A poco de confirmarse su participación en el Lollapalooza Argentina 2019, el artista chileno hace un repaso de su actualidad y sus influencias. 

Por Lucas González

Sin mediar duda alguna, Álex Anwandter arriesga: “Me entretiene la confrontación”. En el enunciado no hay sobreactuación. La expresión es genuina. Y refleja (una vez más) la faceta contestaría del cantante y productor chileno que entregó en el título de su tercer LP, Latinoamericana (2018), su más reciente mueca de provocación: “Son pequeños gestos de desalinearme con lo masculino. Cada vez que veo una oportunidad, la intento aprovechar”.

Por estos días, el músico de 35 años se encuentra promocionando el sucesor de Amiga (2016), material que lo traerá nuevamente a nuestro país, esta vez en el marco del Lollapalooza 2019 (29/03). “Para ser sincero, ¡no tengo muchas expectativas!”, admite el ex Teleradio Donoso ante la consulta de ArteZeta y confiere: “Los festivales son lugares un poco hostiles para tocar porque no te dan prueba de sonido y tienes que subirte y tocar como en 15 minutos. Lo que provoca todo tipo de errores técnicos que hacen que el show sea inferior a lo que podría ser y uno esté preocupado de eso en vez de comunicarse con la gente. Pero bueno, dicho eso, estoy acostumbrado a ir a la guerra, me da lo mismo e igual lo vamos a pasar bien, como sea”.

Ante la interrogante, si tendrá o no un sideshow, todavía no hay certezas. “Es lo que más me gustaría, justo por lo anterior”, reflexiona Anwandter, que debutó en vivo por estos pagos hace cinco años, invitado por la versión local de la revista Rolling Stone. “Creo que tengo una conexión súper grande con el público argentino y esa fue la primera vez que lo sentí en persona. Eso siempre es muy especial”, dice uno de los baluartes del pop trasandino, junto a Javiera Mena, Gepe y Camila Moreno.

Pero su universo creativo no se limita únicamente a componer y tocar. En 2018 también retomó su faceta como cineasta, que inició con Nunca vas a estar solo (2016). Film donde vuelca su activismo queer y retrata el Caso Zamudio: un joven que en 2012 fue atacado brutalmente en las calles de Santiago de Chile por ser homosexual. A partir de este episodio Daniel Zamudio, se convirtió en un símbolo contra la discriminación.

Por lo pronto, piensa grabar su siguiente largometraje este año y estrenarlo en 2020. En ese contexto, sobrevuelan nombres propios que funcionan de inspiración para Anwandter en esto de mezclar disciplinas. Es el caso de su compatriota, el escritor, cronista y artista plástico Pedro Lemebel (1952 -2015), a quien suele citar como referente en las notas.

Algo similar ocurre con David Bowie, un parámetro que no asombra si se tiene en cuenta la estética que maneja, tanto en sus videos como en sus presentaciones. “Creo que ya he superado un poco mi idolatría por él, aunque igual regresa periódicamente. Mi época preferida es entre Young Americans (1975) y Heroes (1977). La mezcla de soul y krautrock en ese empaquetado andrógino y elegante sigue siendo irresistible”.

ArteZeta: Definiste el sonido de este disco como “un ejercicio curioso y medio retro-futurista de música”, que en términos de producción y grabación intentaste situar en 1978. ¿Y en lo que respecta a la composición de las letras? ¿Cómo fue el proceso?

Álex Anwandter: Es un ejercicio completamente distinto. Siento que, para empezar, no puedo hacer “ejercicios”. Tienen que venir de un lugar emocional, muy auténtico, o me canso de ellas extremadamente rápido. Prefiero no incluir una canción en un disco antes que tenga una letra que no me convenza. En ese sentido, me veo obligado a hacer conexiones emocionales entre lo que sea que mi mirada se pose y el lugar desde donde hablo. Suena medio abstracto, pero no lo es tanto. Es simplemente expresarse desde la honestidad sobre lo que sea.

AZ: Reconociste que en Rebeldes (2011) y en Amiga quedó claro lo que pensabas con respecto a un montón de cuestiones, que por eso ahora buscaste hacerlo de una manera más poética. ¿Te costó no ser tan explícito sobre determinados temas? 

AA: Me cuesta un poco más, pero creo que lo normal es lo opuesto. Ser muy explícito conlleva vencer una serie de inseguridades sobre exponerse o estar vulnerable, a la vez que comandar una cierta autoridad sobre algún tema. La mayoría de los artistas prefieren hacer letras intimistas y vagas, justamente, porque lo otro puede resultar un desafío muy costoso. En mi caso, quería volver a refugiarme un poco.

AZ: Sugeriste, relacionado a tu manera de escribir, que estás casi siempre atento a cualquier cosa para que pueda surgir la inspiración y que “honestamente, llega siempre”. ¿Te ocurrió en Latinoamericana? ¿Trabajaste de la misma manera?

AA: Pues sí. Se me hace muy raro no ser afectado por la cantidad de cosas que ocurren en el mundo. Quizás soy un poco adolescente en ese sentido o megalomaníaco –en la medida que algo en mí debe pensar que mi preocupación hace alguna diferencia- o tal vez ambas. Pero no me importa mucho. El filtro, como mencionaba antes, es si lo puedo conectar con algo de mi vida. Si no, mejor ver noticias en Twitter no más.

AZ: Afirmaste que siempre es mejor escribir cuando se está feliz, una idea que choca contra la creencia popular del autor sufrido y que desde la tristeza surgen las mejores cosas. ¿Qué función cumple la escritura?

AA: No recuerdo haber afirmado eso, honestamente, y no sé si estoy de acuerdo. Pero tampoco lo estoy con el cliché de sufrir para escribir mejor. Uno puede tener claridad tanto en el bienestar como en el dolor y es más bien desde la claridad que siento que se compone mejor. La claridad en el arte, en todo caso, no es necesariamente racional: una pincelada, un gesto limpio y preciso pueden venir desde un lugar emocional y traducirse en escritura muy buena. He compuesto algunas frases que me enorgullecen mucho desde un lugar así, sin entender realmente por qué las dije.

AZ: La música brasileña, gracias a tu padre, estuvo muy presente en tu infancia. Tanto que Latinoamericana incluye dos versiones: “Olha Maria”, de Chico Buarque, y “Um Girassol da Cor de Seu Cabelo”, de Milton Nascimento. Y aclaraste que Clube da esquina (1972), de este último, es uno de tus discos más importantes. ¿Por qué?

AA: Es especial en la medida que es como la calle donde crecí. Es parte de un paisaje que siempre estuvo en mi vida y que es indisoluble a un montón de experiencias que he tenido. Es lindo como esas cosas nos acompañan en la vida; me hace entender un poco también qué función cumple mi propio trabajo en la vida de otras personas.

AZ: Hablando de influencias, y a poco de que se haya confirmado tu participación en el Lollapalooza argentino, ¿tenés como referente a algún artista de nuestro país?

AA: Me gustan mucho Virus y Federico Moura. Ciertamente, otros artistas tuvieron mucho más éxito en Chile que ellos, pero estoy bastante seguro que para mi generación –una muy queer, por lo demás- fue Virus un lugar donde mirar con admiración, libre del machismo que permeaba gran parte del rock latino, sobre todo en sus letras.

AZ: Consultado sobre el devenir de la escena en Chile, planteaste que al principio no tenían industria musical. Nadie apostaba ni daba un peso por nadie. Había una la libertad absoluta para hacer exactamente lo que quisieran. A la distancia, ¿cómo ves lo que está ocurriendo? ¿Te parece que esa libertad y falta de prejuicio confluyó en algo positivo?

AA: Desembocó en propuestas específicas creativas y de muy alta calidad. Sin embargo, a la larga esa falta de infraestructura o sostén para gente nueva produjo otro vacío, lo que está sucediendo ahora. Sin la sinergia específica que tuvo mi generación, más el actuar de ciertos benefactores específicos para cada artista, es prácticamente imposible que suceda algo así espontáneamente. Por alguna razón, este nuevo desamparo no provoca otra libertad artística sino un regreso a imitar productos del primer mundo. Esencialmente, hay hordas de chicos sonando igual a Mac DeMarco, todo en medio de cagadas gigantes del gobierno y una ola ultra-conservadora en el continente. A riesgo de sonar como viejo gritando a las nubes, no lo entiendo. //∆z