Por fuera de la vorágine del streaming y las redes sociales, una selección de los estrenos más destacables de la primera mitad del año.
Por Juan Martín Nacinovich
Fleabag, segunda temporada (BBC + Amazon)
Romper la cuarta pared no es novedoso, ni siquiera cuando lo hace Phoebe Waller-Bridge, la Messi de la televisión del último lustro, que a principio de año fue convocada por Daniel Craig para reescribir el guion de Bond 25. Lo que en verdad rompe el statu quo es que otro personaje del mismo show perciba esos momentos de complicidad entre la protagonista y sus televidentes. Andrew Scott, el James Moriarty de la Sherlock contemporánea, se vistió de sotana y se convirtió en el ladero perfecto de Phoebe Waller-Bridge (a partir de ahora PWB), creadora, guionista y protagonista de Fleabag. El cura poco ortodoxo que se la pasa puteando y bebe más gin tonics que agua entabla una peligrosa relación con ella, y enseguida descubre su secreto omnipresente: “¿A dónde te fuiste?”, le pregunta mientras charlan en el jardín de su iglesia. PWB mira a cámara con un gesto de incredulidad; “justo ahí, es como si desaparecieras”, insiste el cura deschavándola. En Fleabag casi nadie tiene nombre: el cura es el cura, Bill Paterson es papá y Olivia Colman, la ganadora del Oscar por The Favourite (2018), es la madrastra. Esta segunda y última temporada continúa por sus rieles imprevisibles, con una hermana menos intolerante que le hace frente al bully de su marido y con un café que, frente a todo pronóstico negativo, lleva adelante con éxito. Sin ningún minuto al aire de desperdicio, Fleabag es esa clase de televisión que te provoca un subidón, que te corta el aire al terminar un capítulo de inflexión y no te deja pensar en otra cosa. Por el momento PWB asegura no querer escribir más temporadas tras el final de corte agridulce, de una delicadeza al estilo Six Feet Under. De todas maneras, si tarda otros tres años en retomar la vida de la solitaria Fleabag, aquí estaremos para seguir viendo su historia, casi siempre vacía, llena de pesadillas y traumas, pero también, a veces, con sus logros, sus pasos hacia adelante, su manera de relacionarse con la vida. Ni más ni menos que el maravilloso mundo de Phoebe Waller-Bridge.
Years and Years (BBC)
En La soledad del lector (1996), de David Markson, el escritor desliza el siguiente postulado: “No darse cuenta de que el propio futuro ya es el propio presente ni siquiera cuando también ese presente se está disolviendo en el pasado”. Esta podría ser la carta de presentación involuntaria tanto de la familia Lyons, protagonista de Years and Years, una de las series top del año creada por Russell T. Davies (Dr. Who) para la BBC, como también del mundo entero. Ambientada en un futuro para nada lejano y sobre todo distópico (las décadas de 2020 y parte de 2030), la miniserie británica renueva las problemáticas que pueden acarrear el exceso de tecnología, el consumo irónico posicionando políticos en lugares poderosos y el cambio climático ya no como un problema a resolver sino como algo definitivo. Cualquier semejanza con la realidad no es mera coincidencia. El mundo se viene a pique: los polos se derritieron; se disparó la creación de campos de concentración para refugiados; se han perdido derechos como el aborto legal y el matrimonio igualitario; la precarización laboral llegó a un estado irreversible, con decenas de puestos de trabajo que han quedado obsoletos; España está en plena cruzada ácrata; hay lluvias de setenta días seguidos; toneladas de fake news y más, muchísimo más. Toda la amplitud y profundidad que Black Mirror no pudo tener desde que arribó al gigante del streaming se encuentra distribuida en los seis capítulos, con sus baches narrativos incluidos. En este escenario desalentador, el drama familiar de los Lyons crece en paralelo al estrellato “inexplicable” de la política del momento, Vivienne Rook (Emma Thompson), un Frankenstein que cruza lo peor de Donald Trump y Jair Bolsonaro. Más temprano que tarde, emerge un interrogante que traspasa la ficción con una urgencia que nadie parece querer atender: ¿estamos a tiempo de cambiar el rumbo de la historia?
https://www.youtube.com/watch?v=hNGLk9XHlAk
Barry, segunda temporada (HBO)
Tras el éxito ubicuo de su primera temporada, y con un final que podría haber funcionado como un final de serie, el futuro de Barry parecía incierto, en suspenso. Esta nueva entrega mantiene el nivel de su antecesora y profundiza en la directriz madre del monstruo co-creado por Alec Berg y Bill Hader: de alguna forma, se volvió más oscura, más violenta y más cómica, convirtiéndola definitivamente en uno de los experimentos más osados y atractivos de la pantalla chica. El primer episodio, “The Show Must Go On, Probably?”, dirigido por Hiro Murai (se lo ha visto hacer maravillas en Atlanta), evapora cualquier duda que se tenía sobre la continuidad de la comedia más retorcida de HBO. Barry Berkman (Bill Hader), el ex Marine devenido en hitman, sigue buscándole un sentido a su vida. En su temporada debut viajaba a Los Ángeles para matar a un actor de teatro y, en el medio de una crisis de vocación, terminaba tomando clases con el genial Gene Cousineau (Henry Winkler, pieza clave del cast). Barry está metido en un bucle aparentemente indestructible donde subyace la muerte. Por más que se aleje, que reniegue de su pasado e intente cambiar su estilo de vida, él mata. Y lo hace como si hubiese nacido para ello. Su historia estuvo y estará marcada por la tragedia. Sin embargo, ya no es tan disciplinado ni detallista como antaño, por lo que comienza a dejar cabos sueltos. Su intento de alejarse de la mira de las mafias chechenas y bolivianas y los asesinatos por encargo es inútil, como si una soga invisible lo atara alrededor de su cuello pese a cualquier decisión que tomara. Es este ida y vuelta constante, el choque entre el Barry que es y el Barry que quiere ser, lo que hace que todo fluya de manera notable. Televisión del más alto nivel.
https://www.youtube.com/watch?v=RecFpurnxXE
Killing Eve, segunda temporada (BBC + HBO)
Igual que con Barry, parte del público y la crítica especializada se preguntaba si Killing Eve debía seguir luego de un cierre de temporada tan redondo. El juego del gato y el ratón, el cazador cazado, llegó a su fin cuando Eve, agente del MI-6, apuñaló en el estómago a Villanelle, la asesina a sueldo que trabaja para la organización internacional “Los 12”. Esta segunda entrega, ya sin Phoebe Waller-Bridge (enfocada en la segunda parte de Fleabag que mencionamos arriba) y con Emerald Fennell (The Crown) tomando la batuta, comienza treinta segundos después del intento de homicidio por parte de Eve (Sandra Oh) en París. Por supuesto que Villanelle (Jodie Comer) consigue salir con vida y desata el nudo de la temporada. Mientras Eve se encumbra y empieza a desarrollar impulsos homicidas, Villanelle está igual de mortífera y extravagante pero más manipuladora, con esa forma tan sensual y aterradora. Todo se va escalonando entre ellas: celos recargados, ¿tensión sexual? y un nivel de obsesión que lleva a preguntarse si en verdad la mundana Eve está a la altura de su adversaria. El show se ríe de los ahora famosos arcos narrativos. No hay regla que valga, todo tiene que contagiar. De las oficinas del MI-6 a una misión de campo en Berlín; de no poder capturar nunca a Villanelle a que sea reemplazada y embaucada casi instantáneamente; o matar a alguien de un hachazo en la nuca y no limpiar las huellas dactilares de la empuñadura. Lo que para una serie como The Americans sería imperdonable, acá funciona por el simple hecho de no tomarse tan en serio. La trama tiene que avanzar, no importan los pormenores. Con una puesta en exteriores al mejor estilo Bourne (Europa en un tour de misceláneas), Killing Eve deconstruye un género otrora varonil, de espionaje al estilo macho, ahora feminizado y llevado a otro nuevo escalón: más estético y divertido, con más ritmo y fuera de lo tradicional.
https://www.youtube.com/watch?v=p1ArBDaXuD8
When They See Us (Netflix)
En 1989, una mujer blanca con severos traumatismos e indicios de violación es encontrada al borde de la muerte en el Central Park. Esa misma noche, en otro sector del parque, unos jóvenes afroamericanos corren con ímpetu adolescente mientras generan disturbios menores. La policía, también blanca, entra en escena forzando una persecución azarosa y racial, completamente desagradable y desleal. Korey Wise, Yusef Salaam, Kevin Richardson, Antron McCray y Raymond Santana, todos menores de entre catorce y dieciséis años, son detenidos y trasladados a la comisaría, donde son obligados a confesar algo que no hicieron. Allí se los interroga durante horas bajo coacción, sin abogados, sin padres ni madres, sin el derecho a una llamada. Ni siquiera se conocen entre ellos, salvo una excepción –Yusef y Korey–. Estos jóvenes no están preparados en absoluto para las atrocidades que muestra When They See Us, la miniserie de cuatro capítulos escrita y dirigida por Ava DuVernay que recrea los hechos del fatídico caso de los “Central Park Five”. Desde el piloto, sin conocer el caso en detalle, se sabe que los chicos son inocentes y que la policía es la mismísima mierda. Se los lleva a juicio, cada uno tiene su propio abogado, los intentan abroquelar como sea, pero todo es cuesta arriba. Lo que más impotencia genera es que el caso es impulsado por la conmoción y su propio peso específico, pero nada tiene sentido: las declaraciones de los chicos se yuxtaponen, no hay pruebas de semen que coincidan, hay incluso evidencias plantadas por la policía. Ninguna autoridad está de su lado y son encarcelados. De pronto su juventud termina, Korey (Jharrel Jerome, en una de esas actuaciones que catapultan carreras) se lleva la peor parte y pasa trece años en cárceles para adultos. Trece años por algo que no hizo, y una huella que se vuelve imborrable. “No olvidas lo que perdiste. No hay dinero que te devuelva todos esos años. No hay dinero que te devuelva la vida que perdiste o el tiempo que te robaron”, dijo el verdadero Korey Wise en el documental Central Park Five (2012). //∆z