Después de su estreno en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, Cuatreros de Albertina Carri llega esta semana al Gaumont y al MALBA. Intersección entre manifiesto ideológico y reconstrucción autobiográfica, esta directora escarba el mundo del archivo audiovisual para edificar una película alrededor de un cuatrero cuyo recorrido vital ilumina parte de su propia historia y, como consecuencia, parte de la historia nacional.
Por María Victoria Moreno
Una colección de imágenes: Leopoldo Galtieri, larvas de moscas, Mirtha Legrand, un hombre disfrazado de Tarzán en un auto descapotable saludando al público. Cuatreros es una película hecha enteramente de material de archivo, imágenes que se mueven entre 1920 y 1968, año en el que el protagonista del film, Isidro Velázquez –si es que se puede hablar de protagonista del film- es asesinado. Pero no es allí donde termina el quinto y último largometraje de Albertina Carri. Encuentra el final para una película cuya vastedad temática es tan amplia en una analogía con el sapucay, grito característico del chamamé: “De algún modo Cuatreros abarca una cantidad infinita de temas pero también es una película muy cerrada: todos los caminos que recorren la película concluyen en ese punto de luz, en esa idea de civilidad que agobia tanto a Isidro Velázquez, como a mis padres, a Huck Finn y, finalmente, a mí misma. Es como si la película fuese un largo sapucay que se termina cuando te quedás sin aire porque el final depende de la resistencia pulmonar de quien esté dando el grito”, explica la directora. Es difícil hablar de protagonistas en Cuatreros porque la columna alrededor de la cual se articula el relato, Isidro Velázquez, es también un obstáculo por la dificultad en encontrar testimonios verdaderos sobre su vida –un camino que directores como Szir y Llinás también habían intentado recorrer- y por las innumerables ramificaciones que tiene la historia de un perseguido político del norte, que supo vivir en condiciones inhumanas y convertirse en leyenda regional. Es en este contexto que Carri encuentra la elección del archivo audiovisual sobre la recreación ficcional de la historia: “Intenté hacer una ficción con la historia de Isidro pero nada de lo que encontraba en términos narrativos me pareció que valía la pena ser filmado. Entonces decidí, luego de abandonar el proyecto mil veces, contar lo imposibilidad de hacer esa ficción, debido a las múltiples historias paralelas que la historia de Velázquez tiene alrededor.”
En este film también es difícil hablar de género: ¿documental o ficción? Puede pensarse como un recorrido histórico nacional, autobiográfico, político, alrededor de un personaje, Isidro Velázquez, el último sapucay, chaqueño, cuatrero, muerto por el Estado, reivindicado por el pueblo. El largometraje es una road movie y también una película de género: “Creo que Cuatreros es una película de ruta porque hay un personaje principal que hace diferentes viajes, a Resistencia, a Machagai, a Buenos Aires, a Cuba, y cada uno de esos viajes modifican su percepción del mundo, modificando incluso el curso de la narración. En ese sentido es una road movie y una película de género por cómo está construido ese viaje: una protagonista, una búsqueda, diferentes encuentros inesperados, múltiples desencuentros, hasta encontrar una única salida a la imposibilidad de encontrar lo que se busca: narrar el viaje. Es una estructura casi clásica.”
Sin embargo, los 83’ que Carri compone a través de distintas imágenes combinadas, a veces una, a veces dos, a veces cinco pantallas simultáneas, son mucho más que un recorrido por la vida de Velázquez a través del mundo de la época. En off, la voz de la directora -que atraviesa todo el largometraje- construye una narración intimista y social, visceral y racional, desgarradora aunque esclarecedora: “La primera persona autobiográfica tiene la ventaja de haber vivido la escena y eso significa que al narrarla su relato tenga un carácter de verdad. Justamente lo que hace la primera persona autobiográfica es su propia interpretación de los hechos y del recuerdo mismo, recuerda lo que quiere cuando quiere, omite, reescribe, edita, según la conveniencia de su relato. Entonces, hace ficción con hechos documentales pero pasados por el filtro primero de la memoria y luego de la escritura que siempre trabaja sobre una buena cantidad de datos que tienen más que ver con lo emocional que con lo real del asunto.”
Con Los Rubios, Géminis y La Rabia en su haber, a lo largo de su carrera Albertina Carri se dedicó a explorar ámbitos familiares enmarañados entre la violencia doméstica, el incesto y la desaparición de sus padres. Es alrededor de este último eje que Carri edifica Cuatreros, donde intenta establecerse a sí misma como una “interlocutora posible” [sic] entre su historia, la historia nacional y la historia de sus padres, en particular la de su padre, Roberto Carri, autor de “Isidro Velázquez, formas prerrevolucionarias de la violencia”, libro sin el cual Albertina no hubiera elegido a Velázquez como motor de búsqueda: “Creo que no me hubiese interesado Velázquez sin la existencia del libro de mi padre.” En Isidro Velázquez, Roberto Carri encuentra una visión del perseguido social que predice la voluntad revolucionaria, aterradoramente reprimida, de los ’70. Su hija Albertina, en cambio, encontró en Velázquez una historia inenarrable, tal vez porque la reconstrucción de esa historia sea tan difícil como la reconstrucción de su propia historia: “De algún modo revisitar a este gaucho perseguido por la ley fue el modo de salir a buscar a mi padre, de seguir buscándolo, de entender su proyecto político, de saber algo más de su corta vida, de interesarme por su manera de ver el mundo y dejarme conmover por esa forma romántica de lucha, supervivencia y resistencia que tiene Isidro y, en definitiva, también mi padre.” En este punto, por lo tanto, queda una única pregunta sin responder: ¿quiénes son los verdaderos cuatreros? Carri no deja lugar a dudas: “Los verdaderos cuatreros son quienes dejaron a las clases populares oprimidas en pos de sostener un status quo mezquino y perverso. Me identifico mucho más con Isidro y con los jóvenes asesinados durante la última dictadura que con cualquier burguesía preocupada por la seguridad de la propiedad privada, sin importarle siquiera el valor de la vida. Un ladrón de poca monta como Isidro no es más que una víctima de este sistema capitalista que deja a la mayor parte de la población sin los derechos básicos asegurados.”//∆z