El festival de festivales Independencia viva dejó en claro, mediante un repaso preciso y compacto, que la nueva escena musical está en plena consolidación.
Por Martín Barraco, Ayelén Cisneros, Pablo Díaz Marenghi y Joel Vargas
Fotos de Nadia Guzmán
El festejo por la independencia, organizado por los integrantes de Ciclo Marte Ataca, Dinámica- Festival de lo nuevo y FestiMAM Latinoamérica, tuvo lugar el sábado pasado en el Club Cultural Matienzo. Verde y los Caballos a Marte, ñññ, Mi Nave, Esquizofrénicos, La Suma de Todos los Tiempos, La Gran Pérdida de Energía y Sué Mon Mont dieron una demostración de como la autogestión puede ir de la mano de la novedad y la profesionalidad. Mientras tanto, en la parte superior del Matienzo, sellos y editoriales expusieron sus catálogos y se leyeron dos textos de la antología digital Una remera rockera de ArteZeta. Además, hubo acústicos de Sol Marianela, Santino Beltramino y Brian Dinamo.
Los motores arrancaron con Verde y los Caballos a Marte. La banda liderada por Gonxalo dio un compacto show de folclore psicodélico que llevó de paseo a los espectadores por lugares recónditos llenos de mantras y noise.
Por su parte, si lo que su propuso Mi Nave fue usar el escenario del Matienzo como plataforma de despegue hacia lo desconocido del rock espacial, la premisa sonora de ññññ es también un viaje, pero hacia el interior de la canción. Su cantante y guitarrista José Hernández manipulaba los sintes para deconstruir el sonido de sus propias composiciones, buscando ese átomo musical indivisible para liberar su energía. Mientras que las baterías de Pablo Bantar se combinaron entre sí en una continuidad espacio-temporal que nos lleva hacia los parches de Phil Selway en los últimos trabajos de Radiohead.
La travesía sonora siguió de la mano de La Gran Pérdida de Energía. Los neuquinos con base en La Plata hacen gala de su sabiduría instrumental para dar rienda suelta a un sinfín de estímulos que se disparan en un caleidoscopio ante los ojos de sus privilegiados espectadores. Intriga, emoción, pausa y explosión son parte de un coctel de imágenes que pueden ambientar desde un micropodcast hasta un film independiente sobre un bingo olvidado de Aldo Bonzi.
“No quiero gritar / No quiero ir al cielo / yo quiero decir / las cosas que pienso / No es tan fácil” gritaba Dante Klomp mientras pulsaba su bajo con rabia y se abría paso entre los frenéticos golpes que le daba a la batería su hermano Iván. “El aburrido Joe” fue una de las canciones que los Esquizofrénicos presentaron el último sábado. Dieron una muestra breve pero intensa de su repertorio, arrojando su cóctel de bombas molotov compuestas de acordes. Su sonido remite directamente al grunge de los 90. Tal es así que entre la gente amontonada al fondo del Matienzo y la oscuridad, uno se sentía en un antro de Seattle descubriendo a una nueva promesa. Este formato atípico, dúo bajo/batería, casi no descansaba entre tema y tema para que no se evaporara su energía incendiaria. Los amantes de los sonidos duros, esos que le gritan y le escupen en la cara a la sociedad que no todo está tan bien como algunos pretenden, se dejaron llevar por pulsos de bajo hipnóticos y una percusión que por momentos parecía el tamborín que anuncia una batalla bélica. En este caso, el escenario era post apocalíptico, y los cadáveres se encimaban uno sobre otros, aún tibios, en el suelo.
“Psicodelia melódica” sería -si existiese- la etiqueta que mejor le cuaja a La Suma de Todos los Tiempos. Sus canciones hablan de vientos, bosques celestiales, calles urbanas, nubes y el sol brillando entre la destrucción. Las guitarras componen madejas de acordes, como ovillos de lana que se enredan y se desenredan en cada compás, en cada tiempo. El público del Independencia Viva movía la cabeza, agitaba sus ecovasos con cerveza ya tibia mientras se perdía entre la distorsión. La Suma respeta el formato canción, pero lo desarma, lo resignifica y lo vuelve a armar. A su manera, con desprolijidades y con aciertos. Los instrumentos y voces de Fer, El Peta, Diego y Enrique se funden en un solo cantar. El grupo, que comparte árbol genealógico con varias propuestas del denominado indie norteamericano, demostró que es posible innovar y, a la vez, darle paso a un sonido que oscila entre lo experimental y lo clásico.
¿Cómo sería el final ideal para un festival así? Con un show de Sué Mon Mont, una de las bandas insignias de la nueva escena independiente. Rosario Bléfari y compañía repasaron todo su repertorio: su disco debut homónimo y el EP Contratiempo. Pero no pareció suficiente, el público esperó ansioso toda la noche para poder verlos en el escenario y quería más.
¿El Niño Elefante es el último gran guitarrista argentino? Sí, claro. Con El Mató a un policía motorizado lo demuestra disco tras disco pero en Sue Mon Mont nos encontramos con otra faceta de él. Más vinculada a otros universos, la canción alternativa como santo grial. Es difícil desentrañar el corazón de las composiciones de Bléfari. Quizás sean un catálogo de vivencias, postales cotidianas de encuentros y desencuentros. Pero no, son más que eso. Conmueven, interpelan. Alguna vez dijo el escritor cubano Alejo Carpentier: “Los mundos nuevos deben ser vividos antes de ser explicados”.//∆z