El escritor recuerda sus comienzos en el taller de Alberto Laiseca, el éxito de su novela llevada al cine y nos cuenta de su incursión en el mundo de los DJ’s.
Por Lucas Villamil
Fotos de Florencia Alborcén
Leo Oyola llega abrigado hasta los ojos a la feria del libro. Es un día helado en Buenos Aires pero él está contento porque viene de cobrar una cuota por las ventas de su novela Kryptonita. “Catorce meses esperé esta plata. Cuando está, hay que ir corriendo a buscarla, esta profesión es así”, dice. Son tiempos agitados para el autor del libro que ya se hizo película y que pronto será una serie de televisión, con Capusotto, Palomino y compañía en la piel de los superhéroes forajidos de Isidro Casanova. Pero Oyola se hace el tiempo para conversar con ArteZeta y repasar su historia.
El génesis es a finales de los sesenta, cuando un tucumano dejó atrás el pueblo de Domingo Millán para instalarse en Buenos Aires. Trabajando como encargado en un edificio de Ramos Mejía vio pasar por la calle a una mujer y pintó el amor. La pareja se mudó al barrio Los Pinos, donde Leo y su hermano se criaron entre fútbol y Rock & Roll. Pero después, de casualidad, se coló la literatura.
“El verano del 88, cuando se estaban haciendo cortes programados de energía en todo el país, fue un momento fundacional. Yo era adolescente y no podía ver la tele ni escuchar música, que era lo que más me copaba (Creedence, Rolling Stones y Johnny Rivers, esa santísima trinidad). Y encima me empecé a quedar afuera de los campeonatos de fútbol, porque al parecer yo no era el nuevo hijo del viento, Claudio Paul, como creía. Era muy malo. Decí que me defendía pateando Rock & Roll, porque si no era un bajón.
Las dos jodas que había en Casanova eran ir al Jesse (James) y alentar a Almirante (Brown). Quedé hincha de Almirante, pero hoy, ir a ver un partido de ellos es como ver una exhibición de taekwondo. En ese momento fue cuando los mandé a cagar a todos esos putos que no me dejaban jugar a la pelota y me puse a leer un libro que me encantó. Era Crónicas Marcianas, de Bradbury, que me lo había prestado una piba dos años más grande que yo, que nos habíamos dado unos besos”.
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AZ: ¿Y de dónde se nutrió después ese interés inicial?
L: Después me hice amigo de un pibe de la escuela que siempre lo veía leyendo. El loco era fanático de la ciencia ficción y juntaba todo de ediciones Minotauro, y ahí la empecé a flashear con eso. Hasta ese momento solo me había pasado con algunas películas y con videoclips que pasaban en Música Total de ver otras realidades, otras cosas. Ahí agarré el hábito de la lectura, y el flaco un tiempo después me dijo que me iba a llevar a un lugar que estaba bueno, y fuimos al Parque Rivadavia. Ahí me copé con el policial. Consumía mucha literatura de saldos porque era lo que podía pagar, me empezó a gustar tener mis libros y mis viejos obviamente lo veían con muy buenos ojos. Y conocí los clásicos: Chandler, Hammett, descubrí a Jim Thompson que me encantó. Pero lo que más me copaba y me sigue copando son las portadas. Los géneros son híper iconográficos.
AZ: ¿Cuándo empezaste a escribir?
L: Empecé a escribir ficción en 2003 cuando fui al taller de Laiseca. Antes solo algún piropo muy largo de tres o cinco carillas chamuyándole una historia a alguna piba. Y en el medio quiso la suerte que trabajara varios años como bibliotecario en una escuela. Un amigo una vez me dijo de ir a ver a un escritor que narraba en vivo en Palermo, y era Laiseca, previo a los cuentos de terror en I-Sat. Y me fascinó escuchar al maestro ahí. Así que empecé el taller y la flashié con Lai, me sentí cómodo, sentí que quería dedicarme a esto.
AZ: O sea que hubo mucho de azar en tu dedicación a la literatura…
L: Sí, siempre. La suerte me fue esquiva en muchos aspectos de mi vida, pero en esto siempre estuvo de mi lado. Hay muchísima gente que es muy talentosa, laburante y comprometida con su obra pero que no ha tenido todavía de su lado el factor suerte. A mí me fue mal en parejas, en laburos, pero en esto no me puedo quejar. La primera novela que escribí la mandé a un concurso, no lo gané pero me dieron una mención y eso me facilitó la llegada a editores y que la terminaran publicando. Para mí lo más importante es que caí con un muy buen maestro, en una etapa súper luminosa de Laiseca y con un crisol de gente comprometida que hoy tiene una trascendencia importante: Selva Almada, Gaby Cabezón, Alejandra Zina, Leandro Avalos Blacha.
AZ: ¿Hay que darle una mano a la suerte?
L: El asunto es no hacer atajos. Muchos, el primer cuento ya lo quieren publicar, y primero lo tenés que disfrutar, pasarla bien con esto, encontrarte… Y después, yo soy el primer partidario de que eso no puede quedar cajoneado, que tenés que salir a mostrarlo y agotar todas las instancias hasta que se publique, y sé que eso puede ser muy frustrante.
AZ: ¿Sentís que escribís mejor que en tus inicios? ¿Qué cambió respecto a esos primeros cuentos?
L: No, uno siempre escribe distinto, y siempre estás enganchado con lo último que estás escribiendo. Te vas animando a ciertas cosas. Cuando arranqué con el policial, Lai me dijo: “Me alegro por usted, no le hace tan bien a la ciencia ficción”. Pero los géneros en general, sobre todo el policial, permiten mucho ser híbridos, y uno puede coquetear con una cosa o la otra. El principal cambio fue haberme ido del barrio. ‘El Tigre Harapiento’ y ‘Hacé que la noche venga’ las escribí cuando estaba todavía en el oeste, y son policiales de época que suceden acá. De verdad tenés que tomar distancia no solo de tiempo sino también del lugar en el que sucede la historia para poder hablar de la manera más objetiva posible de ese lugar. Yo no podría haber escrito una novela como Gólgota todavía viviendo en Casanova, no podría haber escrito ni a palos Kryptonita porque no tenía la nostalgia del barrio que me empezó a agarrar.
AZ: Ahora que vivís en Almagro, ¿Sentís que el barrio te nutre de historias?
L: Me encanta Almagro, me encanta la noche en Capital. Nosotros tiramos el ancla en la vermutería, a la vuelta del Imaginario. Ahí me fían, y eso es fundamental en esta profesión. Cuando cobrás jugás al chancho, decís qué lindo y la ves pasar. Pero está todo bien, yo ya estaba acostumbrado a vivir con poco. Yo apunté todos los cañones a esto porque la verdad que es un orgullo saber que este jean vino de una cuota de Kryptonita.
AZ: ¿Te está cambiando mucho la vida todo este asunto de la película?
L: Kryptonita me ha dado muchas alegrías y me las sigue dando, son oportunidades que no quiero dejarlas pasar. Lo de la película ha sido una bendición, me encantó y ahora hacer la serie es como un universo que no estoy pudiendo largar. Tengo frenada la novela nueva que es mucho más oscura. No quiero que Ultratumba se contagie de todas estas alegrías. Si bien Kryptonita arranca oscura, termina siendo bastante esperanzadora. Para la serie desarrollamos situaciones nuevas, es algo que transcurre después de los sucesos del Hospital Paroissien, y para hacerlo me senté con los actores y les planteé cómo lo pensaba yo a cada personaje, y estuve atento a lo que planteaban ellos. Van a actuar todos los mismos de la peli más algunas incorporaciones.
AZ: ¿Te acordás de la primera vez que sentiste que ya eras escritor?
L: La primera charla que di como escritor no la di en la Argentina, la di en Ibiza porque me habían publicado una novela en España. Fue en 2008, yo tenía 35. En ese momento tuve que hacer el pasaporte y en el lugar de profesión puse: escritor. Era un congreso internacional y los únicos dos argentinos éramos Juan Gelman y yo. Y estando él allá le notificaron que lo premiaban con el Cervantes. Yo era la primera vez que volaba e iba con todos los nervios de conocerlo al tipo, y fue muy fuerte. Cuando llegué al hotel lo primero que hice fue ir al baño del hall de entrada porque me estaba meando. Y cuando estaba meando había un tipo lavándose las manos que me dijo: “¿Así que vos sos el otro argentino?” Era Gelman. “Justo acá, la concha de la lora”, pensé. Un tipazo. Un día me dijo de ir a caminar a la playa, charlamos y me dio un montón de consejos que los sigo guardando. Me dijo: “Leí tu libro, me gustó muchísimo. Siempre que puedas leé los libros de los colegas con los que vas a viajar, porque es la manera de conocerlos y romper el hielo”. Un grande ese chabón, yo no sé si voy a poder devolver esa moneda con otro escritor más joven. Los más grosos no se la creen, tiran una mano, no ven competencia en el colega joven.
AZ: ¿Hoy qué le dirías a ese escritor más joven?
L: Hay que defender el libro, hay que defender la historia amén de quién lo escribió. No creo que sea un valor que defiendan un libro mío porque soy un escritor matancero o lo que sea. Te gustó, listo. El libro te conmueve o no, el libro te llega o no. No creo que sea mala palabra entretener. Son posturas que cada uno tiene.
AZ: ¿Te da miedo que en algún momento se te vaya la inspiración o te olvides de cómo escribir?
L: No, porque siempre tenés ese momento de zozobra mientras estás escribiendo una novela, siempre. A mí me pasa que pienso: “pedazo de puto, escribiste once libros y ahora no te sale una linea… aaay, el señor es premio Hammett y ya no escribe…” Tenés momentos de esos, pero a mi me ganó para bien esta vida. El asunto es cuando perdés el hambre por los nuevos, cuando ya no estás esperando a un autor que descubriste y que te volviste fanático. Cuando dejaste de leer, dejás de escribir. Laiseca siempre nos decía: escribir mucho y leer más.
AZ: Y con tanto leer y escribir, ¿No podés quedarte sin experiencia de vida?
L: No, porque yo voy mucho a bailar. Me junto con amigos, pinta charla, pinta chupi, en algún momento pinta el dancing y ya está todo bien. Te cuentan cosas, te quedaste con una sensación, y arrancás. Siempre empezás con algo chiquito.
AZ: Entonces el dancing es lo que te salva…
L: Yo antes de ponerme a escribir siempre escucho música, me armo banda de sonido para la novela, siempre por cábala. Listas de treinta canciones que escucho durante el día. No hago actividad física pero camino mucho y ahí oigo música. Y ahora me están pidiendo que pase música en algunas fiestas. Con lo de la película me hice amigo de Esteban Lamothe, y él organiza un festival en el que me invitó a pasar música y bailar. Ahora me están llamando para pasar música y estoy pensando seriamente en darle más bola a eso porque prefiero pasarte música un viernes o sábado a la noche que hacer una colaboración periodística que no me da tantas ganas de escribir. Además, ya tengo 42 años y no puedo bailar toda la noche, entonces pasando música disimulo un poco, hago rotación de rodillas y no me pierdo la fiesta. //∆z