En tiempos de crisis autoimpuestas, el mundo editorial no quedó al margen de lo que desde el gobierno argentino llaman una ‘tormenta’. ¿Cómo repercute la caída económica en la industria de los libros en nuestro país?

Por Sebastián Rodríguez Mora

Hay un lugar común en estos tiempos que dice que la gente ya no lee. Que con Netflix no se puede competir, que el celular, que te ponen el Me Gusta en el link pero no te entran a la nota. Hay tanta verdad en ese hecho como en que, si miramos los números y les preguntamos a los protagonistas de la industria editorial argentina, todos y todas afirman lo mismo: desde que se inauguró la corrida cambiaria que el gobierno de Cambiemos no parece capaz de controlar ni soltándole la correa al perro rabioso del ajuste, la situación se volvió todavía más difícil.

Un primer recurso para analizar el momento es recurrir al Libro Blanco de la Industria Editorial Argentina 2018, que contiene estadísticas del año pasado, relacionándolas con las de 2016. Según el informe, en ese período se produjo una disminución del 0,8% en la publicación de títulos por parte de las editoriales comerciales mientras la cantidad de ejemplares impresos se reduce 3,6%”. A falta de estadísticas parecidas en lo que va del año, decidimos dirigirnos hacia aquellas personas involucradas en cada uno de los pasos que hacen que un libro o una revista lleguen a las manos de sus lectores.

Este fin de semana comienza en el Konex una nueva edición de la Feria de Editores, el evento que reúne a las editoriales independientes del país. En el centro de las preocupaciones están los costos, que en lo que va del año no pararon de crecer. Una editorial de las más pequeñas hace tiradas de 300 ejemplares, otras tiran 500, en algunos casos llegan a 1000, pero para poder recuperar el dinero y seguir invirtiendo hay que vender en promedio un 70% de la producción. Hacer poca cantidad de unidades encarece los costos de imprenta. No hace falta ser un astro de las finanzas para comprender que, como se verá en el resto de esta nota y resulta endémico en la industria nacional, la ventaja la tiene el que anda en el caballo del comisario, en este caso, las editoriales multinacionales.

Dice Juan Crasci, editor de añosluz: “Ahora la situación es bastante crítica, en el último mes las imprentas han aumentado un 30 o 40%. Cuando uno habla de esto todo parecería referirse al costo del papel, pero también están los impuestos y servicios de las empresas, el costo de las tintas en muchos casos importadas. Está mucho más complicado imprimir libros que hace seis meses, y hace seis meses estaba mucho más complicado que hace un año y medio. Añosluz empezó en 2012 haciendo tiradas muy cortas de libros de poesía nos salía $2,50 de costo de imprenta cada uno. Ahora, un libro de las mismas características sale alrededor de $40”.

Paula Brecciaroli, una de las editoras de Conejos, sigue en esa misma línea: “Hay que instalar un libro, un autor, generar prensa y obtener las ganancias mínimas necesarias para reinvertir en los próximos libros de la editorial. Es un oficio que hacemos sin ver rédito económico y que se sostiene únicamente de la reinversión. Este detalle no es menor porque no hay un resto ajustable. Si no se puede  hacer otro libro con lo que se obtuvo del anterior, la continuidad está amenazada mortalmente.”

Guido Indij de Interzona apunta directo contra las papeleras: “Nunca comprendí por qué debe ser considerado necesariamente un commodity, algo que se fabrica y se vende en el país. Históricamente costó alrededor de 1 dólar.  ¿Por qué las papeleras lo venden hoy en el mercado interno a 1,59  dólares más IVA? Y son las mismas papeleras que eventualmente lo ofrecen al mercado de exportación a 0,90 dólares.”

Andrea Schvartzman de Talleres Gráficos Porter dice que para principios de julio el papel aumentó un 12%, lo que provoca un impacto directo de un 6% más en el costo de cada hoja que leemos. Las imprentas chicas y medianas también son rehenes de la situación en lo que respecta al papel. Muchas imprentas grandes pueden stockearse y así freezar los precios e ir aumentándolos a medida que surgen los trabajos, en cambio las pequeñas y medianas –con las que suelen trabajar las editoriales independientes- van comprando de a poco porque no tienen lugar dónde guardarlo ni tanta necesidad.

A su vez, las papeleras bicicletean al resto de la cadena cuando ven al dólar tomando impulso para saltar. Dicen que no tienen stock, que no les trajeron, pero los depósitos rebosan. En la estructura productiva del libro argentino, esta ventajita de las papeleras siempre existió, pero la cosa se pone todavía más picante en una época en la que cada vez son menos los que se dejan llevar frente a una vidriera o con una publicidad en Instagram. La tarjeta está vedada, el efectivo no sobra y mejor gastar en consumos menos espirituales y más concretos.

“Toda la corrida cambiaria y la actualización de precios de las editoriales grandes que vino inmediatamente después atenta contra la democratización de la lectura –afirma Cecilia Fanti, dueña de la librería Céspedes-. Te doy un caso concreto: Netflix democratiza a Joan Didion en una serie, la gente viene a buscar Noches Azules, publicado por Penguin Random House. 150 páginas a más de 500 pesos. Imposible”.

Cecilia cuenta que el último mes positivo en su comercio fue febrero. Desde ahí, el fondo de las ventas llegó para mayo, cuando en la Rosada empezaron a marcar el celular de Christine Lagarde, y ahora se mantiene en una meseta que no tolera margen de maniobra. “Este gobierno es contradictorio al fomentar el emprendedurismo sin darle ningún incentivo ni ayuda. La ley de precio único del libro lo consiguió la Cámara peleando contra MercadoLibre y las grandes cadenas que quieren poner el precio que se les cante”.

Leonora Djament, editora de Eterna Cadencia: “La situación del sector editorial es de las más graves desde 2001. En términos generales, la caída acumulada es de por lo menos un 25% promedio. Y todo esto en un año que va a tener una inflación de por lo menos el 30% y tuvo una devaluación del 50% en pocos meses (devaluación que se trasladó con creces al precio del papel que cotiza en dólares). Lo que no hay que olvidar es que esta crisis que atraviesa la industria editorial forma parte del contexto del país: estamos en una economía recesiva, donde el consumo sigue cayendo y no pareciera haber en las agendas públicas herramientas para redireccionar esta situación”. 

Más allá del desbande macroeconómico y el fracaso sostenido de la política monetaria, ¿qué responsabilidad es adjudicable a Cambiemos respecto a la situación de la industria del libro en la actualidad? Varios editores refieren que en el gobierno anterior nadie movió un dedo para ir contra el precio de los insumos, pero al menos las partidas para compra de libros por parte de bibliotecas eran una política pública, algo que ha cambiado drásticamente.

Hernán Vanoli, editor de revista Crisis y director junto a Lola Copacabana de Momofuku, puntualiza: “El Estado puede colaborar con que las pequeñas editoriales literarias, cuyo volumen de producción es muy chico pero su labor cultural muy importante, consigan papel a un precio competitivo internacionalmente, sea consiguiendo descuentos de la protegida industria papelera nacional, sea colaborando para su importación. Podría gravar a los libros extranjeros que compiten con la producción de estas editoriales. Podría realizar una exención impositiva a las imprentas, que también son obsoletas, para que impriman los materiales de estas editoriales. Podría adquirir una imprenta, y con muy pocos empleados producir al costo para estas editoriales. Podría favorecer por ley la exposición de sus libros en las librerías. Podría crear un Instituto del Libro de excelencia. Pero para que todo esto sucediera sería necesario que el Estado por un lado estuviera realmente interesado en la literatura argentina y la pensara como una fuente de valor cultural, que el Estado se animara a generar controversias para construir criterios colectivos de valor que puedan ser alentados por el Estado, y que los actores del mundo editorial independiente dejasen de pensar como almaceneros. Ninguna de estas cosas ocurre”.
 
Intentamos encontrar respuestas en el ministerio de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires. Nos respondieron con un extraño mail que a todas luces estaba copypasteado de una serie de folletos online, firmados por un tal Javier Martínez, a cargo de la Dirección General de Libros, Bibliotecas y Promoción Cultural. Allí se reponían todas las obligaciones del ministerio respecto a la promoción de la lectura, así como las iniciativas en la Feria del Libro y demás stands motivacionales. Como casi todo lo que viene ocurriendo en este atormentado 2018, la respuesta tuvo gusto a poco y a improvisado. //∆z