La periodista Adriana Meyer, de amplia trayectoria en el diario Página 12 y el programa radial Marca de Radio, traza un balance acerca de las dolorosas jornadas que vivió la Argentina a 20 años del 19 y 20 de diciembre de 2001. Hechos que vivió en carne propia y cuya causa judicial continuaría cubriendo como cronista a lo largo de los años. Una memoria del horror represivo, la deriva en Tribunales donde aún se reclama justicia y cuánto quedó de aquel estallido resumido en un grito: “Que se vayan todos”.
Producción periodística: Pablo Díaz Marenghi Fotos: Archivo Télam, Agencia N.A, Víctor Bugge y Enrique García Medina
La calleMe acuerdo que esa noche hacía mucho calor. Era jueves, Salía de la redacción de Página 12 en Avenida Belgrano y me encontré con una marea humana que iba a Plaza de Mayo y que me dio ganas de seguir. Desbordaban las veredas, la gente iba por la calle y había una necesidad de estar. No sólo por un tema periodístico. Se sentía en el aire una especie de comunión y ganas de protestar. Una euforia de protagonizar algo importante. Una adrenalina indefinible.
Cerca de las 11, cuando corrió la noticia de que había renunciado Cavallo, hubo un festejo en la Plaza. Era como que eso que estábamos esperando empezaba a suceder. Después hubo un mensaje de De la Rúa por radio y más bronca. Era como que el anuncio del Estado de Sitio fue leña al fuego. Al rato, de hecho, ardió una de las palmeras de la plaza y, en ese momento, la gente que estaba cerca mío decía “uy, se les fue la mano, la protesta es pacífica”. En todos lados está esa cosa como de “uy, estás protestando pero no hagamos enojar al poder”.
Yo había quedado muy cerca de la Casa Rosada y empezó la represión. La primera bomba de gas que tiró la policía cayó muy cerca de mis pies y hubo una estampida. Retumbó en toda la Plaza. Hubo más disparos y terminé sobre el asfalto cuando empezó el desbande. Me pisaron varias veces, me sostuve abrazada a un árbol en la vereda del Banco Nación. Sentía que me ahogaba del gas. Se me habían llenado todos los pulmones de gas. Después se dijo que estaba vencido, que es más picante.
Recordaba que en la puerta de un recital de rock, de adolescente, había aprendido a correr por el lado contrario del viento para evitar el efecto del gas pero en ese momento era imposible. El aire picaba y quemaba. Quedé aturdida. Tanto que al día siguiente no tuve resto para ir a la batalla que seguía en Plaza de Mayo. Hasta que una llamada telefónica me dijo “Cayó uno de los nuestros”. Era la negra (María del Carmen) Verdú, de CORREPI. Se refería a “Petete” Almirón, que pertenecía a esa agrupación. No nos conocíamos pero yo era muy cercana a ellos.
Después supe de los muertos. Vi la foto de Jorge Cárdenas desangrándose en el Congreso, una historia que después reconstruiría periodísticamente, y esos magullones que yo tenía me parecieron, por supuesto, absolutamente insignificantes.
Una imagen que me queda de esas jornadas es que la Plaza perdió una parte, porque la gente llegó demasiado cerca del poder, tuvo miedo y salió a matar. Durante el Macrismo las vallas esas extendidas las hicieron fijas y este gobierno las volvió a sacar. Ahora recuperamos de nuevo la Plaza.
El palacio
De lo periodístico, sentí que me habían reprimido a mí también. En esa época recorría los pasillos de Comodoro Py con causas de mucho voltaje político, corrupción: IBM-Banco Nación, la venta de armas de Menem, etcétera. Pero mi sensor interior estaban en estas cosas. De modo que le puse mucha energía casi en exclusiva al seguimiento de la causa. La jueza (María Romilda) Servini de Cubría al toque desdobla la causa, típica maniobra para desgastar los esfuerzos de las familias. Ella se quedó con las responsabilidades políticas y delegó en los fiscales el tema de la averiguación del accionar policial.
Después hubo otra maniobra con los años que fue inventar una supuesta presencia de francotiradores para justificar la muerte de uno de los cinco asesinados en Capital Federal, Gustavo Benedetto, en Chacabuco y Avenida de Mayo. Todo para cubrir a un tipo nefasto, Jorge Varando, que fue uno de los militares del ejército que reprimió a los del MTP en el cuartel de La Tablada cuando hicieron la toma en enero de 1989, que hay cuatro desaparecidos. El tipo tuvo altísima responsabilidad en esas violaciones de los derechos humanos que ocurrieron ahí. En 2001 era militar retirado, era vigilador privado y fue uno de los que disparó desde adentro del banco HSBC donde trabajaba y una de esas balas mató a Gustavo.
Primero Servini, después Claudio Bonadío y todos los jueces que intervinieron jugaron el juego a favor de los poderosos y de la clase política, que habían sido puestos en jaque con el “Que se vayan todos”. También hay que decir que a lo largo de estos veinte años también hubo funcionarios inferiores a ellos que trabajaron a la altura pero creo que nada se hubiera podido hacer en esa emblemática causa judicial sin la perseverancia de los sobrevivientes, sus familias y algunos de sus abogados. Destaco a la negra Verdú y a Rodrigo Borda del CELS.
Fueron apareciendo los nombres y rostros de los asesinos. A pesar de la cantidad de fotos y cintas de televisión que hay, la mayoría fue zafando. No fue posible identificar a los tiradores, a los autores materiales de cada una de esas muertes. Párrafo aparte, recién veinte años después descubrí que la lista que siempre pensábamos que eran 39 en todo el país son 38 porque hay una persona, Sandra Ríos, en Santa Fe, que está viva, y por un error periodístico de una nota de La Nación siempre fue mencionada como una de las víctimas fatales.
En 2016, quince años después de los hechos llegó el Juicio Oral de esa causa y condenaron al ex Secretario de Seguridad de la Alianza, Enrique Mathov, al ex Jefe de la Policía Rubén Santos y a dos ex jefes policiales. Cinco años más, recién la semana pasada, esa condena estuvo firme. La buena noticia es que tienen penas de cumplimiento efectivo pero se sospecha que pueden llegar a pedir domiciliaria. Cuando salió esa sentencia, la UCR pagó una solicitada en todos los diarios en defensa de Mathov.
Las familias de los muertos y sobrevivientes tuvieron muchos años de soledad. Fuimos pocos los que seguimos ese expediente, que nos comprometimos con reconstruir las memorias de los que mataron ese día. Cuando llega el aniversario parece que fueron un batallón de periodistas. El reconocimiento me lo hicieron ellos cuando me invitaron a la muestra de Paloma García, que es una fotógrafa que sacó fotos impresionantes. En esa mesa estaba Martín Galli, sobreviviente que entrevisté para Página 12, con una bala de plomo en la cabeza y María Arena, la viuda de Gastón Riva, el motoquero que mataron.
Balance
Una de las peleas que se perdieron fue el poder dejar sentado el precedente de que un Decreto de Estado de Sitio no puede ser licencia para matar. Ese era el planteo del CELS y no pudo prosperar. Con ese argumento se pedía que fuera condenado De la Rúa. Nunca llegó a estar condenado. Murió impune. Se perdió la posibilidad de limitar futuras represiones, como la que después le costó la vida a (Carlos) Fuentealba en Neuquén o a (Maximiliano) Kosteki y (Darío) Santillán en Puente Pueyrredón. Es por esto que las causas que abarcan las responsabilidades políticas de todas las represiones nunca avanzan. No es posible ponerle ese límite jurídico cada vez que el poder sale a matar.
De la Rúa no sólo carga con esos 38 muertos del 19 y 20 de diciembre sino que durante su mandato hubo casi 500 casos de gatillo fácil, 42 personas asesinadas en protesta social y 12 desapariciones forzadas, entre ellas la de Natalia Melmann en Miramar.
El piquete y la cacerola no quedaron asociados. Hubiera sido interesante socialmente que prosperara esa alianza. Es obvio que el “Que se vayan todos tampoco”. Lo enlazo con esto que decía sobre las responsabilidades políticas. La sociedad toda hubiera esperado un poco más de justicia y que no sea tan fácil reciclarse. Que gente que participó, quizás no tan conocidos, en las sombras, uno sepa que cuando pasó la espuma volvieron a sus cargos y nadie les exigió que rindieran cuenta de lo que habían hecho.
Otros dicen que el 2001 fue la antesala del Kirchnerismo. Puede ser. No me meto mucho en eso. De las asambleas barriales y el trueque no quedó nada pero sí quedó bastante de las fábricas recuperadas. Emblemas como la fábrica de cerámica Zanón y otras que surgieron, Madigraf en la Zona Norte y un montón de otras que están ahí peleándola sin patrones. Esa es una hermosa herencia de 2001.
Le hicieron una nota en Tiempo Argentino a (Hernán) Cabra (De Vega) de Las Manos de Filippi y él dice “La próxima vez que haya que prender fuego todo nos va a encontrar mejor parados”. Creo que es cierto pero no sólo porque aprendimos a ponernos limón en la cara para los gases sino, también, por ejemplo, porque a veces cuando hay que resistir, el pueblo sale en forma organizada como ahora en Chubut. Creo que esa es una buena postal de que algo positivo se capitalizó de aquellas jornadas. //∆z