A 75 años del nacimiento de Héctor Libertella, lo recordamos con un texto de Laura Estrin que forma parte de Memoria irreversible. Un libro de retratos publicado por añosluz editora en 2019.

Libertella me acompaña. El recuerdo de sus gestos, que volvían leve todo drama que pudiera contarle, me acompaña siempre. Libertella es la única vanguardia argentina contemporánea, vivió escribiéndola, vivió con poco negocio en ella. En una versión de Hiperbóreos que me regaló Marcelo Damiani escribe: “Qué va a hacer. La vida es canje. No digas jamás de esta agua no he de beber, hijo, no lo digas me decía mi mamá, y ahora es más cierto que nunca”.

Aira marcó esa figura moral en una página que por eso mismo es memorable. Aira dijo que tuvo que morirse Héctor para que nos diéramos cuenta de que esa ética última que tuvo Libertella no la tuvo nadie de su generación.[2] Libertella —lo escribe Thonis— fue uno de los primeros que notó la importancia de Reinaldo Arenas. Libertella hizo crítica y ensayo literario latinoamericano como desde Martínez Estrada o Murena no se hacían en Argentina. Libertella supo manejarse, hablarse en el mercado, como él lo llamaba, porque pese a lo que anotó de Kerouac, no desconfiaron de él. Libertella citó del diario del norteamericano: “Nadie me comprende. Piensan que estoy loco. Lo único que deseo es ser amable y educado y luego irme por mi cuenta solo como siempre. Eso no se hace”. Héctor era un solitario muy amistoso, se ve que él también corría a anotarlo. No desconfiaron de él pero en un momento, por el 2000, ese mercado lo abandonó a su entera suerte. Ningún mercado banca perder presencia, importancia, Libertella se había desentendido de él con esa frase-gesto que pudo compartir con Nicolás Rosa: “allá ellos”.

Pero Libertella seguía, escuchaba y escribía, intensamente. En los últimos años hacía poco más que eso. Libertella es para mí una acentuación en la literatura como vida. Y así se fue destilando. Pero todo eso lo hizo en silencio, a Héctor casi todos lo aceptaban aunque era un aristocrático contundente —para decirlo con un adjetivo nicolasiano, de Nicolás Rosa. Era un hombre aristocrático que podía repetir en cada uno de sus libros que había que escribir difícil para que los brutos creyeran que era Góngora.

Libertella fue un concentrado, un ensimismado, las metáforas cada vez más límpidas de sus últimos libros lo dicen clarito. Por eso una vez lo llamé “santo”, tal como Macedonio recuerda que “Xul (Solar) llama santo a toda persona que está siempre en lo mismo, sea matando o salvando…”

Libertella decía frases que sigo repitiéndome para atemperarme en el mundo bajo en que vivimos. Dichos como: “cuando el carro va pasando los melones se van acomodando” o me acuerdo del cerrado lamento de una tarde en que lo acercamos en auto hasta su casa y casi al bajar y cerrar la puerta, como siempre, agachado, dijo: “cría cuervos”. En esos meses estábamos por editar una primera versión de La arquitectura del fantasma que se llamaba por entonces Un elefante en un bazar. Esa fue la única vez que le escuché una queja, en él predominaba la risa y en la literatura argentina pocos saben reír allá arriba —como nos mostró también Osvaldo Lamborghini que nos dejó pastando solos en la llanura del chiste.

Libertella, además, en ese mismo Hiperbóreos último, puede rimar, puede cantar: “artista en general… de todas las artes y de ninguna en especial”. Y puede hacer lírica: “Durante las noches, nada: sólo el cruce de formas de mirarse”. Y hasta creo ver allí mismos fragmentos que me figuran Airas.

Todo esto es Libertella mientras hoy, ¡aún!, se lo lee como si no hubiera dejado la vida en reescrituras, es decir, se lo dejó de leer quizá porque él nunca dejó de escribir. Nadie soporta a los que escriben siempre, hay quienes preguntan si todavía hay inéditos de él. Creen que lo leen pero leen un Libertella que Libertella apisonó, plisó y sesgó genialmente. ¡Porque Bonino es Cavernícolas pero también es La leyenda de Bonino! Y al igual que el cordobés, Héctor se inventaba: se inventaba lectores, se inventaba libros y editores de esos que hoy no existen más.

Libertella observaba, actuaba poco. Se diría que solo escribía. Su elegancia pública era un hábito, un modo de ser permanente. En un mundo de ninguna sutileza, Héctor pasaba por teórico cuando hacía años que su obra era pura vida, puro devaneo real. Sus ensayos son formas inesperadas en la crítica argentina que es, en general, estúpidamente letrada, paperizada (mezcla de papers y pauperización), él sabía que lo que quedaba era divertirse en la propia mirada, en el propio ojo.

Para el gueto, como lo llamaba, Libertella recordaba que había nacido el mismo día que Borges, el 24 de agosto. Allí también, su aristocracia era justa, ninguna gratuidad en cuestiones de vida y escritura, podemos llamarlo hermetismo, tal vez le hubiera gustado. Libertella era un dandi alerta. Leía y leía, amasaba sus lecturas, sus frases, una y mil veces en sus libros. Sabía más de lo que simulaba saber.

A Libertella se le ocurrió dejarnos un 7 de octubre del 2006, lamentablemente para nosotros irse se quería ir: a ver qué pasa allá o, mejor, hasta dónde dura —como risueño me dijo en el hospital. Sus libros andan, bailan por ahí, ojalá mi ilusión de editar su obra completa prospere: Nunca soy optimista. Un congreso, una tesis, volver a El árbol de Saussure —olvidando que todo en él fue malentendido— sí funcionan, las instituciones y los que las comandan tragan todo, el canon, otra forma del espectáculo, soporta todo, incluye y habilita tejes y manejes alejadísimos de la literatura mientras lo verdadero de ella se aleja solita-su-alma —como dice Hugo Savino.

A veces me enojo, ando cuidando las espaldas de la literatura que se cuida sola. La literatura hoy anda sola, como siempre.

En estos más de 10 años lo he extrañado y lo he tenido siempre conmigo, me falta su aire suave, tenue, verdaderamente retirado, su dejar decir, su falta de malos sentimientos, su comprensiva alegría, su suerte de palabras, su arrinconado leer solitario y su constante recortar frases increíbles, sabias y fuertes.

Con alguna suerte aprendí a escribir sobre los amigos, tengo en esto la mayor objetividad que es la subjetividad del amor a los amigos, por eso ensayo retratos, pero ellos igual se van yendo. En el 2016 se fueron muchos: Irina Bogdaschevski, Armando Capalbo, Luis Thonis, Noemí Ulla y Liliana Guaragno. Una tristeza dura me acompaña porque cada uno se lleva su modo único y nos quedamos cada vez más solos, como en el horrible 2006 en que a las palabras se las llevó el viento —como sentí que sucedía cuando entre el 7 y el 25 de octubre murieron Héctor Libertella y Nicolás Rosa. Es la mierda del tiempo o, lo que es lo mismo, la muerte de la juventud, la peor muerte, como decía un viejo al que nadie lee porque dice lo que dice.

Mauro Libertella escribió en Mi libro enterrado cosas ciertas de esos días últimos de Libertella, días chiquitos y tranquilos como el mismo Héctor, lloré al leerlo. Lloré cuando Nicolás Rosa me avisó que Libertella nos había dejado y fuimos juntos a despedirlo, él moriría 15 días después. Fue una tarde en que Nicolás se burló una vez más de la profesora a la que liberó de la croquiñol y donde conocí al doble de Héctor, su hermano bahiense y farmacéutico y amable.

Eso fue hace más de 10 años, hace mucho y no hace nada que al tipo se le ocurrió irse. Con él entré por primera vez en ese cementerio grande que sólo había visto en el cortometraje con palomas de otro amigo. Para una judía Chacarita es tierra de otros.

Libertella escribió cada vez mejor, más claro, más concentrado, más ligero; lo sabía, entendía todo lo que le decíamos sin el más leve enojo, la calidez con la que me rodeó y valoró fue inaudita. Siempre de elegante saco, siempre delgado y ligero, agitando las manos y doblando la espalda, una figura locuaz en grado extremo en este desierto que crece.

Libertella hablaba como caminaba, como se levantaba del sillón de mi casa, despacio y rápido a la vez, como comía, como jugaba con lo que no jugaba. Como escuchaba atento, como intervenía poco, como calmaba el ditirambo que yo le contaba con risas rápidas, amigas.

Malena, su hija, tiene su bondad y su timidez, su lejanía, o me lo parece. En ese 2016 Libertella fue abuelo. Como se ve, me gusta quedarme del lado del autor, de lo que pudo hacer-decir y escribir Héctor Libertella. //∆z

[1]. Escritor, 1945-2006. Retrato cuya primera versión fue escrita para el homenaje que junto a sus amigos le hicimos a Héctor Libertella, a 10 años de su muerte, en el Bar Varela Varelita.

[2]. El efecto Libertella (2010).

Laura Estrin. Escribió Álbum (2001), Parque Chacabuco (2004), Alles Ding (2007), A maroma (2010) y Ánimas (inédito). El libro César Aira. El realismo y sus extremos (1999), Literatura rusa. Acerca de Biéli, Blok, Gorki, Bábel, Shklovski, Tsvietáieva, Jlébnikov, Platónov y Dovlátov (2013). Ensayos y estampas como “El viaje del provinciano” (Políticas de los caminos 2009; Políticas del realismo, 2012), sobre Zelarayan (Lata Peinada, 2008) y Libertella (El efecto Libertella, 2011). añosluz editora publicó Tapa de sol (2014).