En su última película los directores de Fargo y El Gran Lebowski dejan el sarcasmo de lado para recordar la era dorada de Hollywood.
Por Alejo Vivacqua
En 1950, con el estreno de Sunset Boulevard, el director Billy Wilder dejaba para la posteridad uno de los más ácidos retratos del mundo de Hollywood. Ya en esa época, y desde que el cine comenzó a contarse a sí mismo, hubo un interés por mostrar las luces y miserias del que fuera llamado el arte del siglo XX. En el mismo sentido se pueden ubicar otros films que rindieron homenaje al proceso creativo de una película. Nadie que haya visto Ocho y medio se olvida con facilidad de Guido Anselmi, el alter ego que Federico Fellini eligió para mostrar los problemas que tiene un director para terminar su proyecto. François Truffaut es, por su parte, y en la misma línea de Scorsese, uno de los realizadores más cinéfilos de la historia. En La noche americana, ganadora del Oscar en 1974, contó como nadie los entretelones de un rodaje. Y es en esta categoría de cine dentro del cine donde puede ubicarse Hail, Caesar!, la última obra de los hermanos Joel y Ethan Coen.
La historia está ambientada en los años ´50 y sigue la vida de Eddie Mannix (Josh Brolin), el productor cinematográfico encargado de llevar adelante el ficticio estudio Capitol Pictures. Él maneja todo lo relacionado a la filmación de las películas, desde la elección de los actores y el presupuesto con el que deben trabajar los directores hasta la vida sentimental de las celebridades, a las que, si hace falta, les arregla un noviazgo para que den una imagen positiva ante la prensa.
Baird Whitlock (George Clooney) es, a su vez, el actor más importante del estudio. En medio del rodaje de una superproducción ambientada en la antigua Roma sufre un secuestro por el que se pide un suntuoso rescate. A la par del conflicto central surgen otros problemas menores con los que Mannix, que siempre parece arreglar todo, debe lidiar. Uno de ellos es el del director de cine Laurence Laurentz, interpretado por un genial Ralph Fiennes. Enojado porque el actor que ha sido asignado para su película -un drama de época- no encaja con el physique du rol, debe repetir varias veces una misma toma. El protagonista es Hobie Doyle (Alden Ehrenreich), una joven estrella en ascenso que solía protagonizar westerns y que Mannix, en un intento por volcar su carrera hacia papeles más importantes, elige como figura masculina.
Otra de las historias paralelas que se entrecruzan en la narración es la de las hermanas mellizas Thora y Thessaly Thacker. Interpretadas por Tilda Swinton, son dos periodistas, rivales entre sí, que amenazan con revelar chanchullos de las estrellas de Capitol Pictures. Los personajes están inspirados en Hedda Hopper y Louella Parsons, las dos columnistas de chimentos más temidas por los famosos de Hollywood durante esos años. En sus artículos, leídos por millones de personas en los Estados Unidos, eran capaces de perjudicar carreras mostrando el lado débil de las celebridades. Las sufrió, por ejemplo, Charles Chaplin, a quien no le perdonaban su afición por las jovencitas. También Orson Welles, que con Citizen Kane se había ganado el odio del magnate de medios William Randolph Hearst, en quien se inspiró para el personaje central. Louella Parsons era la protegida del empresario. Con sus columnas diarias había alimentado el éxito de ventas de sus periódicos. Ella fue, con razón, la que más se ensañó con el director. Y, por su parte, Hedda Hopper tuvo una activa participación en la caza de brujas de Joseph McCarthy. Fue una de las culpables de que la carrera del guionista Dalton Trumbo, como la de otros tantos colegas suyos de la época, se truncara por las listas negras del senador. La relación que mantuvo con el guionista se puede ver en la recién estrenada biopic Trumbo, con Helen Mirren en el papel de Hedda. Por sólo mencionar el odio que generaban ambas, y como bien cuenta el escritor Andrés Barba en esta columna, la actriz Joan Crawford, otra de sus víctimas, dijo luego de asistir al velorio de Parsons en 1972: “Sólo fui a comprobar que estaba muerta”.
Volviendo a la película, en el reparto, además, aparecen Channing Tatum como actor de musicales (imperdible la escena de la coreografía de marineros), Frances McDormand, Scarlett Johansson y Johah Hill, que tiene una participación muy menor.
Hail, Caesar! es un homenaje a la última etapa del período clásico de Hollywood, aquel que desde los años ´30 tuvo como protagonistas a los grandes estudios y que convirtió a Estados Unidos en la gran meca cinematográfica del mundo. Durante esos años de oro se habían establecido las reglas de un engranaje que nunca fallaba. El productor, en su rol de mandamás – y encarnado en este caso por la figura de Mannix – tenía a su cargo todas las facetas que involucraban a la creación de una película. La elección de los protagonistas y los directores, sin contar al resto del equipo técnico, corría por cuenta suya. Así, un actor y una actriz estaban generalmente encasillados dentro de un género. Por ejemplo, Cary Grant y Audrey Hepburn en comedia, Henry Fonda en drama y Gene Kelly en musicales. Lo mismo ocurría con los directores. Aunque, claro, había excepciones. John Ford solía presentarse, en cierto tono de broma, como director de westerns, aunque había dirigido clásicos por fuera del género como The grapes of wrath o How green was my valley. Billy Wilder fue otro que se movía con igual comodidad tanto en comedias como en cine negro. Es que aún dentro de este aparato tiránico de verticalismo, en el que los productores tenían la última palabra – y sobre todo tenían decisión sobre el montaje final de una película – hubo una camada de realizadores que lograron destacarse por sobre el resto. Aquellos que, a pesar de esas imposiciones, no dejaron de tener el control creativo de sus obras. Los franceses de la revista Cahiers du Cinema, representantes de la Nouvelle Vague, rescatarían a principios de los ´60 a los directores que en su momento habían pasado inadvertidos o habían sido denostados por la crítica estadounidense. Además de los mencionados Ford y Wilder, en este grupo estaban, entre otros, Howard Hawks, Nicholas Ray, Otto Preminger y, principalmente, Alfred Hitchcock.
Si en la década del ’20 se vivió el gran despegue del star system, y durante los ´30 y ´40 se aceitó la maquinaria perfecta, fue a mediados de los ´50 cuando se cayó una forma de entender la industria. Con la muerte de los principales fundadores de los estudios, la figura del productor todopoderoso fue quedando relegada por una visión más horizontalista. Fue en esa época cuando Hollywood debió replantear su estrategia. La llegada de la televisión a las casas norteamericanas había impactado de lleno en las recaudaciones. Las familias que antes asistían a las salas de cine ahora preferían reunirse alrededor del invento que había revolucionado la vida hogareña. Como forma de atraer al público, la industria se volcó entonces a las superproducciones de época, sostenidas generalmente por un reparto de grandes estrellas y un alto presupuesto. Es en este contexto de mini crisis de la industria donde los hermanos Coen eligen situar su historia. Su mirada, esta vez, no tiene la carga cínica de varios de sus trabajos anteriores. A pesar de ser una sátira en la que, como siempre pasa con ellos, el humor es muy efectivo, es una visión bastante amena y nostálgica de la forma en que se construyó un imperio. El cine como la gran fábrica de ilusiones.
Apoyada en un gran trabajo técnico y visual, en el que se destaca la fotografía de Roger Deakins, un colaborador habitual de los Coen, Hail, Caesar! es, además, una película llena de escenas humorísticas memorables. Una de ellas es la reunión de guionistas comunistas a la que asiste el personaje de George Clooney y que lidera el filósofo Herbert Marcuse. Una tomada de pelo al macartismo que los hermanos de Minnesota no podían dejar de hacer. Como crítica habría que decir que el problema está en que esas escenas cómicas no terminan de armar una historia final convincente. El resultado se queda a mitad de camino entre gags eficaces y un tono ligero que no se suele ver en sus mejores films. Aún así es una película enteramente disfrutable de punta a punta en su más de hora y media de metraje.
Si coincidimos en que tanto en Fargo como en A serious man, Miller’s crossing, Barton Fink y The Big Lebowski están los Coen más ambiciosos, entonces Hail, Caesar! puede pertenecer al terreno de sus obras menores. Jugar, sin embargo, en la segunda división dentro de una filmografía como la suya no es poca cosa. A modo de epílogo queda una pregunta: ¿Es este el fin de su larga relación con el cinismo?//∆z