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Manhunt: Unabomber cuenta la historia de uno de los terroristas más elusivos de la historia reciente y se suma al auge de ficciones que retratan la obsesión estadounidense por los asesinos seriales.

Por Hernán Ojeda

Abril de 1996. El Buró Federal de Investigaciones de EE.UU. (FBI) hace pública la captura del considerado enemigo público N°1. Tras años de atentados postales ejecutados con un nivel de pericia incontestable, el UNABOMBER (University & Airlines Bomber) por fin era reconocido, encontrado y puesto con su rostro y nombre correspondientes: Theodore Kaczynski. Diecisiete años, dieciséis paquetes bomba y el saldo de tres muertos y más de veinte heridos quedaron en medio de la investigación, la más extensa, cara y humillante en la historia de una potencia mundial que desde sus primeros albores se jacta y enorgullece de su eficiente mano dura contra el delito organizado.

Manhunt: UNABOMBER, la producción conjunta entre Discovery Channel y Netflix, creada por Andrew Sodroski y dirigida por Greg Yaitanes, desarrolla el camino de esta búsqueda incesante a partir de la ruptura del letargo operativo de Kaczynski en 1995, momento en que el FBI decide incorporar al equipo al recientemente graduado con honores Jim Fitzgerald, un analista y perfilador forense cuya destreza con el lenguaje y los mensajes encriptados generó un interés inmediato en las desesperadas oficinas gubernamentales. Fitz es asignado a la Unidad de Análisis de Conducta con el fin de confeccionar un perfil exhaustivo a partir de un listado de características y particularidades que la agencia había podido esbozar con el pasar de los años y el descarte permanente de hipótesis de trabajo y sospechosos.

Cazarás la mente antes de cazar al hombre

La serie se hermana directamente con otra producción reciente de Netflix, Mindhunter, y se encuadra en una tendencia cada vez más prolífica en torno a la true crime fiction, en la que también encontramos a las dos temporadas de American Crime Story, la reciente Law & Order: True Crime o los relatos sobre asesinos seriales al estilo de True Detective o Criminal Minds. Este tipo de narrativa se potencia por no limitarse solo a ser una suerte de vidriera obscena que expone un delito, un criminal y una víctima, sino que se interesa por sumergirse en lo más recóndito de la psicología del asesino y conocer las motivaciones que lo hayan llevado al desenlace trágico; esto es: analizar al criminal desde sus causas y sus formas de proceder, no solo desde sus actos y el sentido común de la legalidad. Si nos centramos, sin embargo, en la comparación inicial, en Manhunt el eje se corre un poco más allá: mientras que Mindhunter nos presentaba las primeras intervenciones de la Unidad de Análisis de Conducta desde una perspectiva psicológica, en Manhunt (cronológicamente ubicada dos décadas más adelante) nos topamos con el desarrollo de una metodología que hasta ese entonces era poco tenida en cuenta, la de la Lingüística Forense.

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La palabra es algo muy presente y necesario en esta serie: la figura de Ted Kaczynski está   puesta desde la posición del fundamentalista intelectual, que tiene su basamento concreto en una teoría desarrollada de manera exhaustiva y que busca reflejarse entre la exposición de las falencias del sistema -al que califica, tal como observamos en la introducción del primer episodio, como un engranaje creador de autómatas irreflexivos- y la autoexaltación de sí mismo como un producto superior que ha trascendido la linealidad biológico-mecanicista de la sociedad humana post industrial. Él es, en parte, su teoría y su doctrina ideológica. Se presenta y representa a través de ella, de su manifiesto (La sociedad industrial y su futuro), de sus cartas y de todo aquello que dice y permite que veamos de él. Porque lo interesante de Kaczynski como personaje es, precisamente, su gradual revelación. Ted cree mostrar lo que quiere, y lo logra hasta que alguien se infiltra en su costado íntimo y vulnerable y encuentra vínculos con sus argumentos teóricos. Lo interesante de Manhunt, entonces, está en el probable porqué de su título: se captura al hombre, y no sólo a través del análisis de su perfil psicológico, ya que la investigación (en la serie, liderada por Fitzgerald aunque se sostiene que en la realidad su papel no fue tan absoluto) se concentró en la lingüística, las palabras, los modismos y los errores. El mérito del cazador estuvo en revelar las escasas debilidades del Unabomber no desde su inexistencia concreta, sino desde su discurso.

La proyección de las obsesiones

Manhunt es, antes que todo, el retrato biográfico selectivo de Kaczynski y Fitzgerald. A lo largo de los ocho episodios de esta temporada la serie muestra el derrotero de ambos protagonistas como si fuesen dos planos de un mismo perfil. Las historias de Kaczynski (un Paul Bettany que interpreta con solvencia a un personaje tan lánguido como intenso) y Fitzgerald (Sam Worthington, bastante insulso pero adecuado al personaje) se complementan y retroalimentan; ambos parecieran necesitarse el uno al otro para configurarse a sí mismos y obtener lo que quieren. Tanto es así, que terminan en una suerte de relación simbiótica en la que los dos terminan siendo víctimas tanto de la sociedad como de sus propias obsesiones. Manhunt es un tratado extensivo acerca de la sociedad moderna, que de alguna manera pone en pantalla el cuestionamiento a las consecuencias del sistema capitalista y los recursos humanos que genera la maquinaria social postindustrial a la que hace referencia el Unabomber en su manifiesto. Tanto Fitz como Ted son hijos puros e insanos de la idiosincrasia norteamericana, embriones exitosos de los experimentos patrióticos e imperialistas potenciados durante buena parte del siglo XX, personajes que se ven obligados a correrse del contacto social por una suerte de agorafobia o una simple imposibilidad de conexión con el resto. Este aislamiento se representa en la serie de manera magistral con el uso de los planos, líneas y silencios, poniendo el eje en la representación de la soledad y el nihilismo, en el ensimismamiento de los protagonistas y el vacio que los rodea.

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Lo que vincula de manera intensa a los dos personajes es, precisamente, un doble juego que oscila entre la empatía y la conveniencia en torno al caso y los objetivos personales de cada uno, y que se vale de un manejo diegético que va y viene entre dos líneas temporales (1995 y 1997, cuando el Unabomber vuelve a atacar y cuando comienza su proceso judicial, respectivamente). Por un lado, Fitzgerald busca la gloria a cualquier costo, la eternidad en alguna página de la historia del FBI resolviendo su caso más bochornoso, objetivándose a sí mismo y desechando a quienes lo rodeaban. Kaczynski, por su parte, busca también su espacio en la historia, y para ello no mide en las acciones que realiza para dejar en evidencia a las instituciones. La serie presenta al Unabomber desde una perspectiva que no lo justifica, pero sí lo humaniza (claro ejemplo de esto es el movilizante episodio 6, “Ted”, único salto que va por fuera de las dos líneas temporales principales), y lo muestra como un experimento complejo que comienza en su infancia, se potencia en su ingreso universitario, se encumbra con su devenir ermitaño y encuentra su apogeo en su detención. Él fue su propio experimento, y a su vez fue sujeto de experimentación gubernamental. Kaczynski fue, en todo aspecto, un ciudadano experimental.

Manhunt: UNABOMBER se encuentra no solo dentro de un contexto auspicioso para las historias de criminales seriales, sino también de series bien narradas y producidas, y eso indudablemente le dio un doble envión para llegar a ser lo que es. Discovery entendió de buena manera cómo llegar al público masivo sin menospreciarlo ni colocarlo en una posición de incómoda empatía, y el producto final es lo suficientemente valorable. Es interesante además pensar (sobre todo teniendo en cuenta el monólogo inicial del primer episodio) en cómo el automatismo que denuncia Kaczynski y el lavado cerebral no han desaparecido, sino que se han adaptado a los tiempos que corren. Y eso, claro, nunca deja de ser peligroso. //∆z