Siguiendo el camino de su anterior disco, Un futuro brillante, Mi Pequeña Muerte regresa con su luminoso nuevo trabajo, El triunfo de la paz.

Por Emmanuel Patrone

“Celebraremos porque por fin ha triunfado la paz”. El estribillo de “Hasta desaparecer”, cuarto track del cuarto disco de Mi Pequeña Muerte, anuncia que se han batido a las guerras y a la oscuridad. Lo hace sin fanfarrias ni demostraciones bombásticas de cualquier tipo como si, justamente, al festejar la victoria de ese estado inmediatamente ligado a la tranquilidad no hay otra cosa mejor que esa misma calma. Pero los sonidos parecen explotar en haces de luz brillantes y coloridos, tanto como el arte de tapa. El triunfo de la paz se titula este nuevo disco de Mi Pequeña Muerte, en definitiva. La pregunta es qué significa la paz para el grupo liderado por Julián Perla.

Y esta pregunta surge porque en su música, pero sobre todo en sus letras, hay un sesgo de inquietud, de turbación insoportable, encallado entre las melodías. Si hay algo parecido a la tranquilidad mental en alguna canción, pronto se ve truncada por algún verso que la expone al borde del abismo. Placer y agonía, ese dúo al que se juega desde el mismo nombre de la banda (momento mataburros: “la pequeña muerte” se refiere a ese desvanecimiento post-orgasmo). En El triunfo de la paz ocurre lo mismo. Si bien hay instantes en los que Perla entona verbos que reflejan cierta seguridad (“Seamos libres, equivoquémonos”, declara en el tema que abre el álbum, “Fuera de la anestesia”), al minuto está cantando sobre una búsqueda personal entre dudas y certezas (“La búsqueda secreta”).

Cuestiones líricas de lado, lo que realmente destaca a El triunfo de la paz es lo compacta y –a falta de una mejor descripción- luminosa que suena la banda. Es, sin duda, la continuación del sendero que empezaron a asfaltar con su disco predecesor, Un futuro brillante, en el que su característica sencillez a la hora de atacar el formato canción se vio escoltado por una producción más expresiva. Reverberaciones de todo sabor y forma, guitarras que viajan de un oído a otro, capas de teclados que entibian el ambiente y una base rítmica precisa que, esporádicamente, le otorga al álbum algo de groove (“Los animales”) y potencia (“El médico”). Pero todo sería solo espejitos de colores sino fuese porque, afortunadamente, la producción está a la merced de las canciones, de las melodías pop grisáceas que ya son marca registrada del grupo. Y cada una de las nueve canciones de El triunfo de la paz tiene algún gancho que la hace rápidamente recordable: el estribillo entre guitarras tintineantes de “La búsqueda secreta”, el guiño funk y los versos alentadores de “Los animales” y las más introspectivas “Buenas compañías” y “Las huellas”.

Quizás la paz que celebra Mi Pequeña Muerte es la que resulta de haber hallado una identidad que marida su afinidad con la melodía, su gusto por la sencillez compositiva y las letras con sesgos reflexivos con un sonido más rico y reluciente. Una identidad que les sienta cómoda, seguramente, pero que -a la vez- no los encorseta ni los hace bajar la guardia. Es más: hasta es probable que esta celebración de la serenidad sea sólo un preludio para armarse y prepararse para la próxima guerra.

Por lo pronto, tenemos nueve canciones que hacen que El triunfo de la paz sea una experiencia repleta de melodías y sensaciones para disfrutar. Este es el futuro brillante que Mi Pequeña Muerte preveía en el título de su anterior álbum. Un futuro brillante que se ha transformado, por arte del talento, en un presente pacífico.//z

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