El Grupo de Investigación Interdisciplinaria sobre el Heavy Metal Argentino (G.I.I.H.M.A.) interviene, de manera colectiva y apasionada, en el ámbito académico a partir de un análisis sobre el  metal nacional. El objetivo es claro: el asesinato simbólico de Ricardo Iorio, su padre fundador.

Por Pablo Díaz Marenghi

“Vengan todos / acá hay un lugar / junto a la brigada del metal”, cantaba Alberto “Beto” Zamarbide en la canción “Brigadas Metálicas” de V8. El año: 1983. El heavy metal terminaba de consolidar su versión argentina, luego de la pesadez de bandas bluseras como Pappo, Manal o Billy Bond y la Pesada. Un grupo de licenciados en letras, docentes y comunicadores decidió tomar al metal “como motor y matriz de observación de una realidad siempre cambiante y dura”, y así nació el G.I.I.H.M.A (Grupo de Investigación Interdisciplinaria sobre el Heavy Metal Argentino). Ya llevan dos libros publicados: Se nos ve de negro vestidos. Siete enfoques sobre el heavy metal argentino (2016, La Parte Maldita) y Parricidas: mapa rabioso del metal argentino contemporáneo (La Parte Maldita, 2018). Este segundo volumen los encuentra con una prosa más robusta y un enfoque puesto en los emergentes metálicos de los últimos tiempos. Sobre todo, y ya desde su título, sostienen una tesis que no está exenta de críticas pero que se arriesga sobre el aquí y ahora para tomar una posición: la necesaria muerte simbólica de Ricardo Iorio, en función de sus posicionamientos misóginos y fascistas de los últimos tiempos y para que el metal pesado argentino pueda evolucionar hacia algo superador.

En “Las cosas se aprenden de chico: la infancia a través de los consumos culturales y el heavy metal”, Luciano Scarrone plantea un cruce entre infancia y música pesada, con los Heavysaurios como principal objeto de análisis. Este enfoque, tal vez, peca de ser algo caprichoso, pese a que se presentan una serie de ejemplos tales como citas de algunos videoclips o algunas letras. No termina de comprenderse la ligazón que el autor plantea entre dicho género y la subjetividad infantil que, si bien puede ser interpelada por un grupo como los Heavysaurios, pareciera formar parte de un fenómeno peculiar antes que de una norma de un sistema o regla generalizada. El metal no parecería ser, más allá del relativo éxito de los dinos originales (made in Finlandia), la banda sonora de la infancia. Como acierto cabe destacar la problematización que realiza el texto en torno a las diferentes miradas que el metal tiene sobre la juventud como víctima de la violencia en canciones como “Niño Jefe”, de Almafuerte,  “Niño Fumigado”, de Raza Truncka, o “Mi Falta de Fe”, de Plan 4. Esa pulsión propia del metal, que el G.I.I.H.M.A. se encarga de exaltar con su trabajo analítico, aparece también en un grito contra las injusticias sociales hacia los más pequeños.

Noelia Adamo, en “Mujeres Metálicas. Reflexiones en torno a la mujer en el heavy metal argentino”, realiza una justa reivindicación de la mujer dentro del género. Toda una declaración de principios en épocas de realce del movimiento feminista y las reivindicaciones de género a nivel global. Adamo interroga las diferentes construcciones de las “mujeres metálicas”, siempre machistas y misóginas: desde la omisión lisa y llana, pasando por la figura andrógina o una mujer más ligada al metal sinfónico/nórdico donde el más claro ejemplo es Tarja Turunen (ex Nightwish).

Es interesante el planteo que realiza en torno a Carina Alfie, prestigiosa guitarrista, quien suele tocar como invitada de Iorio, y este, cual padre fundador, le “abre la puerta” al género a partir de su canción “Guitarrera”, de su disco solista Atesorando en los cielos (2015). La autora se encarga de aclarar que Alfie se abrió las puertas por sí misma, a base de talento y esfuerzo. Se embandera dentro de una tradición contemporánea de empoderamiento femenino. Sobre el final, dispara: “Hoy somos sujetos activos que generamos nuestros propios espacios de expresión, de ira, de placer, de libertad”.

Manuel Bernal hace foco en la cuestión del territorio. Más precisamente, en la Patagonia argentina. Al igual que el crítico cultural Norberto Cambiasso en su libro Que cien flores florezcan (Gourmet Musical), analiza texto y contexto. El heavy metal patagónico, explica el autor, está configurado y atravesado por su lugar de origen, su historia, sus raíces y afluentes. “Los herederos de los pueblos nativos hacen suyo al heavy metal y desde él construyen un dispositivo de expresión en el que la historia, sus derrotas y resistencias, ocupan un espacio protagónico”. Allí se cuela una ineludible relación con los muertos caídos en la actual resistencia indígena/patagónica (Santiago Maldonado, Rafael Nahuel) y emerge, escrito en letras de tipografía catástrofe en la historia de la música popular argentina, el nombre de Rubén Patagonia, con su aura de cacique y el vozarrón que ha acompañado a tantos artistas notables de rock y folklore. Bandas como Kelenkén, Werken o Neyén mapu son analizadas en relación a los tópicos de sus letras, su relectura de la historia de la explotación indígena y la peculiar relación que se establece entre sus modulaciones a la hora de cantar y los aullidos de guerra indígenas. Casi como una proclama nativa que se electrifica al compás de los pesados vestigios del heavy.

La segunda parte del libro (Poéticas, micropoéticas y lenguajes) profundiza aún más la lectura sobre el escenario pesado contemporáneo deteniéndose en cuatro tópicos centrales: el cine del heavy metal, Carajo como el gran vencedor metálico post 2001, Raza Truncka y Asspera como exponentes de la irreverencia dentro del género y el stoner entendido como una relectura de la obra de Norberto “Pappo” Napolitano.

En “La memoria proyectada…”, Gito Minore analiza cómo el heavy metal se introdujo en el cine nacional. Desde la transmisión histórica del IV BA Rock con la inefable frase de Ricardo Iorio (“¡Parcas sangrientas y los hippies que se mueran!”) hasta el máximo exponente del cine heavy: José Celestino Campusano. Sus películas se componen de historias de trabajadores melenudos que transitan paisajes desoladores, visten camperas de cuero y andan en motocicletas. Minore plantea, al igual que todos los ensayos, un asesinato simbólico del padre fundador del metal argentino, y justifica esa omnipresencia en los relatos audiovisuales metálicos por su encarnación del gen argentino: “La ‘argentinidad’ de Iorio opera redondeando a su favor la creación del mito”.

Diego Caballero analiza a Carajo como la banda pesada más notable de las nacidas en el siglo XXI. Analiza su origen a partir del estallido de A.N.I.M.A.L y plantea un dilema en torno a su identidad: ¿son, realmente, una banda de metal? ¿Cumple con todos los requisitos? El autor deja en claro que las etiquetas son cosas del pasado, en tiempos de “sociedades líquidas” y de un “estallido de representaciones” generalizado. Notable el contrapunto que plantea entre “Color Esperanza”, de Diego Torres, y “Sacate la mierda”, canciones que sirven para musicalizar el 2001 desde veredas diametralmente opuestas: optimismo, manuales de autoayuda y “revolución de la alegría” por un lado; asamblea, grito desaforado en las calles y unidad de los trabajadores por el otro.

La primera parte del análisis de Juan Ignacio Pisano se emparenta por lo escrito por Manuel Bernal: la mutación en el heavy metal es, en este caso, una ligazón con sonidos tradicionales argentinos y latinoamericanos como el folklore. El ejemplo es Raza Truncka, banda que le canta a los niños fumigados y se agrupa detrás de las banderas negras del metal y el poncho de José Larralde. El autor evidencia que el metal trabaja, de manera ineludible, la resistencia tanto en su sonido como en sus líricas: “el metal ha sido, en sus mejores versiones, un cuestionamiento dirigido al centro de lo que aquieta para dinamizarlo, ponerlo en duda, infundirle vida”. En el mismo artículo, Pisano analiza a Asspera como una banda que no solo transgrede los patrones del metal sino que, también, se burla, ridiculiza y atraviesa los límites de lo políticamente incorrecto a partir de una propuesta ficcional (identidades falsas, letras bizarras y escatológicas). Lo que el autor visualiza como disruptivo y transgresor, en el mismo libro es cuestionado por otro integrante del G.I.I.H.M.A. Una prueba cabal de la pluralidad y el respeto que maneja el grupo a la hora de dar debates incluso hacia adentro del mismo órgano.

En “Tributo a Pappo. Reescrituras y profanaciones en el movimiento stoner criollo”, Emiliano Scaricaciottoli analiza las relecturas del rock desértico y letárgico oriundo del Palm Desert californiano en el suelo argento a partir de Los Natas primero y de Sauron/Los Antiguos después. Las bandas de Pato Larralde (quien escribió la contratapa de este libro) son enaltecidas y señaladas como continuadoras de la obra del Carpo, quien, según Scaricaciottoli, es el eje fundamental de la versión local del stoner. En otras palabras: “las conexiones micropoéticas del stoner local con las propuestas de Pappo a la hora de pensar las ciudades y los campos, los desiertos y las multitudes son innegables y tortuosas”. El análisis de lo desértico es total: desde la relectura argentina, tamizada por la visión sarmientina civilización/barbarie, hasta el análisis de un stoner factoría Natas que no plantea la evasión en loop, más bien lo contrario. A la vez se reactualiza la figura de Pappo también en un sentido parricida, una muerte simbólica que también lo reivindica: “Matar a Pappo es reivindicarlo en cada ‘paraíso de dolor’ que Pato Larralde edifica en sus textos”.

Mediante un sistema variopinto y amable de citas bibliográficas (amplio y para nada expulsivo con el lector foráneo al mundo académico), Parricidas enriquece la lectura sobre el heavy metal vernáculo y logra forjar, como se dijo, un hilo conductor potente que atraviesa a todos y cada uno de los presentes ensayos: la muerte simbólica -el parricidio- de Iorio. El padre fundador del metal, creador de los mitos originarios, cabeza de las principales bandas pesadas de la historia argentina (V8, Hermética y Almafuerte), es sacrificado por sus recientes devenires fascistas, ajusticiado tanto por las bandas actuales que dejaron de reivindicarlo como por los analistas del G.I.I.H.M.A, que van más allá de su figura y problematizan el presente. Quizás en algunos pasajes del libro sea excesivo el análisis letrístico y fuera necesaria una indagación más profunda aún en la cuestión sonora (se nota una formación en análisis del discurso, propia del ámbito de las letras en el grupo), pero a pesar de esto la propuesta es superadora. Con un uso de la primera persona y sin tenerle miedo a la valoración subjetiva (más bien lo contrario, reivindicándola), analizan el metal y sus avatares desde las tripas.

Emiliano Scaricaciottoli sostiene en su último ensayo que “el acto de parricidio, de alguna manera, es la orientación de un linaje”. El G.I.I.H.M.A, mediante un sólido corpus ensayístico y una constante apertura al debate, reafirma esta premisa visualizando, desde el análisis, el discurrir del metal argentino contemporáneo, mientras las bandas profanan el cadáver, ya en descomposición, de su progenitor. //∆z

Parricidas. Mapa rabioso del metal argentino contemporáneo, de Emiliano Scaricaciottoli (comp.)

La Parte Maldita, 2018

146 páginas.