Fotógrafo, actor, director y músico, Kesselman es un fiel representante de las artes combinadas de los ’70. Amigo de Miguel Abuelo, Luis Alberto Spinetta y Ricardo Mossner, entre otros, presenta en el Gaumont su film Aprox, un “documental apócrifo sobre el lenguaje del cuerpo”.

Por Agustín Argento

Barba de tres días, sonrisa en la cara y brillo en los ojos. No es raro encontrarse a Víctor Kesselman en los Bosques de Palermo, un domingo de sol, leyendo una biografía de Leonard Cohen. Tampoco sería extraño que él lo invitara a uno a la obra de teatro que musicaliza, dirige o actúa. También es normal ver a Kesselman tocando su guitarra en los bares de Buenos Aires. Así es Víctor Kesselman. Un hombre que fluye a través de las diferentes ramas del arte y que vive de la publicidad. “Juntando el mango”, como le gusta decir a él.

“La película que dirijo se llama Aprox y es un documental apócrifo sobre el lenguaje del cuerpo. La verdad es que está llena de buenos actores. Fue un trabajo de siete años que por fin ve sus frutos”, sostuvo el director de Aprox. La idea surgió luego de que su pareja, la actriz y maga Viviana Vázquez, apareció en la casa de Kesselman “con un manual para vendedores muy berreta el cual, entre otras cosas, explicaba cómo se deben interpretar las poses del posible cliente”. No en vano, la hipótesis de la película es: “¿Por qué el ser humano se dedica a estudiar el lenguaje del cuerpo? Posiblemente porque detrás del afán de conocimiento, está la permanente voluntad de someter al otro”. El film está ambientado en una oficina y la “absurda historia de poder y ocultamiento” dentro de la misma.

Pese a que esta producción le demandó un buen esfuerzo, en el último tiempo Kesselman también estuvo en varios proyectos. “El año pasado volví a actuar y a tocar con mi mujer y con el mago bailarín Sergio Lumbardini en el Centro Cultural de la Cooperación. Además, Estuve tocando en un par de lugares y estoy grabando bocetos de temas nuevos”. Como si fuera poco, y casi de casualidad, Víctor Kesselman participó en la película sobre Ramón Ayala que se estrenó en 2013 y que actualmente se proyecta en el Malba. “Sinceramente pude cumplir el sueño de pibe”, se sincera.

Durante su juventud frecuentó la Avenida Corrientes, el bar La Perla de Once y el desaparecido y emblemático Instituto Di Tella. Allí conoció a varios artistas de la época y se embarcó en cuanto proyecto se le presentara. “Es graciosa la palabra círculo artístico, pero era un poco el espíritu de la época.  No sé si era ‘cultural’ específicamente. En la época si pintaba cultura bien y si pintaba artesanía, estudiar o delincuencia, también”. Así, anduvo con los Manal, Miguel Abuelo,  Pappo,  Luis Alberto Spinetta, Tanguito, el pintor Ricardo Mosner,  Mercedes Villar (la madre de Emanuel  Horvilleur) y Pipo Lernoud.

“Yo estaba con un grupete más bien pseudo dark, y aunque éramos unos tiernos el núcleo más cercano a mi no era muy hiposo. Recuerdo que íbamos en cana una vez por semana y había que protegerse entre nosotros. De hecho la zona por la que circulábamos la llamábamos el Gheto”, recuerda Kesselman en una entrevista con Art Zeta. Un poco por la presión policial y otro tanto por el ansias de conocer el mundo (“por pensar que afuera pasaba algo”) un día decidió largarse del país. Aunque primero fue un viaje y, luego, otro aún más profundo y extendido en el tiempo.

“Acá -explicaba Kesselman- había bastante quilombo.  En esa época empezaba a hacer teatro, laburaba de fotógrafo e iba en cana todo el tiempo. La primera vez me fui con mi amigo el artista plástico Ricardo Mosner. La segunda nos fuimos huyendo, literalmente, con la actriz y música Elizabeth Wienner, que estaba en Argentina y en esa época era muy famosa en Francia  y Europa. Nos rajamos con Spinetta, que curtía con ella”.

En Europa hizo de todo. Sacó fotos; vendió artículos para medios argentinos; cocinó y hasta contrabandeó pasta dentífrica orgánica. “Era un antibiótico de amplio espectro”, afirmó entre risas. Pero, además, comenzó con una compañía de teatro junto a Mosner, Wiener y en la que participó un amigo de ésta que, más tarde, se hizo famoso: Gerard Depardieu. “También trabajaba con Jorge Bonino, un olvidado maestro al cual muchos consagrados argentinos y extranjeros le succionaron todo el cuerpo y el cerebro. A veces, además, estaba el murguero franco argentino Juan Carlos Cáceres”.

De Europa partió a Estados Unidos y Venezuela, en una época que calificó como “muy dura”. Allí, contó, llegó hasta a cuidar chicos y a trabajar como traductor de francés. Hasta que decidió, influido por una cuestión familiar, el regreso a Buenos Aires para comienzo de los ’80, todavía en dictadura. “Cuando volví, hice una exposición, en la que me fue muy bien, junto a Juan José Cambre (él exponía cuadros y yo fotos) y trabajé en una obra que después fue de culto que dirigía Roberto Villanueva. Era ‘El Plauto’. Duraba 4 horas. Mucha gente dijo que fue el boom secreto del año. Los milicos llegaron a mandar cuatro veces la censura para levantarla, pero al final la dejaron. Después creo que al teatro le pusieron una bomba”.

A partir de este momento, y gracias a un tío, empezó su trabajo en el mundo de la publicidad. “El que me permitió ganar plata de manera estable y estar con mujeres, pero de manera inestable”. Esta labor lo acompaña desde entonces y le otorga el sustento que día a día da margen para seguir en el arte.

“Ahora estoy buscando producción para un documental ficcionado sobre Lucio Mansilla”, explica antes de terminar el reportaje, como dejando sentado que la película que estrena el 21 de agosto en el Cine Gaumont es un paso más en su extensa carrera multifacética.//z

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