Valentín y los Volcanes, una de las bandas insignia de la escena independiente platense, presentó su último disco en Ciudad Cultural Konex. Mi Amigo Invencible y Tobogán Andalúz precalentaron el clima que tuvo distorsión, contratiempos y odas al amor y el rock.

Por Pablo Díaz Marenghi
Fotos de Nadia Guzmán

“Compusimos un tango porque es la música que está pegando hoy en día ¿no? Es lo que escuchan los jóvenes” dijo Jo Goyeneche, cantante y alma matter de Valentín y los Volcanes, presentando la canción “Costanera”, de su más reciente álbum Una comedia romántica (2015). Estas palabras sirven para describir a la banda: un grupo de amigos oriundos de la ciudad de La Plata que nunca pareció preocuparse por las tendencias actuales. Ellos siempre vivieron la música como una forma de canalizar su arte. Como diría Litto Nebbia, “quien quiera oír, que oiga”. Su tercer disco de estudio es una muestra de ello. Los volcanes se alejaron del indie ruidoso que los catapultó a la fama dentro de una escena que creció exponencialmente desde los dos mil, para pasar a un pop más hitero, estribillero y radializable. El público lo escuchaba atento. El escenario interno del Konex alojaba la presentación oficial de este álbum. Entre el frío y las complicaciones organizativas (el horario de ingreso se atrasó casi una hora, al igual que todos los shows) el público se dio una panzada de melodías que le cantan al amor que no pudo ser, a la nostalgia o a la pasión urbana rodeada de sutiles arreglos pop.

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Mi Amigo Invencible fue el encargado de encender el fuego que el rock independiente ha construido. Cerca de la una de la mañana, cuando las puertas debería haber abierto a la medianoche, el público ingresaba y los mendocinos ya estaban tocando. El clima era extraño. Estaban prendidas las luces blancas, como de limpieza, en lugar de las típicas luces de colores que amenizan los conciertos rockeros. ¿Empezaron a puertas cerradas? Se preguntaron algunos. Desde el Facebook de Triple RRR- productores de la fecha- se aclaró días después esto: “Todo el sistema de monitoreo (que habíamos probado durante la prueba por la mañana del mismo sábado) no andaba ya que el Konex movió la consola de lugar (para otra obra de teatro que había a la tarde, cuando lo correcto y prudente era dejarla en el mismo lugar conectada durante el cuál se había ejecutado la prueba). Al no funcionar el sistema de monitoreo tuvimos que corregir ese problema sino era imposible que las bandas arrancaran,de ahí que muchas personas creyeron que Mi amigo invencible había arrancado con las puertas cerradas, pero en realidad lo que estábamos haciendo era chequear que el sistema de sonido funcionará”. Los MAI igualmente hicieron lo que mejor saben hacer: desplegar rock, lisergia y sonidos fusión sobre un escenario. Repasaron parte del repertorio de su último disco, La danza de los principiantes (2015) y algunos de sus clásicos como “Los pájaros” o “Me cuidé tanto”. Los problemas de sonido continuaron: Mariano Di Cesare, voz cantante, se mostró muy irritado debido a problemas con el sonido de su guitarra. Tal fue su enojo que se apartó por unos momentos y se puso al frente del bajo mientras Jopo, bajista, cantaba en “Nada peor que la sed”. Los músicos intercambiaron roles pero el público permaneció fiel en el papel de alentar a una de las principales bandas del rock emergente.

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Tobogán Andalúz hizo las veces de antesala al show principal. El conjunto liderado por Facu Tobogán, joven e irreverente frontman quien encorvado riffeaba su guitarra con displicencia, repasó temas de casi todos sus discos. Sonaron, entre otros, “Canción de Navidad”, “Orión el cazador” -con Di Cesare de invitado- y “Coney Island”. El sonido noise, rabioso e incandescente de Tobogán se potenció con la suma de un segundo violero que brindaba un mayor caudal de sonido. Cerca de las tres AM, entre cervezas y cigarrillos pisados, el conjunto platense comandado por Jo Goyeneche comenzaba a probar sus instrumentos y a acomodarse en el escenario interno del Konex. Atrás quedaron los desperfectos técnicos y los retrasos en el ingreso. Los volcanes de Valentín estaban a punto de erupcionar.

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La presentación de un disco siempre es un interrogante. No existe un manual de instrucciones al respecto. Es por eso que las bandas utilizan su libre albedrío para decidir como homenajear al más reciente hijo discográfico. En este caso, decidieron tocar todas sus canciones nuevas y empezar por el primer track, “La tumba de los Rolling Stones”. Con un sonido alejado de los parámetros que forjaron sus dos álbumes anteriores, con menos distorsión y más detalles cercanos al pop, Valentín hacía sonar sus guitarras mientras el público se perdía en una marea de acordes. La voz de Goyeneche resaltaba entre la distorsión de las guitarras. Le siguió “El llanto de Sofía”, con un mayor peso del piano ejecutado por Pablo Perazzo. Luego vendría el turno de “Sonámbulos”, uno de los hits de un disco con estribillos gancheros como “buscar, un poco de amor, fuera de este amor, no nos va a matar”. “Decís” y “Costanera” remarcaban el curso que habían elegido los Volcanes: tocar su nuevo álbum completo y en orden. Sonidos suaves, románticos, por momentos próximos al bolero y a la balada, inundaban al público que se mostraba por momentos atento, bailando y sintiendo cada nota y a veces algo disperso; como esperando esos hits más ruidosos y desprolijos que fueron a buscar en su banda favorita y no llegaban. “Golpea lo que encuentra”, con acordes más veloces, sirvió como preludio para lo que vendría: el popurrí de temas “viejos” que los fans de la primera hora ansiaban.

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“Dejemos todo y vámonos de esta ciudad” lanzaba a capela Jo en el comienzo de “Los chicos de Orense”, de su disco anterior Todos los sábados del mundo (2012), que los consolidó como una de las principales bandas de la escena independiente. Así comenzaría el momento más noise, garagero y shoegaezero de la noche. “Mi pequeña Napoleón” o “No veo la hora de ver la hora” despertó el fulgor del público. Parecía que muchos que comenzaban a perderse en un trip soñoliento, un poco por el alcohol y otro poco por el horario, se despertaban. El pogo se evidenció más que nunca entre una nostalgia tan propia del sonido platense, ya un género en si mismo. “Yo juego al perdedor” cantaba Goyeneche en “Los días felices” y su guitarra, junto a la de Nicolás Kosinski, se fusionaban en punteos hipnóticos. Hubo lugar para canciones de su primer disco, Play al viejo walkman blanco (2010), como “El gran hombre del planeta” o “Rayos del verano”, muy coreados por el público. El show tuvo dos caras que se fagocitaban entre sí. Un ying y un yang, uno más popero y otro más alternativo/noise/garagero/platense que pareció encender la chispa en el ambiente. Quizás producto de la evocación a un pasado que ya no está y conmueve, o por la alternancia entre lo nuevo y lo viejo, el show fue in crescendo. De un comienzo tímido, cual niño que entra por primera vez al aula en el comienzo de clases, se dio un vuelco a un final ígneo, con pogo y mosh incluido. El magma nacido en la ciudad de las diagonales incineró a todos los presentes.

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Quedan varias preguntas por responder en función del concierto y del presente de la banda. Nadie podría discutir el lugar que se ha ganado Valentín y los Volcanes en el podio de las principales propuestas musicales de la escena independiente. Tanto es así que han cobrado una mayor masividad y prueba de esto es la colaboración de Tweety González, uno de los productores más destacados del país, en su último disco. Sin embargo, su público no posee la voracidad de otros, como el de El Mató, o la incondicionalidad cuasi kamikaze de bandas históricas como Pez. Resta pensar si su último álbum no merecería, también otra puesta en escena. Las canciones suenan más pop y radiables que nunca pese a que la banda no pierde su esencia emergente/do it yourself: continúan parándose del mismo modo que lo han hecho siempre y acompañados de bandas del palo. No pretenden firmar contratos o subir escalones teloneando bandas de mayor renombre en otro circuito. Quizás eso desoriente al público, que pareció desatarse al escuchar los clásicos de siempre. Quizás ambas partes fueron necesarias para un público complejo y, aun, en formación. Porque una comedia romántica lo tiene todo: pasión y monotonía, complicidad y tedio, romance y tragedia.//z

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