Bob Mould se presentó en Argentina junto a Autopista y Valle de Muñecas en una noche de punk y power pop caliente que quedará en la historia.

Por Claudio Kobelt
Fotos por Nadia Guzmán

El pasado jueves 3 de octubre tuvo lugar una velada inolvidable, de esas a las que en el futuro todo el mundo jurará haber asistido y que sólo algunos tuvimos la dicha de presenciar: el impecable e inolvidable show de Bob Mould en Argentina.

Todo comenzó alrededor de las 19:30, cuando el grupo local Autopista se encargó de abrir el escenario con canciones como piñas calientes, y así de arranque y bien temprano. “El Baile de la muerte” y “Estrellándonos” son los primeros temas que estallaron en el aire generando calor para algunos pocos y tempraneros asistentes. Le siguieron “Todo está bien”, “Olvidándote” y “Chica Espacial”, enérgicas y melancólicas melodías que ponen a los Autopista entre los mejores alumnos del tío Mould y su punk pop alternativo. “No tengo amor” y la referencia a Weezer, la velocidad fulminante de “Felicidades, muerte y destrucción” y el ritmo trepidante de “Congo” certifican la potencia del ahora quinteto, que corre a toda marcha en los golpes bestiales de su baterista y el afilado trabajo de guitarras, sin dejar de mencionar la dulce pero briosa voz de Ale Lago y la correcta labor de la bajista en los coros.  Parados frentes a una nube roja, los Autopista agitaron las cuerdas y gruñeron sus melodías de amor con el acelerador a fondo sin dejar la pureza del sonido de lado. La despedida llegó de la mano del hitero “Tan Sensacional”, tema que da nombre a su primer disco, y cuando el telón amagó a cerrarse, atacaron con una furiosa versión de “Isla de Encanta” de Pixies, urgente y precisa, dejando claro ser un grupo con tanta proyección como talento y energía. El escenario ya se encontraba caliente y la noche recién empezaba.

No mucho después, llegó el turno de Valle de Muñecas, quienes arrancaron con la ya conocida “Días de suerte”. Con el correr de las canciones, quedaba clara la idea que este es un grupo que mantiene su esencia pero sin dejar de darle siempre una vuelta más al sonido, a la melodía, a la canción. La voz fusionada de los hermanos Esain es quizás la flor que más brilló en ese campo sonoro. La comunión de ambas voces y su dulce aspereza es el espíritu y el corazón palpitante de esa máquina de rock sensible y agudo que son los Valle. También pasaron el clásico “Tormentas”, resignificado en un country desbocado de cantina y pelea, y “Game Over”, que con su ritmo contagioso y su impetuosa melodía se adhiere de inmediato al oyente, y se pega a la memoria con la fórmula de las grandes canciones de rock. Y como las últimas olas de una marea delicada y gigante que todo lo inunda, el cierre con la melancólica “La soledad no es una herida” y la hermosa “Vamos al cine” dejan los cuerpos y los corazones despiertos para la noche por venir.

Y de pronto, allí estaba, en nuestro país, en el escenario de Vorterix, y en formación power trío, el enorme Bob Mould. Enorme no por su tamaño, sino por su leyenda, por su aporte invaluable a la música de rock de los últimos años al frente de grupos hoy de culto como Hüsker Dü y Sugar, inmerecidamente olvidados pero que han hecho mella en toda la generación grunge y todo grupo alternativo que se precie de tal. Apenas arrancó el show, el pogo estalló. La voz de Mould se encuentra sólida y poderosa, con ese particular timbre de voz que no decaerá ni se agotará en ningún momento de la noche. Un sólido bloque de canciones de Sugar para comenzar hizo vibrar al público que cantó, saltó y coreó cada riff con la garganta hinchada de emoción. No hay pausa entre tema y tema, y mientras una canción terminaba de sonar, otro nuevo ataque punk se construía sobre los sonidos del anterior. Jason Narducy castigó a toda prisa y sin pausa las cuerdas de su bajo, y el baterista Jon Wurster (los don son miembros de Superchunk) fue el reloj rítmico de una bomba a punto de detonar, fluyendo certero y frenético, mientras el gran Bob sudaba a mares y cantaba como si fuera la última vez que pudiera hacerlo, dejando el alma en el micrófono y en cada palabra que disparaba.

La energía que corrió por el teatro en esos momentos fue rabiosa e imparable. Entre el público, y a veces en el pogo, pudo verse a miembros de Tormentos, 2 Minutos, Valle de muñecas, Error Positivo, Autopista, Pez, Placard, y varios más. Claro, el padre de toda una nación alternativa estaba gritando allí sus himnos, y muchos de estos grupos serían claramente distintos sin la gloria y el legado de Hüsker Dü en la historia musical. También hubo espacio para varios de los temas de su último disco solista, Silver Age, recibidos como el resto de los clásicos, y cantados y bailados sin detener la marcha. Los brazos en alto aclamaron durante toda la noche al ídolo de la camisa a cuadros, y la alegría de los asistentes era imparable y resultado directo de lo que esas tres bestias escupían desde el escenario. Velocidad y canción, punk y melodía, una libertad y una pureza casi animal, salvaje, viva.

El sonido fue impecable, y Bob y los suyos le sacaron chispas al aire como una ametralladora de canciones, letales, claras, implacables. Siguiendo el precepto punk, Mould no es un guitarrista pirotécnico, de solos larguísimos y exhibicionista, es un peleador aguerrido que rockea sin cesar brindando el sonido agudo y profundo que este grupo y sus canciones necesitan. Y como un fenómeno eléctrico, alterna/continua, los cuerpos se electrizan al paso de su sonido.

Tras una descarga imparable de canciones de Hüsker Dü, los músicos se retiraron del escenario dejando solo a Mould, quien se quedó gritando mientras un riff se sontenía y  acoplaba en loop. No hay necesidad de pedir bis: sin dejar que el loop haya terminado los músicos vuelven y arrancan de inmediato a tocar, como si nada hubiera pasado, regalando los tres últimos temas de la noche y estallando un pequeño infierno en plena ciudad. El paso de Bob Mould por Buenos Aires será inolvidable, solo comparable a aquel de Dinosaur Jr. el año pasado, con el acople y el calor sonando en la memoria por siempre, y esa velocidad en alerta roja de punk. Un estado de emergencia urgente, sin  pausas, sin tiempo para afinar, ni posar ni hablar, solo seguir echando leña al fuego, y que nunca deje de arder.

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