El sexto disco de la banda de Philadelphia se revela como uno de los mejores de 2017. Con un Adam Granduciel inspiradísimo, The War on Drugs une pasado y presente en canciones para exorcizar la melancolía.
Por Matías Roveta
En 2014 The War on Drugs editó Lost in the Dream. Este disco fenomenal sonaba como si estos rockeros de Filadelfia hubieran dejado rodando de fondo viejos vinilos de Bob Dylan, Bruce Springsteen y Dire Straits en el estudio de grabación donde la banda intentaba aplicar un tratamiento de texturas psicodélicas a ese cúmulo de influencias. Entramados acústicos, armónicas, guitarras eléctricas y pianos para dar con un sonido que podría encasillarse en el género americana, pero sobre eso también había efectos de sonido, sintetizadores analógicos, teclados y voces procesadas. El resultado era un viaje climático colosal, acentuado por la voz sureña de Adam Granduciel y sus solos de guitarra melódicos, un mundo lleno de melancolía en el que el añorado rock clásico norteamericano era pasado por un filtro lisérgico y moderno. Para muchos fue el gran disco del año y rápidamente se desplegó bajo ellos todo un selecto grupo de fans melómanos que escuchaban –en una banda nueva- la actualización sonora del gran panteón dorado del rock.
La vara quedó muy alta y la misión del próximo disco iba a ser difícil. Pero A Deeper Understanding continúa por esa senda y ofrece más de una hora de la música más inspirada que van a escuchar este año, un festejo de aquello que los hizo geniales y que ahora se expande en diez canciones sublimes, estilizadas, para guardar como tesoros. Como prueba, ahí está el optimismo efusivo de los teclados y el ritmo como de viaje rutero de “Nothing to Find”, que remite al poder de fuego de la E Street Band en su período Born to Run (1975); también la balada frágil sobre rupturas amorosas que condensa “You Don’t Have to Go”. El cantante y guitarrista Adam Granduciel parece perseguir el legado del gran disco de separaciones de Dylan, Blood on the Tracks (1975): la viola acústica y un piano wurlitzer como trasfondo junto a unos punteos helados de guitarra eléctrica que se clavan como cuchillos en el corazón, y esa línea de la letra (“¿Cómo podía esperar hasta que vos me reconocieras, cuando estuviste ahí dentro de mis sueños?”) que canta estirando las palabras para hacerlas entrar a la fuerza en la melodía con un tono nasal absolutamente dylanesco. Pero además el disco incluye la epopeya de once minutos que es “Thinking of a Place”, que se construye sobre una rítmica acústica junto al llanto a la distancia de una lap steel y un solo de armónica que suena como el eco de un tiempo lejano, mientras la banda suma clima y vuelo con un par de capas de sintetizadores envolventes.
En ese punto perfecto en el que lo clásico y lo moderno se complementan puede situarse a otra gran canción como “Holding On”: una base electrónica de teclados matizada por la nostalgia de una guitarra slide y el hermoso leitmotiv principal del track a cargo de un simple arreglo de glockenspiel. En “Up all Night”, por ejemplo, la banda hilvana un ritmo casi synthpop marcado por un colchón de sonidos industriales junto a otra base bailable; otro juego de extremos que dialogan y se fusionan. La letra de esta canción que abre el álbum parece poner el foco en el momento justo en que el amor llega (“Tu amor me ha atrapado como siempre lo ha hecho / Pero hizo que la lluvia parara / Estoy saliendo al mundo, estoy saliendo a la luz”) y es interesante ver cómo –en la mencionada “You Don´t Have to Go”, que cierra el disco- el cantante habla de la dolorosa situación en la que una relación se termina y ya no hay vuelta atrás.
“Pain” es un buen ejemplo para describir otro de los aspectos interesantes de esta banda. La música de The War on Drugs aplica también altas cuotas de melancolía, para convertirse en un espacio de contención para almas perdidas. Un mid tempo que se va construyendo sobre la base de líneas de guitarras sentidas que brillan con su resplandor de refugio emocional y efectos de Leslie para acentuar los clímax de la canción que tocan fibras íntimas, Granduciel apela a la empatía y se hermana con ese dolor (al que alude el título) que todos pueden sentir y que hay que poner a un lado: “Conocí a un hombre con la espalda rota / tenía un miedo en sus ojos que yo podía entender (…) / Poneme cerca tuyo y dejame abrazarte”. En “Holding On” parece intentar poner a raya a sus propios demonios, trazar lazos afectivos con terceros (tal vez sus oyentes) y dejar en claro que es bueno buscar compañía: “Siento que estoy a punto de estrellarme / siguiendo mi propia línea, tratando de seguir adelante (…) Ahora estoy caminando un camino diferente, / ¿podemos caminar juntos lado a lado?”. Lejos de un bajón dark y angustiante, sus canciones se convierten en himnos sensibles como antidepresivos naturales que buscan reforzar la idea de que la derrota es compartida, que el dolor (pain es una de las palabras que más aparece en las letras) siempre va a estar y no queda otra que vencerlo y seguir adelante. Un giro propio del heartland rock que Granduciel tanto añora (Bruce Springsteen, Tom Petty), pero que, en lugar de aplicar solo a historias de trabajadores que luchan a diario en los márgenes de la ciudad, puede usarse también para situaciones de amor y desamor, amistad y esa cruenta lucha de conciliar los sueños con la realidad.
Además de un gran compositor, Granduciel es un guitarrista extraordinario. Lo suyo no es la técnica ni el virtuosismo, sino su capacidad para sostener la pasión a lo largo de extensos solos cargados de sentimiento, en los que controla los espacios y los tiempos con maestría usando las notas justas puestas en el lugar indicado. Podría haber varias referencias –desde Mark Knopfler hasta Neil Young-, pero en varias canciones todo el escenario musical se prepara para que que él arremeta con espectaculares breaks de guitarra alla David Gilmour: “Strangest Thing” es una power ballad que arranca suave y delicada con una guitarra acústica junto a un piano eléctrico, y va creciendo en intensidad hasta que Granduciel abre la distorsión de su amplificador y regala distintos solos como melodías largas e inspiradas. “Thinking of a Place” también persigue esa misma idea de combos de solos épicos que se lanzan para sacudir el contexto musical, pero Granduciel también tiene una pata anclada en el rock alternativo y en su capacidad para crear texturas: en “Up All Night” remata la faena con un punteo shoegaze y en la balada nocturna “Knocked Down” suelta a la distancia fraseos que estallan como puñales de cristal para sumar clima en el contexto minimalista de la canción.
Más allá de su talento como violero, su horizonte parece ser siempre Dylan. En la letra de la mencionada “Strangest Thing” hasta se permite meter la frase “I’m a rolling stone”. Las líneas, llenas de ansiedad, parecen versar en torno al anhelo por algo mejor en la vida (“Si estoy viviendo en el espacio entre la belleza y el dolor / es la cosa más extraña”, canta), pero bien pueden servir para hablar de la propia música de The War on Drugs: terapia musical para exorcizar el sufrimiento de la mano de composiciones que calan hondo.