BAFICI 2022: una selección

El Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires volvió a la presencialidad luego de dos años y ArteZeta estuvo presente. A continuación, una selección de las películas que más nos llamaron la atención. 

Por Ignacio Barragán y Pablo Díaz Marenghi

Luego de una edición online (2021) y del fatídico 2020 en donde (casi) todo se detuvo, el BAFICI regresó como era habitual y con algunos agregados: regresaron las funciones en formato presencial full full, volvieron las charlas, jornadas e invitados internacionales. Además, se mantuvo la plataforma online en donde se podían observar la mayor parte de las proyecciones. La edición número 23 de uno de los festivales más prestigiosos de la cinematografía independiente internacional tuvo interesantes documentales y ficciones, tal vez algunos problemas de organización típicos de la vorágine epocal, y quizás menos caudal de producciones que años anteriores.

Se otorgaron los tradicionales premios destacando, por ejemplo, en la Competencia Internacional, Clementina (Argentina), de Constanza Feldman y Agustín Mendilaharzu (Mejor largometraje y Gran premio); en la Competencia Argentina Amancay, de Máximo Ciambella (Gran Premio); La edad media, de Alejo Moguillansky y Luciana Acuña (Mejor largometraje) y el Premio especial del jurado a Camuflaje, de Jonathan Perel.. En Vanguardia y género el Premio al Mejor largometraje y Gran premio fue para La Mif (Suiza), de Fred Baillif.

A continuación, nuestra selección caprichosa, como no podía ser de otro modo, de las películas que elegimos destacar.

Zurita y los asistentes, de Jael Valdivia

Lo primero que el espectador observa en pantalla es a Raúl Zurita, tal vez el poeta vivo más importante de la historia de Chile, parado sobre un escenario con un micrófono en mano. “Que nunca más se vuelva a repetir”, afirma, en lo que parece ser una suerte de evento ligado a la Dictadura. Es posible: su obra se encuentra atravesada por la reflexión en torno a la memoria y las heridas abiertas por el horror pinochetista. Un grupo de músicos toca mientras Zurita lee poemas encima. Viste camisa azul, pantalones oscuros, campera blanca. Mueve la cabeza y aprieta la hoja donde lee sus poemas impresos. Tose levemente. Luego se ven imágenes de lo que parece ser un ensayo. Parece porque no hay explicaciones, tan sólo imágenes. Secuencias. La guitarra suena desafinada y oscura, atonal. Todo se vuelve espeso, denso, profuso. Así comienza este viaje: Zurita como un performer pero, a la vez, como un crooner; una estrella de rock. 

Zurita y los asistentes retrata cómo durante cinco años el poeta acompañó a la banda González y los asistentes, liderada por Gonzalo Henríquez, y le dio forma a un ensamble peculiar que combina la estructura de una banda de rock con la impronta del recitado de un poeta. No cualquiera: Zurita es, sin dudas, una leyenda del arte en verso. Se intercalan entrevistas. Zurita habla de su admiración por Patti Smith, Joe Cocker y Janis Joplin. También se muestran imágenes de playas, rutas sinuosas entre medio de montañas nevadas y desiertos. La identidad chilena se vuelve geografía y paisaje.

“Enfrentarme al público es fuerte”, afirma Zurita quién, destaca, viene de la experiencia de la soledad más profunda de la escritura y aquí se convierte en una suerte de frontman tímido, como si fuera el líder de una banda de shoegaze

Sobre el final, el documental regresa a las escenas iniciales y se agrega algo de contexto: dicho evento se trataba de una manifestación cultural en repudio al nombramiento de Mauricio Rojas en el Ministro de Cultura del segundo gobierno de Sebastián Piñera debido a que en 2016 había cuestionado el rol del Museo de la Memoria y los Derechos Humanos en una tónica negacionista. Finalmente, Rojas terminaría renunciando tan sólo cuatro días después de haber sido ungido en el cargo. Zurita celebra y deja en claro que su poesía no se encuentra sólo en los libros. Es un pedazo ardiente de la memoria chilena que, también, rockea. Pablo Díaz Marenghi.

À vendredi, Robinson de Mitra Farahani

Esta obra es el registro audiovisual de la correspondencia entre Jean-Luc Godard y Ebrahim Golestan, director de cine iraní vinculado a las nuevas olas que se daban simultáneamente a lo largo del globo. La correspondencia puede ser entendida muchas veces como un juego. En este sentido, dentro de este ejercicio lúdico el espectador puede identificarse con facilidad con Golestan. Los mails de Godard son crípticos, se escriben en verso y vienen con imágenes completamente fuera de contexto. 

Ebrahim intenta comprenderlos, darles un sentido, pero le resulta imposible. En esta comunicación hay un solo emisor y es Godard. El receptor de tanta información hermenéutica es el espectador, no Golestan. Queda para la posteridad la resolución de que es lo que quiso decir Jean-Luc no solo esta película sino en los últimos veinte años.  Ignacio Barragán.  

Silencio en la ribera, de Igor Galuk

El último machetazo se congela con la misma fuerza, pregnancia y fulgor que el Juan Moreyra de Favio en aquella pirueta, poncho al viento, ante la inminencia de la muerte. Es la última imagen que vemos de Silencio en la ribera, la ópera prima de Igor Galuk que, tal vez, sea una de las películas más originales de los últimos tiempos y que ratifica una vez más como muchas veces el documental puede ganarle a la ficción en la apuesta por la innovación de lo formal. Aquí se toma como hilo conductor de este relato la última crónica publicada en vida por Haroldo Conti, el escritor desaparecido durante la última Dictadura Militar que quedó tan inmortalizado con aquella geografía de agua amarronada y vegetación agreste llamada Delta del Paraná. El texto se tituló “Tristezas del vino de la costa (o la parva muerte de la isla paulino)” y fue publicado en Revista Crisis (se puede leer online). Esto sumado a una voz en off y magistrales imágenes de archivo rescatadas del propio Conti y de la isla, ubicada cerca de Berisso (La Plata) que fueron tomadas por Roberto Cuervo le dan vida a un relato enmarcado en belleza y misterio.

Algunas escenas son, por momentos, son pinturas. Las impresiones del propio Conti se intercalan con imágenes de los lugareños en la actualidad desempeñando diversas actividades cotidianas y rurales. Uno se queda con ganas de escucharlos y que actualicen lo dicho por Conti cuando viajó allí en diciembre de 1975. Pero en ese silencio tal vez radique parte del atractivo de este filme. Lo más terrible es que Conti en dicho texto, casi en las primeras líneas, escribió, “el que me desaparecí soy yo”. En la puerta de su casa de la calle Fitz Roy 1205 a la medianoche, un escuadrón del Batallón 601 lo secuestró el 5 de mayo de 1976. Hasta el día es uno más dentro de la lista de los 30.000 desaparecidos. Pablo Díaz Marenghi. 

The Novelist’s Film, de Hong Sang-Soo

Las películas de Hong Sang-soo suelen ser suaves, como ciertas noches de verano, pero a la vez eclécticas, tormentosas y galopantes, como la literatura de César Aira o el cine de Martín Rejtman. Estamos nuevamente frente a los buenos modales de un director coreano que pasea al espectador por entremedio de vericuetos mundanos y diálogos cotidianos.

No se necesita mucho para disfrutar de una pequeña historia como las de este director: son fábulas sin moraleja, odiseas sin Ítaca. El blanco y negro, la cámara fija, la poca grandilocuencia. Esos son los únicos elementos que configuran el paisaje de esta obra. Un momento en la vida de una escritora y nada más que eso. 

En tiempos acelerados, se agradece la simpleza y el ritmo de este cine. Ignacio Barragán.  

A Little Love Package, de Gaston Solnicki

Las calles de Viena tienen ese je ne sais quoi al que todo le sienta bien, especialmente el ojo de Gaston Solnicki quien vuelve a filmar en ellas en su última película. Después de Introduzione all’oscuro (2018), el director argentino retoma cierta faceta de homenajes y esta vez le rinde tributo al psicoanálisis. A través de dos mujeres, Carmen Chaplin y Angeliki Papoulia, se transita un recorrido lleno de dudas y laberintos. Una búsqueda estética que, a la vez, se puede leer como un recorrido personal.

Uno de los aspectos más atractivos de los filmes de Solnicki es este afán por el recuerdo, por lo que fue y ya no es, lo que ya no está. La prohibición de fumar dentro de los cafés es el disparador de este filme, lo demás es nostalgia. Una bruma sostiene esta obra, entre rocas radioactivas y pinturas de Brueghel. Es el inconsciente del espectador el que le debe imprimir una lectura. Ignacio Barragán.  

Le carré de la fortune, de Pascale Bodet

Michel Delahaye fue un periodista, crítico de cine, actor y director francés que se destacó por su participación en el Cahiers du Cinema en la década del sesenta, periodo tan alabado hasta el punto tal de ser, para algunos, mítico. Pascale Bodet, directora de cine de breve pero interesante trayectoria, lo sienta al viejo de Michel y le empieza a hacer preguntas. Que por qué esto, que por qué lo otro y el crítico de cine se le suelta la lengua y empieza a hablar, sin complejos, disparando a todos.

Si bien este documental de tres horas de duración podría funcionar tranquilamente como un podcast, hay un valor de archivo audiovisual que, a la larga, es imprescindible. Los gestos, las maneras de Delahaye, resultan complementarias y hasta significativas para articular su discurso. Hay una teatralidad en su teoría que no se ve en las letras sino en el habla. Es un lindo documental para cinéfilos sedientos de elucubraciones y chismes. Ignacio Barragán.   

El Nacional, de Alejandro Hartman

Cuando uno piensa en el Colegio Nacional Buenos Aires podría recaer en múltiples lugares comunes: la elite porteña, el complejo examen de ingreso, Ciencias Morales de Martín Kohan o Eduardo Feinmann discutiendo con estudiantes que toman el colegio preguntándoles si saben que están cometiendo un ilícito. Lo cierto es que este documental de Alejandro Hartman, ex alumno del “Colegio” y padre de un alumno, traza un retrato formidable de lo que significa dicha entidad educativa centenaria y su presente, atravesado de feminismo, marea verde y nuevas juventudes que intentan disputar el sentido hegemónico en múltiples aspectos y construir nuevas conciencias políticas.

A través de un ojo netamente documental, que intenta pasar desapercibido, retrata escenas cotidianas —que no se diferencian de la de cualquier grupito típico de adolescentes que hacen chistes y pavean con inocencia— a la vez que construye un relato con sus necesarios picos de tensión —asambleas, debates de género, disputas con el rector, que es un personaje en sí mismo. Aparece, como no podía ser de otro modo, una discusión entre Feinmann y la flamante presidenta del Centro de Estudiantes (CEMBA). Hartman, quien también presentó en el festival su documental sobre el crímen del reportero gráfico José Luis Cabezas que está a punto de estrenarse en Netflix, logra algo bastante complejo: amplía un relato de algo que ya se creía muy narrado aportándole chispazos del presente que dejan un final abierto que aún hoy parece seguir escribiéndose. Pablo Díaz Marenghi. 

Smog en tu corazón, de Lucía Seles

Una película que parece la versión amplificada de un sketch de Nicolino Roche y los pasteros verdes donde no se entiende de dónde proviene la estupidez ya que ninguno de sus protagonistas parece consumir fármacos. Smog en tu corazón, la última película de la multipremiada directora Lucía Seles, es la historia de un amor trunco que nada tiene de gracioso.

El absurdo, cuando se repite en un loop eterno de figuraciones sin sentido, hace reir. Eso es lo que logra esta película. Que a fuerza de sin sentido nos riamos de lo incómodos que estamos frente a tal imbecilidad. Por supuesto que hay públicos para cualquier espectáculo, de hecho hasta se entiende que esta obra pueda gustar. De todas maneras no podemos dejar de resaltar que el mecanismo del diálogo incoherente a troche y moche es algo que en Argentina empezó con Cha Cha Cha y terminó con Todo por dos pesos. Seguir replicando viejas fórmulas del pasado solo nos condena a evadir el presente. Ignacio Barragán.  

Camuflaje, de Jonathan Perel

La primera definición que otorga la Real Academia Española a la palabra camuflaje ya establece una relación con lo militar: “Disimular la presencia de armas, tropas, material de guerra, barcos, etc., dándoles apariencia que pueda engañar al enemigo”. La segunda, con el ocultamiento: “Disimular dando a algo el aspecto de otra cosa”. Lo cierto es que ambas se relacionan con Campo de Mayo, el verdadero protagonista de esta historia. El escritor Félix Bruzzone corre a través de las inmediaciones del predio militar, que supo ser un Centro Clandestino de Detención durante la última Dictadura Militar, mientras habla y comenta sus propias relaciones con el predio que aparenta ser algo que no es o supo ser: su madre desapareció en dicho lugar, víctima del Terrorismo de Estado, su abuela falleció en el geriátrico del predio y él mismo se compró una casa en la zona y es vecino del lugar. Camuflaje, ganador del Premio Especial del Jurado, es un relato atípico y tridimensional acerca de las múltiples capas de sentido de Campo de Mayo, una mole de bosques y recursos naturales que atraviesa la zona norte del conurbano bonaerense, forma parte de la geografía cotidiana de los vecinos de la zona y supo ser usado para matar y desaparecer.

Bruzzone corre y, al mismo tiempo, habla. Se escucha su voz en off agitada que corre y cuenta datos de Campo de Mayo y de su propia geografía. Luego, se lo ve en rol de documentalista o conductor televisivo entrevistando a diversos personajes vinculados con el lugar: un vendedor inmobiliario muy conocido en la zona, una señora que estuvo secuestrada durante la Dictadura allí, un atleta con pinta de surfer que gusta de hacer ejercicio en la zona, chicas que recorren construcciones abandonadas, un biólogo que trabaja construyendo esculturas de dinosaurios y se interesa por proteger la flora y fauna del lugar. Flota en el aire un halo de peligro latente: entran a través de lugares por donde no deberían ingresar y caminan a través de espacios que parecen zonas inhóspitas de algún bosque. La incomodidad llega a su punto cúlmine cuando, de pronto, un grupo de militares armados y camuflados interrumpe la grabación para hacer algunas preguntas: ¿Quiénes son? ¿Qué hacen acá? ¿Por qué están filmando? La realidad y la ficción estallan por los aires.

El narrador, Bruzzone, no alecciona ni brinda moralejas. Está en la vereda opuesta al panfleto. Dispara armas, se coloca unos anteojos 3D para ver una reconstrucción de “El campito”, el lugar más aterrador de las épocas en las que funcionaba como Centro Clandestino, y participa de una carrera deportiva bastante bizarra llamada “Killer Race”. El relato es ciento por ciento real pero todo el tiempo uno ve cierta distancia y entiende el dispositivo ficcional que se activa, como en Los rubios de Albertina Carri o en las obras de Bertolt Brecht. El distanciamiento necesario que genera rupturas con una realidad que puede ser, a la vez, aterradora y mágica.  Pablo Díaz Marenghi. //∆z

https://www.youtube.com/watch?v=sjlboSw–fo