El 6 de julio de 2020 la inmensa líder de Suárez, actriz, artista total, emblema de la autogestión en la música y en el arte argentino, cantautora inconfundible, dejaba el plano terrenal tras la búsqueda del último secreto. Diversas plumas que la conocieron, admiraron y acompañaron la homenajean en este especial. Segunda parte.

Escriben: Ignacio Barragán, Fernando Blanco, Ariel Duarte, Francisco Garamona, Julia González, Julieta Heredia, Giselle Hidalgo, Walter Lezcano, Mauro Libertella, Soledad López, Julieta Mortati, Martín Rejtman y Alejandro Schuster. 

Fotografía: Florencia Alborcen, Jesica Giacobbe

Ilustración: Paula Rosa

Producción periodística: Pablo Díaz Marenghi y Juan Martín Nacinovich

Lee la primera parte aquí

El periodismo se ha especializado en definir, encasillar, etiquetar. ¿Qué puede hacer, entonces, dicha disciplina, tan fascinada por el bello arte de rotular, ante un ser que sería imposible de reducir a una etiqueta hecha a las apuradas? La nochebuena de 1965 (sí, un 24 de diciembre) nacía, en Mar del Plata, Rosario Bléfari. Y el 6 de julio de 2020, debido a una enfermedad ladina, moría en la provincia de La Pampa a los 54 años. En el medio, dejó mucho: toneladas de canciones, horas de shows en vivo, actuaciones en películas y teatro, cuentos, poemas y anotaciones. Pero, sobre todo, su principal legado podría ilustrarse por medio de un triángulo con dos puntos de apoyo: por un lado, el amor, inmenso, que se manifestó en la catarata de saludos tan sentidos que desperdigaron sus seguidores en aquella triste mañana de lunes pandémico cuando comenzó a circular la noticia en redes sociales. Por el otro, en la cantidad de puentes que tendió a lo largo del circuito under. Rosario Bléfari no sólamente fue clave a la hora de encender la mecha de una escena independiente musical y cultural que tendría diversos puntos altos (los alternativos y sónicos noventas, el post cromañón de mediados de los dos mil). Ella era autogestión.

Ilustración: Paula Rosa

En ArteZeta la entrevistamos en varias oportunidades y hemos seguido su trayectoria en los diversos proyectos que llevó adelante. Por eso decidimos convocar a periodistas, escritoras/es, músicos/as, fotógrafos/as e ilustradores a que escribiesen algunas líneas generadas a partir de su vida, obra y recuerdo.  Por eso, también, la decisión de la semblanza colectiva. Tal como hemos hecho con otros artistas que nos marcaron como Federico MouraCharly García o Nick Cave. El resultado es variopinto, como era de esperarse ante una artista de semejante calibre. Hay nostalgia, respeto, idolatría y evocación. Sus letras aún nos dejan mensajes cifrados que seguiremos interpretando hasta la eternidad. Como, por ejemplo, en “Contraseña”: “Así es como empieza esto, así es como termina. Nada que ver, nada que ver/ con lo que te imaginás. No lo sabés ni jamás te lo vas a preguntar”.


Fernando M. Blanco (guitarrista de Valle de Muñecas, cineasta, dirigió Entre Dos Luces, documental sobre Suárez)

La primera vez que vi a Suárez fue por la época en que sacaron el cassette en la revista Ruido. Fabio no tocaba el bajo aún y la verdad es que, sinceramente, no me parecieron gran cosa. Sonaban muy pop para mi postpunkitud del momento. No me pongo colorado cuando escribo que se me hacían como unos Man Ray del under porteño. Luego, por cuestiones de la vida y ya estudiando cine, veo Rapado de Martin Rejtman y conecté con el personaje de Gonzalo Córdoba en la película y, a través de Cecilia Biagini que era su novia en ese momento, lo convoque para actuar en un cortometraje en el momento en el que Suárez sacaba Hora de no ver (1994) mientras filmábamos le pregunté si no tenía una copia del disco que me interesaba escucharlo y me dijo que al otro día me lo traía. Ese CD fue lo que más escuché durante el resto del año y comencé a ir a verlos regularmente. Eran, junto con Menos Que Cero, mis bandas favoritas de la época.

Pero mi relación con Rosario arranca en 2012 cuando le escribí con la propuesta de hacer un documental, porque pensaba que la gente se había olvidado un poco de Suárez y me parecía que podía hacer con ellos algo diferente al típico documental de Rock.

El regreso de Suárez en el Konex. Foto: Florencia Alborcen.

No soy de idealizar a los artistas ni los idolatro, pero la verdad es que fue bastante impresionante conocerla más allá de mi espacio de espectador. Si tenía admiración por ella como artista, como persona se multiplicó por mil. Porque era justamente lo que veía, escuchaba y leía. Una persona que era la misma tomando un café en un bar que en escena. Fue, en muchos aspectos, como un alma gemela y, a la vez, una persona que reforzó un montón de ideas que tenía de mí mismo y del entorno. Aprendí muchísimo de su visión de la vida, de sus salidas ocurrentes, su sinceridad y generosidad.

Ignacio Barragán (Historiador, crítico de cine)

Al igual que sucede con ciertos ídolos, creo cada uno tiene su propia Rosario Bléfari personal. El prontuario de esta marplatense divina, de voz ligeramente chillona, tiene para todos los gustos. Hay en ella un culto al artista completo, aquel que puede transitar todos los formatos. Mi Rosario es una cadena de escenarios y momentos que se pueden resumir en su personaje icónico: Silvia Prieto. Debido a una cinefilia obsecuente y bovarista, me pasó muchas veces haber confundido a Rosario Bléfari con la heroína de la película de Martin Rejtman. En una sucesión de imágenes algo borrosas se me aparecen Silvia Prieto embarazada en uno de los últimos recitales de Suarez, Silvia Prieto desnuda en la portada de Antes del río con forma de diosa griega y una Silvia Prieto periodista entrevistando a Ricardo Piglia (¿o Emilio Renzi?) en la TV pública.

En defensa de la confusión, ambas no son muy distintas. La sensibilidad, el cariño y la frescura de Rosario Bléfari se trasladan al personaje de Rejtman. Las dos están atravesadas mitológicamente por los noventa. Ambas son una serie de gags cotidianos salidos del under porteño. En definitiva ellas, la real y la ficticia, son figuras que se arraigaron en la memoria de muchos como ese espacio de resistencia a la banalidad de los días.

Rosario le puso el cuerpo a todo. No solo arriba del escenario sino también delante y detrás de las cámaras. Hoy en día resulta inevitable la piel de gallina al escucharla cantar: “Adiós, adiós, me voy, me voy” en “Río Paraná. El consuelo que a algunos les queda es que no se fue del todo. Nos quedan sus películas, sus temas y libros. A mi, por lo menos, todavía me queda Silvia Prieto.

Ariel Duarte (Periodista)

“Deudas y cuentas se me aparecen como un sueño, como si al final no importara. Toda esa preocupación eterna por el dinero que me acompaño toda mi vida parece, de pronto, perder peso y lugar. Tal vez si muero ya no importe de verdad. Se encargaran otros, del dinero que se debe, del dinero que me deben, del que podría ganar…, o algo en lo que me hubiera gustado ser más ¿práctica o afortunada? Para algunos parece más fácil”.

De esta manera, Rosario Bléfari reflexionaba en una de las entradas de Diario del dinero (Mansalva, 2020) sobre el complejo nexo entre un artista y la economía. La multifacética artista toma al dinero como punto de partida para trazar un mapa de vida.

Con saltos temporales que conjugan épocas entre la década del 80 y el 2019, Rosario habla de sus amigos, su familia, parejas, trabajos, trámites, pagos, pasado, presente, viajes, compras, sueños, y el compromiso que le daba a cada cosa que emprendía; ya sea un puchero, una soga casera para su hija, un disco o un libro. Plagado de memorias y recuerdos de diferentes momentos, Diario del dinero no reúne sólo consumos asentados en un cuaderno sino una forma de vivir con el dinero como excusa y forma para contarlo. El transcurrir diario, la relación con las otras personas y el mundo a través del prisma monetario. Así es como a lo largo de las 174 páginas de estos escritos se transitan las distintas etapas y proyectos de la vida de Rosario como así también su mirada fresca y profunda de los detalles de la vida cotidiana. Reflexiones sobre el amor, la compañía e, inclusive, sobre la coyuntura socioeconómica del país, se dejan entrever para dar cuenta de cómo todo está relacionado con todo.

Este libro estremece por la entereza poética de su prosa y por el singular valor testimonial que confiere. Un registro íntimo de lo que fue la vida de Rosario Bléfari.

Francisco Garamona (Editor de Mansalva, músico y escritor)

Valentía de una voz escrita y cantada

Claramente esta es una época triste, donde todos los días nos enteramos de la muerte de alguna persona que fue importante para nuestras vidas. Pero a mí ninguna me afectó más que la de nuestra querida Rosario Bléfari. A la que hoy sus amigos y amigas despedimos a la distancia, ya que ella estaba atravesando su enfermedad, que no tuvo nada que ver con el covid, en La Pampa, junto a su padre.

Rosario Bléfari al frente de Sué Mon Mont en 2014. Foto: Jésica Giacobbe.

Rosario fue y es una de las artistas esenciales de las últimas décadas. Actriz, cantante, compositora, poeta, todas disciplinas a las que ella les imprimió su estilo único, lleno de ligereza y felicidad. Su influencia en la música es inconfundible, y las huellas de su arte se pueden encontrar en casi todas las cantautoras que la precedieron. Su voz era dulce y aguda, y su poesía llena de elementos sensitivos y visuales, ensoñada y profunda, descriptiva y sentimental. Yo tuve la suerte de que ella me acompañara cantando en muchas canciones de uno de mis discos. Y también la de haber sido su editor en Mansalva, donde publicamos tres libros suyos, uno de los cuales, llamado Diario del dinero, está imprimiéndose ahora mismo. Y del que por suerte ella llegó a ver sus pruebas, en estas últimas semanas, en las que hablamos mucho. Era increíble sentir su valentía y su fuerza de ánimo frente a lo irreversible. Se la notaba incluso alegre, y llena de curiosidad por ver cómo era la muerte, diciendo que iba a conocer “el último secreto”.

Pero como pasa siempre en estos casos de la muerte de lxs artistas que amamos, nos consolamos pensando que nos quedan sus obras y que toda la luz que echaron sobre el mundo seguirá presente para siempre. Pero cómo no extrañarla y quererla acá, junto a nosotrxs, escuchando su voz, pudiendo tocar sus manos y verla sonreír.

Este texto se publicó originalmente en Revista Ñ el 11 de julio de 2020, se reproduce bajo consentimiento de su autor.

Julia González (Periodista)

Tengo recuerdos intermitentes de los encuentros o presentaciones de Rosario Bléfari, no así de su obra. Está acá, la veo, está viva, y es muy vasta. Y por eso mismo es mucho lo que se dijo en torno a ella, que tenía un tendal de personas que la amaban, fans, fieles, alumnxs. Se dijo mucho. Pero como todo sentir, resulta inabarcable. 

2005: Rosario Bléfari llegando puntual al Club del Bufón para tocar en el cumpleaños de El Silencio Rock. Rosario acostada en el escenario, sonriéndole al piso de madera mientras abajo todo era transpiración y felicidad. 

2007: Rosario tímida en un rincón de Casa Brandon, acomodando sus cuadernos en un atril, lista para cantar. Luego, sentada sola en una mesa del entrepiso, yo saludándola y contándole que mi hermanita de 5 años cantaba “Cuaderno”, “Lobo” y “Tuya”, enteras, de memoria. Rosario tratando de buscar una explicación, ¿por qué mi hermanita adoraría su voz? La respuesta era tan clara. 

El regreso de Suárez en el Konex. Foto: Florencia Alborcen.

2009: Rosario casi enojada en una entrevista, diciendo que era una pavada creer que la letra de “Reservado” era autoreferencial. “¡Es un disparate! Tenés que conocer gente, ver cómo es, pasar por un desengaño, tenés que enamorarte. No sé, le diría eso a alguien que me viene con que se está reservando para alguien. Es una demencia, no está bien. Es medio frustrante, es una exigencia. Pinta algo rosa, pero en realidad es una patada, es un bajón. No sé, no te reserves nada. ¿Cómo te vas a reservar? Vas a morir: el que se reserva, muere”.

2009: Rosario llegando puntual al Cronotopo, ciclo de poesía en el viejo Matienzo. Tímida, una vez más, hasta parecía que quería esconderse. Pero cuando se paró frente a la decena de mesas llenísimas de gente, fue para ella lo más natural del mundo. Leyó poesía y contó las historias del nacimiento de esos textos. Ella se reía. Todos se reían, era contagiosa su risa porque con los ojos te llevaba a ese lugar, te convencía de que había sido así esa visión de los pingüinos en la bañadera. 

El regreso de Suárez en el Konex. Foto: Florencia Alborcen.

Después, los recuerdos de los encuentros se me apagan. Van y vienen las notas que leí, algunos shows en Niceto, algunas apariciones en la tele, otras lecturas, dar con Silvia Prieto recién hace un par de años. En todo caso qué importa. Tengo recuerdos, aunque intermitentes, porque ella permitió que yo los viviera. Esa heroína barrial que se mezcla con nosotros, los demás, los que recibimos bienaventurados su gracia. Es la mejor evocación que se me puede ocurrir. Porque le ganó a la literatura clásica, patriarcal, en la que los héroes son varones y las mujeres, el decorado. Esta vez ella fue la protagonista. Y siento que no hay secretos detrás de su magia. Las canciones están acá y nunca serán vetustas. Rosario nunca será el pasado. Nunca el mensaje caerá en la decrepitud. A eso llamo arte. Se fue pero no dejó ningún disco de escasa creatividad, ningún libro que no sea una maravilla. A eso llamo arte, a lo que se ve en el reflejo de los ojos, como si fuera el combustible que multiplica los dones y los entrega, combustible capaz de sofocar cualquier situación de dificultad en la Tierra. Por eso seguirá sonriendo sin importarle. La puerta de su fortuna quedó abierta para siempre. Y ahí vamos los bienaventurados, reviviendo los recuerdos, tomando algo de su brillo para seguir.   

Julieta Heredia (Periodista, guitarrista en Fin del Mundo)

En 2005 escuché por primera vez Horrible (1995), el disco perfecto de Suárez. Estaba hablando con mi compañero de trabajo sobre una banda nueva de La Plata, Él Mató a un Policía Motorizado, que me gustaba porque al fin había encontrado algo local que sonaba como Pixies, Sonic Youth o Pavement. Entonces Guillermo, que era unos diez años mayor que yo, me dijo que escuchara a Suárez. Al principio no le hice caso pero en algún momento llegué a este disco que me atrapó desde el primer instante.

Rosario describe así su sonido en las primeras páginas de Más o menos bien, el libro de Nicolás Igarzábal: “Está esa cosa de desatar estructuras, buscar algo más primitivo, instalar un clima y sostenerlo con elementos simples, el silencio y la repetición”. Cada vez que vuelvo a escuchar Horrible descubro cosas nuevas, canciones de tres o cuatro acordes que están repletas de detalles, disonancias y cambios de ritmo, ruidos, melodías superpuestas, una pausa inexplicable para dar vuelta la página y seguir leyendo. En toda la obra de Rosario está esa forma simple de hacer cosas que resultan complejas, irrepetibles, con letras que van por su propio camino y no siempre se sincronizan con la música. 

El regreso de Suárez en el Konex. Foto: Florencia Alborcen.

No seguí de cerca su carrera solista pero ella siempre fue una referente para las bandas más interesantes de mi generación y otras más recientes. Por suerte tenemos el registro de Entre dos luces (el documental de Fernando Blanco) para presenciar cómo nacieron esas canciones y cómo fueron sus primeros recitales y viajes. 

Por suerte, también, nos dejó tres canciones nuevas de Suárez para extrañarla un poco menos. “Coro desvelado” tiene cierta continuidad con las letras y sonidos que más me gustan de sus primeros discos. Tal vez ese origen al cual estaba pensando en volver antes de despedirse.

Giselle Hidalgo (Periodista)

Una puerta posible a un mundo

Creo que la música llega cuando la necesitas. Por eso, se pueden tener mil intentos fallidos con los artistas hasta encontrar esa obra en ese momento justo que inicie la historia de amor entre creadores y público. Algo así me pasó con ella. Mil veces me la recomendaron, sobre todo los discos de Suárez, y mil veces me frustré hasta que un día le di una oportunidad a un disco nuevo, una colaboración entre Julián Perla de Mi Pequeña Muerte y esa autora tan querida para mi entorno y tan esquiva para mí: Rosario Bléfari.

Pintura de Guerra es un LP corto o un EP largo y esa indefinición es parte de su encanto. Es un pequeño universo en sí mismo y, a la vez, parece el primer capítulo de algo más. La clave es un desarrollo equilibrado. Cada canción es una propuesta que da paso a otra y juntas conforman 22 minutos de viaje. “Además es dos de enero” dice el protagonista de “La Guerra del Japón” en la voz de Perla, canción que abre el disco, “Vas a dejar esta ciudad en febrero” contesta desde “La Ciudad Más Austral del Mundo” la voz de Rosario. Un viaje espacio temporal en siete episodios.

Esa mañana triste, apenas desperté, me vino a la mente su imagen en el baño de La Tangente el día de la presentación de disco y proyecto, frente al espejo, yo detrás mirándola y ella en su mundo. Fue un segundo, un recuerdo completamente aleatorio que se quedó conmigo y que tomó sentido unas horas después cuando me enteré. Cada tanto vuelvo a esa noche, a la inmensa alegría que tuvimos esa noche, a las sonrisas, al brillo en todos los ojos y al comentario general “¡deberían tocarlo todo otra vez!”

Walter Lezcano (Periodista, escritor, editor, docente)

Los dueños (2013), de Ezequiel Radusky y Agustín Toscano, es una pequeña joya de cine argentino reciente. El argumento es sencillo pero sus implicancias en el imaginario social es complejo. Los empleados que cuidan una casa de fin de semana la usan en ausencia de los dueños. Con esta premisa certera se pone en juego, de forma narrativa y por lo tanto inteligente, la lucha de clases. Pensando en algunos aspectos de la biografía de Rosario Bléfari es sumamente atractivo que su papel esté del lado del Poder; es decir: que ella sea una de las dueñas. Con unos padres que tuvieron gran parte de su recorrido laboral como integrantes del servicio doméstico o de maestranza en hoteles y hogares de familia, Bléfari compone una dueña con una sutileza notable. Y esto demuestra la forma en la que Rosario elegía transitar el arte: buscando desafíos que la ubiquen en una zona de exploración que para muchas personas puede ser terriblemente incómodo. 

Nacida primero como obra de teatro y con el tiempo devino en película, Los dueños (un antecedente indiscutible de Parasite) fue una película que reposicionó a Bléfari en el lugar de actriz potente, importante, valiosa. Y eso se reforzó con su participación en la película Planta permanente de Ezequiel Radusky y en la obra Reinos de Romina Paula. A lo que voy, en el último tiempo de su vida artística Rosario había logrado salir del aura de Silvia Pietro de Rejtman y mostrar su caudal interpretativo dúctil, diverso y expansivo. Algo que, por otra parte, ella misma utilizaba (la ficción es parte de la banda) como concepto para algunas de sus proyectos musicales. Sué Mont Mon sin ir más lejos. Es en este sentido que Los dueños es una película que se vuelve tan importante: demuestra que Rosario siempre tenía maneras de reinventarse, de seguir, de imponer su presente.

 

Mauro Libertella (Periodista, escritor, editor de La Agenda)

Unos días después de la muerte de Rosario Bléfari apareció su Diario del dinero, un libro de 150 páginas que recoge sus anotaciones cotidianas en cuadernos de los años ochenta, noventa y el nuevo siglo: hay entradas fechadas tanto en 1986 o en 2018. En el medio, el arco biológico de una obsesión, o tal vez de un interés, o incluso de una fatalidad. Porque el dinero para Bléfari pudo ser eso: un planeta caliente –un sol, que ilumina pero también quema– alrededor del cual solo se puede orbitar. El dinero puede ser el elemento que ordena una vida. Hay pocas cosas que se puedan arrogar esa función, y en el capitalismo el dinero puede llegar a cumplir la función de un Dios: está en todos lados, es una especie de narrador omnisciente del que no pueden escapar ni siquiera los ateos. Frente a esa deidad complicada todos hacemos más o menos lo que podemos, y Rosario pareció encontrar eso que en su Diario llama un método holístico: “lo importante es mantener el flujo, entra y sale. Aunque esté anotando todo, no hago ninguna cuenta, no armo operaciones y pronósticos, anoto para hacer algo, para ver si se puede escribir en vez de hacer cuentas”. Creo que en ese fragmento está condensado todo, de manera milagrosa: su relación con el dinero, por supuesto, pero también la idea superadora de que el dinero es finalmente, para quien lleva un diario de él, una posibilidad como cualquier otra de generar relato, experiencia.

Otro momento fulminante del libro lo encuentro en la página 56, cuando apunta: “Toda esta preocupación eterna por el dinero que me acompañó toda mi vida parece, de pronto, perder peso y lugar. Tal vez si muero ya no importe de verdad. Se encargarán otros, del dinero que se debe, del que me deben, del que podría ganar…algo de lo que hubiera querido no tener que preocuparme nunca… o algo en lo que me hubiera gustado ser más ¿práctica? ¿afortunada? Para algunos parece más fácil”.

El Diario del dinero parece decirnos que Bléfari vivió una vida en presente. El presente es el tiempo del gasto, y ella parecía estar gastando, en el sentido amplio que puede tener la palabra. El ahorro es a la vez el pasado –el punto remoto en donde se originó esa “ganancia”– y el futuro –el destino incierto en el que eso que está guardado se va a usar–, pero el entre y sale  de su método siempre es en presente. El dinero cuenta una historia sobre el tiempo; es el elemento, al mismo tiempo abstracto y terriblemente tangible, que le da su estructura al tiempo. Tal vez por eso en el Diario del dinero la temporalidad está rota: a una entrada de 1999 le sigue una de 2016 y luego una de 1986. Rosario Bléfari pareció tener con el dinero la misma relación que tenía con todas las cosas: una relación artesanal, y en ese sentido no hay “aprendizaje”. La chica que luchaba por tener un vínculo más o menos armonioso con el dinero a los 25 años era la misma que lo seguía intentando a los 45. Así, su Diario del dinero termina y no termina. La muerte podría ser el final triste pero también el final feliz porque, como ella misma dice, luego de la muerte el dinero “ya no importa de verdad”.  

Rosario Bléfari al frente de Sué Mon Mont. Foto: Jésica Giacobbe.

Soledad López (Docente, Magister en Sociología de la Cultura, UNSAM)

La primera vez que escuché a Rosario Bléfari fuera del marco de un recital fue en 2015, en una charla sobre los años 80 en la Universidad Torcuato Di Tella. Sospecho que una buena parte de los presentes sabíamos algo de ella: que había sido la cantante de la icónica banda del “nuevo rock argentino” llamada Suarez y que seguía su carrera solista con nombre propio. Pero esa tarde, a diferencia de los otros convidados (Pablo Schanton, Bobby Flores y Laura Ramos), Rosario decidió hablar de libros. Confesó que a través de ese objeto, que definió como “algo de lujo” por ser “material y espiritual al mismo tiempo”, ella entró a aquella década que iniciaba entre el espanto y la total esperanza. Quizás, frente a su prolífica carrera artística, la acción lectora de Rosario Bléfari sea todavía una faceta pendiente por descubrir para muchos.

El año pasado, en el marco de la 9ª Fiesta del Libro y la Revista en la UNQ, invitamos a Rosario a charlar sobre la literatura de las canciones, junto a Paula Maffía y Martín Fuentes. La vimos con su pelo grisáceo sin teñir, ese que en Twitter nos advirtió que era tan solo “una variante”, una opción más con la que contar cuando nos cansáramos de los colores. La vimos con su sonrisa enorme, que dejaba ver hasta algunas muelas y sobre la cual el poeta Arturo Carrera, en un poema titulado “En una disco”, dijo que era “de otro mundo, del oído de otro mundo”. La escuchamos con su voz aniñada, desafinada por opción, y arrabalera a la vez (como en ese video que anda circulando en Instagram en el que se la ve en un camarín interpretando una versión tanguera de “La Cobra” de Jimena Barón). Y Rosario, que supo ser tantas veces tallerista de escritura de letras de canciones, nos miró seriamente con sus característicos ojos grandes, un poco caídos un poco melancólicos, y en confianza nos compartió su proceso creativo.

Cuando el 6 de julio, en pleno ASPO, la noticia de su fallecimiento comenzó a correr como un viento helado, en los subterráneos pasillos de las más populares redes sociales algo quedó detenido. En la marea de posteos y mensajitos repletos de anécdotas mínimas de algún momento con Rosario se desbordaron los flujos. Incontables son los que dijeron haberla invitado a los planes menos solemnes (como el aniversario de una pequeña comiquería en La Plata o una charla telefónica para un ignoto programa radial de madrugada) y haberse sorprendido gratamente al recibir su “sí” como respuesta. Si hace tiempo Rosario Bléfari ya se había ganado el mote indiscutido de reina-madre-mentora del indierock local, su partida reveló, entre otras cosas, un último legado. En  el mundo del arte contemporáneo que tantas veces pregona la tecnología de la amistad y tantas otras, incluso sin querer, habla sólo para los entendidos, Rosario Bléfari confirmó con su partida que ejerció siempre la acción anti snob, habló sin dar nada por obvio frente a un interlocutor que no tenía por qué conocer de antemano su existencia. Un mes después y a modo de homenaje, el hashtag #celebramosarosario motivó las más diversas nuevas producciones. Desde canciones a voz pelada y retratos en los que se acumulan sonrisas, flequillos y saltos, hasta ediciones especiales como el dossier de 56 páginas que editó la revista online Jennifer de crítica y ensayo sobre arte. Este primer mes de celebración también dio lugar a reemisiones y estrenos cinematográficos que la tuvieron como protagonista. La señal de cable Cine.ar programó la película Silvia Prieto (1999) de Martín Rejtman. El Centro Cultural Haroldo Conti emitió el extenso documental de archivo sobre Suarez dirigido por Fernando Blanco. A través de estos materiales, Rosario se volvió presente ya no sólo como actriz, artista visual, música y poeta sino también como alguien que motivó, incluso sin saberlo, a tantos otros a serlo o al menos a jugar por un rato a intentarlo.

Si todo duelo ha de vivirse como un misterioso relámpago, como un tiempo sostenido en el espacio, morir en pandemia enfatiza esa sensación enceguecedora y flotante. Pero también, la vorágine del contacto digital permite que su sorpresiva partida junto al trago amargo de saber que “hoy ya no toca Rosario”, se vivan más que nunca colectivamente. Detrás de nuestros celulares, inmersos en nuestros auriculares, entre líneas de poemas, cada quién puede sumarse a su modo y puede buscar su propia Rosario.

Entre todas ellas, aprovechando las ventajas de este mundo en las pantallas que pone a mano las revisiones archivísticas, quiero dejar una semblanza de la Rosario lectora. Esa Rosario que conocí en 2015, pero que ya en 2013 había practicado profesionalmente aquel oficio hiperactivo que es hablar de libros en una columna semanal en el magazine TEST, Todavía es temprano, de la Televisión Pública. Rosario ofrecía pequeños informes de lectura en base a tipologías tan poco formales como “lecturas recreo”, “libros para llorar”, “libro de vacaciones”, “libros para leer en la cama” o “para entrar en la lectura”. La configuración de la columna no estaba guiada ni por lanzamientos comerciales ni se circunscribía a ningún posible tema “de agenda”. Escritores célebres (Alice Munro, Virginia Woolf, Felisberto Hernández, Julio Cortázar, Ricardo Piglia, Selva Almada y Dylan Thomas) se camuflaban entre un montón de nombres de la literatura contemporánea seguramente para muchos desconocidos (como Juana  Bignozzi, Fernanda García Lao, Fabio Kacero, Ignacio Molina y Ana Ojeda, por solo nombrar algunos). Las editoriales independientes eran las invitadas de gala en esa fiesta. El capricho lector de Rosario unía las columnas en base a palabras claves que reponían la vida social de las cosas: ladrillos, giras, poesía, milanesas, el río, la ruta de la comida, el Loden, etcétera.

Con cierta aparente timidez o con un tanteo sutil, como quien no quiere importunar, Rosario Bléfari se sumaba desde un lugar mínimo a aquella propuesta televisiva. Pero cuando su voz se desplegaba leyendo fragmentos de sus recomendaciones, en unas pequeñas piezas audiovisuales preparadas para la ocasión, su lectura era firme, convencida y convincente. Un convencimiento lector cultivado desde niña, según cuenta en “Mis dependencias”, un texto de gran sensibilidad sociológica sobre los diminutos “cuartos de servicio” de los departamentos y las casas señoriales en los que vivió como hija de empleados domésticos. Una voz que expuso también en el cortometraje Vértigos (2013), de Vanessa Ragone y Muriel Yeneri, sobre Alejandra Pizarnik. Años después, su afán lector encontró en Nahuel Ugazio y Romina Zanellato dos cómplices con los que idear el ciclo online Los Cartógrafos, especie de podcast sonoro-literario que tejió redes entre músicos y escritores (disponible hoy en YouTube, Tumblr y Spotify).

Hay quienes creen que detrás de todo escritor hay un ferviente lector. En su tristeza infinita, la noticia del fallecimiento de Rosario Bléfari puede ser también una invitación para conocer sus múltiples y apasionadas maneras de vivir con y entre libros.

*Este texto se publicó originalmente en la Revista de Editoriales N° 3.

Julieta Mortati (Editora del sello independiente Tenemos las máquinas)

Rosario participó, junto a su banda Sué Mon Mont, del ciclo de entrevistas y shows en vivo que realizábamos con Agustín D´Ambrosio y Mariano Di Cesare en 2017 llamado “Tenemos las máquinas en vivo”. Todo parecía maravillarla, abría grande los ojos y preguntaba. Era una persona sin edad. Me resultó muy inspiradora.

Alejandro Schuster (músico, cantante de Viva Elástico)

Una canción como obsequio es una de las mejores entregas. Hablarle a alguien intentando definir las sensaciones necesita de amplia valentía y si a la vez en ese acto lo haces con palabras únicas, la belleza es tan grande que va a rebotar en el tiempo para siempre. Las canciones siempre quedarán. Las palabras también. Fuerza persistencia y estilo son las palabras que se me vienen ahí nomás.

Fuerza persistencia y estilo. Ganas de hacer, de salir a pelear. De levantarse y decir, siempre con una sonrisa pronunciada dándolo todo. Esta letra es un acto de máxima entrega. como dice en esta letra, “Mucho tiempo de horas destiladas…”

“Me gusta tu cuaderno/ y no el mío/ sucio y desprolijo/ ráfagas de nada/ necesito mucho tiempo/ de horas destiladas/ para recuperar el habla/ quiero tu cuaderno/ donde vi mi nombre escrito/ el mismo día que desapareció/ juro que no fui yo quién te lo robó/ alguien me ganó/ y al ver como te vas/ subiendo la escalera/ cuando aplaudo en el final/ quisiera que estuvieras por completo/ pensando en todo esto y nada más/ nada más/ me gusta tu cuaderno/ y no el mío/ sucio y desprolijo/ ráfagas de nada/ necesito mucho tiempo/ de horas destiladas/ para recuperar el habla/ para recuperarme/ y al ver como te vas/ subiendo la escalera/ cuando aplaudo en el final/ quisiera que estuvieras por completo/ pensando en todo esto y nada más/ nada más”. 

Martín Rejtman (Director de cine, escritor, dirigió a Rosario en el corto Doli vuelve a casa, 1986 y en la película Silvia Prieto, 1999) -Testimonio exclusivo para ArteZeta en diálogo via Zoom en agosto de 2020.

Me gusta contar esto. En el 82/83 estaba planeando un corto que se llama Doli vuelve a casa. Escribí el guión pensando en un amigo, Martín Reyna, para protagonizarlo. Era pintor, no era actor y nunca lo fue. Es lo único que hizo. Había escrito el personaje de una chica también, Doli, que no sabía bien quien era. Sabía que Martín tenía una novia, a quien no conocía, y creo que escribí el personaje pensando en ella, sin saber que era Rosario, sin haberla visto nunca ni en una foto ni nada. Tenía ganas de conocerla. Un día estábamos con Martín en un bar, apareció Rosario a dejarle algo y siguió viaje. Me acuerdo que estábamos los dos sentados y ella se quedó parada ahí al lado de la mesa, dejó algo y siguió. Ahí pensé: “Ya está. Ya tengo a Doli”. De algún modo escribí ese personaje para ella sin conocerla. Fue como una especie de intuición un poquito rara.

Rosario en Doli vuelve a casa (Fotograma)

Antes de hacer el corto la llevé al casting de una película (Pobre mariposa, 1986) que se estaba haciendo en el Instituto Goethe, que dirigía una alemana. Había leído en el diario que estaban haciendo eso, me propuse como asistente de dirección y me aceptaron. Se ve que no tenían a nadie para laburar ahí (risas). La llevé a Rosario al casting y quedó, obviamente, porque ya la prueba de cámara era espectacular. Ella en ese momento frente a cámara era increíble. O sea, la mirada que tenía, lo fotogénica que era. Tenía una presencia súper especial. Quedó en esa película y después hicimos el corto. Después de eso trabajé en un par de películas de Juan Carlos Desanzo. En realidad, en una, La búsqueda. Y la llevé a un casting con Desanzo, no sé si de esa película o de otra más adelante. Obviamente Rosario llamó mucho la atención pero no era el tipo de chica que se buscaba en las películas de los ochenta en Argentina. Era otro tipo de persona. Después, empezamos a hacer una película que se llamó Sistema español (era el título provisorio, de trabajo) que empezamos a filmar pero a la semana tuvimos que dejar el rodaje. La había escrito especialmente para ella. Después de eso hice Rapado (1992) y sentía que tenía una deuda con Rosario, tenía muchas ganas de trabajar con ella y, entonces, escribí Silvia Prieto.

Rosario Bléfari como Silvia Prieto (Fotograma)

Me resulta muy difícil separar el trabajo de la amistad. Después de Silvia Prieto me resultó muy difícil trabajar con Rosario en otra película porque para mí ya era, de algún modo, Silvia Prieto. Era tan fuerte esa imagen. Hay algo de Rosario que, más que una actriz, tenía esa presencia escénica tan fuerte que es un poco lo que busco en los actores. Algo que también tiene Vicentico para mí. Pero Rosario lo tenía de una manera muy pregnante. En Silvia Prieto es eso básicamente: Rosario como presencia escénica más que Rosario componiendo un personaje.

Rosario Bléfari y Valeria Bertuccelli en Silvia Prieto (Fotograma)

No me interesa tanto la composición, por lo general, sino que es ella siendo ese personaje a pesar de que no es ella. A raíz de eso, me resultó siempre muy difícil escribir otro papel para Rosario. No escribí otro papel para ella nunca más. No es que lo intenté y no pude. Sino que, directamente, no lo emprendí nunca. Era, para mí, ese personaje, con esa presencia que tenía, que ya estaba en el momento ese que la llevé al casting de la película alemana y le hicieron las pruebas de cámara en una escalera. Me acuerdo que era un plano de ella que miraba para abajo, después miraba a cámara. Y no había mucho más que decir. Todo eso fue, para mí, encarnado en Silvia Prieto de algún modo. Eso, esa mirada inicial y, después, Rosario actuando, moviéndose como ese personaje en esa película. Eso me impidió seguir, para bien o para mal. Qué se yo. No sé si hubiera podido seguir trabajando con Rosario. No tengo idea. No me lo planteé. Pero para mí en cine Rosario era eso.

Hay algo de Rosario como actriz de no profesional, digamos. No es que era una actriz profesional así como tampoco creo que haya sido una música profesional ni una artista profesional. Todo esto lo estoy diciendo en el mejor de los sentidos. En el sentido positivo. Ese no profesionalismo que es cambiar composición por presencia escénica o el escribir un hit por escribir canciones. No profesional no quiere decir que no hagas las cosas bien. Todo eso hacía de Rosario un personaje inclasificable y fuera de serie. No creo que haya en la historia del arte y la música argentina un personaje parecido a Rosario. Tendríamos que pensar, a lo mejor, en Violeta Parra en Chile o, tal vez, Patti Smith. Me acuerdo que Rosario me contó que la vio a Patti Smith una vez que fue a presentar una película a Venecia. La  vio tocando en unos jardines de un parque sentada como tocando para unos amigos. Algo que Rosario podría haber hecho también.

Viajamos mucho por Silvia Prieto. Me acuerdo que cuando fuimos a presentarla al festival de Berlín nos quedamos encerrados en el hotel casi todo el festival porque hacía mucho frío, nevaba y después la nieve se derretía y estaba horrible afuera. En el hotel había una pileta climatizada y un sauna. Al mismo tiempo, justo empezaba internet  y Rosario se pasaba el día mandando mails. Recuerdo que el último día nos enteramos que había un mercado en el festival y que tendríamos que haber ido ahí a intentar vender la película o hacer algo. Lo descubrimos el último día. Se ve que yo también era muy poco profesional.

Me parece que es un personaje demasiado especial, inclasificable, que canalizó su talento de una manera muy particular y feliz en todas las áreas que tocó. Todas las áreas que tocó, de algún modo, las iluminó. //∆z

Rosario Bléfari en el regreso de Suárez en el Konex. Foto: Florencia Alborcen.