Tame Impala redobla la apuesta con Lonerism, y nos entrega una nueva dosis de introspección cosmogónica.

Por Gabriel Feldman

Despojémonos en este primer párrafo de las cuestiones claras que engloban a Tame Impala: por un lado rescata el sonido psicodélico de los ’60 y ’70. En estos tiempos de retromanía, como diría el crítico musical inglés Simon Reynolds, la cultura pop ha enloquecido por lo retro y la conmemoración. Por eso su sonido, en sintonía con estos tiempos, parece provenir de una época distante. Ese es uno de  los atractivos a la hora de acercarse a la banda australiana. Además, la voz de Kevin Parker, cantante, multi-instrumentista y único compositor (la banda en sí), es similar a la de John Lennon. Todo esto ya estaba claro en Innerspeaker (2010), con el que giraron por el mundo, se consolidaron en los grandes festivales y como teloneros de bandas más importantes -desde MGMT y Black Keys hasta los Foo Fighters–, y realizaron una primera gira por Sudamérica que terminó con dos fechas alucinantes en nuestro país. Todo dicho  ya sobre Tame impala ¿Ahora qué? Ahora Lonerism. Parker no se cansó y preparó el segundo de la banda.

Si en su disco anterior Parker cantaba que la soledad era una bendición y que había una fiesta en su cabeza y nadie estaba invitado (“Solitude is Bliss”), en Lonerism –término que proviene etimológicamente de loneliness (soledad, en español)– redobla esa apuesta desde su concepción. Incluso en la tapa ya podemos percibir ese sentir de aislación en una foto que sacó él mismo de los Jardines de Luxemburgo, el hermoso parque parisino. Mientras todos los jóvenes reposan al calor de un sol radiante, nuestro querido amigo australiano se refugia detrás de la reja, alejado de la muchedumbre.

Lonerism fue grabado en medio de las giras de forma casi casera. Por su parte, en este caso, es más bien un unipersonal de Parker ¿Por qué? Porque lo grabó en un noventa y nueve por ciento él solo. A excepción de los teclados de “Apocalypse Dreams”, interpretados por Jay Watson, su fiel ladero, en el resto del disco tocó todos los instrumentos. Sólo él, en su mundo. Un verdadero idiota. Como los que había en la antigua Grecia, que estaban tan pendiente de lo suyo, que no se metía en los asuntos públicos de la polis. Como los que ya no quedan.

Así, puede flashearla tranquilo y las canciones ya no son necesariamente burbujeantes himnos poperos. Se convierten en experiencias sonoras de alto vuelo. Olas envolventes que nos sumergen en la cabeza de este joven ermitaño. Revolver vuelve a convertirse en una referencia ineludible, pero la maquinaria de sintetizadores, reverb y demás efectos es exacerbada al extremo, haciendo que el ritmo, en la mayoría de los casos, sea esclavo de las texturas oníricas. Un verdadero trip que explora los extremos de la mente.

El tiempo parece disminuir su velocidad y nos hundimos más y más en el universo de los sonidos. Las transiciones finales de la ya nombrada “Apocalypse Dreams”, “Mind Mischief” o “Feels Like We Only Go Backwards” son un buen ejemplo. El cenit exacto del ácido haciendo erupción en el cerebro y materializando el presente en un instante. La excepción a la regla es “Elephant”, el envés del ensueño hippie, que se presenta más oscura y sabbathtica, como una aproximación de corte stoner para sacudirnos de la novena nube. Pero Parker nos lleva de nuevo al paraíso onírico en el paisaje experimental que pinta “Sun’s Coming Up”. Entonces, la voz y el piano se pierden y mientras el viento y las olas del mar le pelean el protagonismo a la guitarra, el último track se evapora y el viaje mágico y misterioso llega a su final. Es un nuevo amanecer de la galaxia mientras éste cosmonauta oceánico se despide de nuestros parlantes.//z

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