¿El Nobel de Literatura a un músico? En medio de la polémica, diez argumentos a favor de Bob Dylan para descubrir o reencontrarse con su enorme obra.

Por Matías Roveta y Sebastián Rodríguez Mora

“Masters of War” (1963)

Entre las muchas influencias de Dylan está Woody Guthrie, cantautor estadounidense de protesta, ése que escribía en su guitarra “This machine kills fascists”. “Masters of War” entra en esa corriente como el más representativo de los apuntes políticos que forman The Freewheelin’ Bob Dylan y The Times Are A-Changin’. Dylan no hace más que actualizar y ajustar la mira de la canción antibélica de la época: el eficiente complejo militar-industrial es el apuntado, esos que se “esconden detrás de escritorios” son los que “aprietan el gatillo para que otros disparen”. Lejos de la consigna boba que pide por la paz sin proponer más que amor, Dylan le dice a esos ejecutivos que quiere “pararse encima de su tumba para asegurarse que están muertos” por “el miedo a traer chicos al mundo” que han generado. Eventualmente Dylan descubriría que incluso su canción sirvió bien poco para evitar que muchos jóvenes de su país volvieran mutilados o encajonados desde Vietnam; quizás allí la explicación a su giro poético con fuertes influencias bíblicas durante los setentas.

“A Hard Rain’s a-Gonna Fall” (1963)

Podría haber sido “Blowin’ in the Wind”, “With God on Our Side”, “The Times They Are a-Changin” y tantas otras, pero “Hard Rain” es tal vez el mejor ejemplo de cómo un joven Bob Dylan –apenas 21 años cuando la compuso- se infiltró en el seno de la comunidad folk para aprender de los grandes maestros y luego escribir él mismo las mejores canciones del movimiento. Apenas un rasgueo apurado de su guitarra acústica para sostener ese torrente imparable de poesía inspiradísima: “Escuché ‘Hard Rain’ y lloré, porque parecía que la antorcha había pasado a otra generación”, dice Allen Ginsberg en el documental de Martin Scorsese No Direction Home. Y completa: “Quedé atónito por la elocuencia particularmente de frases como ‘conoceré bien mi canción antes de empezar a cantarla’ y ‘donde todas las almas lo reflejarán’, o ‘ve a la montaña donde todos puedan oír’. Es como una profecía bíblica”.

“Like a Rolling Stone” (1965)

¿El clásico ataque despiadado a una chica bien caída en desgracia que ahora tiene que salir a “garronear su próxima comida”? Esa es una de las lecturas más corrientes de la letra de “Like a Rolling Stone”, pero también es la versión más simplista, según el crítico Greil Marcus en su libro Like a Rolling Stone: Bob Dylan en la encrucijada. Allí Marcus cita al compositor Michael Pisaro, quien ofrece la mejor interpretación posible: “¿Qué tipo de decisión está insinuando Dylan? Hasta qué punto estás dispuesto a renunciar a tu pasado en nombre de un futuro desconocido donde no hay nada asegurado, donde todo está por hacerse, sin comida, sin hogar, apenas una camioneta lanzada por la carretera (…) Tengo que entender esto como una llamada a algún tipo de revolución espontánea; una no necesariamente violenta, pero sin dudas muy extraña”. Para Pisaro la letra de Dylan resume el espíritu de 1965, “el último momento en la historia americana en que el país podría haber cambiado, de manera fundamental, para mejor”. Tal vez el mundo no cambió tanto, pero sí la historia del rock: la revista Rolling Stone la señaló con absoluta justicia como la mejor composición de todos los tiempos, por “su diseño y ejecución revolucionarios” y porque Dylan creó acá “la canción popular con contenido y ambición artística”, según la reseña. O como resumió su propio autor en una entrevista de 1966 para CCBC que cita Marcus en su libro: “‘Like a Rolling Stone’ es definitivamente lo que yo hago. Después de componerla ya no tenía interés en escribir una novela o una obra de teatro. Ya tenía suficiente, quería escribir canciones. Porque se trataba de una nueva categoría. Es decir, que nadie antes había escrito canciones de verdad”.

https://www.youtube.com/watch?v=OYnnPEwjLSs

Desolation Row” (1965)

Dylan ya se había electrificado, había sido pionero en eso de darle la espalda a los fans obtusos y escapar de las zonas de confort cuando dejó la guitarra acústica y el folk de protesta para abrazar el rock and roll y el blues eléctrico con influencias de Chuck Berry y Muddy Waters, y el formato de canción de rock en plan Beatles y Stones (a quienes, dicho sea de paso, él mismo había influenciado antes de manera decisiva). Pero con “Desolation Row” fue todavía más lejos: volvió de nuevo al folk pero esta vez para crear un extenso relato de más de once minutos que incluye evocadoras imágenes de tinte surrealista, algo que destaca con agudeza Mick Jagger en la reseña de la canción que escribió para la revista Rolling Stone en 2011. “Desolation Row” es icónica por varios aspectos, pero el principal es cómo Dylan construye una narración larga para dar con un mundo poblado por diversa clase de personajes –desde Einstein, Robin Hood, Caín y Abel a la Cenicienta o el jorobado de Notre Dame- envueltos en situaciones extrañas. “Aquí el Pasaje de la Desolación podría muy bien ser un departamento de la Octava Avenida, algún lugar bien por encima del nivel de la calle desde el cual el cantante mira por la ventana”, señaló Greil Marcus en Like a Rolling Stone.

“Ballad of a Thin Man” (1965)

¿Quién es Mr. Jones? Nunca lo sabremos –en palabras del propio Dylan,en esa época había un montón de de Mr. Jones”- pero sí es alguien a quien Dylan se encarga de boludear quirúrgicamente. Es un intelectual, un crítico (“Te tragaste todos esos libros de F. Scott Fitzgerald / Sos un tipo muy leído / es bien sabido”), quizás alguno de esos que lo acusaban de Judas por agarrar una guitarra eléctrica. Es un tipo influyente y jodido (“Tenés tantos contactos / entre los chatarreros / que te consiguen data / cuando alguien te ataca la imaginación”) pero como repite el tono irónico del estribillo, Mr. Jones siente que en realidad algo está pasando -1965 estaba pasando en la historia norteamericana, el rock como esperanza en el discurso político- y no entiende qué es. La versión del tema en clave videoclip protagonizado por Cate Blanchett en I’m Not There es una buena representación de la actitud que mostraba este Dylan enojado, ensañado y un poco en cualquiera.

“Visions of Johanna” (1966)

Una canción de ciudad y de madrugada, poblada por sus sonidos y sus sufridas fantasías, con una intensidad a escasos centímetros del piso, como evitando hacer ruido para no despertar a los vecinos. Dylan propone la balada de un hombre que no puede sacarse a una mujer de la cabeza con la calma resignada de los desesperados. Hay otra mujer en la habitación con él, pero su presencia no hace más que acentuar la obsesión; el objeto del deseo se superpone, se le traspapela sobre la realidad (“¿Cómo explicarlo? / Es tan difícil seguir / y estas visiones de Johanna / me tuvieron despierto hasta el amanecer”).  También existe una toma alternativa a la que quedó en Blonde on Blonde: un rock apurado, bien propio del Dylan próximo al stop and go que siguió a su misterioso accidente con una moto, meses después de la publicación del disco.

“Tangled Up In Blue” (1974)

Quizás la mejor manera de crecer sea mirar fijo hacia el pasado sin definirlo del todo. Blood On The Tracks, el mejor disco de divorcio jamás escrito, abre con este ¿cuento? ¿nouvelle? sobre alguien que está pensando el paso del tiempo y la fluctuación del amor. Cada extensa estrofa parece contar un episodio en una vida que no necesariamente pertenezca a la misma persona. La geografía recorre la canción como el narrador recorre el país: de este a oeste y viceversa, para escapar o separarse; de los bosques del norte a las afueras de New Orleans para trabajar. En el medio, Dylan parece reencontrarla -a ella, el mutante objeto de su recuerdo- en el privado de un strip club donde se lee poesía italiana del siglo XIII. El producto de los años parece proponerle a Dylan que la única opción es el movimiento constante; su Never Ending Tour es pura coherencia al respecto.

“Hurricane” (1975)

¿Se puede escribir una crónica policial denuncialista que mezcle la lucha por los derechos civiles de las minorías negras, la mafia arreglando con la Justicia y la policía, seis personajes bien definidos con sus parlamentos, todo eso dentro de una letra con estilo de guión cinematográfico? Ese sueño húmedo de cualquier aspirante a Nuevo Periodismo lo escribió Dylan junto a Jacques Levy para hablar sobre el caso del boxeador Rubin Carter, que languidecía en perpetua por un triple crimen que no había cometido. Metido en un disco que no tiene casi nada que ver (Desire), la potencia de la percusión y el guitarrazo, más el violín y los coros femeninos, construyen una de las mejores canciones jamás compuestas por Dylan. Diez años después de su estreno, Rubin Carter ya podía escucharla en libertad porque la sentencia había quedado sin efecto.

https://www.youtube.com/watch?v=Pg_Ww8lwA2Y

“Sara” (1976)

Dentro del amplísimo espectro de canciones que cubre la enorme obra de Bob Dylan hay una especialidad destacada que son las composiciones que le dedicó a su gran amor, Sara Lownds. “Sad-Eyed Lady of the Lowlands” –clásico de Blonde on Blonde (1966) que el propio Dylan cita en la letra de esta canción- fue la primera y hubo después otros momentos en los que Sara fue la destinataria de sus letras. Pero pocas veces Dylan alcanzó el nivel de belleza poética con el que acá describe a su primera esposa: “Sara, Sara, dulce ángel virgen, dulce amor de mi vida / Sara, Sara, joya radiante, esposa mística”. Este sentido homenaje que cierra el discazo Desire (1976) funciona a la vez como despedida -la pareja se estaba disolviendo y se divorciaría tiempo después- y como contrapunto perfecto de la incendiaria “Idiot Wind” de Blood on the Tracks (1975), donde Bob le dispara a Sara: “Sos una idiota, nena, es un milagro que todavía sepas respirar”. Solo un grande como Dylan puede ser capaz de conjugar semejantes extremos.

“Not Dark Yet” (1997)

En 1997 Bob Dylan lanzó el enorme Time Out of Mind, un álbum que dio inicio a un nuevo período de gracia y a una trilogía de obras maestras que incluye a “Love and Theft” (2001) y Modern Times (2006). Promediando el disco brilla el tono cascado de la gola de un hombre que parece estar analizando el trajín de su carrera, sus dolores y cicatrices, y es consciente de que el final puede no estar tan lejos. El artista misterioso, “rebelde, huraño e impredecible”, como lo definió Joan Baez hace unos días en su cuenta de Facebook, acá abrió su corazón de par en par y mostró una frágil vulnerabilidad que emociona y asusta en partes iguales, en el contexto de una balada nocturna y conmovedora. En el estribillo, por suerte, deja en claro que para golpear las puertas del cielo todavía falta: “Aún no ha oscurecido, pero no va a tardar en llegar”.