Una teoría sobre el regreso de una de las series que marcó época en la historia de la televisión.
Por Ayelén Cisneros
Aclaración: la nota hace referencia al final de la temporada 9, que si el lector no vio recomendamos primero no enojarse y segundo verla, ya pasaron más de 10 años.
En un subsuelo de las oficinas del FBI yacen horas de teorías, escepticismo y encuentros paranormales. Esa oficina abandonada parece ya no tener sentido en un mundo donde la conspiranoia se ha convertido en una cosmovisión, en una forma de entender el mundo. Mulder y Scully investigaron durante casi una década fenómenos y casos extraños y un día se dedicaron a otra cosa. El poster de “I want to believe” quedó tirado por ahí hasta 2015, cuando la cadena FOX decidió que la serie volviera a salir al aire bajo la producción, de nuevo, de Chris Carter.
El regreso de los X-Files fue anunciado con bombos y platillos. La pareja protagónica, David Duchovny y Gillian Anderson, fogonearon la vuelta con diversos posteos en redes sociales durante meses. Y finalmente volvieron en forma de miniserie de seis capítulos que se estrenaron en enero de este año.
Los X-Files no escaparon a la nostalgia como bien de cambio y estética, esa inevitable tendencia de la segunda década del siglo XXI (pensemos en los regresos de bandas de rock legendarias, la vuelta de Star Wars, Twin Peaks o la apelación al pasado de los filtros de Instagram) y lo pudimos ver en la reposición de la presentación clásica de la serie (con las fotos de Mulder y Scully circa 1992), el póster antes mencionado o la aparición de personajes históricos. El regreso en sí es una oda al recuerdo no superado.
Una primera pregunta surge del visionado: ¿funciona la conspiranoia cómo discurso? Post 2001 toda clase de teorías nacen en torno a los Estados Unidos y sus instituciones. Antes existían estas ideas (pensar en que el hombre nunca llegó a la Luna es una de ellas) pero en los últimos diez años se intensificaron producto de un flujo de comunicación infinito llamado Internet y sus hijas las redes sociales. Series y películas profundizaron esta temática, tanto que Mulder y Scully ya no parecían ser necesarios. La inocencia se pierde una sola vez.
¿Falta algo que decir sobre asuntos paranormales? Monstruos, leyendas y seres inexplicables seguirán apareciendo, suponemos, de forma infinita. Los X-Files tienen un catálogo de nueve temporadas para mirar y tachar casilleros. Entonces el razonamiento lleva a otra pregunta, ¿qué es lo nuevo que tiene la serie para contar? Hacia finales de la novena temporada Mulder descubría a partir de las predicciones mayas una fecha para el fin del mundo, el 22 de diciembre de 2012. En ese día los extraterrestres coparían el mundo y arrasarían con la raza humana. Eso no ocurrió.
Teóricos del relato audiovisual como Jordi Carrión y Carlos Scolari hablan de una segunda “edad de oro” de la televisión en la que la serie de Chris Carter es el ejemplo y la clave para entender una nueva forma de narrar. Un ritmo inquietante, una trama que se continúa a lo largo de las temporadas, capítulos especiales (con tonos, estéticas y estilos diferentes) y un culto por parte de los seguidores que hasta llegan a crear algo llamado fan fiction (símbolo de los noventa y de la temprana Internet) son las características que los X-Files dejaron en la TV. Una tercera “edad de oro” se desarrollaría con las nuevas series luego de Lost, esas de las que todos hablamos en Twitter. Mulder y Scully toman las viejas banderas y vienen a dar un último golpe. Hay una adaptación a los nuevos modos que se ve a simple vista: son sólo seis episodios y no veinte como antes.
Se puede divisar en la serie una especie de parodia de su propio estilo y los casos extraños son solo una excusa que se resuelve rápidamente en cada episodio para llevarnos a aquello que parece ser lo único que justifica esta vuelta (más allá de darle trabajo a Duchovny y Anderson): la búsqueda del hijo perdido. William fue producto de la pareja de Mulder y Scully, personajes asexuados que en la octava temporada engendraron un bebé con poderes de telequinesis y que tuvieron que dar en adopción para protegerlo del complot extraterrestre-gubernamental que los perseguía. El retoño fue una especie de milagro ya que su madre era estéril a causa de los experimentos que le hicieron en una abducción, es decir, William es casi un Jesús.
Hete aquí entonces una historia de amor entre un depresivo paranoico y una escéptica culposa, un vínculo paterno filial interrumpido y un apocalipsis que siempre está por llegar. Todo esto recuerda que no sabemos si la verdad está ahí afuera y que el lobo encarnado en el estado norteamericano cuide a las ovejas tiene un final cantado.//∆z