LO MEJOR 2020: Discos nacionales
Pauta 2021

Estos son, según ArteZeta, los diez discos nacionales más destacados de 2020.

Por Pablo Díaz Marenghi, Nicole Giser, Juan Martín Nacinovich, Carlos Noro, Matías Roveta y Joel Vargas
Ilustración de Paula Rosa

10- El ataque suave, de 107 Faunos (Primavera Labels)

Si bien la esencia lo-fi de algún modo sigue arraigada a su ADN, Madura el dulce fruto (2018) presupuso una suerte de adiós a los primeros Faunos de la mano de un salto hi-fi sonoramente más prolijo. En El ataque suave, la segunda mitad de la díada, continúan por este mismo sendero, puliendo su talismán pop slacker con una formación que se conoce de memoria y, sobre todo, reforzando un repertorio de enormes canciones. 107 Faunos son un grupo de mil hits pero sin lugar en las radios –si es que eso aun significa algo–, quizás por su escape natural a la tradición canónica del rock nacional. Desde sus comienzos, buscaron y encontraron una ruta paralela, con estandartes alternativos locales como Rosario Bléfari, Francisco Bochatón y Adrián Paoletti.

Concebidos como discos gemelos, Madura el dulce fruto y El ataque suave estaban dispuestos para salir en conjunto, formato doble, pero algo sucedió en el medio. Las similitudes son notorias y las canciones se espejan unas con otras, no necesariamente como lados B, por el contrario, se desarrollan como equivalencias. “El baile del fantasma” coexiste con “Besar la medallita”; “Lunallenero” hace lo propio con “Buzo con capucha”, y así sucesivamente. En relación a las letras, la pluma del Gato Sisti Ripoll está especialmente afilada en concordancia con los tiempos que corren. En “El año pasado” afirma que ya no está preparado, que nada funciona como antes, mientras que en “Un pequeño sí y un gran no” canta: “voy a buscar algo que haga que valga la pena vivir/ voy a buscar algo que haga que valga la pena morir”.

Otra vez, en El Ataque Suave los Faunos lograron conjugar a todos sus héroes. Dialogan, los abrazan, son de la misma especie y hablan la misma lengua, están hechos del mismo material. En su universo conviven los Martin Newell y los Television Personalities, los Robert Pollard y todo el movimiento Dunedin neozelandes con The Clean a la cabeza. Gato soñaba con tener una banda de culto. Se lo dijo a esta misma revista hace un par de años. Juan Martín Nacinovich

9- Está naciendo el nuevo día, de Thes Siniestros (Von Halton y Pontaco Editores)

En la edición del Festival BUE 2017, Juan Irio se cruzó con Flavio Marianetti y la ficha cayó con naturalidad. Fueron cerca de seis años de rumbos separados que un abrazo disolvió rápidamente y sentó las bases del reencuentro de Thes Siniestros, uno de los tríos más mutantes e impredecibles que regaló La Plata. Por supuesto, el regreso trajo un nuevo álbum. Con un arranque trabajado y esquematizado y un final improvisado, de contorno acústico, orquestal y más hogareño a causa de la pandemia, Está Naciendo un Nuevo Día es un disco de dos mitades, doblemente trunco, grabado entre La Plata y Berlín. Los primeros bocetos del álbum se remontan al 2013 cuando todavía El Estrellero (Irio) y Los Años Rojos (Remiro) no existían. En aquel momento, el disco se iba a llamar Los Nuevos ídolos del Mundo, pero la banda entro en un impasse, partida al viejo continente de Marianetti incluida. El flamante disco contiene una carga extra en sus letras, caminando en paralelo a la actualidad que atravesamos, pidiendo romper cadenas, acabar con el viejo orden y exigiendo por un nuevo rumbo, parándose en la otra vereda de Los Últimos Días (2011), donde el trío hablaba de ruinas, la soledad y los sueños rotos. En Está Naciendo un Nuevo Día los Siniestros se empaparon de un optimismo inesperado y dieron un nuevo volantazo, fieles a su propia leyenda, siempre a contramano. Juan Martín Nacinovich

8- Atrevido, de Trueno (NEUEN)

“Te guste o no te guste, somo’ el nuevo rock and roll”, rapea Trueno junto a Wos en “Sangría”. Una de las frases que dividió aguas en 2020. Muchos y muchas se preguntaron cómo un par de pibitos que hacen hip-hop tenían la osadía de afirmar eso. Otras personas entienden el fenómeno y las voces de las nuevas generaciones. Durante el macrismo, hubo que hilar fino para encontrar artistas que hablaran de la realidad socioeconómica y el barrio . Mateo Palacios, mejor conocido como Trueno fue uno de ellos. Primero en el Quinto Escalón y las Batallas de los Gallos, después con singles y por último con su primer disco: Atrevido. Un compendio de canciones que destilan flow, por momentos reggaetón, otros trap y varias son hits instantáneos: “Azul y Oro”, “Ñeri” y “Mamichula” con Nicki Nicole.

“Soy el vocero del ghetto/Me voy pa’l estudio y no me sale mal el estudio”, dispara el oriundo de La Boca en la canción que le da nombre al albúm. Ahí se pueden encontrar unas de las explicaciones de su éxito: hambre y talento. No hay que olvidarse que curtió el rap desde chiquito. Su papá es MC Pedro “Peligro” Palacios, que forma parte del grupo de teatro Catalinas Sur y el colectivo artístico Sur Capital Clika de la Comuna 4. Creció rodeado de hip-hop y pueblo. ¿Cómo no iba a ser el nuevo rock and roll? Joel Vargas

7- Es así, de Las Pelotas (Pop Art Discos)

Germán Daffunchio canta mucho sobre superar experiencias oscuras y enfocar la mirada hacia delante. Las dos canciones que abren Es Así deberían escucharse como una unidad y pueden pensarse como hijas directas de “Cuántas cosas” (de Cerca de las nubes de 2012), momento en el que el sonido de Las Pelotas cambió. Una forma de canciones mid tempo pulidas y luminosas, con letras sobre enfocarse en lo que verdaderamente fortalece y llenas de consejos vitales, que le fueron ganando terreno al pulso rockero y a los himnos reggae del pasado. “Es difícil ver cuando las sombras te rodean siempre”, canta Daffunchio. Luego concluye, en la primera canción que además da título a la obra: “Es así, solo es cuestión de hacer cuando los sueños se repiten siempre”. En el siguiente track, “Hasta que el sol”, Las Pelotas son una nave sinfónica minimalista a bordo de un piano y un colchón de cuerdas que dan vida a una canción que juega de nuevo con la idea de batalla entre luz y oscuridad. “Sentirse así no sirve”, dice Daffunchio, pero enseguida aclara que “los vientos van calmando ya” y, por la emoción con la que canta con su voz relajada en un primer plano, está claro que el sol está ganando la pulseada. Es Así se publicó a comienzos de marzo, cuando el coronavirus todavía no era una amenaza. En tiempos de cuarentena, ante la ausencia forzada del abrazo, este disco puede contener de la misma manera. Matías Roveta

6- Pettinato plays García, de Roberto Pettinato (Club del Disco)

El ex saxo de Sumo haciendo un homenaje en clave jazz de la obra de Charly García fue una de las rarezas del 2020. Más raro aún, y no por ello menos hermosa, fue la inclusión de la voz rota y monstruosa de García en varios de los tracks. Con este invitado de lujo, más grandes músicos de jazz, construyen uno de los discos de covers más peculiares de la música vernácula. “Que hijo de puta Lennon ,quería matar a todas las minas” dice  García en “Transatlántico Art Decó”, canción de Pubis Angelical. Su voz se oye más crepuscular que nunca en “Happy And Real”. Hay juegos sonoros, como el de una moneda cayendo en “Película Sordomuda”. Hay ebullición, super posición y matices en esta relectura de canciones. El saxo de Pettinato es como una fragancia que va evaporándose, algo típico de la tradición clásica del jazz, como una cortina de humo o una película en blanco y negro. Hay oscuridad y evanescencia, poesía y elevación. Lo sublime en la fealdad, en lo tosco, como las flores que adornan una cripta. se escuchan ambivalencias sonoras de izquierda a derecha, apreciables con auriculares, en “Vos también estabas verde” y un notable uso de reverbs. Al final se escucha lluvia y fritura de vinilo, con “Tango en segunda” como punto fuerte. Al final, el disco se corta de golpe. Abrupto. Es el fin del jamming.  Pablo Díaz Marenghi

5- Mi primer día triste, de Zoe Gotusso (Sony Music)

Luego de la separación, en un gran momento, de Salvapantallas, Zoe Gotusso decidió esperar, barajar y dar de nuevo. En varias entrevistas comentó que prefirieron separarse en un buen momento y priorizar sus momentos personales en pos de una exploración artística y musical. Por su lado, ella decidió instalarse en la costa uruguaya y explorar ritmos que fuesen más allá del pop que supo explorar junto a Santi Celli en SMS (2018). Trabajó con Juan Campodónico en la producción, un referente para ella, y en plena cuarentena estricta lanzó un documental que refleja parte de este proceso, Retrato en movimiento, un single + videoclip, “Ganas”, y en el epílogo del 2020 lanzó Mi primer día triste, su debut solista. Allí reunió diez canciones intimistas que se embeben de ritmos rioplatenses y ternarios y se combinan con melodías de guitarra y voz o bossa nova (“María (Acústico)”), pistas electrónicas combinadas con experimentación vocal (“Mi Primer Día Triste”) y hasta un cover del histórico y uruguayísimo Jamie Roos (“Amándote”). Es un disco de iniciación, que marca un nuevo rumbo, ratifica un gran presente: Zoe es una de las nuevas cantautoras jóvenes más relevantes del momento. Hay que escucharla. Pablo Díaz Marenghi

4- Criptograma, de Lisandro Aristimuño

Criptograma (2020) es un disco con una línea clara y precisa que da cuenta de un momento de transición en la musicalidad inquieta que caracteriza la carrera del rionegrino, un reconocido explorador de sonoridades, atmósferas y colores musicales. Llega cuatro años después de Constelaciones (2016), su álbum anterior. Si bien el último trabajo que se conoció de Aristimuño fue el proyecto Hermano Hormiga (2019), que lo unió a Raly Barrionuevo para explorar el cancionero popular y folclórico, Criptograma elige otro camino para construir cada una de las canciones a partir de proponer un nuevo patrón que permita descifrar el mensaje oculto que se desprende del título y que transita por algunos momentos más explícitamente y, por otros, de manera más sutil. Lo que antes fue un acorde, hoy es un beat sin dejar de tener un objetivo concreto: la apuesta permanente por la simpleza y por la melodía recordable para luego construir, con paciencia de orfebre, cada pieza musical. Esa dimensión artesanal es la que mejor se percibe en Criptograma y la que mejor define el patrón que conforman las diez canciones del disco, un puente que abrirá nuevos caminos musicales y poéticos. Carlos Noro. 

3- La negación, de Malena Villa  (TDA)

Lo que, a priori, podría haberse tratado de una actriz más que osa lanzar su carrera musical terminó tratándose de una de las propuestas pop más frescas del 2020. La joven porteña de 25 años de edad se destapó con 8 tracks que combinan sonidos clásicos (soul, funk, R&B) con bases tecnopop, hip hop y hasta algo de reggaeton. El disco se llama La negación porque, según le contó a Télam, hace referencia a “algo que me salía en palabras pero que yo negaba por completo que fuera parte de mi vida”. 

El disco es versátil. En “No es así se escucha  una base de guitarra suave combinada con un ritmo soul, funk y un intermezzo electropop bailable. “Mejor hagamos de cuenta Que nunca me siento sola” canta Villa y desafía, engaña y es ambigua. En “Sabe mal” se oye una fritura de vinilo y los bajos bien al frente. Hay tiempo para un duelo reggaetonero cual Pimpinelas del soundsystem con el crack de Juan Ingaramo en “Preso”. En “Salvaje” cambia el pulso del disco, se vuelve más de tierra, latinoamericana, emerge la guitarra española, la percusión y no por nada aparece Zoe Gotusso de invitada (quien profundizó sobre estos sonidos en su lanzamiento solista, otro punto fuerte del 2020). “Lindos problemas” es el hit del disco. Hay sonido motown, se lucen los vientos y un beat que va in crescendo hasta que estalla en el estribillo. La voz de Villa también se luce en temas tranqui, como “Sad Balada” y “Salida” —piano y voz, una melodía que remite a “My Way”—. Dentro de las cantautoras pop, promete. Esperemos que el 2021 le permita ofrecer algún show en vivo en donde estas canciones puedan ponerse a prueba de otro modo, más allá de la ingeniería sonora cuidada. Pablo Díaz Marenghi

2- Calambre, de Nathy Peluso (Sony Music)

Con Calambre, Nathy Peluso confirmó que es capaz de apropiarse de todos los estilos con los que se anima a jugar. Cada uno de los 12 temas es un mundo que empieza y termina en el disco, y en todos ellos -no importa cuán distintos sean uno del otro- habita la esencia impactante y explosiva característica de la cantante. En alianza con Sony y compuesto junto al prestigioso Rafael Arcaute (colaborador de Spinetta, Illya Kuryaki, Diego Torres, Calle 13 y Calamaro entre otros), el disco fue producido en diferentes estudios de Buenos Aires, Los Ángeles y Miami. Con un lenguaje obsceno y rabioso pero descaradamente romántico al mismo tiempo, la argentina se convierte en la voz que representa -al menos en parte- a su generación, la de los millennials, en su búsqueda por la plenitud y el empoderamiento: quiero llenarnos de baba, quiero casarme contigo canta en “Amor Salvaje”, o ¿Por qué no te venís a mi casa y lo hacemos en mi habitación? Si mirás un segundo al teléfono te mandé mi ubicación en “Llámame”. El álbum, que tuvo de adelantos a los insuperables “Buenos Aires” y “Business woman” algunos meses antes de su lanzamiento oficial, va del soul y el R&B a la salsa tradicional y hasta el trap salvaje, y da ganas de bailar hasta el cansancio, pero aún más evidente: eleva a la artista mucho más allá de donde ya está posicionada a los 25 años. Nicole Giser 

1- Fábula, de Juan Irio (Pontaco Editores)

Hace tiempo que Juan Irio camina la escena independiente platense. Primero con Thes Siniestros, luego con El Estrellero y en formato solista. Ya acumula una parva de canciones (cinco discos de Thes Sniestros, más singles y outtakes; dos discos solistas más un single; tres discos y un single con El Estrellero) y podría afirmarse que hay algo en su interior que lo ratifica como uno de los hacedores de canciones más notables de su generación. Oscilando siempre entre el rock de guitarras, el pop y la experimentación, Fábula (2020) lo ratifica en un presente notable. Producido durante el aislamiento obligatorio del maldito covid-19, Irio llega a un nivel compositivo e instrumental que roza la perfección. Redobla la apuesta experimental y grandilocuente que ya venía demostrando con su banda y con Baladí (2019), notable sencillo solista, atreviéndose a incursionar en ritmos más bailables. Hay algo de Pet Sounds de The Beach Boys que sobrevuela las ocho canciones en torno a la superposicíón de instrumentos, texturas y a ritmos más oceánicos, marítimos, que coquetean con lo acústico (“Oleaje”, “Tregua”, el comienzo de “Pólvora y Sangre”). Hay canciones que tienen potencial de hit radial y que recuerdan a Es mentira (2002) de Miranda (“Tregua”). Hay electropop y dance (“Ocaso”). También frases que podrían ser tatuajes o grafitis, donde Irio demuestra que es un ávido letrista que sabe leer el presente del país y del mundo (“Hay paranoia en las esquinas, ecos del dólar” dispara casi al comienzo del álbum; “Vestiré de blanco y de revolución”).

Sobre el final, en “Moraleja (Réquiem)” sintetiza a la perfección el espíritu del álbum y su modo de entender la música: “yo ya no soy yo, es apenas mi nombre acá, cambiaré de piel y seré, también, polvo fino en el aire” como advirtiéndole al escucha que, una vez más, en su próximo lanzamiento volverá a mutar y a sorprender mientras todo termina con un arreglo de piano Beethoveniano. Mientras tanto, quedan sus bellas canciones que aún resguardan secretos dignos de ser descubiertos. Pablo Díaz Marenghi

Ilustración: Paula Rosa (Instagram: @paularosapintura)

Pauta 2021