Analizamos el fenómeno Jurassic World, la película con el arranque más taquillero de la historia en EE.UU y el resto del mundo.
Por Martín Escribano
En todos los formatos (2D, 3D, IMAX) y en todas partes, Jurassic World rompe récords. Sumó doscientos millones de dólares en un fin de semana solo en Estados Unidos y otros trescientos en el resto del mundo. La vuelta a la isla Nublar (las partes dos y tres de saga jurásica se desarrollaron en una isla vecina llamada Sorna) y la reapertura del parque son apenas el primer paso de este reboot que promete convertirse en trilogía.
A pesar de su éxito masivo, y aunque Steven Spielberg sea su productor ejecutivo, la segunda película de Colin Trevorrow (Safety Not Guaranteed) pierde por partida doble: primero cuando se la compara con la original (que, está bien, es insuperable) y después cuando se la mide con otros relanzamientos de sagas exitosas como Mad Max: Fury Road. Y es que allí donde George Miller innova, Trevorrow copia… y no es que Jurassic World sea mala sino que padece las limitaciones de un director que se esconde en la fórmula.
Veintidós años después del cierre del parque que creó John Hammond, los dinosaurios comunes y silvestres aburren. El público demanda más y la ciencia, sierva de ese único amo al que llamamos mercado, entrega el último avance de la genética: el Indominus Rex, un pastiche con ventajas adaptativas de numerosas especies, serios problemas de socialización, una inteligencia muy desarrollada y un particular gusto por la crueldad. El primer dinosaurio psicópata de la historia.
Al pueril debate sobre la manipulación cromosómica se le añadirá un refrito del conflicto que se planteaba entre los ambientalistas y los cazadores de Jurassic Park: The Lost World, pues el ejército, comandado por Vincent D’Onofrio, intentará servirse de las técnicas de crianza de ese Father of Raptors que es Chris Pratt para convertir a los dinosaurios en armas de guerra.
Sin Sam Neill, Laura Dern ni Jeff Goldblum, Jurassic World no ofrece demasiado en términos actorales. Pratt y Bryce Dallas Howard (¿le darán otro papel que no sea el de mujer fría alguna vez?) hacen lo justo cada uno por su lado pero juntos tienen menos química que William Macy y Téa Leoni en Jurassic Park III, y eso que interpretaban a una pareja ya divorciada.
Es cierto que el clásico tema de John Williams sumado al aporte de Michael Giacchino sigue siendo efectivo y que Dallas Howard tiene su momento Ian Malcolm bengala en mano, pero el enfrentamiento final entre las bestias de ayer y hoy parece ir de la mano con las palabras de Sidney Prescott en Scream 4, película ejemplar a la hora de pensarse a sí misma y a toda su saga: you don’t fuck with the original.
Jurassic World apela a la nostalgia y se queda en el puro homenaje. No sabe cómo exceder su dimensión de producto. La nueva generación demanda explícitamente más dientes pero el Indominus no tiene hambre (de cine)… solo le gusta morder.//∆z