La princesa de Francia, última pelicula del realizador cinematográfico Matías Piñeiro donde cierra su trilogía de filmes inspirados en textos de William Shakespeare.

Por Ignacio Barragan

Una obra de Shakespeare lo tiene todo. Un ritmo único, una pasión desbordante y una utilización del lenguaje que se yuxtaponen para conducir al espectador por los terrenos más inhóspitos de la condición humana. Sin dudas, no es tarea fácil realizar una adaptación de aquellos grandes dramas sin hacer el ridículo o alejarse completamente del sentido original del texto, pero Matías Piñeiro no parece temerle al fracaso. La princesa de Francia es el cierre de una trilogía inspirada en el famoso dramaturgo inglés en la que el director utilizo ciertos aspectos del canon shakesperiano para desarrollar historias simples de un contenido teatral inmenso. La idea no es adaptar este tipo de obras emblemáticas a los escuetos amoríos del siglo XXI, sino aprovechar argumentos e ideas que puedan transformar una representación teatral cortesana en un sofisticado filme independiente.

Matías Piñeiro es una joven promesa que ya ha cosechado una buena serie de elegíos. Sus dos primeras películas –El Hombre Robado (2007) y Todos mienten (2009)- ya eran un indicio de una gran capacidad inventiva, pero es su última trilogía de “shakespereadas”, como él las denomina, la que lo coloca en el podio de los nuevos y refrescantes realizadores del cine argentino. Empezando con Rosalinda (2010), siguiendo con Viola (2012) y terminando con La princesa de Francia (2014) nos encontramos con una sucesión de películas de enorme contenido estético donde los personajes y sus deseos inspirados vagamente en el rol preponderante de la mujer en Shakespeare se convierten en piezas de ajedrez de un drama amoroso.

El filme se encuentra completamente atravesado por la manera de hacer teatro clásico, generando un efecto por el cual los diálogos más cotidianos se transforman en frases célebres, profundas. Una las particularidades más fascinantes de la película es el hecho de convertir los detalles nimios, como lo puede ser un partido de futbol cinco del barrio, en un elogio al movimiento donde el espectador deja de apreciar a unos jugadores que se debaten la pelota y empieza a ver cómo poco a poco esa fecha amistosa entre amigos se va convirtiendo en una pieza de ballet sincronizada y diseñada al ritmo de las gambetas y goles. Lo mismo sucede con la repetición de acciones en la película: un loopeo constante de momentos que de entrada no dicen absolutamente nada sobre la historia pero que al ser proyectados varias veces con leves modificaciones formales, se logra de alguna manera comprender el sentido de la escena. Al igual que cualquier cita de Hegel a la que hay que leer y releer para poder comprenderla (si es que se logra tal objetivo), en La Princesa de Francia es el director quien nos obliga visualizar hasta cuatro veces la misma escena para que podamos otorgarle el sentido oculto que tiene.

Presentada en el Toronto Film Festival entre otros,  logró colocarse a la audiencia argentina en sus bolsillos y cosechar el tan apreciado premio a Mejor Película en la Competencia Argentina del BAFICI 2015 debido a las excelentes actuaciones de Romina Paula, más conocida por su rol en El Estudiante de Santiago Mitre o Julián Larquier Tellardini entre otros actores. Definitivamente un filme exquisito, donde cualquiera que sepa apreciar la combinación de distintos géneros artísticos encontrará aquí una bella perla en el mar.