El proyecto solista de Mateo Sujatovich se consolidó como una de las revelaciones sonoras de 2019. Dos recitales sold out demostraron el potencial de una obra que oscila entre el rock cancionero y el pop y que abraza en partes iguales a lo clásico y lo moderno.

Por Pablo Díaz Marenghi

Fotos por Jesica Giacobbe

“¿Qué les parece un Gran Rex?”, arrojaba, suelto de cuerpo, Mateo Sujatovich —mejor conocido como el Ruso—, arriba del escenario de un Niceto colmado. Era la noche del sábado 23 de noviembre, y la segunda fecha que agotaba con su proyecto solista, Conociendo Rusia. Lo que en el momento pudo sonar como una irreverencia más de este músico de casi treinta años, hijo de Leo Sujatovich, tecladista de Spinetta Jade, se convirtió en realidad al poco tiempo cuando anunció un show en ese teatro para 2020.

¿Qué pasa entonces con este cantautor que fue una de las revelaciones 2018 con su primer álbum y que en 2019, de la mano de Nico Cotton en la producción, forjó en Cabildo y Juramento una batería de hits nutrida por el sonido del Fito Páez de El amor después del amor (1992) o del Charly García de Piano Bar (1984)? ¿Qué sucede con este pibe que, en tiempos de apogeo del trap y la denominada música urbana, destila reminiscencias del tango que mamó de su viejo, tanto en sus melodías como en el arte de tapa del disco y en la estética de sus videoclips?

¿Qué hay de este joven carismático trajeado de colores, que tiene casi 28 mil seguidores en Instagram, es amigo de traperos como Paco Amoroso y comparte músicos con Wos? ¿Se embebe, también, de la nueva escena urbana a pesar de que sus canciones remitan a un rock pop clásico? ¿Dónde están, si es que los hubiera, los puntos de contacto?

En una entrevista con la agencia Télam, Sujatovich dio una serie de pistas acerca de cómo vive y siente la música: “Creo que los géneros no mueren. Lo que quizás va sucediendo es que algunos están más vigentes que otros (…). El rock jamás va a morir, no hay chance de que el rock se muera porque es tan fuerte y está tan vivo que hace que pibes que hoy tienen diecisiete años quieran ser rockeros (…). Quizás hace tiempo que no hay íconos de rock nuevos en la escena, pero la verdad que el rock está vivísimo y haré lo posible para mantener el fuego del rock”.

Es interesante esa reivindicación teniendo en cuenta que viene de una familia de músicos que combina rock, música clásica, tango y jazz (su abuela, Pichona, era profesora de piano y su padre, además de haber acompañado al Flaco Spinetta, tocó con Nito Mestre, Porsuigieco, grabó discos de tango e integró el grupo Tantor).

En Niceto, en el marco de la presentación de Cabildo y Juramento, el disco que le permitió dar el salto a cierta masividad, Mateo Sujatovich se dio el gusto de tocar su repertorio completo. Su público, en su mayoría jóvenes de veintipocos, fue en aumento: prueba de ello fueron los Nicetos agotados. Sus canciones exudan una impronta popera (“el pop siempre fue para mí un lugar en el que me siento bien”, dijo en la misma entrevista) a pesar de que, por momentos, se luce en las guitarras con solos que remiten al funk y al sonido motown, evidenciando que, además de un notable cantante y frontman, Sujatovich es un gran guitarrista. Allí empezó, en las seis cuerdas de Detonantes, banda comandada por Joaquín Carámbula, con la que sacudieron el under hace no tantos años.

¿Cómo describir el sonido en vivo de Conociendo Rusia? Podría sintetizarse en potencia y  prolijidad sin perder la displicencia. Lejos quedaron los tiempos de romantización de lo precario, de las noches calientes en sótanos húmedos y el lo-fi por el lo-fi mismo. Aquí hubo sonido hi-fi y una banda de lujo que aportó la solidez necesaria para que las canciones de Sujatovich (que le cantan a amores truncos, a la nostalgia y a la soledad más arrabalera) se luzcan. Se destacan Fran Azorai en el piano (toca también con Banzai, banda de Wos, Emmanuel Horvilleur, Cande Zamar y Chita), Nicolás Btesh en guitarra (también productor en Estudio El Mar), Juan Gímenez Kuj en el bajo (Lo’Pibitos), la ametralladora de Guille Salort en batería (Horvilleur, Wos, Cazzu y Cande Zamar) y la sofisticación y elegancia de Feli Colina en coros/guitarra acústica.

Es interesante el cruce que se da entre los músicos del trap y el pop que confluyen en la banda de Sujatovich. Pese a que su música no suena a hip hop ni a nada que se le parezca, algo de esa arquitectura del beat resuena, sobre todo en la percusión (en temas como “Juro”, mucho más electrónico, que contó con la presencia estelar de Emmanuel Horvilleur como voz invitada en la noche del sábado).

Se pudo apreciar el ojo meticuloso de Sujatovich a la hora de traspasar su música al vivo y su poco reparo a la hora de combinar sonidos o géneros. Dijo a Telam: “Siempre va a haber rock, quizás hay algún rock que todavía tiene poco. Hay que ayudarlo a aggionarse también, a que el rock pueda decir cosas de la actualidad y que el sonido sea actual también”. Queda una pregunta flotando en el aire: si Conociendo Rusia —agréguese a esta nómina nombres como Juan Ingaramo o Louta— podría ser una suerte de eslabón perdido, un cruce entre escenas en apariencia disímiles —el trap y el rock— pero que comienzan a convivir en festivales y que, tal vez, logren algo similar a lo que generaron el punk y el reggae en los setentas/ochentas: una convivencia sagrada.

La puesta en escena y el trabajo en visuales fue notable, acompañando cada pieza con imágenes alusivas al universo que supo construir en su segundo disco, cargado de imágenes melancólicas de la ciudad de Buenos Aires en blanco y negro. Hubo momentos para los hits (“30 años” y “Bruja de Barracas” a la cabeza), para la declaración de amor (“En todos los lugares”), el desamor (“Cosas para decirte”), ecos al funk y al soul (“Quiero que me llames”) y para el rock que intenta devorar a la bestia pop (“La ventana”). Se destacó, también, el ensamble de vientos —saxo, trombón y trompeta—, que no siempre suele superar la barrera del ornamento para transformarse en una pieza vital de la armonía.

Pese a que las canciones más recientes de Sujatovich terminaron por darle una vuelta de tuerca a su concepto —una suerte de amalgama entre lo nuevo y lo clásico, lo cool y lo retro, lo vintage y el arrabal rioplatense—, el punto más alto de emoción y nostalgia se alcanzó con uno de sus primeros temas, “La puerta”, cuyo estribillo pareciera hablarle a un viejo amor pero que esta vez pareció dirigido al público, que no paraba de filmar con sus celulares y de corear los temas: “Todo el tiempo, me pregunto/ Para qué venimos a este mundo/ Tu mirada me lo explica / Solo en un segundo”. //∆z