Crónica de los shows y reflexiones sobre lo que dejó evento musical más esperado y más importante del año.

De la redacción de ArteZeta
Fotos por Candela Gallo y Sofía Forciniti

Pasaron cuatro días de la primera edición local del Festival Lollapalooza y nos permitimos no solo ofrecer una crónica detallada de los shows más destacados sino también analizar algunos conceptos que antes, durante y después rodearon el evento musical más trascendente del año.

Todo no es color de rosas: uno de los grandes errores fue la distribución gratuita de agua en el predio -porque “es necesario estar hidratados”- que el primer día brilló por su ausencia. Si bien habían dos tanquecitos en un improvisado andamio cerca del Alternative Stage, éstos se agotaron antes de las tres de la tarde del primer día. Hay que sumarle a esto que en los puestos de comidas la botella salía 30 pesos. Una contradicción que al segundo día se “arregló”, porque aquellos que compraron la botellita de agua, pudieron recargarla durante todo el día 2. ¿Por qué había solo dos en todo el predio? Gran falla y falsa publicidad.

Otra cuestión fue el uso de la pulsera. ¿Qué función cumplía si no servía para entrar al Hipódromo? Había que guardarse el ticket de two day pass para ingresar los dos días y no perderlo “por nada del mundo”. ¿No era más fácil dar dos entradas? ¿O darle un uso real a la pulsera?

Cabe destacar la disposición micros especiales para trasladar al público desde distintos puntos de la Capital Federal hacia el Hipódromo de San Isidro durante el día y el posterior viaje de regreso al centro. Una excelente idea (cuántos hemos sufrido los micros truchos como única opción para volver a casa), cuya única contra eran los precios del viaje, sobre todo en los micros nocturnos.

Ciertamente la realización de un festival de estas características (con todos los aciertos y errores que puede haber en una primera edición), en lo que se refiere a line-up, predio y logística, supera ampliamente a otros como el Quilmes Rock, Pepsi Music y Personal Fest, que deberán redoblar la apuesta a futuro para mantener o igualar las exigencias del público que durante dos días participó en la “experiencia Lollapalooza”.

 

 

Arcade Fire

En el escenario el hombre bola de espejos entra para presentar a The Reflektors. Con las cabezas de cartapesta empiezan una versión rara de “Rebellion (Lies)” hasta que la voz se interrumpe al grito de “¿Qué es esto?” en un respetable castellano. Hay un impostor en micrófono: el barrilete Julian Casablancas se saca la cabezota y cede su lugar ante el asombro, los gritos y las risas al enorme Win Butler, que saludando dispara el mejor show del día 1, sin dudas. Él es el líder: apuñala una pelota inflable y nos deja una anécdota imborrable: Fuck Sushi Club.

Los ¡doce! músicos en escena –incluida la reina Regine, esposa de Butler e hiper-multi-instrumentalista- no se quedan atrás, van rotando su protagonismo. Arcade Fire vino a demostrar porqué quieren ser la banda más grande del mundo en esta época: son artistas en el sentido más contemporáneo. Todos varían su puesto y sus instrumentos, todos cantan a coro sus leitmotivs desde “Normal Person” –qué inicio, qué energía contenida liberándose-, pasando por “Ready To Start” y “No Cars Go” hasta “Wake Up”, con un bombo gigante en el escenario para definir por comprensión a los 54.000 corazones presentes en plena taquicardia bailable y feliz. Las explosiones de fuegos artificiales llegaron algo tarde, pero la postal de la multitud rumbeando para la salida entre estallidos de color va a estar colgada en muchas mentes por un buen tiempo. S.R.M.

https://www.youtube.com/watch?v=tpG2cZsbWTk

Red Hot Chilli Peppers

El número fuerte del segundo día del Lollapalooza eran sin duda los Red Hot Chilli Peppers aún compartiendo fecha con Soundgarden y Pixies. El conteo de remeras suponía un resultado inalterable: los fanáticos de los Peppers eran mayoría. Con una escenografía visual más desarrollada que los otros grupos y con una impronta por parte de los integrantes servicial al agite de la tribuna argentina. Los hits comandaron la escalada cancionera: “Dani California”, “Snow (Hey Oh)”, “Under The Bridge”, “Californication”, “By The Way”, aún así en los intermezzo fueron zapadas siempre comandadas por las cuatro cuerdas de Flea, hasta una improvisación al ritmo del olé, olé, olé futbolero que sostenía el público. La comunicación con el público siempre estuvo al ritmo de las humoradas o reflexiones del bajista, con algunos intercambios entre Kiedis y Klinghoffer.

El turno de los bises comenzó con una gran jam entre Flea, Chad Smith y Josh que encaminó el final con “If You Have to Ask” y con el rotundo y esperado “Give It Away”, que desembocó en una una masiva locura. Quizás una de las mejores presentaciones de los Red Hot Chilli Pepper en el país, teniendo en cuenta que algunas de sus visitas estuvieron provistas de cambios de guitarristas o escenarios no adecuados para el sonido rock-funk-alternativo. En una primera instancia la noticia sobre el protagonismo de la banda en esta primera edición del Lollapalooza Argentina tuvo la suspicacia de pensarse como una apuesta comercial segura. La respuesta es evidente, los Peppers dieron ejemplo de cómo debe una banda masiva terminar un festival de música alternativa. Quedará para un análisis posterior si el Lollapalooza, que otrora fue la cuna de la movida en vivo alternativa, hoy en día en la periferia del primer mundo es solo un gran cartel de marcas multinacionales. P.M.

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Nine Inch Nails

“A Warm Place” anunció la llegada del semidiós del rock, Trent Reznor. Los destellos de luces marcaron el comienzo de un show vibrante no apto para cardiacos. La catarata de estímulos sonoros sumados a los efectos visuales podrían volver enfermo al más sano. La idea es dar un show integral, luces que van y vienen, synthes invasivos al servicio de la melodía y del ritmo. Una fuerza motora impresionante. Una performance que te dé una patada en la cabeza, te saque el aire y te deje pensando: “acabo de ver uno de los mejores show de mi vida”.

Reznor agarra el micrófono como un desquiciado, suda a mares. Es un arma cargada y  sus movimientos, milimétricos. El Eternauta del rock industrial demostró una vez más su talento y versatilidad. Está vez estuvo acompañado de una banda de multiinstrumentistas: según la canción iban rotando y aportando la energía justa a las composiciones. En el repertorio repasaron varios pasajes de su última producción, Hesitation Marks, y no faltaron los clásicos de su obra maestra The Downward Spiral, que este año cumple su vigésimo aniversario, “March of the Pigs”, “Piggy” y “Head Like a Hole”, hicieron vibrar a las pandillas del príncipe de la oscuridad. El final épico e intimo llegó con “Hurt” (aquella canción que Johnny Cash supo convertir en suya), una redención y una coda para tanto impacto emocional. Uno de los mejores show de tu vida. J.V.

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Soundgarden

“Algún día voy a volver, pero con Soundgarden”, había prometido Chris Cornell al término de su inolvidable show, en plan solista y acústico, en el Teatro Gran Rex en noviembre de 2011. Y el tipo cumplió: finalmente, la banda más setentosa y añeja de la generación grunge tuvo su esperado debut en Argentina, en el marco del mismo festival que los había tenido como protagonistas en la edición norteamericana de 1992: época en la que todavía estaba bien fresquita la revolución de guitarras distorsionadas, ética punk y gritos desgarrados cargados de angustia que las bandas de Seattle habían desatado a comienzos de los noventa, en tiempos de conservadurismo neoliberal.

Luego de un arranque tibio con “Searching with my Good Eye Closed” y “Spoonman”, en el que las guitarras apenas se apreciaban y la voz de Cornell parecía enterrada en la equalización del sonido, la banda puso las cosas rápidamente en su lugar con “Flower” y, sobre todo, con esa gema de hard rock oscuro y arrastrado que se llama “Outshined”: el riff disparado por la viola de Kim Thayil con la sexta cuerda afinada un tono más abajo (rasgo que se convirtió en la base del sonido de Soundgarden y que quizá sea deudor de la gran influencia de Tony Iommi y su gusto por las afinaciones graves) se apoderó del Mainstage 2 del Hipódromo de San Isidro y los alaridos agudos de Cornell en el estribillo hicieron olvidar por un instante sus casi 50 años. Siguieron otros clásicos como “Black Hole Sun”, “Jesus Christ Pose”, “The Day I Tried to Live”, “Like Suicide” (con un gran trabajo en batería de Matt Chamberlain, el ex batero de Pearl Jam que se sumó para remplazar a Matt Cameron y se acopló a la perfección con el bajista Ben Shepherd) o “Fell on Black Days”, tan solo una canción de King Animal (2012) –“Been Away Too Long”- y el cierre sorpresivo con “Beyond The Wheel” para lo que fue un set corto pero contundente que dejó en claro por qué Soundgarden es la piedra angular del sonido grunge. M.R.

Lollapalooza Argentina Dia 2. Foto Candela Gallo.


Pixies

Uno de los puntos fuertes del festival fue la presencia de Pixies. No sería un error precisar que junto a Jane’s Adicttion y Sonic Youth fueron la génesis de un género tan amplio que con seguridad dio forma al origen de este festival en los noventa: el rock alternativo. Black Francis se acomodó en el escenario con su actitud apática y característica y sin mediar saludos o comunicación con el público comenzaron con “Bone Machine”. Quizás el sonido del set de los Pixies haya sido el que más exploró el límite del volumen, el noise de la guitarra de Santiago y la tersura de los coros de Paz Lenchantin envolvieron al público sin ninguna postura desmedida.

Bajo la esencia de un concierto punk tocaron veinticuatro temas en la franja horario precisa que le fue impuesta y salvo algunos problemas de Black para encontrar el equilibrio en la afinación de su guitarra y el haber abortado “Rock Music” en los primeros acordes, no hubo complicaciones. Desplegaron canciones maceradas bajo la potencia del vivo: “Tame”, “U-Mass”, “Magdalena”, “Hey” y “Bag Boy”, además de dos cover: “Head On” de The Jesus and Mary Chain, e “In Heaven (Lady in the Radiator Song) del cineasta y músico David Lynch, y por supuesto culminaron con el himno alternativo por excelencia, “Where is my Mind?”. Sin la pompa demagógica, se retiraron bajo la lógica de la tarea cumplida: hacer un digno recital de rock. P.M.


Phoenix

¿Alguien apostaría que la total falta de onda de Thomas Mars armaría tal despliegue escénico en vivo? El cantante francés, que a la fecha no parecía sumar mayores méritos que los de ser el marido de Sofía Coppola y tener una voz perfecta –la cual se trajo en la valija a Buenos Aires- seguramente haya cosechado una idolatría en el público argentino tras su gran performance. Una hora de saltos, interpretaciones encendidas y otro gran momento Lollapalooza: corrió por el pasillo central hasta el mangrullo, cantó para los de bien atrás desde allí arriba, y subiéndose a la gente volvió caminando sobre ellos –tal como leen- y al final casi reptando en una cinta transportadora de manos, mientras su banda la descosía con un reprise de “Entertainment”, la canción con la que todo empezó una hora antes. Después de eso, ¿quién estaría a la altura para seguir con el festival? S.R.M.

Johnny Marr

Todos los que fueron bien temprano al Hipódromo de San Isidro en la segunda fecha del Lollapalooza tuvieron su premio: un rato antes de las 16 una verdadera leyenda de la guitarra del rock británico salió a escena en el Mainstage 2: Johnny Marr. Con esos inconfundibles arpegios sobre la base de amplificadores sin distorsión tocados con una imponente Fender Jaguar blanca, el mancuniano ofreció un emotivo show que tuvo excelentes versiones de canciones de su flamante debut solista The Messenger (2013)“New Town Velocity” y “Generate! Generate!”, dedicada al Kun Agüero- y momentos surgidos de clásicos de los Smiths que quedarán en la memoria de todos: el soberbio trabajo de su mano derecha en “Bigmouth Strikes Again”, el solo memorable del final de “Stop Me If Think You’ve Heard This One Before”, el riff industrial y con delay de “How Soon is Now?” y el estribillo de “There is a Light That Never Goes Out” coreado por miles de personas. Inolvidable. M.R.


AFI

“Somos el fuego adentro”,  dijo en perfecto castellano Davey Havok, líder de AFI, para el beneplácito de sus fans.  Los cultores del horror punk dieron cátedra con un gran manejo de escenario y climas, arrancaron bien extremos con “The Leaving Song Pt. II” y a lo largo del show desataron una catarata de mosh. El set fue corto y contundente, repasó todas las épocas de la banda: desde el hardcore de “A Single Second” hasta el emocore confesional de “The Days of the phoenix”. La sorpresa fue la versión punky del himno de The Cure, “Just Like Heaven”, y luego el grand finale fue con los hits: “Silver and Cold” y “Miss Murder”. Solo resta decir, teléfono productores locales: recital de AFI solos ¡Ya! J.V.

Vampire Weekend

Los Vampire Weekend salieron a escena con una clara intención: ser correctos y distantes. Su música, que profesa cierta energía en los discos, estuvo tamizada por una intención sin demasiadas estridencias. Aún así el público ferviente de movimiento, coreo y alzó sus cuerpos en cada tema con el único objeto de divertirse. El setlist propuesto (“Diane Young”, “Holiday”, “California English”, “Ya Hey” y “Walcott” tuvieron los picos más altos del show) estuvo en sintonía con la hora en la que los organizadores ubicaron a la banda de Nueva York. La placidez de la tarde amenizada con los acordes rockabilly, los teclados pop y las voces sin fisuras de Ezra Koening y Rostam Batmanglij. P.M.

Jake Bugg – Lorde – Ellie Goulding

El festival fue la ocasión ideal para ver en vivo a los nuevos valores del rock y del pop, como Jake Bugg, Lorde y Ellie Goulding. Desde el escenario alternativo, Bugg fue el encargado de recibir a las multitudes inquietas que llegaban en gran número en ese momento de la tarde del día 1. Primero con la acústica y luego con su guitarra elétctrica, el pibe demostró con sus hits ATP por qué es el nuevo niño mimado del rock inglés.

Por su parte, tanto Lorde como Ellie Goulding ofrecieron sus shows ante un público mayoritariamente sub 18, que coreaba y bailaba cada una de sus canciones. Las diferencias entre la performance y el despliegue escénico de una y otra se percibían a simple vista: mientras que la neocelandesa solo estaba acompañada por un baterista y tecladista, la británica estaba rodeada de guitarristas, coristas y un importante juego de luces. Aún así, Lorde supo dominar mejor el escenario con sus curiosos pasos de baile, mientras que Goulding apenas si podía respirar entre canciones. Aplausos y ovación para la morocha y un tanque de oxígeno para la rubia. M.B.