En Morning Phase, su nuevo disco «oficial», Beck retoma su gran talento como reciclador y lo aplica sobre un viejo hito de su carrera con notables resultados. Impresiones de un pasado recreado de una forma muy particular.

Por Santiago Farrell


¿Se acuerdan cuando Beck hacía de Standard & Poor’s de sus propios discos? Allá por los noventa, poco antes del lanzamiento de cada álbum, surgía algún comunicado de prensa o declaración que nos daba el status de cada disco, «titulares» (Mellow Gold, Odelay, Midnite Vultures) a los que tomar como discos oficiales, o «suplentes», esto es, desvíos de menor importancia (One Foot In The Grave, Mutations). Un criterio curioso, sobre todo con Mutations, que sigue siendo de los mejores discos de su década. Ahora, a casi veinte años de aquellos tiempos, Beck retoma la práctica con Morning Phase.

A pesar de la parrafada, vale la pena detenerse en la descripción divulgada a la prensa: «(Morning Phase) se remonta a las impresionantes armonías, el arte en la composición de canciones y el asombroso impacto emocional de aquel disco, pero disparado hacia adelante con un infeccioso optimismo». ¿Y cuál es «aquel disco»? Nada menos que Sea Change. Flor de oxímoron: algo en esencia igual al que tal vez sea el álbum más devastadoramente bajón de lo que va de este siglo, pero optimista. Algo así como un Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band careta. Para mostrar que la improbable empresa va en serio, Beck cuenta que reunió a buena parte de los músicos con los que grabó Sea Change en 2002 y hasta reclutó nuevamente a su padre para las partes orquestadas.

Sorprendentemente, en un principio ocurre el milagro. Tras el aperitivo orquestal de “Cycle”, “Morning” arranca con una guitarra, armonías gentilísimas y la voz fantasmal de Beck, todo envuelto en un kilotón de reverb, y es imposible no remitirse a “The Golden Age”. Se siente el abrazo contenedor del sonido y la letra dista de expresar júbilo (“Levanté la vista esta mañana/Vi las rosas llenas de espinas/Las montañas están cayendo/No tienen adónde ir”), pero de repente se abre un estribillo firme y precioso que poco que ver tiene con el tornado de incertidumbre y dolor del tema que abre Sea Change. Es casi como si saliera el sol.

En parte es por las melodías, que ahora resuelven decididamente, como en el estribillo de “Blue Moon”, donde la bajada a lo “Nobody’s Fault But My Own” queda por la mitad con un efecto realzador, reforzado sobre el final con un guiño a la psicodelia beatle. Pero el principal motor de cambio es el interminable talento de Beck como reciclador, esta vez de sí mismo: toma una paleta sonora familiar y modifica la actitud. En Sea Change, el californiano sacó una radiografía estremecedora e inusualmente sincera de esa parte tan dolorosa del duelo por una relación perdida en la que uno da vueltas sin parar. Morning Phase está anclado a la siguiente etapa, en la que la pérdida ya fue aceptada y se prosigue con altibajos, la calma después de la tormenta con probabilidad de chaparrones aislados.

Esto impulsa una secuencia de temas notablemente inspirados, como “Heart Is A Drum”, los banjos andantes de “Say Goodbye”, la ya mencionada “Blue Moon” y “Unforgiven”, con ese piano con flanger y letras positivas (bah, para Beck: “En algún lugar sin perdonar/El tiempo te esperará”). Y como siempre, Beck reprograma a otros, como en “Blackbird Chain”, una perversión deliciosa de “Too Much Rain” de Paul McCartney, el solo dylanesco de armónica en “Country Down” o los ecos a Nick Drake y Syd Barrett que permean todo el disco.

Pero si la comparación con Sea Change es inevitable y así lo pretende Beck, hay un punto en el que Morning Phase se queda corto: la producción. Resulta curioso que no haya sido convocado Nigel Godrich, timonel detrás de Sea Change y varios otros discos de Beck. Su principal virtud es la de poner orden y hacer fluir las cosas, algo que falta en el disco. La producción es muy densa, y la acumulación de capas de reverb cavernosa, guitarras acústicas y cuerdas empieza a pesar a partir de “Wave”, puro drama orquestal con el Beck más tristón, que marca una pausa extraña y se hace eterno. Es una pena, porque ningún tema es malo por sí solo, pero es muy probable que se llegue fatigado a “Waking Light”, un efecto muy similar al que causó Beck como productor en Demolished Thoughts de Thurston Moore, casualmente otro álbum sobre tiempos de amor perdido.

De todos modos, es bueno ver de vuelta «oficialmente» al camaleón californiano después de seis años sin discos titulares, y más con este grado de inspiración. Morning Phase tiene muchos puntos altos, especialmente para los fanáticos de esa faceta intimista de Beck, entre los que por las cosas de la vida se encuentra actualmente quien les escribe. Y atentos: en esta retomada de tradiciones, Beck anunció más producciones venideras, una de ellas con Pharrell Williams, el hombre del momento después de su paso por las tierras de Daft Punk. Resulta por lo menos curioso. Ya veremos qué se traen entre manos.

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