Hicimos una selección de los libros más destacados de ficción de 2018.
Ilustración por Martina Mounier
Kentukis, de Samanta Schweblin (Literatura Random House)
La precisión visual de sus relatos le permitió a Samanta Schweblin explorar una serie de mundos que resultaban temibles, no tanto por su contingencia sino por su verdad interna. Su última novela, Kentukis, continúa esta exploración psicológica. Un nuevo juguete tecnológico llega al mercado; mitad mascota, mitad “teléfono con patas”, los kentukis son dispositivos que permiten a una persona ser una mascota o tenerla.
Kentukis examina lo perverso, no tanto del voyerismo, sino de aquello que se percibe de a pedazos: en algún momento, las conexiones se establecen en lugares inesperados, por ejemplo la celda de captura de una mujer secuestrada. En esa manera de introducirse secretamente y espiar el dolor ajeno, sin comprenderlo ni vivirlo, tan solo entreverlo, sin establecer una relación personal, en la tensión entre diálogo y vigilancia, se construye lo que tiene de terrible la novela de Schweblin.
Si de sus colecciones de cuentos el libro conserva un trabajo con la tensión y el capítulo como una temporalidad cerrada, Kentukis explora un origen distinto de lo terrible. Centrada en la psicología de personajes solitarios que viven distintas formas de encierro (el encierro implícito de toda tecnología), la nueva novela de Samanta Schweblin avanza una vez más en las diversas formas del terror; un terror que no se fundamenta en lo aparentemente absurdo, sino todo lo contrario, en lo que tiene de verdadero y posible la narración. Salvador Marinaro
Los casos del comisario Croce, de Ricardo Piglia (Anagrama)
Ricardo Piglia fue, siempre y en cada una de sus facetas, ante todo un narrador, un contador de historias. Un cuentero. Narrar —nos enseñó— es encontrar una voz, un tono, una sintaxis de donde broten, como agua de manantial, las historias. Y eso hay (y no es poco en estos tiempos de sequía) en cada uno de los cuentos de Los casos del comisario Croce: una voz que narra. Construida con oficio, con malicia, con indeclinable delicadeza y lúcidas mañas, la voz de Emilio Renzi nos trae unos relatos salidos de “una larga lista de frases, acontecimientos y curiosidades” que le había anotado o grabado a Croce a lo largo de los años. Lo habíamos conocido a Croce y sus extraños métodos de inferencia silogística en Blanco nocturno, la novela donde, desde los desplazamientos y máscaras que permite la ficción, Piglia, según dijo, indagó en aquel inolvidable y deplorable 2008 de un gobierno enfrentando a la oligarquía terrateniente. En estos cuentos Croce recorre como un baqueano la provincia de Buenos Aires, resolviendo sus casos con una mezcla de corazonadas y casualidades, aliteraciones y ensoñaciones, inferencias y rastros. Detrás de estas aventuras de Croce que nos narra Renzi, flota la niebla de una derrota que se deletrea con dos números: 55 y 76. La represión, la clandestinidad, la resistencia, los muertos, el exilio. Libro dedicado a un género central en la poética de Ricardo Piglia, hay que leerlo como una elegante y exquisita elegía pero también como la lección del maestro: usar el policial para, con otro tono, en otro registro, usando las tenues armas de la ficción, discutir los mismos temas que discute la sociedad. Dejándonos, de paso, un personaje hermoso, un puñado de cuentos resplandecientes y las delicias y alegrías de una prosa endiablada y perfecta. ¿Qué más le podemos pedir a un gran escritor? Cristian Javier Franco
27 maneras de enamorarse, de Santiago Craig (Factotum)
No es fácil escribir un buen libro de cuentos. Más difícil aún es escribir un libro de cuentos que se destaque por estilo y calidad del resto de las muy buenas obras que se publican hoy en la Argentina. Y que, además, revele de forma contundente la dimensión literaria del autor: es decir, lo que ya es y lo que uno advierte que puede llegar a ser. Sin embargo, Craig lo hizo en 2017 con Las tormentas (Entropía), que fue finalista del último Premio Hispanoamericano Gabriel García Márquez. Tampoco es frecuente que un autor, al año siguiente de un gran libro, publique otro que esté a la misma altura que el anterior y encima con herramientas nuevas. Que no se beneficie del olvido, que se exponga a la comparación inmediata y feroz con él mismo, y que aún así salga ganando. Bien: Craig lo acaba de hacer con 27 maneras de enamorarse, editado por Factotum. Si en Las tormentas el autor reduce la trama de cada relato al mínimo para que ésta se convierta en una especie de bruma que solo deja traslucir las inquietudes, el hastío, las incomodidades de los personajes, en 27 maneras de enamorarse es lo contrario. La trama, entendida como plan de acción, gana terreno. De hecho, muchos de los cuentos de este libro tienen el rasgo encantador de una voz imperativa que da instrucciones, a modo de recetas tan precisas como absurdas, para encontrar el amor y, sobre todo, para conquistarlo. Trueques complicadísimos, romances en órbita, perfumes que operan como anzuelo, un Superman criollo que le deja el amor a su Clark Kent, el anciano que sueña con retozar una vez más, la posibilidad de ser un dios postapocalíptico, el amor como transformación radical de uno mismo, el amor como alucinación, y por lo tanto como fuga, en la sala de visitas de una cárcel, como encuentro furtivo en la calle que estremece la noción del tiempo. Lo permanente en la prosa de Santiago es su belleza estética, su lirismo, que se expresa con fuerza tanto en Las tormentas como en 27 maneras. Estos cuentos (y cito una preciosa metáfora de uno de ellos) son “como las llamas que se mueven detrás de los ojos de alguien que no ha visto nunca el fuego”. Deslumbrantes, originales, hermosos. Horacio Convertini
Una vida en presente, de Paula Puebla (17grises)
Es una novela sobre las mujeres de esta era, las que no le temen a las críticas ni a vivir en contra de la corriente. Mujeres que pueden vivir solas, mantenerse a sí mismas y a sus hogares. Que también pagan altos precios -íntimos y sociales- por la autosuficiencia y la soledad.
Una vida en presente muestra a través de la vida de una mujer sola, de mediana edad, la reivindicación de un oficio ancestral, y también evidencia uno de los grandes males de nuestra época. Por un lado, la dominación de la sexualidad como un oficio que empodera, como la opción a un destino reproductor socialmente depositado, en general, en las mujeres. Pero también como la representación de un deseo ilimitado y femenino que vino, por fin, para quedarse. Por el otro, el yugo de los ataques de ansiedad bajo el que toda una generación, a la que también pertenece María, intenta salir adelante en estos tiempos que (nos) corren. Dos temas que aún hoy harían ruborizar a unos cuantos si asomase el tema en una conversación. Paula Puebla los toma y los deja sobre la mesa, accesible a toda mirada como la famosa carta robada de Edgar Allan Poe. El resultado: Una vida en presente, un relato crudo y sensible sobre la intimidad femenina; una de las mejores novelas de 2018. Agustina del Vigo
Deslinde, de Debret Viana (Hojas del Sur)
Uno de los artefactos literarios más fascinantes y complejos de los últimos años (hay que ponerlo en la lista que incluye a #RGB, de Juan Manuel Candal, a Las Constelaciones Oscuras y a pocos libros más), la primera novela de Viana lleva al extremo el lenguaje de la llamada literatura del yo mediante un circuito de feedback positivo: la literatura del yo, a través de un narrador/escritor, se alimenta a sí misma para hacer literatura del yo sobre literatura del yo y, naturalmente, literatura del yo sobre literatura del yo sobre literatura del yo. El desenfreno maquinal ascendente termina por romper el circuito primario y configurar uno más amplio en cuyo interior el narrador (el “yo”) colapsa en una constelación de subpersonajes, haces de voces e instancias narrativas subdivididas hasta el vértigo, capaces de proyectar todo tipo de espejismos. En Deslinde la narrativa y los personajes (o “despersonajes”, como la central “M”, objeto novelístico ausente de deseo) parecen epifenómenos de un proceso que escapa tanto al acto de novelar como a lo literario en sí, al menos en su modo consabido. Ramiro Sanchiz
Los sorrentinos, de Virginia Higa – Sigilo
Cada familia es un universo. Cada una “canta una canción” para mantenerse junta como alguna vez escribió Luciano Lamberti. En ese universo, hay reglas y un idioma propio. Virginia Higa esboza una parte de su cosmogonía en Los sorrentinos, su primera novela. Ella cuenta que la inspiración para escribirla vino después de leer Léxico familiar, de Natalia Ginzburg, donde la autora italiana mapea su árbol genealógico a través de las palabras más usadas por su familia, las que le daban un sentido de pertenencia.
La atención de la narración de Los sorrentinos está puesta en la figura de Chiche Vespolini, una especie de patriarca de la tradicional trattoria de Mar del Plata, creador de un glosario cocoliche y un gran conversador. A lo largo de las páginas aprendemos el mito fundacional de los Vespolini, la creación de los sorrentinos; y su lenguaje privado.
Todo el libro parece un gran detrás de escena. A través de detalles, pequeñas escenas e instantes pregnantes, Higa (re)construye una memoria familiar y al universalizar lo íntimo, genera una empatía entre el lector y los personajes. Joel Vargas
Fractura, de Andrés Neuman (Alfaguara)
“Su obsesión eran las fronteras. Las imaginarias, digo. Estaba como poseído por la ansiedad de unir de alguna forma sus ciudades, sus idiomas, sus recuerdos dispersos. Todo le sugería algún acercamiento, posibles vecindades entre cosas en teoría muy alejadas”. La frase alude a Yoshie Watanabe, protagonista de esta novela, pero bien podría referirse al autor y a su particular modo de percibir la existencia. En su vuelta al género novela luego de seis años, indaga sobre la memoria, el pasado, el amor, la tragedia y, especialmente, sobre una idea ligada al pensamiento oriental que consiste en que el pequeño aleteo de una mariposa en un rincón del planeta Tierra puede desencadenar un terremoto al otro lado del mundo. Algo que Neuman resume en la frase del poeta polaco Czeslaw Milosz: “Si algo existe en un lugar, existirá en todos”. La vida del señor Watanabe, ex ejecutivo de una empresa electrónica, devenido jubilado solitario, es narrada a través de cuatro mujeres que lo amaron, lo desearon, lo perdieron y lo odiaron. Ellas son las narradoras que, junto a un misterioso periodista que investiga su vida, intentan reconstruir su pasado. Watanabe, sobreviviente de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, se ve sensibilizado por el terremoto ocurrido en Japón el 11 de marzo de 2011 que desencadenó un accidente nuclear en la planta de Fukushima. Decide viajar hacia allí y esa es la excusa de la cual se vale Neuman para no solo contar la biografía trágica de aquel veterano oriental que parece tan lejano, sino para ahondar sobre su propio pasado (sus padres se exiliaron durante la Dictadura Militar 1976-1983) y preguntarse por la memoria en diferentes países. Argentina, Francia, España, EE.UU. son las locaciones que le sirven a esta novela para intercalar dilemas filosóficos, emocionales y políticos. De fondo, y en silencio, emerge el milenario arte del Kintsugi como respuesta a las derivas de esta historia: consiste en reparar objetos vertiendo polvo de oro en sus fracturas. Esta novela es un intento por encontrar belleza en las cicatrices y responder preguntas, aparentemente sin respuesta. Pablo Díaz Marenghi
Cero Gauss, de Denis Fernández (Notanpüan)
En el 2005, en el discurso de graduación de la Universidad de Kenyon en Estados Unidos, el escritor David Foster Wallace les relataba a sus alumnos un texto que escribió para la ocasión. Decía así: Están dos peces nadando uno junto al otro cuando se topan con un pez más viejo nadando en sentido contrario, quien los saluda y les dice: “Buen día, muchachos, ¿cómo está el agua?”. Los dos peces siguen nadando hasta que después de un tiempo uno voltea hacia el otro y pregunta: “¿Qué demonios es el agua?”
Leo a Cero Gauss como una construcción muy personal, que bien podría intentar responder esa pregunta. ¿Qué es ese universo donde caminamos todos, la vida adulta, sin cuestionarnos más? ¿De qué está hecho, o más bien, cuál es la fecha de caducidad? Si es que morimos, entonces, ¿nos vamos a otra parte o seguimos acá? ¿Qué demonios es el agua, o acaso es importante saberlo? ¿Estaremos preguntándonos de más?
Cero Gauss es un universo autónomo, respira solo. Es su propia vida en un planeta. Una máquina melancólica con alguna canción de Brian Eno de fondo. Música sin letra, pura música sin letra. Camila Fabbri
Los veranos, de Flavio Lo Presti (17grises)
En un rinconcito de Córdoba hay un tipo que viene erigiendo una obra interesante. Escribe la clase de literatura que nace a los márgenes del mainstream y se aleja de los reflectores. La mejor de todas. Ese tipo es Flavio Lo Presti. Los veranos, su primer libro de cuentos, es uno de los más destacados del género y de la literatura vernácula de los últimos años. La gran pregunta es: ¿por qué? Es hilarante, melancólico y varios adjetivos más que no vale la pena mencionar. Lo más importante: es un libro que invita a la relectura, algo que no sucede mucho en este tiempo. Un indicio de todo esto se puede encontrar en Recuerdos de Córdoba (2013), volumen que recopilaba algunas de las columnas autobiográficas que viene escribiendo hace mucho en La Voz del Interior. Ahí encontrabas un personaje difícil de olvidar: el padre de Lo Presti, una suerte de buscavidas y conversador profesional que hace dedo en Córdoba Capital porque detesta el transporte público. Una figura fuerte, magnética.
Lo Presti sabe cuál es la clave para ser un buen narrador: la sal, el aderezo, las cosas mínimas que uno agrega a lo que está contando. El cuento “Los patos” es un buen ejemplo: el crossover menos esperado de la historia, el padre de Lo Presti, devenido en niño índigo, y el mentalista Tusam. Una locura extrema. Joel Vargas
Magnetizado, de Carlos Busqued (Anagrama)
Lo primero que se desprende de Magnetizado es la seguridad de la reinvención. Si el lector espera cierta lógica de continuidad con Bajo ese sol tremendo (Anagrama, 2009), la primera publicación de Carlos Busqued, se verá decepcionado. El sello conocido de Busqued, en este nuevo libro, casi “desaparece”: prácticamente se elimina al narrador ―no hay ficción ni rasgo novelesco, y una suerte de narración puede entreverse en dos breves intervenciones, una al principio y otra al final del libro― y se suplanta por la figura del editor, de la persona que ordena y regula el corpus con el que trabaja. Porque Magnetizado es el resultado del trabajo de investigación que realizó el autor, entrevistando durante más de noventa horas a Ricardo Melogno ―un asesino de taxistas de principios de la década de los ’80―, y en menor medida, a quienes lo detuvieron y lo trataron durante su prolongada estadía en prisión y en instituciones psiquiátricas (estadía que aún hoy continúa en el penal de Ezeiza). A las entrevistas se suman notas y recortes de diarios de la época, e informes del Estado sobre la salud física y mental del asesino.
El libro, breve pero intenso, gana en velocidad al acercarse al final, que no es propiamente un final sino un corte de edición, porque buscar en este libro una obra cerrada, redonda, es una causa perdida, como intentar develar el origen del mal en la cabeza de Melogno. Juan Alberto Crasci
La ilusión de los mamíferos, de Julián López (Literatura Random House)
El principio es el final. La segunda novela del poeta y escritor Julián López (Buenos Aires, 1965), La ilusión de los mamíferos, comienza con la ruptura de una relación. El objetivo del protagonista es no olvidar, que el recuerdo se vuelva indeleble. En un pequeño departamento, domingo tras domingo, en una especie de ceremonia, dos varones hacen el amor, cogen, desayunan, mantienen largas conversaciones silenciosas, se miran, fantasean sobre a dónde ir si no se tratase de una relación de ocultamiento, de los bordes. “Estábamos ahí, leves y desesperados, no había nada para hacer, no había que cambiar nada”, dice el protagonista. Hay un código que nadie más que ellos dos entiende. Su amante lleva una vida ordinaria con su mujer e hijos mientras que él lo espera. Aunque duela y queme, él espera en ese departamento. La ilusión de los mamíferos, a pesar de ser actual, se aleja del umbral tecnológico de tiempos 2.0 y fortifica el arte de conversar, del cara a cara. Esta es una novela sutil, intensa, de una delicadeza y un lenguaje poético sorprendente. José Sbarra dedicó su vida al tema y ahondó con precisión en El mal amor: “Siempre olvidamos que/ lanzarnos al amor/ es empezar a construir un recuerdo/ que seguramente será terrible”. Juan Martín Nacinovich
La calle de los cines, de Marcelo Cohen (Sigilo)
Este es, tal vez, uno de los volúmenes de relatos más peculiares de la literatura argentina. Por lo tanto, por el arrojo experimental y por la experta ejecución, vale la pena acercarse a estos nuevos cuentos de Marcelo Cohen. Escritor que supo labrar un estilo cercano al delirio, la parodia y la ciencia ficción (en una galaxia muy cercana a autores como César Aira, Alberto Laiseca o, del otro lado del charco, Mario Levrero), además de ser un consagrado crítico y traductor. Aquí el autor (devenido en personaje y observador de estas películas que se transmutan en cuentos) construye un notable ejercicio de la mirada, a partir de la descripción minuciosa, casi como si de guiones literarios se tratase, de los filmes que este extraño narrador ha visto en Onzenza, isla que conforma el mundo imaginario bautizado por el autor como “Delta Panorámico”. Estos dieciocho relatos, de extensión variopinta, intercalan musicales con documentales, películas que contienen acción o elementos hasta didácticos y sensoriales. “Un huargo en la espesura”, por citar un ejemplo, crea una atmósfera híbrida entre el policial nórdico y el cuento fantástico. Un léxico propio del lenguaje cinematográfico se intercala con una pulcritud lingüística propia del autor, que denota un trabajo minucioso a la hora de pulir cada palabra elegida. Este libro es una interesante puerta de entrada al particular universo conformado por la literatura de Marcelo Cohen, un autor que debería gozar de un mayor prestigio por construir, a fuerza de talento y originalidad, una literatura rara, anti-canónica e innovadora a ultranza. Pablo Díaz Marenghi.
Teoría y práctica, de Francisco Bitar (Tusquets)
Imaginemos un árbol gigante, frondoso. Pasa el tiempo y un hombre lo empieza a podar. Poco a poco se transforma en un bonsái. Ese trabajo hizo Francisco Bitar con su prosa: la pulió y ahora fluye como un río. Su economía de palabras tiene un gustito a poesía. En una entrevista reciente afirmó: “El cuento tiene la oportunidad de dejarse hibridar por la poesía”. Entonces, tenemos un escritor híbrido que en su último libro, Teoría y Práctica, viene a confirmar ese viejo dicho de que menos es más.
La experticia de Bitar es narrar experiencias. Las captura en pequeñas escenas, como si fuera un dramaturgo poniendo todo en pos de la acción. En este volumen de cuentos (que salió segundo en el premio del Fondo Nacional de las Artes 2017), el escritor santafesino sigue explorando las relaciones dañadas. Pero también crea imágenes potentes como esta: “De este lado del mundo es un verano turbio y ventoso, de esos que tiran abajo los conos de señalización, agitan los árboles encima del agua ensuciando las piscinas y propagan incendios a velocidades increíbles”. Hermoso. Joel Vargas
La luz negra, de María Gainza (Anagrama)
Una tasadora de obras de arte, una falsificadora y un conjunto de cuadros de dudosa procedencia son los elementos principales que componen este nuevo libro de María Gainza llamado La luz negra. Después del éxito de ventas que implicó El nervio óptico, la escritora da a conocer un relato de ficción que vuelve sobre el mundo de las pinturas, pero esta vez con ciertos guiños al policial clásico.
Los libros de Gainza son catálogos de consumos culturales identificados con las clases altas. De todas maneras, uno de los procedimientos que realiza la autora es el de bajar del pedestal a estos elementos considerados de elite: en sus obras conviven elementos tan disimiles y mundanos como lo son Cándido López y la maternidad, o un porro junto a un cuadro de Mariette Lydis. Mas allá de la importancia intrínseca que tienen sus relatos, la escritora se sostiene a base de símbolos que le van otorgando sentido a la historia. Sin las anécdotas de la Unión Soviética o la alusión a películas como Laura (1944) de Otto Preminger, la historia se cae. Es necesaria la referencia para que la obra sea completa.
Maria Gainza es lo que suele llamarse una name dropper, alguien que constantemente va deslizando nombres y referencias para sustentar su discurso. El asunto es que le sale bien: La luz negra es una prueba acabada de ello. Un libro donde la bohemia y la historia del arte conviven cotidianamente con el crimen. Ignacio Barragán
Las rocas y las bestias, de Esteban Castromán (Marciana)
Un fractal es un objeto geométrico cuya estructura básica, fragmentada o aparentemente irregular, se repite a diferentes escalas. Tal definición podría encajar con esta nueva novela de Esteban Castromán (1975). El autor de La cuarta dimensión del signo (2016), entre otros, elaboró, bajo el disfraz de un relato de iniciación adolescente, una novela que combina fisuras espacio temporales, alienígenas, universos paralelos y una trama extraña a niveles lyncheanos. Hay un narrador joven con las hormonas alborotadas que está desesperado por liberar su deseo sexual. Hay procesos descriptivos maquinales o cinematográficos para procedimientos humanos o naturales (“funde a negro”, “cenital”). Hay desconexiones, remixes, mashups, en un imaginario que remite a la ominosidad sci fi de Cronenberg, al humor de los hermanos Coen, o al terror rural de Carpenter. Su prosa es seca, posmoderna y bien visual: como una puñalada por la espalda a un androide. Dividida en capítulos breves, la novela encaja en una tradición experimental digna de un Cortázar o un Georges Perec millennial. En una entrevista para La Voz de Córdoba, el autor aclara el panorama. O, al contrario, lo complica aún más: “Podés abandonar el libro en la página 132 y todo bien, esa historia termina ahí. Pero si seguís leyendo algo pasa, el libro todo se resignifica, como si fuera una criatura extraña saltando a tu yugular de repente. Surge como un relato fantasma que emula aquel formato de canción oculta en la era del CD”. Pablo Díaz Marenghi