Dragonauta sacudió Niceto Club el último viernes con la presentación de Omega Pentagram, su cuarto disco de estudio. El sonido ensordecedor y la turba del headbanging fueron los condimentos naturales de la velada, sumados a la presentación de Bhutan y algunas sorpresas para la alegría de los fanáticos.
Por Gabriel Feldman
Fotos por Florencia Videgain
De repente nos encontramos en un paisaje sorprendente. Todavía faltaba para Dragonauta y Bhutan en el escenario daba comienzo a una nueva misa negra. Ahora, ya consumada, cabe decir que fue demoledora. En esta oportunidad engalanada con la presentación de Omega Pentagram, el nuevo disco de Drago, el cuarto larga duración en su discografía, cuya edición física también lo encuentra editado en casette para las delicias de sus seguidores más fetichistas.
Los que entraban se iban acomodando, haciendo un semicírculo frente al vallado. El escenario de Niceto ya estaba convertido en un altar satánico y entre las luces tenues, en la primera línea del mismo, se dibujaban las figuras de los tres integrantes de Bhutan liberando su sonido existencial: Andrés Gargiulo ubicado con el bajo en la izquierda; Martín Tarifeño, con la guitarra colgada, manejando efectos y un theremin, en el centro, al lado de una batería en ese momento vacante; y Francisco Badano, guitarra y efectos, ubicado en el extremo derecho. Más atrás ya se apreciaban las marcas de lo que vendría más tarde: el monumento acrílico de Ariel Solito, con unas cadenas que formando un pentagrama delante del bombo de 26”; calaveras, una cornamenta, candelabros y velas sobre los cabezales; y una cruz invertida de madera recostada sobre el amplificador derecho.
Media hora en los bosques
Aprovechando la oportunidad para presentar Behind Dead Woods, Bhutan nos acercó un poco de su ambiente. Ambiente en la amplitud de su sentido. Nos sumergieron en un trozo de su existencia. Por un lado su sonido ligado al drone, al minimalismo-ambiental, y por el otro su origen patagónico-neuquino. Y, mientras crecía su avance sonoro, en la pantalla que tenían en sus espaldas se sucedían en loop las imágenes que configuraban un bosque –copas de árboles, ramas, cuervos- para que, posteriormente, esos mismos planos fueran intervenidos por las pinceladas de unas llamas incineradoras que cubrían esa naturaleza con el color de la combustión. Completaron la totalidad de su disco, primero las dos llamadas “Behind” y “Dead” respectivamente, veinte minutos de vuelo más introspectivos, y el final con “Woods”, cinco minutos circa Melvins, directos y potentes con el trío reconfigurado, Andrés pasando a la batería y Martín agarrando el bajo, para terminar de recorrer esas oscuras tierras del sur (de la Argentina y de la mente).
La gran bestia de cinco cabezas
Dragonauta se merecía una noche así. Después de tan largo camino recorrido, presentar su nuevo disco con la pista de Niceto llena y un sonido ensordecedor era algo necesario. La música del Dj cedió, la concurrencia se acercó un poco más y a las 22.15, ya se escuchaban los primeros acordes todavía con el telón cerrado – incluido un inusual colchón de teclados- que anunciaban el inminente principio. “¡Dra-go, dra-go, dra-go!”, la alabanza no se hizo esperar y para cuando por fin se corrió, además de la natural presencia de Alejandro Gomez, el Topo Armetta, Ariel Solito y Daniel Libedinsky, se podía ver en el fondo a Federico Wolman, primer cantante de Drago, ocupándose de los teclados y vaticinando lo que sería la sorpresa de la noche.
Una vez finalizada esta suerte de introducción, el Topo se ubicó en el centro, delante de su particular pie de micrófono –eslabones metálicos enlazados entre sí formando una cruz invertida – que se erigía alto para que cante con la cabeza hacia arriba como lo hace Lemmy, y los golpes en la chancha iniciaron con el aluvión de “una vulgar demostración de poder”, como alguna vez lo definió Pantera.
“Frozen Neptunian Demons”, primer track de Omega Pentagram, seguida de “God Half Blind” y “Cruz Invertida-Altar penumbra”, fueron las que formaron el avance avasallante del riff y solos espiralados que a su paso sólo dejaría cabezas trituradas y cuernos en alto; sumado a algunas alabanzas a Satán y el pedido desprejuiciado de un fanático para que Ariel lo fecunde: “Haceme un pibe Solito”, con tono ricardesco.
En la pantalla un crucifijo caía al suelo y se prendía fuego, mientras una mano escribía con su sangre el número de la bestia en una pared blanca. Así, entre las nuevas canciones y otras de Cruz Invertida (2010) se iba a completar una primera mitad del show coronada por un intercambio de solos de guitarra entre Alejandro y Daniel: aplausos solicitaba Solito para sus compañeros; y uno suyo de batería cuando quedó él solo en el escenario, iluminado por las luces blancas mientras se desplazaba a lo largo de su set. Monstruoso, Bonham sonreía feliz. Pensar que su primera batería fue una bolsa de Musimundo llena de monedas atada a una silla y otra a su lado con un libro de historia del secundario. Luego de tamaña ejecución, un breve intermedio.
A su vuelta estaría lo que en parte ya se había adelantado en el inicio. “Recuperamos a Wolman al Doom”, diría el Topo luego de agradecer su presencia. Federico tomó el micrófono principal y con él en su entrepierna empezaría a danzar al compás de “Ramera del diablo”. Al frente de Drago aunque sea por un puñado de canciones, ofreciendo su voz y toda su teatralidad para luego brindar una muestra de aquél hito que fue Cabramabra (2006): primero “Necrogalaxia”, demostrando porque son “la banda más rápida de Doom Metal del mundo” y luego “El Festín”. “Una para bailar”, como la introdujo Federico.
Concluido ese acto, de vuelta en actualidad con las más recientes “Seven rings of Saturn”, “Nautilus 666”, de corte hardcore hecha a imagen y semejanza del Topo, y “I Am The Frost Thrones”. Omega Pentagram en todo su esplendor. “¡Dra-go, Dra-go, Dra-go!”
Se detienen por un minuto. El Topo va y busca un encendedor arriba del cabezal, entre la calavera y el candelabro, se prende un cigarro y antes de que lo vuelva a dejar donde lo encontró, Alejandro le pide que le encienda el suyo. Están los cuatro sonriendo, disfrutando del momento. Larga una bocanada de humo que se pierde en el aire y mira la lista para ver que sigue. Se queda con el cigarro en la boca. “¡Dra-go, Dra-go!”. Daniel cambia la guitarra una vez más (la tercera) y agarra la SG que tiene atrás. Ajusta algo en sus pedales. “¡Dra-go, Dra-go!”. Mira a sus compañeros. Todo okey. “¡Dra-go, Dra-go!”. Fueron unos segundos antes de arrancar. No hay mucho más tiempo, pero lo avisará Daniel en un rato, cuando sólo haya espacio para una más. Se amuchan los tres en el centro, con sus instrumentos en vertical. Una de las tantas imágenes que nos regalaron. El bombo va a tempo con la alabanza hasta que entran las guitarras. “¡Dra-go, dra-go, dra-go!” La noche se acercaba a su fin, “Black Venom” seguida del cisma acuoso de “World of Violence” primero, para luego sí, les hicieron señas tras bambalinas, una más, y el grand finale anunciado con “Muerte y Destrucción”.
Las luces se prendieron como de costumbre, el trance culminó y algunos buscaban las púas que tiró Daniel. La entre-sala volvió a retener la atención ofreciendo discos, cintas, remeras y posters. Buenos combos. Todavía era temprano, las puertas invitaban a salir. A entrar en otro terreno. Quizás de Palermo a Balvanera. Tal vez algunos reemplazaron demonios por espíritus, hasta el amanecer. Sólo una de las tantas probabilidades luego de la muerte y la destrucción.