Simón Fuga presenta su segundo disco de estudio, una nueva expresión del espíritu independiente con el que encaran su música. Y mientras siguen contagiando con su libre fluir, nos suben a su ascenso interplanetario.
Por Gabriel Feldman
Al pordiosero, en donde quiera que estés.
La estampilla de Laika que adornaba la tapa de After Chabán (2011) develaba otra de las tantas obsesiones (TV falopa, fútbol, porno, birra, faso) de Simón Fuga: el espacio exterior y la luna. Esa luminosidad de la bola gris es el centro energético del quinteto, que en este nuevo opus sin nombre se deciden a contemplarla. La noche los abriga, mientras se fuman uno y la vigilan desde la Tierra. ¿Qué estarán pensando? Tal vez conversan al respecto y piensan en comprarle vía pay pal alguna hectárea a ese gringo rechoncho que aprovechó un vacío legal y se decidió a vender parcelas lunares por Internet. Pero para qué conquistarla cuando podemos contemplarla. Lo cierto es que en este caso no hace falta montar una farsa en algún estudio de televisión para postular una frase eterna, lo diremos igual. Otro pequeño paso para Simón Fuga, un gran salto para el chezz.
Y subiremos en éxtasis, amparados por el enorme satélite y el vacío sideral, bailando deforme, gimiendo desesperados, antes que “Cara de jugador de Colón” nos corte en seco, dejándonos a un paso del abismo. Como un astronauta que pierde el casco en la inmensidad negra. Y ahí somos equilibristas, qué se le va a hacer. La psicodelia se abre camino, mientras el clima más tenue se quiebra con un solo desgarrador. “Si somos Pink Floyd se quedan callados”, tiró Jeremías Lentini luego de interpretarla en vivo durante la presentación del disco, dirigido especialmente a un grupito que ya estaba en cuero alentando como barrabravas. No lo podían evitar, hay algo que sucederá y no podremos controlarlo. El ritmo que sostienen contagia y seremos invencibles. Trogloditas a la deriva. In-ven-ci-bles.
Hacen lo que quieren y quieren lo que hacen, no hay otra para Simón Fuga. Lo suyo por lo general pinta más hacia el funk, una base enorme, sostener un buen groove y compartirlo. A ese combo le agregan matices jazzeros: las estructuras se transforman, el aire de lo imprevisto es lo que sorprende. ¡Corte! ¡Cambio! Y lo que empezó de una forma terminará en un no-lugar. Pero esos sonidos que se retroalimentan de la fauna spinettiana, con homenaje incluido, también le guiñan un ojo a la electrónica “elegante” con el humor que los caracteriza y el desparpajo del teclado como la voz saliente de los que no tienen voz. Por momentos nos sentiremos adentro de un videojuego, llenos de adrenalina mientras recorremos paisajes de ensueño. Será chezz entonces, como le dicen ellos, porque es necesaria otra palabra para dar cuenta de su lenguaje. Y las traducciones, como sabemos, nunca son exactas. Pero los pibes juegan. Sueltos y de memoria ya. De otra manera no se podrían sostener interpretaciones instrumentales que en su mayoría superan los siete minutos.
Todo grabado en vivo en dos días, presionados por sus propias ganas de tener el disco antes de la presentación y que salga fresco, de toque, con la espontaneidad de la charla entre amigos que reproducen con instrumentos. Ese diálogo primario, descontracturado, lúdico. La zapada que luego será orientada, bendecida, y que nos convertirá en eternos cuando bebamos de su copa. Material que se encuentra editado tanto física como virtualmente, disponible para su descarga gratuita como todos los lanzamientos anteriores del grupo.
Preferí en lo posible no incluir el nombre de las canciones en el recorrido que elegí hacer del disco porque el track-list merece un párrafo aparte. Por eso las dejo transcriptas a continuación: 1.Luis; 2.Caco Abatido; 3.Cum Sniffer; 4.Mr. Levy; 5.Cara de jugador de Colón; 6.Chiquito Rainbow; 7.Bajo Vientre; 8.Das Pan; 9.Hagan que abran esto. Paradójicamente el cierre es con el pedido desesperado de apertura cuando ya no queda mucho más. Entonces le damos play de nuevo, miramos la luna una vez más y nos pintamos de colores.//∆z