Editorial La Compañía reedita un clásico de ciencia ficción de los años ‘70, conocido en Argentina bajo el título Empotrados (Hyspamérica, 1986).
Por Juan Alberto Crasci
Tres líneas argumentales se desarrollan paralelamente en Incrustados (La Compañía, 2018), todas ellas trabajadas desde la lingüística generativa propuesta por Noam Chomsky, cuya tesis principal es que la capacidad de adquisición del lenguaje en los seres humanos es innata. Una gramática universal ―un conjunto de reglas y principios― es común a todos los seres humanos y les facilita la adquisición de una lengua materna. Esta teoría supuso una revolución en los estudios lingüísticos de los años ‘60 y ‘70; y la revolución se trasladó también a la ciencia ficción, siendo Ian Watson (St. Albans, Inglaterra, 1943) quien tomó la lanza de esta nueva corriente.
La tesis psicolingüística anterior propuesta por Edward Sapir y Benjamin Lee Whorf entre los años ‘30 y ‘40 postulaba que los idiomas condicionan la visión de la realidad de los hablantes, y que cada lengua expresaba una visión particular de la realidad. En esta tesis se basaban los grandes clásicos del género escritos anteriormente (Samuel Delany, Robert Silverberg, Jack Vance, etcétera), y cobró vigencia hace pocos años con la realización de la película Arrival (La llegada), basada en el libro La historia de mi vida, de Ted Chiang.
Las líneas argumentales: por un lado, un científico realiza experimentos lingüísticos con niños en unas instalaciones inglesas con el fin de expandir los límites de la mente humana, incrustándoles una versión modificada del idioma inglés basada en el poema Nouvelles Impressions d’Afrique, de Raymond Roussel, mientras que en la selva amazónica brasileña un etnólogo estudia el complejo funcionamiento de la lengua de los aborígenes xemahoas, en especial, las variaciones que sufre la lengua cuando los aborígenes consumen un hongo sagrado, justo cuando la creación de una represa que pretende brindar soluciones energéticas a Brasil amenaza con destruir el hábitat de esa comunidad; y por otro, unos alienígenas expertos en comunicación y en lenguaje ―los Sp´thras, “mercaderes de signos”― se acercan a la órbita terrestre con la intención de adquirir cerebros humanos de hablantes de todo el mundo para comprender el funcionamiento de esas lenguas, acercarse cada vez más a la comprensión de esa gramática universal y así trascender los límites del universo conocido.
Las tres tramas se incrustan de forma tan efectiva como confusa; las historias, que avanzan con lentitud ―la exposición lingüística y filosófica demoran la acción―, se aceleran en las últimas páginas de libro ―los capítulos también se acortan―, y entonces colisionan los problemas expuestos a lo largo de la obra: científicos sin ética, gobiernos capitalistas y neocoloniales que saquean recursos naturales por medio de gobiernos tercermundistas corruptos que desvían la atención mediante el control de la opinión pública, y una tensa relación entre Estados Unidos y Rusia en medio de la Guerra Fría. Temáticas en boga en los años ‘70, pero que no dejan de actualizarse día tras día para interpelar el presente.
La cuidada edición de La Compañía, con traducción de Carlos Abreu e Irene Vidal, revitaliza la lectura de la obra, antes conocida en Argentina con el título de Empotrados, correspondiente a la versión de Hyspamérica de los años ‘80. Ian Watson creó una obra compleja y duradera, alejada de la concepción de la ciencia ficción como entretenimiento ―en especial presente en la space opera― que, lejos de esperanzarnos con respecto al futuro de la humanidad, pone en cuestión la posibilidad de habitar nuevos mundos si nos empeñamos en incomunicarnos y destruirnos. //∆z