Mac Demarco, la última revelación canadiense, sorprendió al mando de su banda en Vorterix el sábado pasado. Enorme primera visita a Buenos Aires, mosh y tributo al Viejo Neil incluidos.

Por Gabriel Feldman

Fotos de  Candela Gallo

Mac Demarco por primera vez en la Argentina. Nosotros, entre alaridos de adolescentes de pelos de colores y chicos de camisas, esperándolo bajo las ‘v’ y ‘x’ del Teatro Vorterix. En el aire se siente esa ansiedad de las primeras veces aún cuando youtube acorta distancias, pero no las suficientes, y por suerte todavía necesitamos nuestros cuerpos para comprobar y experimentar. Y lo vemos, lo tenemos enfrente. Mac Demarco, ese crooner-slacker canadiense, el envés de lo que la esmerada pulcritud de Alex Turner ha construido, ahora a unos metros. Lo primero que resalta es su enorme sonrisa pícara, enfatizada por las cervezas abiertas que tiene al lado, sobre la mesa donde está su tecladito. Se le iluminan los ojos viendo la reacción de la gente. Una escena que no se hubiera imaginado algunos años atrás, cuando grababa discos bajo el nombre de Makeout Videotape. Sus dos discos solistas del 2012, Rock and Roll Night Club y 2, lo catapultaron a la fama y con sólo veintitrés años es uno de los niños mimados por la prensa especializada. Ahora silencio. Son esos segundos donde no dijo absolutamente nada, sólo se acomodó esa guitarra desvencijada que usa y ya es todo un barullo. Se mueve un poco más, barullo.

Irreverente y desaliñado, con el pelo rubio cayéndole sobre sus hombros, hoy no tiene su camisa clásica, sino un enterito caqui que lo ata a los ’90. Y sí, la sonrisa es ineludible, siempre sonriendo, aquella que le conocemos de las tapas de sus discos, con el hueco de las paletas acentuándole esa condición de bobalicón querible. Y ahora habla para agradecer – barullo – y presentar a su banda – barullo –, a sus amigos, Pierce (bajo), Peter (guitarra) y atrás Joe (batería). Ellos también con toques vintage en esas gorritas como la de Jurassic Park que tiene Pierce, y los bigotes porno, RonJeremy-trademark. No sin cierta timidez presenta las primeras canciones, “Salad days” que le da nombre a su nuevo disco para empezar, “The stars keep on calling my name” que ya nos impulsa al baile luego, y “Blue Boy”, otra de las nuevas. Es sólo el comienzo, pero en  esas tres canciones se libera de las incertidumbres de la cita a ciegas y se hace cargo de la situación por completo, en ese papel de bufón que tanto le gusta y comprobamos siguiéndolo en la red.

De un humor inmejorable, apelará a todo lo que se le ocurra, como si en el interior de su cabeza algo dijera: “Hi, I’m Mac Demarco, welcome to Jackass”. Introducirá las canciones con observaciones divertidas sobre relaciones de pareja, relaciones sexuales o sexo anal; recibirá los cartones de cigarrillos que le tiren sus fans (puntapié para que empiece la coreada “Ode to Viceroy”: “tengo una canción al respecto”, dirá); aceptará una gorra del público que va a usar en gran parte del show; se acercará a responder algunas preguntas a unos y a regalar un cigarro a otro; bromeará con sus compañeros un poco, además de cantarle a Peter el feliz cumpleaños, porque esta noche es especial, su guitarrista cumple años; va hacer sus mejores-peores movimientos sensuales por el escenario mientras se golpea la entrepierna con el micrófono; bailará sugerentemente un poco más; recreará poses rockeras con su guitarra; y beberá latas de cerveza, whisky y shots como en una fiesta de fraternidad para seguir los festejos de cumpleaños; shots que compartirán con el público, al que se lanzará de palomita sobre el final, para ser devorado por esas muchachitas que no se guardan nada y quieren un pedazo de su adorado.

Y todo funciona, porque el buen humor y la calidez reinan esta noche de sábado, donde la situación típica de recital es deconstruida, y el Vorterix se transforma en un garage con amigos, donde todo puede pasar.

Pero por sobre todas las monerías que pueda hacer este rico pibe, que luego en camarines posará desnudo con un banderín de Almagro tapándole los genitales, está una banda ajustadísima, tan comprometida con su música como con pasar un buen rato. Después de todo, si no fuera por la música no estaríamos acá. En vivo la atmósfera es de ensueño. Y aunque pedirá perdón si alguna de las canciones nuevas suenan algo “oxidadas”, sin tanta práctica, lo único que deberán retocar es el volumen de su voz, un poco baja en “Brother”. No más preocupaciones. Ninguna más allá del disfrute. Y los cuerpos se regodeaban por la quimera del dream pop, mientras los teclados de “Passing out pieces” invadían la pista. Para explotar felices, con los brazos en alto y moviéndose lado a lado, con “Cooking up something good”, otra de las más festejadas.

Entre trago y trago pasó “Freaking out the neighborhood”, el hit por excelencia, y mientras los shots quemaban en las gargantas de algunos afortunados, volvimos a entregarnos al placer de los teclados y la psicodelia dulce de Salad Days, esta vez en las estrofas de “Chamber of reflection”. Ese momento en particular en donde el tiempo tendría que haberse detenerse, y nos deje quedarnos indefinidamente en los cielos, jugando con Lucy y los diamantes.

“Una más”, dijeron, entonces Mac tomó el micrófono y se paró en el borde del escenario. Ahí es donde exprime su beta de crooner, con el micrófono en la mano, movimientos a lo Elvis sobreactuados por un lado, y la otra mano apretándose con ganas las bolas. Entonces, agarra otra cerveza, se aclara la garganta con unos sorbos y canta con aplomo esas palabras que escribió para su Kiki (“Still Together”). Todo brilla a su alrededor bajo las luces del escenario y remata la interpretación con alaridos dignos de Frank Black: “¡Tooo-geeee-theeer! ¡Tooo-geee-theeer!”. En el éxtasis, cuando la intensidad aumenta, cuenta, mide y se lanza sin más a su público con los brazos para atrás y la cabeza hacia adelante. La marea humana lo retiene por un buen rato, mientras la banda sigue tocando, y él se pierde entre manos que lo quieren estrujar cueste lo que cueste. Nada de un lado al otro, hasta que finalmente los de seguridad lo ayudan a cruzar la valla. Transpirado y sonriente como en toda la noche se queda un poco más cara a cara con la audiencia conquistada, con la certeza de que ha dado todo. Cuando por fin sube al escenario, los cuatro se despiden.

Los gritos y pedidos para que regresen no se hacen esperar. Joe vuelve primero, pidiendo que griten más. “¡Louder!, ¡Louder!”, exige el baterista en el micrófono principal como condición sine qua non para tocar alguna más. Cuando quiere volver a su posición tras los parches, lo interceptan Pierce y Peter con besos apasionados en los cachetes. Vuelve Mac y pregunta cuál quieren. “Rock and Roll Night Club” es la elegida, y él goza nuevamente usando su voz grave, seductora. Un intermedio jazzero con “Take five” ameniza los minutos anteriores a la despedida, y tenemos la dicha de que estos canadienses nos regalen un himno de su tierra, de la mano de la cosecha del joven-viejo Neil Young.

Mac deja su guitarra, Pierce larga el bajo y toma el otro micrófono y, turnándose en las estrofas, la banda completa una versión de “Unknown Legend”, sólo acompañada por guitarra y batería. Así como seguro la cantarán mientras recorren las calles del mundo en auto y en el estéreo suena este clásico, ahora en versión mitad karaoke, mitad Sergio Denis, con mucho entusiasmo y coronada con un beso apasionado después del estribillo. La lengua de Mac se mezcla con el bigote colorado de Pierce, mientras la guitarra ejecuta las enseñanzas del maestro del tiempo. Sí, todo podía pasar. “¡It’s not finished, motherfuckers!”, grita Mac, y hacen una vuelta más, cantando el estribillo con el puño en alto, más Sergio Denis que nunca: “Somewhere on a desert highway / She rides a Harley-Davidson / Her long blonde hair / Flyin’ in the wind / She’s been runnin’ half her life / The chrome and steel she rides / Collidin’ with the very / Air she breathes / The air she breathes”. No pueden tomárselo tan en serio, es sólo rock n’ roll. El público los mira obnubilados. Y ellos se van victoriosos, con el viento del desierto pisándoles los pies, y habiendo dejado amor y sonrisas flotando en el aire que respiramos, antes de salir para Av. Lacroze. Seguro a ellos los recibió alguna fiesta para culminar de la mejor manera su primera noche en Buenos Aires, y esperemos que no sea la última.