Analizamos el último libro de Ezequiel Adamovsky: Historia de la Argentina, Biografía de un País. En poco más de trescientas cincuenta páginas, recorre nuestro pasado desde las sociedades precolombinas hasta la llegada de Alberto Fernández a la presidencia. Una lectura para entender de dónde venimos y hacia dónde podríamos ir.
Por Cinthya Andino
¿Cuál es la marca que caracteriza de manera definitiva a la identidad argentina? Se podría pensar que encontraremos una respuesta si echamos mano de su historia. Y más aun si se cruza en nuestro camino un libro como el de Ezequiel Adamovsky, cuyo subtítulo promete narrar la “biografía de un país”. Pero apenas nos adentramos en sus páginas, advertimos enseguida que la cosa no es tan sencilla. Veamos.
El libro de este consagrado historiador apunta a los públicos amplios. Se trata de una gran apuesta que, en poco más de trescientas cincuenta páginas, recorre nuestro pasado desde las sociedades precolombinas hasta la llegada de Alberto Fernández a la presidencia. Constituye uno más de sus aportes a la divulgación histórica, que tiene como objetivo (entre otros) llevar a la sociedad masiva los debates y aportes historiográficos que maduran en la academia. Es por eso que sin prólogos ni introducciones, la obra se lanza a bosquejar esta biografía argentina desde el primer capítulo. Y la línea inicial ya nos da un rasgo: “En el principio fue la violencia”. Así, cada uno de los seis capítulos que componen este libro harán énfasis en el empleo de la violencia, en distintos momentos de nuestro pasado, como una herramienta por parte de los sectores dominantes: para someter a las comunidades originarias durante la conquista, en las luchas internas post independencia, en el proceso de conformación estatal o en la represión de las disidencias y de los proyectos alternativos al capitalismo durante el siglo XX. También, la violencia se hace presente en las manifestaciones que recorre este libro de las que fueron protagonistas los sectores populares: desde la militarización de la sociedad durante las guerras de independencia, pasando por las expresiones anarquistas de fines del siglo XIX que atacaban a sus objetivos con atentados, el ciclo de rebeliones populares que dio inicio con el Cordobazo en 1969, y hasta el surgimiento del movimiento piquetero y su hermanamiento con las cacerolas en el estallido de diciembre de 2001.
Pero inmediatamente, el relato continúa: “Porque nada en el suelo que hoy ocupa la Argentina indicaba que aquí habría un país”. Posiblemente, sin ese ejercicio de la coacción, hoy no existiría la Argentina con las características que conocemos. Pero el autor nos dice algo más con esta afirmación. Por un lado, se ocupa de dejar rápidamente de lado las posturas esencialistas heredadas de la canónica historiografía mitrista, y a la vez sostiene que la historia local no se rige por una lógica procesual del progreso. Todo lo contrario. Adamovsky se propone dejar en claro, página tras página, que nuestro pasado ha sido caótico y contradictorio.
Y es que, si hay algo que se destaca en los acontecimientos de nuestra historia es una conflictividad permanente, una interminable lucha de clases (a la que Adamovsky se refiere, aunque en otros términos). Esta particularidad se observa claramente en los hechos referentes al siglo XX, pero el autor no espera hasta ese momento para remarcar el protagonismo de los sectores populares. De hecho, una de las líneas que subyace a su interpretación los coloca en un rol protagónico desde mucho antes de la formación del movimiento obrero, principalmente como garantes de las transformaciones sociales progresistas.
A su vez, estos sectores se analizan desde los abordajes más vigentes en los estudios de la historia social. Adamovsky contempla en conjunto las dimensiones de clase, étnica y de género. Y la conclusión que se desprende en cada caso es semejante: la desigualdad continúa presente.
Merece una apreciación aparte, en este sentido, lo que ocurre en términos étnicos: el autor resalta que existe una continuidad en nuestra historia en torno al racismo. La estructura del sistema de castas colonial, que se describe en el primer capítulo, se empalma con las masacres padecidas por las comunidades originarias de Patagonia y Chaco a finales del siglo XIX descriptas en el capítulo tres y con el proceso de autoblanqueamiento que llevó adelante la comunidad afroargentina en la misma etapa. Allí el autor recupera discusiones que ya desarrolló en obras previas (Historia de las clases populares en la Argentina. Desde 1880 hasta 2003; Historia de la clase media argentina. Apogeo y decadencia de una ilusión, 1919-2003) acerca del mito del crisol de razas y las implicancias que tuvo tal discurso no solo en su momento de origen sino también en la identidad argentina que construimos desde nuestro presente. La cuestión de la etnicidad reaparece en el cuarto y quinto capítulo ante las evocaciones realizadas por peronistas y antiperonistas para definir a qué sectores sociales representaba y a quiénes se oponía cada uno de ellos.
Otra novedad que suma este recorrido por la historia local es la aplicación de una perspectiva ecológica. El autor se detiene en momentos que fueron cruciales para la integración argentina al sistema capitalista mundial, y las consecuencias sociales y ambientales que estos produjeron. Una vez más, se destaca el hecho de que tales avances sobre los recursos naturales no podrían haberse efectuado sin el empleo de la violencia, garantizando de ese modo el usufructo privado de elementos que en rigor son públicos. Dinámica que aun hoy prevalece.
La historia cultural también se hace presente. Ligado al protagonismo que le da en sus líneas a los sectores populares, Adamovsky describe distintas expresiones culturales que surgieron en los sectores mayoritarios. Pero también menciona las manifestaciones de la cultura letrada que posibilitaron la formación de imaginarios en torno a lo civilizado, lo salvaje, lo deseable y lo indeseable. Desde las naciones africanas de mediados del siglo XIX, pasando por el empleo nacionalista de la figura del gaucho en las primeras décadas del XX, el boom de la cultura juvenil en los años sesenta, y llegando al auge de la cumbia villera de los dos mil, todas estas manifestaciones -y sus efectos- encuentran su lugar en el libro.
Esta obra se cierra con un gran epílogo, donde el autor reafirma varias de las interpretaciones planteadas a lo largo del libro. Fundamenta las razones por las cuales sostiene que existen continuidades en nuestro presente en torno a la cuestión étnica y a la relación que hemos tenido con los recursos naturales. También se remite a las referencias trazadas en los capítulos previos para sostener que las etapas de mayor participación popular fueron las de mayor ampliación de derechos y bienestar social. Pero esta afirmación termina de completarse con un brillante análisis económico de largo plazo que realiza el autor (basándose en trabajos previos) y que explica las razones de la constante inestabilidad en la historia nacional. Y obviamente, un apartado de esta sección final se detiene en la dicotomía peronismo-antiperonismo, sin la cual nuestros últimos setenta años de existencia serían poco comprensibles.
En el cierre de su trabajo, Adamovsky nos advierte que, al margen de su derrotero histórico, el futuro nacional no está escrito. Este libro, entonces, no es una mera colección anecdótica de hechos del pasado. Aquí se busca trazar una perspectiva de largo plazo sobre la historia nacional. Tal vez, un recorrido pensado para comprender cómo llegamos hasta acá y qué podemos hacer al respecto.//∆z