Una de las bandas del año, combinación explosiva entre psicodelia y postpunk, dieron un show demoledor el pasado 15 de diciembre en el Teatro de Flores para presentar su disco, El sonido del éxtasis. Allí confirmaron que ya no son tan sólo una revelación sino una realidad cuyo sonido apunta a convertirse en un puño apretado de resistencia cultural.
Winona Riders parece haber dado el salto de convocatoria que muchos grupos demoran años en logra en tan sólo 365 días. Surgidos en 2019, con dos discos editados en 2023 (el EP Esto es lo que obtenés cuando te cansas de lo que ya obtuviste, y el LP El Sonido del Éxtasis) su sonido es una mezcla entre rock psicodélico, stoner, rock stone de la época de Brian Jones y música electrónica con referencias como The Brian Jones Town Massacre (a quienes telonearon en su última visita a argentina), King Gizzard & the Lizard Wizard, Stooges, Spacemen 3, Velvet Underground, Babasónicos o Los Natas. En vivo encuentran su mejor versión. Hay que verlos.
Para cuando la canción “A.P.T (American Pro Trucker)” sonaba a todo volumen y en su versión reducida, Winona Riders había puesto un punto final a tres horas de un show que jamás cedió en la tenaz idea de mostrar intensidad. La misma canción, pero en su versión full, había iniciado con un vértigo y una distorsión que recuerda a los stoners Fu Manchu más ruteros con la adición de una de las características que tiene el sexteto en vivo: cada canción es extendida y transformada gracias a segmentos de cuelgues y experimentación instrumental “No me hagas decirlo, nena / Yo no pido perdón /Voy en dieciocho ruedas /Yo vivo a la americana /Y no pido perdón / Sobre dieciocho ruedas”, canta Ariel Mirabal Nigrelli mientras el público responde con la ansiedad y el deseo de pasarla bien. Algunos pogean, otras bailan y todos y todas disfrutan como si dentro de Flores el tiempo y la realidad socioeconómica argentina hubiera dejado de presionarlos por unos instantes.
El público tiene un eclecticismo como hace mucho no se ve para una banda que hace del músculo rockero su impronta. Sin embargo, hay algo que los une: la edad. La mayoría está más cerca de los veintipico que de los cuarenta y tantos y parecen afirmar ese día y en ese momento que el rock no está muerto: hay remeras de los stones, de Lou Reed, looks ochentosos y más rockeros. Algunos tienen una impronta más jipona y en especial hay muchas chicas. Todos y todas bailan, cantan, poguean, toman cerveza, prenden algún porro. Hay también muchas remeras blancas y negras de la fecha- En la parte de adelante tiene el logo de la banda y una icónica foto de la jovencísima heroína de los noventas que volvió a tener relevancia gracias a la serie de retro fantástica Strangers Things y que aquí es tomada como un ícono propio (algo que sus admirados psicodélicos The Brian Jonestown Massacre realizaron también con la icónica figura del fallecido bajista de los Stones). En la espalda hay tres preguntas: ¿Stooges? ¿Spaceman? ¿Velvet? que suenan desafiantes y dan cuenta de que los Winona (se pronuncia como se lee y no como el nombre de la actriz) no buscan en ningún momento esconder las influencias que atraviesan a su música.
El sexteto Ariel Mirabal Nigrelli (voz y guitarra), Ricky Morales (guitarra y coros), Mauro Arenas (sintetizador y teclado), Santiago Vidiri (bajo), Gabriel Torres Carabajal (percusión) y Francisco Cirillo (batería) esta vez tiene como invitado a Lucca De Angelis de Socorro (quienes abrieron el show) aportando la guitarra criolla. Verlos en vivo es entender que lo suyo, sin exagerar, es una especie de comunión musical, en donde cada quien atraviesa su propio viaje sin dejar de entender jamás que es parte de un todo sólido, definido y excitante.
Hay mucho de vibra y de mirada en lo que sucede entre ellos, con el objetivo de ir creando versiones únicas y originales. Así “D.I.E. (Dance in Ecstasy)” muestra a la dupla Mirabal Nigrelli y Morales construyendo un riff mala onda y ominoso en la línea de “Paint In Black” de los Stones. “Baila en éxtasis / No pienses tanto / Siente el éxtasis /En cualquier lado” dice mántricamente una canción en donde los synths tienen protagonismo en medio de acoples disonantes.
Otras canciones como “Resurrección” , “¿Así que te gusta hacerte el Lou Reed?”, “No hay nada más en mí” o “Catalán” muestran otra dimensión de la música de la banda. Sin dejar jamás afuera esa atmósfera ruin y desafiante, en especial en la que menciona irónicamente al líder de la Velvet, en estos momentos la banda no duda en bajar las revoluciones para explorar momentos tranquilos y acústicos. Allí la referencia a la canción stone argentina (primeros Ratones Paranoicos e incluso los momentos más volados de bandas como La 25) tienen una inconfundible presencia.
En un show conceptualizado como un viaje lisérgico, en donde se apunta a las sensaciones y no tanto a la intelectualización de la música, el resultado es que en esos momentos hubo un interesante contraste que sostuvo la intensidad narrativa del resto del set.
Para el último segmento de la primera parte del show (dividido en dos sets con un pequeño intervalo en el medio), una especie de medley entre las canciones “Anton/Joel” volvió a introducir a la banda en terrenos psicodélicos con extensas zapadas percusivas y distorsionadas. En este punto la presencia de Gabriel Torres Carabajal en el centro del escenario ejecutando la pandereta, las maracas y otros instrumentos similares; es la que permite que Winona sea un todo cohesivo y coherente.
Basta con verlo retorcerse y agitar la cabeza en canciones como “Abstinencia” o “Buscando una nueva sensación” para terminar de entender que las canciones de Winona Riders buscan expandir límites sonoros sin ningún tipo de prejuicios. Así la primera, con una breve letra que relata “adicción al celular”, y la segunda con una lírica más figurativa ligada al después del amor; ingresan al terreno del stoner psicódelico para ir construyendo de manera paciente y firme canciones que con la presencia de los synths y la percusión terminan por adherir el adjetivo expansivo a su propuesta.
La segunda parte del show comenzó con “La Cura”, densa, pesada, onírica y setentosa, algo que fue una demostración clara de la habilidad del grupo para hacer de la repetición de riffs, un recurso. Luego “Falso Detox” y “Dorado y Púrpura” fueron al igual que en el disco El Sonido del Éxtasis. Este, su segundo disco lanzado este año, tuvo en esta fecha su presentación oficial. Estas canciones hermanadas para construir un viaje sonoro hipnótico y psicodélico actualizaron la vieja historia del encuentro con el diablo en uno de los momentos más festejado por el público. Más tarde “Bailando al compás de las armas enemigas” sonó ganchera y rockera en franco contraste con “Mas fuerte que el sol”, una canción onírica que explora las relaciones con la naturaleza. Sostenida en la presencia de synths y percusiones guiadas por la sutileza del trabajo de guitarras, fue uno de los momentos más tranquilos y pacíficos de la noche, apostando a un clima hasta ese momento no explorado.
Una extensa versión de “Dopamina”, una referencia desde el título a la glándula de la felicidad que potencia el consumo del éxtasis, introdujo la última parte del show. Por más de veinte minutos, incluyendo en el medio un pequeño segmento de la propia canción “A qué suena la revolución?” y potenciando el clima de zapada expansiva en donde cada quien tuvo su protagonismo, Winona Riders demostró que su música consiste en crear sensaciones que apuestan a abrir las puertas de la percepción. “Antes de que el diablo llegue a casa” con pequeños guiños a “Sympathy For The Devil” de los Stones y “Loaded” de “Primal Scream”confirman que Winona Riders seguirá en la búsqueda del sonido del éxtasis en una época en donde la resistencia cultural será necesaria. El camino está abierto y tal vez lo único que se pueda hacer sea seguirlo. //∆z