El nuevo libro del autor cordobés, editado por Eterna Cadencia, presenta en sus cinco cuentos un trabajo sutil con el amor, la soledad y la muerte.
Por Juan Alberto Crasci
El rey de las liebres huyó de la ciudad y se ocultó en el bosque; Silvi se enamora de un mormón, con quien quiere iniciarse en el sexo y rechaza la fe católica de su familia; el viejo Wutrich busca un esposo para su hija que los hospede mientras desforestan el pinar donde viven; Víctor Bagiardelli intenta diseñar un cementerio perfecto en un pequeño pueblo de provincia y la señora Kim ve a una mujer correr desnuda entre los copos de la nieve que cae.
Federico Falco, con una prosa depurada y serena, narra la vida de estos personajes desprotegidos, que permanecen en soledad y eterna retirada –de sus creencias, de sus amores, de sus lugares de origen– y se internan en el frágil y silencioso futuro sin generar estridencias, aunque sin disimular la tensión existente en el presente de esas vidas y también en lo que les deparará el futuro.
El autor escribe sin develar las motivaciones de sus personajes. Con estilo preciso, deja entrever esas tensiones, producto del conjunto de relaciones entre ellos mismos y de lo inquietante de los calmos paisajes presentados en los cuentos. Porque, ¿qué podría estar mal en unos pueblos pequeños plagados de naturaleza, espacios verdes y aire limpio? Los espacios no son presentados como opresivos ni dañinos para los personajes, pero parece haber las suficientes razones como para que alguien decida huir y refugiarse en un bosque, o para que una adolescente –más allá de su enamoramiento o su “despertar sexual”– rompa la monotonía familiar y persiga a un mormón extranjero.
En todos los cuentos hay una alternancia entre el cuidado y el descuido, entre el amor y el desamor. La huida al bosque del rey de las liebres –y su reafirmación en vivir aislado– se contrapone a la preocupación de su ex novia, que lo descubre escondido en el bosque; la férrea moral religiosa del mormón –su amor a Dios– se contrapone a la “calentura” momentánea de Silvi; la tenacidad y el esfuerzo de Bagiardelli para poder concebir el mejor cementerio posible se contrapone a su relación –temerosa– con otros seres humanos; el amor –recíproco– de un padre hacia su hija se contrapone al de la empresa forestal que destruye el pinar en el que vivían. El amor y el desamor terminan destruyendo de igual modo. De esta forma, el destino de Mabel junto a su nuevo esposo no es alentador, sino monótono, estanco. Y lo que no lleva a una nueva pronta huida, lleva a la muerte, como a la de su padre, en retirada, de regreso al pinar del que tuvo que irse.
Los cuentos, de corte realista, se ven trastocados en la inserción y relación de los personajes con los espacios. Estos espacios son apacibles, calmos, pero un aura extraña los envuelve. Aquí es donde Falco tiñe sus cuentos con unos delicados toques fantásticos, sin adscribir por completo al género. Los puntos más altos del libro son “Un cementerio perfecto” y “La actividad forestal”, los cuentos más extensos, en los que la planicie, las sierras y los pinares cumplen un rol fundamental para entender que el desamparo y la opresión también pueden sentirse en pueblos tranquilos, con bellos paisajes (quizás algo paradisíaco para los acostumbrados a vivir en grandes ciudades) y que no son propiedad exclusiva de las vidas grises de la gente en las principales metrópolis.//∆z