebramos su notoriedad que colabora con dar a conocer la historia de nuestro pasado y que este tipo de hechos atroces contra la humanidad no se cometan Nunca Más. Inés Kreplak
Aftersun, de Charlotte Wells
Este primer largometraje de la directora escocesa Charlotte Wells es el tipo de película que me hubiera encantado filmar si tuviera la posibilidad de hacer cine. ¿Por qué? Porque la película discute con la idea de la inmediatez autobiográfica al evocar una sensibilidad profundamente personal y ponerla en acto a partir de la representación y de la reconstrucción de sus recuerdos. Las fotografías y también del juego de espejos entre la reproducción de las filmaciones de los personajes, las proyecciones de esas filmaciones en teles y la filmación real de las vacaciones de una nena de once años, llamada Sophie (Frankie Corio) con su jovencísimo padre, Calum (interpretado por el magnético Paul Mescal) durante los años noventa en un hotel de veraneo en Turquía. Aftersun no necesita decirlo todo porque lo muestra. La evocación tiene puntos de vista y el trabajo con el arte, mediaciones. Pero, también, la memoria es imprecisa, fragmentaria, escurridiza y, a veces, desleal. Hay detalles que se vuelven fundamentales y datos relevantes que se escapan. Se pueden recordar frases palabra a palabra o podemos olvidarnos de lo más importante.
Aftersun es hermosa y sensible sin una manipulación afectiva, sin caer en el golpe bajo. No nos sorprende desde la trama, no busca ser efectista. En cambio, da señales una y otra vez sobre la emoción que necesitamos para comprender la historia, para acompañar a esa mujer en lo que siente mientras intenta sostenerse fuerte de sus recuerdos o mientras es un cuerpo entre una multitud desbordada mirando hacia la nada, intentando comprender a su padre. La película no necesita decirnos más porque, como dice un personaje de Saer en Cicatrices, “los pedazos no se pueden juntar”. No hay forma de recuperar la totalidad.
Además, tiene una música y una estética noventosa que cualquiera que tenga entre treinta y cuarenta años no puede dejar de disfrutar y que, lejos de estar presentes como moda o golpe de efecto, son fundamentales para la película. Las letras de las canciones funcionan como intertextos y las cámaras de fotos, filmadoras y walkmans como dispositivos tecnológicos que modifican el modo en el que se atraviesa y se reconstruye una experiencia. Inés Kreplak
El coso, de Néstor Frenkel
Federico Manuel Peralta Ramos es un personaje de las películas de Néstor Frenkel. Se pueden ver resabios de él en Los ganadores (2016) relacionándolo con la frustrada compra de la vaca que sería expuesta en el Di Tella o mismo con la acción de auto felicitarse después de un acto. También hay algo de Federico en el Jorge Mario de Amateur (2011) y su pasión casi lunática por el arte, la imagen, la vida. Pero fundamentalmente es de alguna manera una versión vintage de Tomasito de Buscando a Reynols (2004). Ambos seres de luz psicodiferentes que alumbran la triste existencia de los demás mortales con sus genialidades.
Alumbran en el sentido literal del término. Son aquellas personas fuera de serie que traen una vela junto al texto y advierten lecturas nunca antes pensadas. En este orden aparecen, por ejemplo, los cuadros-textos de Peralta Ramos. Obras de arte, texto, literatura e intervención pública que configuran las palabras para que signifiquen otra cosa. Frenkel hace lo mismo con la cámara. Transmuta la realidad cotidiana en un mundo tierno donde la comedia y la tragedia no se distinguen entre las risas.
No por nada esta película se llama El coso. Néstor Frenkel no es un director de cine, es otra cosa. Peralta Ramos no es un artista sino también es otra cosa. Esta obra, biopic necesaria de uno de los artistas argentinos más importantes del siglo XX, por momentos es solo eso, una película necesaria. Sin embargo, entre las charlas de Pedro Roth y los habitués del Florida Garden se cuelan esos instantes maravillosos que hacen brillar el documental. Como siempre, es Frenkel quien lo ve, lo encuadra e inmortaliza. Ignacio Barragán
Good Luck to You, Leo Grande, de Sophie Hyde
Fui a ver esta película sola y recién separada, sin saber mucho sobre la trama. No soy viuda, pero estaba duelando. No soy vieja, pero cada vez pienso más en eso. Sí tuve orgasmos y una vida sexual activa, pero entiendo de deseos y represiones, entiendo de tabúes y mandatos y los padezco. Cuando las expectativas son bajas o nulas suelo disfrutar más de la risa, la emoción y el deseo porque confío en que son emociones profundamente genuinas que salen también de disfrutar de la soberanía de mi cuerpo yendo al cine sola, llorando, riéndome o calentándome.
Buena suerte, Leo grande, dirigida por Sophie Hyde, cuenta la historia de Nancy, una señora mayor y viuda (interpretada por Emma Thompson), que contrata a un trabajador sexual escort (interpretado por Daryl McCormark) con el objetivo de tener experiencias sexuales desde el disfrute y, por primera vez en su vida, alcanzar el clímax. La película transcurre casi completamente en la habitación de un hotel que podría ser cualquiera y los únicos personajes son ellos dos, y una moza, ex alumna del personaje de Thompson, que aparece hacia el final en una breve escena. Esos personajes podrían ser cualquiera de nosotros o nosotras. Una profesora, una moza, un trabajador sexual.
La historia es atractiva e interesante porque se interroga constantemente sobre el goce en la vejez, la autonomía de los cuerpos, el derecho al placer, la risa y el sexo entre personas adultas, incluso por dinero, a cualquier edad y entre personas de diferentes edades mientras haya consentimiento. También es una película que cuestiona los gustos construidos culturalmente en el cine y qué cuerpos desnudos se pueden mostrar y desear.
A pesar de ser una película en apariencia liviana y convencional con efectos humorísticos ingenuos y correctos, es atrevida en términos del discurso y eso la vuelve interesante, aunque el afiche promocional nos venda una película de esas para ver con el balde extra large de pochoclos encima. Aun así, elige dejar de lado los problemas de clase, de raza y de edad que, también, juegan un rol importante a la hora de pensar en las relaciones de poder, pero esas expectativas están completamente anuladas cuando se trata de una producción mainstream.
Al primer encuentro con Leo Grande, Nancy llega tensa, vestida como una docente pacata, pero hacia el final, ya sin Leo, este personaje se enfrenta sola al espejo completamente desnuda disfrutando de quién es y haciéndonos a nosotros también enfrentarnos con esa corporalidad que no estamos acostumbrados a ver en cine y que, tras el recorrido hecho por la película, nos parece hermosa aun con sus cicatrices y marcas del paso del tiempo. Nancy se transforma a lo largo de los encuentros con Leo Grande, se vuelve una persona activa que disfruta de su cuerpo y de su sexualidad con soltura y eso es un derecho personal a conquistar a cualquier edad y para cualquier género. Inés Kreplak
Licorice Pizza, de Paul Thomas Anderson
A esta altura, no es necesario ahondar respecto a los vericuetos que se pueden encontrar en la última película de Paul Thomas Anderson. Mucho menos apreciar los paralelismos con otras obras de su filmografía. Licorice Pizza es todo goce y eso es lo que la engrandece. No hace falta intelectualizar el amor. Está ahí, en la pantalla, sin interpretación alguna.
Si bien hay discusiones pacatas que se regodean y se afirman como jueces en cuanto a las edades de Alana Kaene (Alana Haim) y Gary Valentine (Cooper Hoffman), esta es una historia de amor atemporal. El valor principal de las películas de PTA es hacer creer que hay una pasión única, inexpugnable, por la que se hará todo. El amor, o más bien la pasión que siente Gary por Alana se relaciona fácilmente con el primer enamoramiento. Esas ansias de matrimonio y eternidad que resultan ridículas vistas de lejos. Sin embargo, son sentimientos fácilmente trasladables a otros momentos de la vida, ya que nuestros personajes principales no son unos adolescentes: son adultos hechos y derechos. Esta película no es una novela de aprendizaje. Gary se las rebusca con diferentes laburos como si fuese una peli del Nuevo Cine Argentino y Alana milita para un partido político como en toda buena historia.
La obra también es un compendio de momentos inconexos que avanza con enorme verosimilitud en los recovecos de la vida. Un devenir aireano, por lo intempestivo, que empieza con un levante en la escuela y termina con un beso pero, en el medio, se venden camas de agua y se abren tiendas de pinball. Más que transiciones, hay instantes, detalles. Se subrayan los ojos de Alana cuando le brillan, la versatilidad de los diálogos de Gary, el silencio al teléfono, la voz alcohólica de Tom Waits, el párpado inferior que le tiembla a la señora del casting. Se podrían seguir enumerando uno a uno esos cuadros como si fuese un aleph encorvado sobre sí mismo. Uno termina yéndose de la película con ganas de vivir ahí, no en la historia sino en sus momentos.
Más allá de todo histrionismo, se sabe que los Oscars son una farsa sin un mínimo de legitimación cultural. Ahora bien, revirtiendo la famosa premisa marxista: si esta peli no recibe el premio a Mejor Película, los galardones del 2022 pasarán a la historia como tragedia. Ignacio Barragán
Drive My Car, de Ryusuke Yamaguchi
La última película de Ryusuke Hamaguchi genera la sensación en el espectador de estar sentado en el asiento trasero de un auto, a lo largo de una ruta, escuchando historias, casi que mirando la nuca del conductor. Se podría disfrutar de la película solo escuchando sus diálogos, con los ojos cerrados. No sorprende, entonces, que esta obra sea una adaptación de un cuento de Haruki Murakami.
Ahora bien, esto no desmerece el trabajo audiovisual. Las imágenes proyectadas son de una enorme belleza. Japón es de una enorme belleza. El problema radica en que es demasiado perfecto. Los encuadres están diseñados milimétricamente por un jefe de área de marketing, lo que le quita potencia al relato. Quizá este conjunto de historias ásperas necesitan de cierta porosidad y no del brillo de la fotografía fácil para subsistir. De todas maneras, este filme es un producto refinado, programado para cierto éxito y disfrutable en su justa medida.
Así como las películas argentinas tienen que lucir estadounidenses para llegar a los Oscars, los filmes orientales deben pasar por occidentales para que les den bola. El caso de Drive My Car no es la excepción. Se trata de algo lindo y accesible aunque plagado de lugares comunes que, al fin y al cabo, entretienen. Ignacio Barragán
King Richard, de Reinaldo Marcus Green
¿Will Smith ganará el Oscar a Mejor Actor de una vez por todas? ¿Será que la Academia le dará el premio tan ansiado a uno de los grandes héroes del cine contemporáneo? Ojalá que sí, Smith tiene grandes películas y King Richard no se queda atrás. En la cinta dirigida por Reinaldo Marcus Green le da vida a Richard Williams, padre de dos de las tenistas más grandes de la historia: Venus y Serena Williams.
King Richard es la historia de cómo una familia de clase media afroamericana conquistó un deporte de élite. Gran parte de ese éxito fue por la tenacidad de Richard Williams y él modo de entrenar a sus hijas: estricto y perseverante.
Durante la película vemos cómo Williams padre se enfrenta a pandillas, lo subestiman empresarios y Servicios Sociales lo acusa de someter a sus hijas a entrenamientos abusivos. Pero él una y otra vez logra imponerse para ayudar a convertir a sus hijas en leyendas. Joel Vargas
(N. del E: sí, lo ganó y pasó lo que todos sabemos: uno de los eventos virales más icónicos y polémicos que nos regaló 2022).
Pinocho, de Guillermo del Toro
Desde aquella ópera prima que interpretaba de manera peculiar el mito del vampiro y otorgaba una de las actuaciones más peculiares de Federico Luppi (Cronos,1996), Guillermo Del Toro viene demostrando con creces sus pergaminos de uno de los realizadores más versátiles y peculiares del cine contemporáneo. Esta vez, su obsesión fue el stop motion y la clásica historia del niño de madera que le crecía la naríz si decía mentiras. Carlo Collodi publicó Pinocho entre 1881 y 1883 y desde allí ha tenido innumerables adaptaciones. Tal vez la más famosa sea la de Disney de 1940. Los que tengan en mente aquella imagen emblemática en la mente es mejor que se la saquen de la cabeza antes de ver esta película.
Aquí Del Toro abre las puertas de su universo plagado de ominosidad y ternura en partes iguales para darle un tratamiento mucho más adulto y profundo a Pinocho. Ambientado en la Segunda Guerra Mundial, aquí Pinocho es construido por Gepetto en una tormentosa noche de borrachera producto de la tristeza que le generó la inesperada muerte de su hijo. Este terminado cobrando vida gracias a la compasión de una criatura, suerte de ninfa divina, que recuerda a los monstruos de El laberinto del Fauno, otra película icónica del director.
A partir de allí, comenzarán las peripecias que mostrarán una lucha interna de Pinocho entre su esencia, traviesa y alborotada, y el pesado vacío que intenta llenar: el hijo perdido de su creador. Con una curva dramática que emociona hasta las lágrimas, dosis justas de humor y un meticuloso tratamiento fotográfico y de orfebrería manual, la cinta se consolida como una de las mejores versiones creadas hasta el momento de este clásico popular, opacando a la también estrenada en 2022 Pinocho de Robert Zemeckis. También resalta el tratamiento de las voces donde se lucen, entre otros, David Bradley y Ewan McGregor. Una de las películas animadas más destacadas del 2022 que, con justicia, obtuvo su nominación a los premios Oscar. Pablo Díaz Marenghi
Herbaria, de Leandro Listorti
Leandro Listorti es un conservacionista del cine, un historiador, un arqueólogo del celuloide. Eso se nota en su modo de hacer cine. La película infinita (2018) construye una suerte de historia del cine a partir de fragmentos de películas inacabadas. Esta vez, encuentra un cruce peculiar. Herbaria es un documental que expone los cruces, puntos de contacto y tensión entre la conservación botánica y cinematográfica. El espectador observa a biólogos y científicos desplegando técnicas de archivo de diferentes especies de plantas y, al mismo tiempo, ve la restauración de un viejo rollo de película y aprende el modo correcto en que deben ser conservadas para no avinagrarse. El tono es, por momentos, algo lento pero esto se justifica en la esencia del filme. Es, además de una notable exhibición estética del manejo de la cámara a la hora de filmar sutiles objetos y procesos pequeños, una invitación a la reflexión sobre la importancia de la conservación. Ya sea de la naturaleza o del patrimonio cultural, este filme propone un llamado a la serenidad en pos de pensar qué pasaría si perdiéramos la esencia de lo que somos. Pablo Díaz Marenghi
Silencio en la ribera, de Igor Galuk
El último machetazo se congela con la misma fuerza, pregnancia y fulgor que el Juan Moreyra de Favio en aquella pirueta, poncho al viento, ante la inminencia de la muerte. Es la última imagen que vemos de Silencio en la ribera, la ópera prima de Igor Galuk que, tal vez, sea una de las películas más originales de los últimos tiempos y que ratifica una vez más como muchas veces el documental puede ganarle a la ficción en la apuesta por la innovación de lo formal. Aquí se toma como hilo conductor de este relato la última crónica publicada en vida por Haroldo Conti, el escritor desaparecido durante la última Dictadura Militar que quedó tan inmortalizado con aquella geografía de agua amarronada y vegetación agreste llamada Delta del Paraná. El texto se tituló “Tristezas del vino de la costa (o la parva muerte de la isla paulino)” y fue publicado en Revista Crisis (se puede leer online). Esto sumado a una voz en off y magistrales imágenes de archivo rescatadas del propio Conti y de la isla, ubicada cerca de Berisso (La Plata) que fueron tomadas por Roberto Cuervo le dan vida a un relato enmarcado en belleza y misterio.
Algunas escenas son, por momentos, son pinturas. Las impresiones del propio Conti se intercalan con imágenes de los lugareños en la actualidad desempeñando diversas actividades cotidianas y rurales. Uno se queda con ganas de escucharlos y que actualicen lo dicho por Conti cuando viajó allí en diciembre de 1975. Pero en ese silencio tal vez radique parte del atractivo de este filme. Lo más terrible es que Conti en dicho texto, casi en las primeras líneas, escribió, “el que me desaparecí soy yo”. En la puerta de su casa de la calle Fitz Roy 1205 a la medianoche, un escuadrón del Batallón 601 lo secuestró el 5 de mayo de 1976. Hasta el día de hoy es uno más dentro de la lista de los 30.000 desaparecidos. Pablo Díaz Marenghi //∆z