Valle de Muñecas y Fantasmagoria revalidaron su título de bandas de culto el viernes pasado en La Trastienda, y dejaron escuchar un poco de lo que será su nuevo material.
Por Santiago Segura
Fotos de Candela Gallo
Con bajo perfil y altas canciones, un calvo de pocas palabras y un rollinglam desaliñado reformularon la canción de rock en la escena independiente (y no tanto) argentina. Haciéndose cargo de las derrotas dulces de la vida -“la soledad no es una herida”, dice uno; “yo nunca tengo razón… y tampoco quiero”, dice el otro- Mariano Esain y Carlos Loncharich (!) triunfan porque no les importa perder. O mejor, no los desvive ganar. Manza y Gori (ellos son) vencen con sus músicas arremolinadas y radiantes que comparten esa sabiduría de la decadencia, del tipo perdido en una ciudad gigante, de las noches cuando llegan al final y el sol quema los ojos, de los designios de la suerte. El viernes pasado pudimos atestiguarlo en La Trastienda.
Fantasmagoria, el cuarteto que esconde el apodo de su “10” en el nombre, fue esta vez un ensamble con variantes que refuerza la teoría de la banda que no es. Debería ser una de las expresiones más aclamadas del subterráneo musical nacional; aunque sea un grupo bienquerido por quienes lo conocen más o menos bien e incluso por el rezagado que los ve de rebote (tengo testigos). ¿Es culpa de la gente que no para la oreja, es culpa de las radios que no los pasan -interrogante dentro de interrogante, ¿qué radio pasa a estas bandas?-, es culpa de ellos que tocan poco y no graban material nuevo hace un lustro? Quizá sea culpa de todos estos factores, quizá no sea culpa de nadie. Pero a ellos no los corre el tiempo, menos que menos el “suceso”.
Decíamos: variantes. Incorporaciones -¿serán fijas?- que ensancharon su figura. El cuarteto fundamental (o sea, el golpeador serial de parches Augusto Giannoni, el bajista Gustavo Buchiniz y el tecladista Mariano Acosta, voz de apoyo para un Gori que, además de cantante principal es la guitarra acústica líder más líder que se haya visto: solos, arpegios, arreglos, sus cuerdas de acero sostienen el sonido de la banda) se amplió en más de un momento del show a quinteto, sexteto y septeto. Vientos, coro femenino y cuerdas que acompañaron la lluvia de novedades: buena parte de su setlist se basó en canciones inéditas. El fresco folk-psych-stone (“Caballos negros atravesando el desierto de noche” es una de las grandes canciones de la última era del rock local todo; “A veces” es un disfrutable y esperado momento del vivo, con la banda al frente pateando el tablado y cantando a capella en conjunto) suma colores y capas a su acabado. En un grupo de identidades tan marcadas es todo un riesgo que, por suerte (esta vez, no tan rara) los deja bien parados. Y nos deja manija a todos, como suele pasar en sus shows, cortos, cortísimos. Algo queda claro: podrán ser colgados, tocar poco, no grabar hace tiempo. Pero en su música tienen razón aunque tampoco quieran. ¿Qué le hace una mancha más al tigre? En este caso, renovarlo, mejorarlo más.
Valle de Muñecas era el otro cuarteto anfitrión y debía cerrar la noche. Desde la salida de La autopista corre del océano hasta el amanecer (2011) se sucedieron sus mejores años: reconocimiento absoluto de la crítica, convocatoria en alza (sin ser reventadores de boleterías), Manza como reverenciado productor en el mundillo rockero y en zonas limítrofes (la prueba es 8, el gran disco del pianista Marco Sanguinetti). Índices, todos, traducidos al sonido vivo de la banda, ya entregada a su música con precisión cincélica digna de la afamada familia Pallarols.
Su performance del viernes también sirvió como muestrario de lo que vendrá aunque, comparado con el show de Fantasmagoria lo suyo fue a cuentagotas. Sobre un territorio estilístico aún más firme, las tres novedades de Valle de Muñecas nos dejan expectantes: sonaron “A 1000 kilómetros de que amanezca”, “La cura y el dolor” y “Las cosas perdidas” (Manza fue más gentil que Gori y tiró los nombres, el camarógrafo Walter Gómez, aún más noble, grabó las canciones para que los ansiosos las reescuchemos en YouTube). El trinomio marca una continuidad en el sonido de la banda, con leves matices que aportan el toque distintivo al resultado final: la inarmonía sórdida de los platos de Lulo Esain en el intermezzo de “A 1000 kilómetros…”, el corte engañoso de su estribillo; la melodía cristalina que le dará destino de clásico a “La cura y el dolor” que, oh, asegura que ambas son caras de la misma… ¡suerte! Para que se sepa que el machaque en el temario no es falta de apertura sino consciencia de que si insisto, yo sé muy bien, te conseguiré.
Entonces ¿qué nos llevamos de conclusión a la salida de La Trastienda? Que a ambas bandas les sienta bien la renovación de repertorio. Que Fantasmagoria y Valle de Muñecas tienen el horizonte, cada una a su manera, bien apuntado. Y que nos urge que esas novedades se traduzcan a disco. Los amantes del bajo perfil y las altas canciones las necesitamos.//∆z