Se vuelve una obligación ver Electric Bogaloo: The Wild, Untold Story of Cannon Films, documental sobre una de las compañías más bizarras de todos los tiempos, responsable de las películas más absurdamente geniales que hayamos podido ver jamás.

Por Ale Turdó

Vivimos una época en la cual la nostalgia cotiza muy alto, toda una generación ha llegado a la edad en la cual comienza a revisionar aquellas cosas que le apasionaban en el pasado y aún hoy le genera sensaciones encontradas. Es así como todo aquel que guste de investigar un poco descubrirá que hay documentales sobre el origen de los videojuegos, la historia de míticos estudios de grabación o sobre algún músico perdido en la marea de los one hit wonders. Trabajar sobre la nostalgia se ha vuelto un gran ejercicio para los documentalistas.

Es así como le toca el turno a todos aquellos jóvenes de espíritu que oscilan entre los 30 y 45 años aproximadamente, aquellos criados al calor del VHS, quienes iban al video club del barrio y se volvían a casa con la película que tuviese la mejor cantidad de explosiones, tipos rudos y ametralladoras en la tapa (porque así se vivía en una época en la que IMDB no existía para guiarnos, sépanlo). Para todos ellos se torna prácticamente obligatorio ver Electric Boogaloo: The Wild, Untold Story of Cannon Films.

Este documental cuenta la historia de Cannon Films, una compañía que producía películas de bajo y hasta bajísimo presupuesto durante principios de los 80s y mediados de los 90s. Esta productora fue la responsable de joyas del cine clase B como Desaparecido en Acción (Missing In Action, 1985), El Último Americano Virgen (The Last American Virgin, 1983), He-Man y los Amos del Universo (Masters Of The Universe, 1987) entre muchas otras genialidades tan malas que son buenas.

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Menahem Golan y Yoram Globus eran los amos y señores de Cannon Films, dos isrealíes que llegaron a Hollywood con un sólo objetivo: hacer películas. Todo aquello que carecían como cineastas lo compensaban con su espíritu empresarial: eran capaces por ejemplo de vender las películas más turbias en el mercado del Festival de Cannes y con apenas un póster hecho a las apuradas conseguir dinero para distribuir una película que todavía no tenía ni siquiera un guión.

La Cannon fue una compañía pionera en el arte de copiar películas de los grandes estudios y estrenar films similares por un 10% del costo -en el mejor de los casos- con una dudosa calidad y usando actores desconocidos o aquellos a quienes sus quince minutos de fama ya se la habían pasado hace rato. No se crean que esto de producir Mega Shark vs Gigant Octopus o Sharknado es algo que se le ocurrió al SyFy Channel, los muchachos de Cannon ya lo había hecho hace mucho tiempo. Si existía Indiana Jones (Harrison Ford), Cannon tenía a Allan Quatermain (Richard Chamerlain) y si había un John Rambo (Silvester Stallone) ellos tenían al Coronel Braddock (Chuck Norris). ¡Belleza nene!

La única diferencia entre Cannon y SyFy radica en esto que durante el último tiempo se dió a conocer como consumo irónico: divertise viendo películas malas estando completamente conscientes de cuán malas son. Hoy mucha gente ve películas clase B sabiendo en que baile se están metiendo, pero hace treinta años los inocentes consumidores no tenían las fuentes necesarias de información -internet- para determinar por anticipado si American Ninja o Invasión U.S.A. eran películas medianamente respetables o simples copias de alguna otra película más popular.

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Y cuando nos detenemos a ver qué pasa en el siglo XXI con el cine comercial, vamos a darnos cuenta que guarda más similitudes que diferencias con el estilo Cannon Films. Hoy tenemos estudios clase A haciendo sagas como Los Indestructibles (The Expendables, 2010) rescatando del ostracismo a los viejos héroes de acción o películas de terroristas atacando la Casa Blanca, invadiendo Estados Unidos y otras maravillas de similar calibre.

Es por eso que Cannon Films tal vez merezca más respeto del que supo recibir en su época, por ser una compañía independiente liderada por dos lunáticos que amaban las películas, amaban el cine como entrenimiento en su sentido más elemental y cuyo lema era “Si puedes soñarlo, puedes hacerlo”.

Todos aquellos que alguna vez entramos a un video club y nos comimos el garrón de nuestras vidas por alquilar una película con un arte de tapa genial que terminó siendo de lo peor que hayamos visto le debemos mucho a Cannon Films. En ese momento no nos dimos cuenta, pero gracias a esta productora independiente pudimos ver las maravillas más absurdas y alucinantes, esas que sin saberlo moldearon en buena medida aquello que hoy es la industria del entretenimiento.//z

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