36° Festival Internacional de Cine de Mar del Plata: una selección

Un repaso por algunas películas que nos gustaron de esta nueva edición de uno de los eventos cinéfilos por excelencia de América Latina. El 2021 marcó el regreso de la presencialidad al Festival y la magia de la sala de cine. ArteZeta estuvo allí, en Mar del Plata, presenciando algunos filmes que aquí reseñamos: ficciones, documentales, cortos, ganadoras de premios y, también, algunas rarezas. 

Por Ignacio Barragán, Pablo Díaz Marenghi y Paula Rosa

Fotos: prensa del 35° Festival Internacional de Cine de Mar del Plata

La irrupción del COVID-19 en 2020 puso patas arriba la mayor parte de las esferas de la vida cotidiana, envolviendo con un manto de incertidumbre, muerte y terror al conjunto de la humanidad. En palabras de la filósofa Judith Butler, nos vimos envueltos en un tenue nosotros humano que se veía obligado a ver cómo reaccionar. Cómo darle pelea a semejante horror. Nos vimos obligados al distanciamiento, el encierro y a un mundo mediatizado, con muchas horas de pantalla. El cine no estuvo exento a estas transformaciones. Más bien, lo contrario. Fue una de las esferas más afectadas que demoraron más en retomar su trajín habitual de actividades. El Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, por ejemplo, clásico de la cinefilia y emblema a nivel mundial, se reconvirtió al formato virtual y ofreció una programación atractiva e interesante que logró adaptarse al contexto pandémico.

2021 fue el año donde cierta “normalidad” regresó. Las salas de cine volvieron a abrirse, aunque con aforo, y el Festival pudo organizarse nuevamente de forma presencial, adaptado a los protocolos vigentes. Así se dio, por primera vez, una edición híbrida: por un lado, proyecciones en sala (algunas exclusivas en dicho formato) y, al mismo tiempo, la disponibilidad de poder ver el grueso de las películas de modo online. Con una programación más acotada que en años anteriores aunque con filmes atractivos y directores/as de peso a nivel nacional e internacional (como Pedro Almodovar, “Pino” Solanas, Ana Katz, María Álvarez y Gaspar Noé, entre otros) el Festival logró salir airoso a pesar de algunas dificultades organizativas.

Algunos datos según fuentes oficiales del Festival: 223 títulos proyectados de más de 40 países entre cortos y largometrajes. 300 funciones en nueve salas de Mar del Plata, con alrededor de 35.000 entradas vendidas. A eso se le sumaron invitados/as y acreditados/as de prensa. Se calcula que alrededor de 25 mil personas vieron el Festival en el formato online.

También se entregaron los habituales premios. El jurado estuvo conformado por Paz Encina, Mitra Farahani, Haden Guest, Aurélie Godet y Federico Veiroj. Hit the Road, del iraní Panah Panahi, ganó la el Ástor Piazzolla a Mejor Largometraje de la Competencia Internacional. What Do We See When We Look at the Sky?, de Alexandre Koberidze (Georgia), recibió una Mención especial. El Ástor a Mejor dirección fue para Miguel Gomes y Maureen Fazendeiro, directores de Diarios de Otsoga (Francia-Portugal) y Ramon Zürcher y Silvan Zürcher, ganaron Mejor Guión por The Girl and the Spider (Suiza). Los premios a Mejor interpretación fueron para Candela Recio (protagonista de Quién lo impide, España, de Jonás Trueba) y Zelda Adams (actriz y co-directora de Hellbender, EE.UU).

En la Competencia Latinoamericana resultó vencedora Jesús López (Argentina-Francia) de Maximiliano Schonfeld, en Mejor Filme. En la Competencia Argentina, Las cercanas, de María Álvarez, ganó Mejor largometraje; Mejor Dirección fue para Agustina Pérez Rial por Danubio. El jurado lo conformaron Mara Fortes, Simplice Ganou y Andrés Duque.

El festival abrió con la última película que llegó a filmar “Pino” Solanas antes de su muerte en 2020 (Tres a la deriva del acto creativo) y cerró con lo nuevo de Almodóvar (Madres Paralelas). También se destacó el estreno de los más recientes filmes filme de Gaspar Noé (Vortex) y Paolo Sorrentino (The Hand of God). Estos fueron algunos de los puntos altos de una nueva edición de un Festival que ya, hace tiempo, es un clásico a desarrollarse en una ciudad siempre radiante y cautivadora como lo es Mar del Plata. Quedó demostrado, una vez más, que pese a contratiempos y pandemias mediante, la cita ineludible con la dimensión más atractiva y magnética del cine continúa vigente e inoxidable.

 

Tres en la deriva del acto creativo, de Fernando “Pino” Solanas

Este es un documental tremendamente emotivo, donde la pulsión de vida se manifiesta en su máximo esplendor y en su forma más perfecta: el amor. Y aquí el amor lo abraza todo. No deja nada por fuera. Partiendo desde el amor más clásico y romántico, pero no por eso menor: se ve a lo largo de todo el film a los tres protagonistas (Fernando “Pino” Solanas, Luis Felipe “Yuyo” Noe y Eduardo “Tato” Pavlovsky) junto a sus compañeras de vida. Todos ya rondando los 80 años, conformaron desde hace años un grupo inseparable. El amor por sus hijos e hijas también está presente, ellos son un personaje más dentro del documental. Juan Solanas, Gaspar Noe y Martín Pavlovsky dialogan sobre cine y el haber crecido en el exilio debido a la dictadura. Y ahora vienen los otros amores no tan comunes de encontrar con el nivel de compromiso con el que nuestros tres protagonistas encaran la cuestión: amor al arte, a la política y al caos. 

Es acerca de todos estos tópicos que la conversación se va hilando y, desde la charla, se construyen ideas, conceptos y reflexiones. También se repasan algunas obras importantes, mediante material de archivo: registros audiovisuales de algunas muestras de Yuyo, fragmentos y algunos detrás de escena de películas de Pino, filmaciones de las obras de teatro de Tato, entre tantas fotos y videos viejos en Francia, país que alojó a Yuyo y a Pino durante su exilio, que los unió y cobijó a sus familias. 

El arte sirve aquí como eje y motor para encarar la vida y llenarla de proyectos. El arte también, como una cómoda y generosa silla desde donde esperar a la muerte. El caos, en palabras de Noe: caos es, en realidad, el devenir de la vida. Y hay que asumirlo como tal. Paula Rosa

El epilogo de la obra cinematográfica de Pino Solanas posee un titulo digno de banda indie de La Plata. Es, de alguna manera un cierre cariñoso a una búsqueda del arte dentro de la vida, algo que siempre ha sido una de las grandes obsesiones de este creador. Una vez mas, al igual que muchos de sus documentales, los protagonistas son el director y la Argentina. Solo que en este caso ese binomio se ve complementado con las trayectorias de Luis Felipe Noé y Eduardo Pavlovsky, dos grandes amigos con vivencias que se entrelazan unas con otras.

Lo que podría ser simplemente tres amigos bajándose un tuvo de vino se convierte en un dialogo que divaga por los distintos pliegues del existir. Las temáticas giran en torno al oficio, la familia y, por supuesto, el exilio. La mezcla esencial entre un cineasta, un pintor y un dramaturgo origina un repertorio de ideas que se preguntan sobre sí mismas, todas ellas atravesadas por un color argentino del que es imposible desprenderse. Una cosa se relaciona con la otra. La picada de salamines y quesitos que se filma en primer plano se confunden precisamente con el rojo y amarillo blancuzco de los cuadros de Yuyo Noé. 

Uno de los golpes bajos del filme es la voz en off de Pino Solanas. No porque probablemente sea una de las ultimas veces que lo escuchemos hablar sino porque su tono de relato didáctico y en forma omnisciente se ha perfeccionado del todo. Pino, en este caso, se parece a María Elena Walsh, nos susurra un historia que se parece mas a un cuento de hadas que a las vivencias de un martirio. Solo se puede tener gratitud y agradecimiento por esta pedagogía de la emancipación a la criolla. Una ambigüedad a la Solanas con momentos propios que se van a extrañar. Ignacio Barragán

 

Nocturna, de Gonzalo Calzada

Un hombre de nueve décadas, en el ocaso de su vida, recuerda. El proceso de rememorar, comúnmente llamado hacer memoria, se le vuelve una sensación esquiva. Fugaz. Su propia mente lo traiciona y lo engaña. Desde allí nace la columna vertebral de este filme, el sexto de Gonzalo Calzada. Este director se especializa en el cine fantástico y de terror. Esto se nota ya que aquí, ayudado de una notable fotografía y puesta de luces sombrías con tonos fríos, nos muestra a Ulises, interpretado por un magnífico Pepe Soriano de 92(¡!) años, en una noche que se presentará como un clímax en si mismo. Acompañado por su mujer, una brillante Marilú Marini, intentará develar el misterio que se presenta ante la puerta de su antiguo departamento. A la vez, el espectador navega a través de las aguas de su desconcierto, su desmemoria e, incluso, su confusión.

Se incluyen elementos oníricos que se emparentan con un relato sobrenatural. El acierto de la película se basa en tensar hasta el límite el desconcierto en torno a si las peculiares situaciones que vive este anciano son reales o producto de alucinaciones seniles. A la vez, se construye un relato bello y conmovedor acerca del sentido real de la existencia en torno al amor y las relaciones familiares. Párrafo aparte para el actor protagónico que se hizo presente en una de las proyecciones de la película en Mar del Plata y contó que terminó extenuado luego de rodar: “Me interné una semana, terminé deshidratado. Me agoté. Pero valió la pena” dijo mientras el público no escatimaba en lágrimas de emoción. Y agregó: “Ayudemos a empujar al cine argentino. No terminó con Libertad Lamarque, sigue hoy. La Argentina lo merece”. Pablo Díaz Marenghi

El perro que no calla, de Ana Katz

La sexta película de esta directora argentina destacada viene a presentar una rareza. Rodada en blanco y negro, protagonizada por su hermano Daniel Katz, cuenta la historia de Sebastián. Allí debería terminar una primera sinopsis. El filme se basa en, literalmente, contar una vida. Su devenir y derrotero. posa la lupa en una vida común y corriente que puede hacer reflexionar acerca de que no siempre las vidas extraordinarias son patrimonio de volverse carne cinematográfica. También las pequeñas delicias de la vida conyugal, el absurdo y la ironía del mundo laboral son dignos de ser narrados en imágenes. Con una correcta fotografía y una banda sonora que acompaña en los momentos justos, Katz va mostrando la vida de Sebastián a través de pinceladas. Por momentos, sobre todo al comienzo, hay una atmósfera casi de sketch de Cha Cha Chá. Más adelante, ayudada del recurso de la elipsis abrupta y técnicas narrativas poco habituales en el cine vernáculo, todo se torna un poco más lento e intrascendente. Un dato de color interesante es que fue ideada y filmada previo a la pandemia y registró imágenes de personas con una suerte de cascos aislante y un clima post apocalíptico que resultó ser casi profético. Si bien puede resultar, por momentos, irrelevante o de un ritmo algo lento, la película puede leerse como una reivindicación política de que el cine también puede ser mirar a través de la mirilla de una vida cualquiera. Pablo Díaz Marenghi

 

Las noches son de los monstruos, de Sebastián Perillo

Junto con Nocturna, quizás sea una de las películas nacionales más interesantes que se atrevió a incursionar en géneros más cercanos al terror o el fantástico, territorios cada vez más explorados en el cine argentino contemporáneo pero cuyas trayectorias en la tradición nacional son, más bien, acotadas. Sin un presupuesto grandilocuente, más bien apostando a un guión redondito, una paleta de colores nocturna propia de un universo Lyncheano y al uso de ciertos planos detalle pregnantes, esta película cuenta la historia de Sol, una joven adolescente (Luciana Grasso) que, en el último año de su secundaria, se muda a un pueblo debido a que su madre (Jazmín Stuart) se pone a salir con un hombre (Esteban Lamothe) que le ofrece mudarse con él. La vida de Sol se complica. Su nuevo padrastro parece algo tosco y perverso. Sus compañeras la maltratan. Su madre no puede prestarle la atención necesaria debido a su trabajo. Y, para colmo, la amenaza de un puma suelto aterroriza al pueblo. Un compañero de colegio que se siente atraído por ella y la irrupción de una misterioso perra blanca, sumado a ciertos detalles sobrenaturales que no vale la pena spoilear, modificarán el presente hostil de la joven. Estos detalles le demostrarán que siempre hay espacio para intentar ser valiente y enfrentar al miedo mirándolo a los ojos. Si bien hay algunos lugares comunes en la trama, todo termina cerrando de manera digna. Una suerte de relato de Stephen King cruzado con un coming of age a la argentina. Pablo Díaz Marenghi

 

What Do We See When We Look at the Sky?, de Alexandre Koberidze

Estrenada en la Bernilale 2021 y adquirida dentro del catálogo de MUBI, estamos en presencia de una de las llamadas “películas de festivales”. Aquellos filmes que intentan combinar un dilema existencial sobre el amor y el sentido de la vida con planos largos y monótonos, voces en off, críticas a lo establecido y elementos sobrenaturales. Todo eso se cruza en What Do We See….Escrita, dirigida y editada por el georgiano Alexandre Koberidze, comienza con una premisa básica: un chico y una chica se conocen, se enamoran a primera vista y prometen tener una cita al día siguiente. Lo que no saben es que, por medio de una maldición mágica que no termina de explicarse del todo, al otro día se despertarán con otro rostro y sin su principal talento (ella pierde sus conocimientos médicos y él su habilidad para jugar al fútbol). Se ven obligados a cambiar de vida. Terminan trabajando en un bar y mientras se desarrolla un nuevo Mundial de fútbol, en el que hinchan por Argentina y donde se exhibe la camiseta de Lionel Messi en un extenso plano, irán reencontrándose sin saberlo. Por momentos la cinta se vuelve algo monótona y pareciera naufragar en ciertas derivas, como las secuencias acerca del rodaje de una película (sí, un movimiento meta-cinematográfico) sobre el amor o toda una secuencia larguísima de niños jugando al fútbol mientras suena “Un’estate italiana”, el Himno del Mundial 90. Para algunos, este divague o fuga puede resultar encantador. Para otros, puede ser soporífero, más teniendo en cuenta las casi dos horas y media de duración del filme. Lo cierto es que posee secuencias de notable belleza estética pero, por desgracia, prima la sensación de querer haber abarcado varios frentes y, finalmente, terminar sin redondear ninguno. Una suerte de pretención preciosista que podría haber sido una película de esas Magnum opus imposibles de olvidar. Que el espectador juzgue.  Pablo Díaz Marenghi

 

Re Granchio, The tale of King Crab , de Alessio Rigo de Righi, Matteo  Zoppis

Re Granchio, The tale of King Crab es una vieja fábula italiana del siglo XIX transmitida de boca en boca y contada por un grupo de ancianos acerca de Luciano, un alcohólico y errático personaje que hace lo posible por esquivar la tragedia aunque ésta vuelve a su vida una y otra vez, como un frisbee. El film está dividido en dos partes. La primera se desarrolla en un pueblito italiano, entre pastizales y ríos, donde Luciano se enamora por primera vez y, como no podía ser de otra manera, es un amor prohibido. En la segunda parte, habiendo tenido que irse de su pueblo por los problemas que allí generó y guiado por una vieja leyenda, él deriva en Tierra del Fuego, Argentina, con sus penas a cuestas, en busca de un tesoro pero sin ningún mapa que pueda seguir. Aquí se encuentra con un grupo de marineros con los que comparte propósito. No faltan las armas cargadas para resolver la disputa.

La fotografía en Re Granchio es gastada y, desde lo visual, le hace sentir, por momentos, al espectador que está dentro de un cuadro de Caravaggio, con una oscuridad de fondo que pareciera absorber a los personajes. En especial a aquellos hombres harapientos que, junto a Luciano, dedican sus días a beber en alguna cantina de mala muerte.

Este particular western italo-argentino deja una reflexión flotando en el aire: ¿Acaso el amor es el verdadero tesoro? Paula Rosa

 

Maria Luisa Bemberg: El eco de mi voz, de Alejandro Maci

Una de las tantas deudas que se tiene con el cine se ha subsanado: por fin tenemos documental sobre María Luisa Bemberg. Realizado por Alejandro Maci y con el invaluable testimonio de la directora/productora Lita Stantic, esta película intenta reconstruir la historia de una de las mujeres pioneras del cine argentino.

Directora, guionista, coleccionista de arte pero, sobre todo, feminista; con una enorme trayectoria, Bemberg supo emocionar e inspirar a generaciones de mujeres que aun luchan por un lugar digno en el mundo del cine. Mediante un somero repaso por su filmografía y algunas anécdotas salpicadas, esta obra pretende dar una imagen lo mas completa de una vida sin precedentes. 

Resulta preciso destacar cómo el ojo del director se posa en ciertas pinturas, de Rafael Barradas o Torres García, que pertenecían a María Luisa Bemberg y hoy en día integran el panteón de obras del Museo Nacional de Bellas Artes. El contraste entre la interioridad del hogar en sus últimos días con esos cuadros y la consagración actual de la directora a nivel institucional dan cuenta de una clave de lectura. Aquella que pretende hacer del cine algo popular sin perder su cuota de intimidad.  Ignacio Barragán 

 

Azor, de Andreas Fontana

“Callate, cuidado con lo que decís” es el significado de Azor, un dialecto italiano. Lo explica Inés, esposa de Yvan de Weil, un banquero privado Suizo que aterriza en Argentina en los años más trágicos y oscuros que aquí transcurrieron: los de la última dictadura cívico-militar. Y, en este caso, remarcar la implicancia civil en todo el asunto, no está nada de más. De eso, en gran parte, va la película: el incremento de la perplejidad de Yvan mientras va conociendo y develando todos los vínculos económicos y transacciones monetarias que ocurrían por lo bajo -y no tan bajo- entre ciertas esferas de la élite civil y las cúpulas militares que gobernaron de facto en aquel momento. Su misión en este film es concretar y afianzar los acuerdos realizados entre estos oscuros personajes argentinos y su banco suizo. Se encuentra en ese rol debido a la extraña ausencia o, mejor dicho, desaparición de su socio y antecesor René Keys.

El trabajo de ambientación de época es impecable y el tratamiento de la imagen es completamente pulcra. Todo el glamour y la ostentación que desfilan a lo largo de la película entre diálogo y diálogo en francés, parpadea sólo en los momentos donde la oscuridad de los personajes decide ascender y hacerse protagonista. Esta absorbe toda posible luminosidad al punto tal que a uno lo hace temer por la integridad de Yvan. Quien mide minuciosamente cada una de sus palabras ante estos especímenes bifásicos con los que debe negociar y  que no se cansan de incomodarlo. Este temor y tensión que siente él, y también el espectador, sensación característica del clima de época, va in crescendo y se mantiene hasta el final, entre conversaciones que hasta por momentos cuestan entender.

Azor se destaca por su peculiar abordaje de un tema ya visto muchas veces en cine, es hermosa desde lo visual e inquietante desde el miedo que sugiere ante lo que pueda llegar a suceder. ¿Hasta qué punto ceder y hasta donde resistir? Esa es la cuestión que entra y sale una y otra vez, como una aguja, a lo largo de todo el film. Paula Rosa

 

Danubio, de Agustina Pérez Rial

Mar del Plata, 1968, Festival internacional de Cine. El golpe del 66’ de Onganía aun se siente y sus tentáculos asfixian ciertos tipos de expresiones culturales. Es la anteúltima edición de festival antes de que se vuelva a retomar en 1996. Un evento disciplinado y ordenado, como los claustros del Colegio Nacional Buenos Aires en épocas de totalitarismo. También, una de las ediciones del festival mas grises de la historia sino fuese por la presencia de Isabel Sarli que le otorga ese rojo característico a tanta planicie. 

La directora del filme realizó un excelente trabajo de investigación donde bucea por archivos y documentos extraídos de aquella fatídica e intrascendente edición del festival. Ahora bien, ¿Qué necesita una historia sobre la dictadura? Una buena célula comunista infiltrada en la sociedad que pretenda llevar a cabo sus planes en la mas absoluta clandestinidad.

Lo que parece ficción, es la mas pura y emocionante realidad. Mediante documentos y recreaciones, por medio de fuentes primarias, se construye una novela de espías en territorio argentino. Un relato donde el Partido Comunista se emparenta con el peronismo mas telúrico dando lugar a una película prácticamente de acción. Pérez Rial lleva hasta cierto limite el lugar común de que la realidad supera a la ficción y lo amplia con imágenes, generando un submundo dentro del genero documental.  Ignacio Barragán

 

Aurora, de Paz Fábrega

Aurora es una bebe no deseada que viene en camino dentro del cuerpo de una adolescente. Pero si algo hemos aprendido del feminismo, es que no estamos solas. Luisa, una joven docente de arte y arquitecta, conoce a Julia, la hermana mayor de un estudiante suyo. De casualidad descubre su embarazo y decide envolverla con su manto protector durante su gestación. Le da cobijo en su casa para que ella pueda tomar la decisión que crea más correcta. Es así como entre visitas al médico, paseos, compartir ropa y hogar, forman un lazo de complicidad único, maternal. Y, de esta manera, juntas, es como deciden hacerle frente al contratiempo que crece dentro de Juli. 

Nada es fácil. Todas las posibilidades parecieran marchitarse. El aborto es ilegal en Costa Rica. El sistema de adopción que consiguen es tortuoso emocionalmente para el cuerpo gestante. La presión y condena familiar hacen que ella no pueda confiar ni en su propia madre. No sabe quién es el progenitor de su bebé, pero al menos, un amigo de ella decide hacerse cargo.

El silencio de Julia es casi inmutable. No sabemos qué piensa, ni qué desea. De lo que estamos seguros es que nunca hubiese querido estar embarazada. Y si bien su sigilo nos levanta, a nosotros y a Luisa también, una pared casi infranqueable, la empatía no flaquea en ningún momento. Entendemos bien la gravedad de la situación y la disyuntiva en la que se encuentran. Quisiéramos, también, tenderle una mano y abrazarla.  Paula Rosa 

 

Una mujer, de Jeanine Meerapfel

Ensayo cinematográfico sobre la madre. Jeanine Meerapfel desnuda su genealogía a través de Una mujer, retrato poético y, a la vez, duro sobre las vertiginosas cumbres de la familia.

La búsqueda por trazar cierta coherencia dentro de la tragedia es lo que mueve la directriz de este filme. Jeanine viaja entre Francia, Alemania y la Argentina para establecer ciertos parámetros por los cuales se pueda comprender la herida, si es que algo así puede hacerse, de la madre. El contraste entre las distintas casas en las que vivió su madre en el pasado y su actual situación es la nota agridulce de la película. Una imagen que oscila entre la nostalgia y la fortuna del devenir.

Es interesante como la política está incluida en este ensayo sin convertirlo en un manifiesto. Ciertos puntos álgidos del filme se encuentran en la intersección entre denuncia e historia, repetición uniforme de todo documental argentino. Sin embargo, Meerapfel hace de la frase trillada de que todo lo personal es político algo real. Su cuerpo y el fantasma de su madre son el médium a través del cual se denuncia la corrupción crónica de un país ya largamente parasitado. Ignacio Barragán 

 

Sycorax, de Matias Piñeiro y Lois Patiño

Este cortometraje reúne dos carreras exitosas: las de Matías Piñeiro y Lois Patiño. Aquí se tiene la combinación que realiza el buen alquimista, amalgamar las historias shakesperianas del director argentino y los paisajes oníricos del gallego.

Veinte minutos son suficientes para viajar en una pequeña historia con el objetivo de encontrar a Sycorax, personaje invisible de La Tempestad. La búsqueda, actoral y metafísica, esta ambientada por selvas frondosas e islas solitarias. En la repetición de las escenas, algo habitual en el cine de Piñeiro, se encuentra el sentido de este trip. Entre castings de actrices y ciudadanos anónimos se inscribe este relato que no busca mas que agradar. Ignacio Barragán

 

Las cercanas, de María Álvarez

¿Cómo narrar una vida desde el ocaso de la misma? Quizá esa sea una de la preguntas que se hace María Álvarez no solo en Las Cercanas, su ultima película, sino a lo largo de su filmografía. Esta obra podría encuadrarse en lo que podría llamarse una trilogía de la vejez que involucra a películas como Las cinephilas (2017) y El tiempo perdido (2020) donde se retratan distintos aspectos existenciales de un grupo determinado de gente mayor.

En este caso tenemos a las gemelas Cavallini, dos viejas preciosas e insoportables que supieron tener una carrera productiva, pero poco destacable, como pianistas y ahora se enfrentan a la cotidianidad de los últimos años. Es decir, al olvido y la enfermedad. Sorprende la crudeza con la que esta construido el relato. En películas anteriores de la directora se ve la tristeza y la soledad por las rendijas de una persiana. Si bien los personajes eran retratados de una manera verosímil y cuidada, había cierto velo o esteticismo en las partes oscuras que posee toda vejez. En Las Cercanas no hay filtro. El espectador tiene frente a sus ojos el llanto y la miseria de unas vidas con todos sus matices.

Las personas adquieren distintas categorías a través del tiempo. De chicos uno no distingue  entre valores, cosas o personas. Un punto fuerte del documental de María Álvarez es, precisamente, haber puesto la mirada en eso. Las gemelas están enamoradas de unos muñecos de porcelana que recibieron de niñas en circunstancias excepcionales. Estos muñecos son los otros dos personajes de la película, un varón y una niña. Se pueden pensar, en cierto sentido, como el sustitutivo afectivo de una vida sin hijos ni marido según el propio comentario de una de las gemelas. Sin embargo, sea la interpretación psicológica que sea, estos muñecos pasan de ser perturbadores a emanar ternura. Una de las características de la película es el hecho de poner la cámara en el lugar correcto sin juzgar al retratado, un hallazgo poco frecuente en nuestras pantallas.  Ignacio Barragán