Malvados que imitan a los anteriores, un arma de destrucción masiva repetida y diálogos con poco contenido no alcanzaron para opacar a una película que da en el centro de lo que buscaban los fanáticos.

Por Agustín Argento

El primer impacto recibido por Star Wars Episodio VII: El Despertar de La Fuerza se dio hace algunos años, cuando el creador de la saga, George Lucas, vendió los derechos a Disney. El segundo golpe fue dado por el anuncio de que Jeffrey Jacob Abrams tomaría las riendas de la dirección y el guión de la película. Los antecedentes del realizador lo marcaban como un efectista, cuyas películas (Armagedón, Misión Imposible y Star Trek, entre otras) no estaban caracterizadas por una trama profunda. Estos presagios se plasmaron en la nueva edición del clásico, que cuenta con dos precuelas y que tiene en carpeta dos filmes que cerrarán el estrenado esta semana, más tres spinn off para 2016, 2018 y 2020.

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El malvado de El Despertar de La Fuerza se viste similar a Darth Vader. El arma de destrucción masiva con la que La Primera Orden (una remake de El Imperio y el Lado Oscuro) es la misma que “La Estrella de la Muerte”, pero más grande y sofisticada. El argumento de la película tampoco es novedoso: Luke Skywalker se encuentra aislado, luego de una mala experiencia entrenando jedis, y ahora La Resistencia y La Primera Orden quieren encontrarlo; los primeros para que los ayude a “resistir”, los segundos para matarlo y evitar la revolución.

Los personajes, además, se encuentran alejados de ese debate interno, casi teológico, entre el bien y el mal,  la luz y la oscuridad de La Fuerza, que tan bien manejado estuvo en las seis películas anteriores. Tan sólo el malvado Kylo Ren (Adam Driver) se lo cuestiona un instante. El resto, vaga por la película como si su destino ya hubiera estado marcado. Tal vez Finn (John Boyage) podría haber sumado un poco más, por ser un clon arrepentido ante la crueldad de La Primera Orden, pero que tampoco se muestra convencido de participar en La Resistencia, con una actuación apoyada por los chistes típicos de Disney, plagados de ironía superficial.

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Hasta aquí, lo negativo. Lo que uno ve desde el primer instante en esta mega producción que, sin embargo, no defrauda. Y no defrauda porque consigue el efecto buscado. Son 135 minutos que se pasan volando; en los que la falta de tensión y suspenso son reemplazados por una vorágine que no da respiro. Al llegar el final (con guiños a Game of Thrones y a El Señor de los Anillos) tampoco dan ganas de que termine. La aparición de Luke (con el original de Mark Hamill), sirve para que su espíritu, que rondó a lo largo de todo el filme, materialice y nos plantee, no de forma somera, los pasos que se darán en el Episodio VIII.

Otro punto a favor fueron los escasos, en comparación a la trilogía anterior, efectos especiales. Este fue otro acierto de Abrams, quien prefirió los escenarios naturales o de estudio, dejando el fx para los momentos en los que la película lo requería, como las clásicas persecuciones de naves espaciales, las dos espadas de luz que se muestran, y algún que otro personaje computarizado. Este logro ya había sido anunciado durante el rodaje y es una de las principales diferencias con respecto La Amenaza Fantasma, recordada por aquella mega batalla con animación.

La Fuerza se ha despertado y se espera que, una vez levantada, se convierta definitivamente en lo que supo ser, para que los episodios del futuro tengan esa magia, que rozaba lo filosófico, que llevó a miles de fanáticos a despedirse con un “Que La Fuerza te acompañe”.//∆z