A los pocos días de de darse el gusto de sacar un disco hardcore, Ryan Adams lanza un nuevo álbum –homónimo- que no termina de convencer.

Por Alejo Vivacqua 

Lo que muchos hacen en su primer disco, él eligió hacerlo en el decimoquinto, un número nada malo para un tipo de cuarenta años que es una verdadera máquina de hacer canciones. La elección del título –Ryan Adams a secas, con su cara en primerísimo plano en la tapa- parece menos una pereza inventiva y más una reivindicación de su figura como artista, una especie de mensaje para recordarnos a todos que, con la salida este año de 1984 más este nuevo trabajo, sigue igual de productivo que cuando sacó esa joyita llamada Heartbreaker en el año 2000.

Ryan -permitámonos esta confianza- transitó en sus discos anteriores por todos los estilos que quiso, y en todos se destacó. Desde el country, pasando por el folk o el rock más duro, y siempre con la búsqueda de la melodía perfecta detrás, el músico de Carolina del Norte nunca falló. En este álbum, y yendo de una vez a lo que nos convoca en esta reseña, presenta -junto a su banda de siempre, los Cardinals- once canciones que siguen con la fórmula que tanto conoce. Hay temas que lo acercan al rock más clásico de discos anteriores – Rock N Roll, de 2003, más precisamente -, como “Gimme Something Good”, “Trouble” y “Stay with me”, que son, justamente, los puntos más altos del disco.

En la otra faceta más melódica y romanticona es donde el álbum cae y aburre, en canciones como “My Wrecking Ball”,  “Am I Safe”, “Kim” y la que cierra, “Let Go”. En el medio quedan temas con una búsqueda sonora distinta, en los que Adams arriesga y cumple, aunque no termina de descollar como él sabe. Pasan así “I Just Might”, “Shadows”, “Feels like Fire” y “Tired of Giving Up”, quizás la más ganchera.

A los tipos como Ryan Adams, de los que uno conoce su capacidad para componer grandes canciones, se les pide un poco más. Es cierto, y sin temor a exagerar, que un disco regular suyo sería un buen disco para otro músico menos talentoso, y es por eso que, en líneas generales, Ryan Adams deja sabor a poco. Eso sí, que ninguna crítica mala a su álbum impida que un empresario, de los que tantos hay trayendo banditas infladas, nos regale una visita de este tipo. //z

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