A diez años de su lanzamiento, un repaso por el disco debut de 107 Faunos, una de las bandas que le dio impulso a una nueva escena independiente argentina y a una generación de músicos y público que creció al calor del kirchnerismo. 

Por Lucas González y Juan Martín Nacinovich

La tragedia de Cromañón el 30 de diciembre de 2004 fue un punto de inflexión álgido en la historia del rock nacional: dejó 194 muertos y un inevitable y pronunciado declive del rock barrial, sumado a la clausura de los pocos lugares disponibles para tocar en Capital Federal, con Cemento a la cabeza. La escena estaba detenida. Era menester un cambio de aire, de renovación generacional. Desde el sur del Conurbano Bonaerense y La Plata una camada de jóvenes se apropiaba de la cultura DIY (Do it yourself) estadounidense mientras se colgaban los instrumentos al hombro y elevaban la antorcha indie que dejaban Suárez y Peligrosos Gorriones. Años más tarde, la banda fundacional insignia de la nueva movida independiente, El mató a un policía motorizado, plasmaría aquella premisa de forma indeleble en la canción “Más o menos bien”, de La Dinastía Scorpio (2012): “Amigos, formemos una banda de rock ‘n roll/ guitarras guardadas en el placard/ Ahora somos nuevos creadores de rock ‘n roll / tranquilos, todo va a estar más o menos bien.”

Pero antes de aquella explosión necesaria, casi todo era ingenuidad y frescura. Nacían y morían bandas como Grupo Mazinger, Ned Flanders, Aneurisma, Coleco 3 o El Destro. Tocaban pocas veces, compartiendo integrantes, rotando: de ese primer germen posteriormente nacieron El Mató, Koyi y 107 Faunos, entre otros. “Nosotros sólo queríamos hacer música. Con nuestras reglas, como nos saliera, manteniéndonos lejos de todo lo que no fuera nuestra música. Éramos un grupo de amigos que estaba en la misma, que formamos el sello Laptra en esa época, y antes veníamos haciendo música juntos, con un montón de bandas”, dice Javier Gato Sisti Ripoll, de los 107 Faunos, en diálogo con ArteZeta.

Los días dorados

En 2006 Gato formó una suerte de tándem con Miguel Ward: “Empezamos a ensayar juntos unas canciones que teníamos a medio dominar y fuimos completando con ideas suyas mis canciones, con ideas mías las de él, y le dimos forma a un grupo de más de diez”. Si bien no había una alineación definida, enseguida se sumaron otros participantes: Gastón Olmos en percusión y batería, Carolina Figueredo en bajo, Ramiro Mendi en guitarra y Pablo Iveli en teclado. La banda comenzó a tocar sin tener ningún trabajo oficial editado, a veces con invitados como Reno, Willy de El Mató o Mora Sánchez Viamonte, actual tecladista de los Faunos, que se sumó durante el final de la grabación del disco debut. “Había una tendencia a la duplicación. A mí me invitaron a tocar una vez que Pablo no podía, porque estudiaba medicina y tenía horarios y tiempos más serios. Les copó y quisieron que me incorpore, así que quedé tocando junto a él. También estaba Willy: había dos baterías en escena”, señala Mora. Y sobre la primera época, amplía: “Era un grupo bastante disfuncional, todos muy peculiares. Para mí, era súper divertido porque eran mis amigos, mi familia, la gente con la que te gusta hacer ese tipo de cosas”.

Todo ese ambiente germinaba dentro de un nicho que, más rápido que tarde, mutó a mayor escala. Carolina Figueredo opina que “había un todo por reconstruir luego de la caída del rock chabón y podría haber sido Laptra o el sello Triple RRR de zona Sur, o alguno de Córdoba. Había una necesidad y una urgencia. Ellos encarnaron esa significación de época”. Se tocaba mucho en casas, fiestas y salas de ensayo. Entre la crisis del 2001 y Cromañón, la ciudad de las diagonales todavía no tenía la infraestructura necesaria para albergar una escena. “Era divertidísimo todo el asunto de compartir fechas con bandas amigas. Tocar no era un fin para llegar a algo. Era un fin en sí mismo. La música era un fin en sí mismo”, admite Gato.

Hubo un cumpleaños de Shaman Herrera donde desfilaron quince bandas de La Plata. Se consolidaba una nueva generación con Shaman como brújula, con la aparición de Prietto, Sr. Tomate, los Tía Pastafrola (posteriormente La Patrulla Espacial), Viva Elástico, Los Reyes del Falsete y, desde capital, Go-Neko! con su artillería kraut. “Era todo más inocente, espontáneo, no existía la escena”, rememora Gato sobre esa autenticidad temprana. “No estaba ese germen del profesionalismo, había mucha menos cantidad de dinero en juego, entonces, había menos competencia y más compañerismo”. Miguel Ward recuerda que “era muy divertido y tan frágil y precario que hasta el olvido de unos palillos de batería podía suspender una fecha”.

Abrazando al caos para fundar un orden distinto

Inspirado en Marcel Dzama, un ilustrador caracterizado por confeccionar un universo de fantasía de animales humanizados y oscuridad aterradora en colores pastel y trazos suaves y alegres, Gastón Olmos, que venía del Bellas Artes, fue el encargado de confeccionar el arte de tapa para el primer álbum de 107 Faunos. “Tenía como 50 dibujos que había hecho a lo largo de los años. Era todo muy crudo, algunos pintados a mano”, dice. “Un día nos juntamos en lo de Gato para decidir cuál usaríamos: los tiramos en el piso, en la mesa, en todos lados y quedó el de la chica con el caballo para la tapa y el de la invitación de cumpleaños en la contratapa”. Con los años, de acuerdo al ilustrador, hubo quienes se coparon tanto o más con los faunitos que con las canciones del combo platense.

Ya tenían la tapa, el estudio (El Tímpano), el encargado de grabar (Juan Novello) y, por supuesto, las canciones. Según Ward, estas últimas “surgían como un goteo, una insistencia; como un error no forzado de tenis que pasa la red cagando y se convierte en un tanto hermoso”. Sobre esa explosión creativa, Gato confiesa: “La espontaneidad con la que salieron las canciones del primero, segundo y casi las del tercero fue como mágica, un chispazo que no me volvió a pasar nunca. Después nos quedamos secos, yo estuve sin componer un montón de tiempo, hasta que salió Últimos días del tren fantasma (2014)”.

Admite Ward: “Estábamos días, horas y semanas ensayando, improvisando y dándole forma a lo que iban a ser las canciones del disco, rotando instrumentos con intuición y algarabía; había algo infinito en todo eso”. Carolina Figueredo evoca el espíritu de época con la creatividad como punta de lanza: “Lo que rescato como un valor súper positivo de toda esa movida, al margen de la autogestión, estandarte que se estudiará incluso académicamente, era la cuestión de la horizontalidad y la libertad creativa”. Con una prosa concisa y una retórica marcada, los Faunos esculpían pequeños universos tan poéticos como caóticos. A contracorriente, desde cierta vanguardia instintiva e irreverente, se gestaba el núcleo madre del indie lo-fi local. Sin saberlo, se convertían en una pieza clave para entender la nueva escena independiente. Lejos de las grandes FMs y los conciertos multitudinarios, su obra se emparentaba a la de algunas bandas consideradas de culto.

“Cuando hice los Faunos tuve como modelos todos grupos de culto que terminaron en la miseria y nunca llevaron mucha gente: Television Personalities, Galaxie 500. Capaz si te retiras y volvés… Flaming Lips me gustaba mucho: ellos triunfaron. Nosotros nunca dimos ese viraje tan comercial”. En esa dirección, Gato hace mea culpa sobre la desprolijidad de 107 Faunos durante los primeros años y entiende cierto desprestigio: “Sé que la banda es escuchada y es conocida por muchas más personas de las que la van a ver. Pero la gente va a lugares donde va gente. Cuando ven que una cosa parece medio fría, solitaria y bizarra dejan de ir. Nosotros fuimos bastante desprolijos en un principio. Es más, recién hace tres o cuatro años que tenemos sonidista y tocamos en lugares que tienen mejor sonido”.

Amor y odio, devoción y hostilidad

El recibimiento fue ambiguo. Natalia Drago, uno de los baluartes de Laptra al frente de Srta. Trueno Negro, lo explica de la siguiente manera: “A los Faunos la gente los ama o los odia. Eso es interesante porque refleja lo que buscan, te guste o no. Te dicen que son inmaduros, chiquilines, pero yo tengo otra lectura. Cuando escuché el disco, entendí ese concepto despojado y bastante arriesgado que habían creado. Con la actitud también, era súper interesante y rupturista para el momento”. Tifa Rex, baterista de Los Reyes del Falsete, otra de las agrupaciones que irrumpió hace más de una década, enfatiza: “Nos encantaba, nos volvimos locos. Había algo en las letras que nos atrapaba mucho, la simpleza con la que hablaban. Todo se hacía con más inconciencia y fluidez, no había planeamiento”. El efecto faunil tuvo repercusiones en el devenir de Los Reyes: “La salida de ese disco nos motivó mucho a grabar. Ellos se metieron y salió así, natural. No era una banda profesional en un estudio profesional. Era un grupo de amigos, una pandilla, que grabaron un disco de canciones hermosas”.

La prensa especializada también dividió las aguas. Por un lado, el disco salió entre los mejores trabajos del año en la revista La Mano, en Inrockuptibles y algunas publicaciones web. “La Rolling Stone no tiene la más puta idea de nada, así que ahí no salió”, dispara Gato. También, desde cierto sector surgió un encasillamiento que se encargaba de unir esta nueva oleada con retazos del ya menor rock chabón. Apareció el mote de indie cabeza. Dice Gato: “Nos trataban de cabezas a nosotros que tenemos formación universitaria. ¿Por qué éramos cabezas? Porque no éramos chetos… el indie tenía y tiene una cosa medio cheta. Pero era una diferenciación medio burda entre bandas como Jaime Sin Tierra o Mi Pequeña Muerte, que son rubios de casualidad, no es que son chetos, son pibes como nosotros y son amigos. No es que son de la realeza”. Y amplía, filoso: “No me siento parte de ningún movimiento que sea cabeza voluntariamente. A lo sumo somos unos instrumentistas medio rústicos y un cantante un poco atrevido, porque cantamos sin utilizar técnicas canónicas”.

Al fin culmina bien su forma

Los eventos transcurren, se amontonan y toman forman con el tiempo, el factor que todo lo relativiza. Sin perspectiva, es difícil ser consciente de que se está haciendo algo grande, pero a la distancia las cosas se acomodan. Como el lugar que ocupa el debut discográfico de 107 Faunos. Para algunos es un álbum fundacional, en lo que al indie lo-fi argentino se refiere, que abrió puertas e inspiró a toda una camada. Tener una banda, sacar un disco y salir a tocar era posible. Ellos eran la prueba.

“No me gustan mucho el revisionismo ni la nostalgia. Pese a ello, creo que las canciones todavía emanan una frescura que se parece al momento que sigue al tercer rebote en un trampolín”, indica Ward y asume que fue genial hacer ese disco y dejar una marca en quienes lo escuchan y han hecho de esas canciones parte de su existencia. Y completa: “Recuerdo una tarde cuando Gastón paró de golpe un ensayo, mientras tocábamos “El Elmo”. Se había emocionado tanto que tuvo que salir al pie de una escalera, fumarse un pucho y mirar las nubes; ahí me di cuenta que estábamos haciendo algo bueno”.

Olmos coincide en el diagnóstico de Ward, y va un paso más allá: “Si mil años después tuviéramos que hacerlo de nuevo, sabiendo lo que pasó, haríamos lo mismo, aunque tuviésemos más plata”.

Para Mora el álbum debut incluye canciones súper potentes, himnos buenísimos, que disfruta como si fuera público. “Tiene esa frescura de los primeros discos. Lo banco a full. Sólo falla a nivel sonido, pero es lógico. Es algo en lo que evolucionamos. Me encanta. Es el único que escucho más como fan que como parte de la banda, porque la mayoría de las cosas se hicieron cuando no estaba”.

Para Figueredo, dentro de los Faunos se conjugaba música mal tocada pero con buenas ideas, lindas melodías, una búsqueda poética en las líricas, un concepto artístico detrás de cada flyer, más allá de que fuera para la presentación en una fecha pequeña. “Nos influenciaba toda la movida college universitaria yankee de bandas a la vez que la escena alternativa argentina de los ‘90, con Adrián Paoletti como referente. Esa posibilidad de cantar no muy bien y no importarte porque las canciones eran un vehículo para la transmisión de un mensaje, de una letra”, suma.

“Fue muy emocionante hacerlo, pensar el arte y demás. Grabar un disco era nuestro sueño. Si bien tiene desprolijidades y algunas cosas que me mandé a cantar sin tener ni idea, me gusta todo. Tiene canciones que son buenísimas”, sostiene Gato y reconoce que está impregnado de un sonido “100 % 107 Faunos”. //∆z