Hablamos con el escritor estadounidense-argentino sobre Leñador; algunas de sus obsesiones académicas; y Ártico, su nuevo libro pronto a salir por Fiordo en unas semanas.

Por Joel Vargas
Fotos
de Sabrina Wilson y Michelle Wilson

¿Es fácil resumir la vida de alguien en unas pocas líneas? Mike Wilson nació hace 42 años en Estados Unidos. Por el trabajo de su padre hizo una especie de tour latinoamericano cuando era niño, vivió unos años en Chile y Paraguay, y su familia se estableció finalmente en Argentina. Se crió leyendo a Roberto Arlt, Jorge Luis Borges, Héctor Oesterheld y tantos otros. Volvió a Norteamérica y estudió literatura en la Universidad de Cornell. Luego retornó a Latinoamérica, se estableció en Chile. Fue y volvió. Se convirtió en profesor de literatura de la Universidad Católica de Chile. Se enamoró. Tuvo un hijo. Editó algunas obras que la crítica aclamó. Ganó premios. Pero qué intrincado es desentrañar qué momentos son los más importantes de esa vida. Uno podría ser cuando editó Leñador en el país trasandino hace 4 años. Es un antes y un después en su carrera literaria. Es uno de esos libros que trascienden el paso del tiempo. De los que se va a hablar durante años. La novela cuenta la historia de un tipo que deja todo, que trata de escapar de la oscuridad, del pasado y se va a los bosques del Yukón, aprende a ser un leñador, se hace uno con la naturaleza. Muchos críticos que no saben que decir sobre las obras que no siguen el eje narrativo tradicional, introducción, nudo y desenlace, le encajan la etiqueta “experimental”. Leñador no es eso, es un juego con el lenguaje. Un prospecto. Está llena de pasajes casi enciclopédicos, muy descriptivos y consejos de cómo ser un gran hombre en la tarea de cortar árboles; un arte milenario. También es un tratado lógico filosófico, la cita de Ludwig Wittgenstein que Wilson elige como epígrafe da una pista: “El juego mismo de la duda presupone la certeza”. El año pasado Fiordo lo editó en nuestro país y Errata Naturae hizo lo suyo en España. ArteZeta lo eligió como uno de los libros destacados de 2016. Hablamos con Mike Wilson a propósito de Leñador; de sus obsesiones académicas, de series y Ártico, su nuevo libro pronto a salir por Fiordo en unas semanas.

AZ: ¿Cómo es tu relación con la naturaleza en la literatura? Uno puede vincular un poco Leñador con Walden, de Henry David Thoreau. ¿Estás de acuerdo?

Mike Wilson: No tengo una relación especial con la naturaleza, pero me interesan mucho los espacios, los lugares, suelen ser protagónicos en lo que escribo. Creo que el vínculo con Thoreau es válido desde la perspectiva del lector, ellos deciden esas cosas. Pero para mí, al escribir la novela, no era un referente importante, no estaba tan interesado en la naturaleza en sí ni en el oficio de leñador, eso era un pretexto. Me interesaba más el tema del lenguaje. Ese espacio me permitió explorar ciertos límites y ciertas formas de lenguaje, de texto y pensamiento. Fueron otros los referentes, libros como manuales, guías, textos no-narrativos de todo tipo, textos obsoletos, estos jugaron un papel más importante en la novela.

AZ: Entonces, ¿cómo surge escribir Leñador?

MW: Creo que surgió de un impulso personal que reaccionaba en contra de lo que yo sentía era el agotamiento de mi escritura.  Sentía en ese momento que narrar no me entregaba nada. Quería huir de narrativas inevitablemente paródicas, y a la vez recuperar sentido, encontrar certezas a través de la escritura, y dejar el lenguaje por medio del lenguaje.

leñador fiordo

AZ: Has dicho que Leñador tiene un trasfondo nihilista. Me gustaría que profundices un poco esta idea.

MW: Creo que esa cita sale de un error de transcripción en una entrevista. Es todo lo contrario, es una novela en contra del nihilismo, en contra del pensamiento dogmático de todo tipo, incluyendo el nihilismo. En la novela el narrador busca disponerse ante las cosas, captar las certezas que permiten todo lo demás, incluyendo la duda, comprender que esa certeza no está sujeta al escrutinio ni al escepticismo porque no pertenece a esa clase de cosas, no es lenguaje, no es conocimiento, no es opinable. Simplemente es.

AZ: Gran parte de tu obra fue editada por editoriales independientes, salvo Zombie y Rockabilly en Alfaguara ¿Cómo fue la fue experiencia de editar por un grupo editorial?

MW: La experiencia fue buena, pero me siento mucho más cómodo en el contexto de editoriales independientes. Es un tema de gusto personal. Soy un poco claustrofóbico cuando se trata de cosas así. En una editorial grande hay una maquinaria que te envuelve, expectativas de prensa y ventas, y no es que sea malo, pero yo no me acomodo bien en esos contextos, tampoco en agencias o cosas similares, me siento atado, restringido, sea real o no. Si publico, prefiero hacerlo en contextos que para mí son menos invasivos.

AZ: En una entrevista reciente dijiste que los libros que más te emocionaron fueron Los Siete Locos y Los Lanzallamas de Roberto Arlt y El Eternauta de Oesterheld ¿por qué?

MW: Los leí por primera vez cuando era adolescente, me marcaron mucho. Siguen ahí, Erdosain, El Astrólogo, Juan, Favalli. Creo que son libros que me mostraron el peso de los lugares, de un espacio como la ciudad de Buenos Aires. En ambos casos se recorre la ciudad y el mundo se viene abajo. No sé exactamente por qué me marcaron tanto, pero me cambiaron.

AZ: ¿Qué escritores recomendás?

MW: Recomiendo algunos libros recientes de Chile, El brujo de Álvaro Bisama, Charapo de Pablo Sheng, Imposible salir de la Tierra de Alejandra Costamagna, Cuando éramos jóvenes de Francisco Diaz Klaassen, La pesadilla del mundo de Simón Soto, No abuses de este libro de Natalia Silva.

AZ: ¿Qué estás leyendo actualmente?

MW: Ahora leo un manga que se llama Tokyo Ghoul, vuelvo a los cuentos de Lovecraft, y un cómic que se llama Paper Girls, tiene algo de Stranger Things. Este semestre me toca dictar un curso donde leemos Meridiano de sangre de McCarthy así que la vuelvo a leer con gusto, tremenda novela.

AZ: Hablemos un poco sobre Freak Power -la nueva literatura chilena fantástica-. Una etiqueta que les pusieron a vos, Álvaro Bisama, Francisco Ortega y Jorge Baradit en una entrevista en la revista Sábado, de El Mercurio.  Ya pasaron ocho años, ¿sirven para algo esas etiquetas? 

MW: La etiqueta no, no es real. Un invento para la revista. Hace ocho años éramos cuatro amigos escribiendo cosas distintas, rompiendo de una forma u otra con una clase de realismo que se había atrincherado en el paisaje local, pero cada uno en su onda, y cada uno fue cambiando, nadie se quedó en lo mismo. No hay mucho que una lo que escribimos. Bisama, Ortega y Baradit son unos grandes, cada uno hace lo suyo.

AZ: ¿Cómo es tu vínculo con la literatura chilena?

MW: No sé cuál es el estado de mi vínculo con la literatura chilena. El paisaje literario local es una abstracción, tengo amigos chilenos que escriben y admiro, y hay escritores chilenos que no conozco personalmente que también admiro, y hay textos que me gustan otros que no. El paisaje está cada vez más diverso, no veo un patrón de escritura y no veo tendencias generacionales. Claro, nunca faltan los que buscan inventar tendencias para poder decir algo en los medios o en la academia, pero no creo que existan en este momento y eso es muy bueno, significa que se escribe con libertad y sin aduanas. No sé dónde me ubico o me ubican en todo esto, no creo que sea importante ni necesario posicionarse.

michelle wilson

AZ: Sos profesor en la Facultad de Letras en la Universidad Católica de Chile, ¿cuáles son las lecturas que no pueden faltar en tus clases? 

MW: Voy cambiando las lecturas cada tantos años. Hay textos que siento que no pueden faltar hasta que cambio de opinión. A veces abandono algunas lecturas y años después las retomo. Ahora tengo algunas preferencias, pero quizá en cinco años mis preferencias sean otras.

AZ: ¿Cuáles son esas preferencias?

MW: Stoner de John Williams, Sueños de trenes de Denis Johnson y Meridiano de sangre de McCarthy, también leemos El rey pálido de David Foster Wallace, algunos cuentos de Shirley Jackson y Flannery O’Connor, y Pastoralia de George Saunders. En ese curso vemos y discutimos True Detective y Fargo.

AZ: En otra entrevista hablas sobre Stoner como “una obsesión académica”, casualmente también fue reeditado este año en Argentina por Fiordo. ¿Por qué es tan importante ese libro para vos?

MW: Es un libro muy bello. Lo incorporé hace unos tres o cuatro años a mi curso de narrativa contemporánea en inglés, es un curso que se enfoca mayormente en narrativa estadounidense. Ahí también leemos Meridiano de Sangre, Sueños de trenes, y a Flannery O’Connor. Me pareció que Stoner encajaba muy bien en ese paisaje. Es la novela que recomiendo siempre, digo que da lo mismo que el libro ya no sea un secreto, no es una novela “cool”, no es una moda, por favor léanla. Es una de las novelas más bellas que he leído.

AZ: Has dicho que te gustan mucho las series, sobre todo True Detective, otras de tus obsesiones académicas. Muchos críticos, como Jorge Carrión, llaman a esta era: la Tercera Edad de Oro de la TV. ¿Qué aporta a la narrativa literaria proyectos audiovisuales como el que creó Nic Pizzolatto?

MW: No distingo mucho entre una cosa y otra, para mí es literatura también. No es que aporte a la narrativa, es narrativa. Me sirve mucho para trabajar algunos temas literarios y filosóficos, en especial asuntos existenciales, sea True Detective, la primera temporada, o Fargo, la segunda temporada (es increíble, la recomiendo).

AZ: Me gustaría que charláramos sobre esta escena de la primera temporada de True Detective:

Al verla uno puede ver que Rusty Cohle es un misántropo y un pesimista. Y que Marty Hart es un tipo que se vive contradiciendo. Cohle sufre de sinestesia, por eso huele la “psicosfera”. ¿Si pudieras oler “la psicosfera”, cómo sería?

MW: Es una gran escena, es puro Schopenhauer, Ligotti, nihilismo anti natalista, mucho Lovecraft, terror cósmico, zombies filosóficos, junto con una cosa muy estadounidense, la contradicción de culturas entre Rust y Marty, cuando le dice que la gente de aquí no piensa como tú. Están en tierra de Trump. Cada vez que veo esa escena me produce ternura el humor y la complicidad antitética entre ellos. En cuanto a la psicosfera, ni idea. Creo que Rust dice eso para irritar a Marty.

scout wilson

AZ: Scout es lo último que publicaste. Me interesa un personaje: El nene luminoso y esta frase que dice: “Borro lo que alguna vez fue todo pero que ahora es nada. Porque ahora se avecina un nuevo todo y debo resolverlo antes de que vuelva a quedar en nada”.  Una marca más de que tú obra está atravesada por la filosofía.  ¿Cómo surge este proyecto? Parece un barrio donde conviven diferentes escuelas filosóficas.

MW: Sí, Wittgenstein, filosofía del arte, el escepticismo, lo místico, eso y el lenguaje. Son obsesiones mías, por eso siempre insisto que para mí Leñador no es una novela sobre la naturaleza, sino sobre el lenguaje. Scout es un texto al que le tengo mucho cariño, la pasé muy bien escribiéndolo. No tengo claro de dónde surge, pero lo escribí en un par de semanas y lo escribí feliz. No quería publicarlo vía una editorial ni venderlo así que distribuí unas 500 copias gratis en formato fanzine en varias librerías de Santiago. Ahora está disponible de forma gratuita en formato issuu.

AZ: Este año Fiordo edita Ártico, ¿qué nos podés adelantar de ella? 

MW: Ártico es un libro breve que escribí en el 2015 cuando estaba en Ushuaia. Para mí es una historia de amor, eso pienso.//∆z

ártico wilson