Por Loyds

Todo empezó un verano en la playa, como tantas otras cosas. Serían fines de los ochenta, supongo. Sí eran los últimos años de mi secundario, de eso estoy seguro porque recién algunos empezaban a manejar. Mis viejos habían alquilado una casa un poco alejada del centro, donde era más barata, aunque ellos dijesen que era para estar más tranquilos. Por suerte algunos amigos ya habían sacado su registro, a los 16 o 17, en algún pueblo de provincia, porque ahí ya los dejaban a esa edad. Mi hermano y yo teníamos que esperar hasta los 18 por tener domicilio en capital y cero contactos. Pero al menos estaba la chance de que uno de esos amigos nos fuera a rescatar algunos días: la otra opción era irnos a dedo hasta el centro, donde pasaba todo lo que nos podía llegar a interesar a la noche, o subirnos a alguna motito sin que se enterase mamá que le tenía pánico a las motos. La cosa es que una noche apareció Juan, un amigo un año menor que yo y uno mayor que mi hermano, al volante de una Peugeot 504 rural bordó gigantesca. A pesar de estar entre ambos en edad, por su contextura física y cierto parecido, muchas veces lo mimetizaban con nosotros como un tercer hermano, una suerte de little bro. Lo curioso es que Juan ya era diminuto por sí solo e intentando alcanzar los pedales de ese lanchón interminable, su pequeñez se tornaba desmesurada. De más está decir que subimos entusiasmadísimos y llenos de curiosidad al vehículo que nos había tocado en suerte. Su patente, de las de antes, de esas que –salvo excepciones como la nuestra- botoneaban tu provincia de origen, comenzaba con la letra X asignada a Xórdoba, porque la C correspondía a Capital. El auto era de un tío de Juan que tenía unos pocos años más que nosotros, el tío gamba, el compinche, que como andaba de novio se había retirado de la joda y solamente lo usaba de día para ir a la playa. Y lo más loco es que su pasacasete estaba trabado: un viejo TDK de 60 detenido para siempre en la misma canción, como una cinta de moebius. Pero lo que para cualquiera podría haber sido un fastidio, para nosotros fue un momento revelador. You can’t always get what you want, gemía la voz de hombre más sexy que habíamos escuchado hasta entonces. Entre una guitarra llorona, una tímida trompeta y un coro entre góspel y angelical fumamos nuestros primeros doobies a bordo de esa nave nodriza cordobesa que nos llevaba de acá para allá sin rumbo fijo casi todas las noches. También ahí arriba ocurrieron los pocos besos que conseguimos ese verano y buscábamos refugio después de colarnos en el casino y perder el semanal que nos habían dado nuestros padres, mientras hacíamos nuestra esa melodía maravillosa e incorporábamos su letra de memoria. If you try sometimes you might find, you get what you need.

A la vuelta de las vacaciones, tras casi un mes de escuchar “You can’t…” ininterrumpidamente, salimos por la ciudad a buscar más canciones, los discos, los casetes, algún VHS, todo lo que tuviera que ver con esos hijos de puta que nos habían volado la cabeza. Y vaya si conseguimos material. Nos gastábamos toda la plata en eso. Cuando salieron los CD´s iniciamos una colección que nos llevó a tener en casa todos los discos de estudio de sus majestades satánicas en sus versiones inglesa y estadounidense y unos cuantos piratas, en vivo, etcétera. Aún hoy la conservamos, dividida en dos, como si fuera un mapa que podemos juntar en cualquier momento para que adquiera su sentido completo. Hubo algunos muy difíciles, como Through the past, darkly. Todavía me acuerdo cuando lo conseguí en una galería de la avenida Santa Fe, que salí corriendo a llamarlo a mi hermano desde un teléfono público para contarle.

loyds stonesDespués vinieron las remeras, por supuesto. Casi todas las nuestras tenían una lengua en algún lado, era casi obligatorio, y como siempre compartíamos la ropa se duplicaban, como los discos. Y también aparecieron los tatuajes. Y llegó Richards, en el 92 a Vélez: cuando tocó “Connection”, la primera canción stone que sonó en suelo argento, nos volvimos locos y cantamos “este año viene Richards y el año que viene, vienen los Stones” hasta quedarnos afónicos. Tres años más tarde explotaron en River con esa batería inicial que le metieron al “Not fade away” de Buddy Holly e hipotecamos nuestras vidas para conseguir y pagar las entradas de los cinco recitales seguidos a los que fuimos. Lo mismo pasó en 1998 con la gira Bridges to Babylon, en los últimos dos conciertos de 2006 y, quién sabe, quizás también ocurra en los del año que viene en La Plata. En cuanto a las remeras, un poco como con la música, nuestros gustos fueron mutando. Mientras mi hermano, que hizo un viaje para conocer Europa y a la vez seguir enfermizamente una gira de los Stones, se hizo fan de las remeras oficiales que vendían en los conciertos, yo opté por lo artesanal y empecé a manufacturar mis propias remeras de sus majestades, con mejores y peores resultados. Sin dudas uno de mis mayores hits fue una serie de Hering blancas que mandé a estampar en uno de esos locales copy algo que florecieron en los noventa. El material fotográfico lo saqué de un libro que había traído un amigo de Londres que era una especie de backstage de Rock and Roll Circus, la famosa película perdida stone de 1968 que no se estrenaría hasta 1996. En particular, las dos imágenes que me enamoraron fueron una de Brian Jones sentado en el piso tocando el sitar y otra de Mick Jagger totalmente lisérgico debajo de una galera letal, que es la que llevo puesta en la foto que ilustra esta nota. Me costó mucho desprenderme de esas remeras, cuyas imágenes en blanco y negro se iban borroneando con cada lavado. Creo que al final lo hice porque no me quedó otra, cuando aumenté dos o tres talles y corría el riesgo de hacer estallar sus costuras ya debilitadas. Creo que las fui regalando a amigos que también amaban a los Stones pero a diferencia mía se preocupaban por mantenerse en forma. La de Jagger y su galera la vi, años más tarde, en un concierto. La tenía puesta Juan, mi little bro, mi amigo de la rural Peugeot 504 cordobesa y bordó, mientras cantaba al frente de su banda en un bar de Palermo. Tocaron varias de los Stones. Paradójicamente, “You can’t always get what you want” no sonó esa noche. Pero fue un detalle que a nadie más que a mí pareció importarle.//∆z

Loyds escribe poesía y narrativa y trabaja en prensa y comunicación. Publicó en 2006 Minimaloyds, poemario presentado en Buenos Aires y en Madrid. En los años 2007/8 vivió en España, donde integró el grupo “Los Mareados” (narradores argentinos en Madrid) junto a los escritores Carlos Salem, Marcelo Luján y Guillermo Roz. Participó en distintas antologías a uno y otro lado del Atlántico y fue invitado a la Semana Negra de Gijón 2015. Es autor y seleccionador de la antología Cuentos Cuervos editada por Planeta. Publicó para fines de 2014 Merca, su primera novela, por Editorial Alto Pogo, actualmente en su cuarta edición, que en 2016 será editada en España y en Brasil, traducida al portugués.

https://www.youtube.com/watch?v=5BykilS816E&feature=youtu.be