El cantante y guitarrista Nicolás Kramer habla sobre el pasado, presente y futuro del grupo.
Por Lucas González
Fotos por Agustín Dusserre, Mati Castro y Pedro Fernández
Probablemente, Jaime Sin Tierra sea una banda que tiene más ruido que oyentes fieles. Por lo menos así lo considera Nicolás Kramer, uno de los artífices del conjunto. Se trata de un nombre que flota y que está instalado en el inconsciente colectivo de la escena local, gracias al culto de los seguidores y a la aprobación del periodismo. “Hay mucha gente que recién ahora escucha los discos o se interioriza sobre lo que hacemos”, considera el cantante y guitarrista del grupo que volvió a tocar en 2017, tras doce años de inactividad, y que desde entonces no paró. ¿Ni piensa hacerlo?
Kramer cuenta que, luego de dos actuaciones en La Trastienda, no querían volver a Capital Federal. O no de manera inmediata. Había que apaciguar las aguas. “Sentíamos que la onda expansiva de los shows, que fueron muy movilizantes, todavía seguía irradiando”, dice. Por eso la fecha que se avecina, en el Teatro Vorterix, el miércoles 12 de diciembre, es tan significativa: además de ser la primera en la Ciudad después de doce meses, es de las más importantes en cuanto a dimensiones y convocatoria.
Más allá de esto último, Kramer no considera que la propuesta varíe demasiado en relación al espectáculo que montaron en sedes como La Plata, Córdoba, Mendoza, Chile y Uruguay. “Somos los anfitriones y podemos ofrecer el contexto que queramos. No tenemos que rendir cuentas artísticas ni estéticas. La adaptamos únicamente a nuestros caprichos”, admite, y sostiene que estarán los climas que disfrutan generar y los tiempos que eligen tomarse entre tema y tema. “No sentimos ninguna limitación”.
ArteZeta: ¿Considerás que hay una revalorización de Jaime Sin Tierra por parte de la prensa?
Nicolás Kramer: Por un lado sí. Me doy cuenta de que hay una mirada retrospectiva por lo que hacíamos, que no sólo tenemos el público y nosotros. Es gente interesada por retomar lo que significó la banda en su momento, y por lo que pudo haber pasado en el tiempo en el que no estuvo activa. Anteriormente hubo un interés por parte de los medios, pero hay que ponerlo en contexto. Sin las plataformas digitales, la difusión de la música era artesanal y mucho menos democrática que ahora, al menos en términos de alcance. Sin embargo, entramos en un circuito, instalamos un nombre que mucha gente tiene, pero al que por ahí no le prestaron mucha atención.
AZ: ¿Cuál es el balance que hicieron post Trastienda?
NK: Si bien hubo varios, coincidimos en que nos renovó las ganas de llevar el show a distintas provincias o países. Tampoco había planes más allá de esas dos fechas. Por eso la experiencia fue profundamente emocionante y grata, ya que sentimos que había una cuota de cariño muy grande por parte del público. Nos conmovió mucho.
AZ: Aclaraste en más de una ocasión que estás muy conforme con lo que sucede, que con este presente les alcanza. Sin embargo, tu hermano, el guitarrista Sebastián Kramer, planteó el año pasado que si llegaran a continuar sería porque aparecen nuevas canciones.
NK: No hay certezas todavía. En ningún momento nos sentamos a componer ni a conversar sobre la posibilidad de sacar otro trabajo. No nos lo planteamos. Realmente hay una cuestión de ir paso a paso, porque el centro de nuestra actividad cotidiana no gira únicamente en la música. Ninguno de nosotros dice “volvamos a poner toda la energía en esto”, como sí hicimos en otro momento, cuando estábamos profundamente enfocados y era nuestro proyecto vital. Sin embargo, es cierto que la banda funciona como un motor muy importante.
AZ: ¿Entonces?
NK: Mi sensación es que hay un ciclo que se cierra en el Vorterix, un final de recorrido. Al mismo tiempo, es el punto de llegada de un año que nos tuvo por muchos lugares, y lo que se abra de acá para adelante no lo pienso demasiado. No tengo una respuesta clara ni tengo una exigencia al respecto. No hay un “tenemos que” o “deberíamos tal cosa”. Es más, mi energía creativa y compositiva está puesta en El Robot Bajo el Agua, proyecto con el que acabo de masterizar un sexto álbum.
AZ: ¿Cómo fue llevar adelante esas dos líneas de trabajo?
NK: No sé bien de qué modo, pero las dos cosas convivieron. Jamás se tironearon. Al mismo tiempo, fue el bache más grande que tuve a nivel producción musical. El anterior disco que saqué, que también fue con El Robot, tiene ocho años (A dolores que percibió la grandeza). Lógicamente, en el medio me pasaron un montón de cosas, en todos los niveles. Tanto que no sabía si iba a sacar otro álbum. De repente, tenía una cantidad de canciones suficientemente convocantes como para armar una producción.
AZ: ¿A qué le atribuís ese bache?
NK: No lo sé. Después de vivir varios años en España, vuelvo en el 2010 y publico el disco. Lo tocamos durante dos años y luego la energía no estaba disponible para esto. Yo funciono intuitivamente con respecto a cómo dosificar la creatividad.
NK: ¿Siempre fue así?
NK: No, sobre todo en época de JST, donde la energía se presentaba de un modo más explosivo. Estaba ligada a la post adolescencia y a un momento de ebullición vital, propio de los ‘90. Fue la etapa más activa que tuvimos. Era todo bastante más desordenado, más caótico. Estábamos mucho más inquietos, queríamos hacer, grabar, tocar. El proyecto que más nos convocaba era ese, junto con el trabajo, el estudio y cosas que hacíamos. Sabíamos que JST funcionaba como un refugio, y a la vez como una usina.
AZ: Toda esa etapa coincidió con la publicación del primer LP, El avión ya se estrelló y yo sigo volando (1997), cuando eran más “lanzados”, como sugeriste alguna vez.
NK: Probablemente era menos reflexivo con respecto al acto de componer o grabar. Habiendo transcurrido la mitad de mi vida (ahora tengo 40), siento que escribo de otro modo, desde otro lugar. Es menos impulsivo. Por ejemplo, lo nuevo de El Robot lo empecé cuando sentí que estaba para ser grabado, había un grupo de canciones que ya estaba tomando la forma. Si eso no sucede, puedo estar sin grabar, que fue lo que pasó en estos años. Nunca me planteé los discos en términos de una carrera artística, la cual considero que se construye como resultado de esas obras.
AZ: Pese a que la música de Jaime Sin Tierra es asociada con la melancolía, te encargaste de recalcar que tiene un costado luminoso que suele pasar desapercibido.
NK: Probablemente, en un escucha superficial lo primero que se capte sea “ah, este flaco está hablando de su tristeza, autocomplaciéndose”. Creo que hay algo más profundo en contactar con determinados sentimientos, de ahí lo luminoso de la experiencia. Para mí, el ejercicio de volver a tocar las canciones de Jaime es un acto de profunda luz. Aunque me suena trillado y medio vergonzoso en palabras. ¿Por qué estamos tocando? Es la pregunta recurrente, y no hay un motivo. El por qué es una pregunta que apunta a la mente. No necesitamos una justificación, lo sentimos. Interpretar las canciones de nuevo pone en movimiento una circulación emocional y comunión con la gente que es lo más hermoso que nos pudo haber pasado.
AZ: Hablás de revisitar canciones y Tren (2003) fue un disco que no tuvo un recorrido muy extenso, ya que coincidió con el impasse de JST. ¿Qué opinión tenés sobre este material?
NK: Mirado en retrospectiva, es una postal de cómo estábamos, cuáles eran nuestras inquietudes y limitaciones. Si bien cada uno tiene su impronta, Tren es una especie de laboratorio sonoro, que está mucho menos enfocado en la canción en sí misma. Es más experimental, con más atención en lo instrumental. Y me gusta mucho. Durante bastante tiempo no escuché los discos de JST, y este fue uno de los que más gratamente me sorprendió. Era mucho más rico de lo que recordaba. Fue el primero que hicimos sin Sebastián: aprendíamos a funcionar de otra manera. Además, refleja bastante bien lo que cada uno continuó en sus trabajos como solistas.
AZ: ¿A qué te referís?
NK: Creo que tiene mucho de toda la música instrumental que hizo Juan (Stewart, bajista). Hay una semilla, como sampleos, colchones de sonidos, loops, melodías que podría cantar una voz y que lo hace un instrumento. También en lo de Javier (Diz, baterista), que sacó varios discos con Jackson Souvenirs y que tienen esa cuestión de lo atmosférico y de la búsqueda de pasajes sonoros.
AZ: ¿Y en tu caso?
NK: No tanto, porque los dos primeros discos de El Robot, que los publiqué al mismo tiempo (La óptica espacial desde el corazón y Destrabando la palanca, 2004), fueron una especie de vuelta al formato canción realizado con tres acordes. Un acto de simplificación brutal.
AZ: ¿Había una necesidad interna por desmarcarte de tu paso por JST?
NK: En realidad, tampoco fue buscado. Los recursos en aquel momento eran esos: una computadora, un micrófono. Estaba a punto de mudarme a España y no quería irme sin que los discos salieran. Aunque no estuvo pensando, fue actuado de ese modo. Luego salieron y con los años hicieron su camino, de la misma forma que ocurrió con los de Jaime.
AZ: Y de manera orgánica, porque no hubo ninguna radio y tampoco una discográfica detrás de esto.
NK: Absolutamente. De hecho, somos muy malos gestores de nuestra obra. A los discos los sube gente en modo privado o filman los videos. Hay un modo de apropiarse de las canciones que es maravilloso, que nos emociona. No hacemos algo masivo ni popular. Tampoco somos hacedores de hits, aunque el tiempo puso alguno de nuestro lado. //∆z