A partir del texto mítico de la cultura árabe el escritor porteño cruza a Borges y Freud para indagar en la continuidad y la reescritura de cualquier relato.

Por Juan Carrique

En una entrevista reciente, el poeta chileno Raúl Zurita dijo: “Un gran escritor es alguien que plagia todo lo que se debe plagiar; un mal escritor es alguien que plagia todo menos lo que se debe plagiar. Esa es la diferencia. Lo otro, es no entender absolutamente nada.” En Tres visiones de Las mil y una noches, Daniel Guebel (Buenos Aires, 1956) hace de esta afirmación el motivo central de su escritura.

Publicado por Eterna Cadencia a fines de 2017, el libro es un breve volumen de menos de cien páginas que contiene tres textos independientes y a la vez conectados entre sí: “Las noches de Shahryar”, “Los padres de Sherezade” y “Problemas del exotismo”. Si bien cada cual tiene su propio tono, los anuda una misma preocupación: el origen de Las mil y una noches. O mejor dicho, la imposibilidad y la potencia de cifrar un origen. Por eso la referencia a Zurita. Aunque Guebel no lo diga con estas palabras, lo que se trasluce en la lectura del libro es que cualquier historia podría ser un plagio o una farsa. Esto no desacredita al acto de escribir, más bien lo contrario.

tres visiones

En “Las noches de Shahryar”, la primera y más extensa de las tres visiones, lo que hace Guebel es invertir la escena inicial de Las mil y una noches. El motor del relato no está en la presencia de Sherezade, que en la versión “original” le cuenta cuentos al Sultán para que no la mate, sino en su desaparición. Después de la primera noche juntos, Sherezade se fuga del palacio y deja este mensaje: “Morirán más mujeres por mi culpa / excepto que yo / que de la venganza del Sultán fui salva / produzca un interrogante / –sosteniéndome en el tiempo / perdida en el espacio– / me convierta en la figura del enigma.” Así, la incógnita que deja suspendida su muerte se elabora desde el silencio. Un silencio que sugiere la posibilidad de que la obra podría reescribirse desde el inicio. Lo evidente es que si Sherezade escapa después del primer encuentro con el Sultán, Las mil y una noches deja de existir tal como la conocemos. La apuesta de Guebel es, entonces, reinventar el libro: hacerlo dar una vuelta sobre sí mismo y que vuelva a comenzar. De ahí el nombre de este primer texto.

El segundo es “Los padres de Sherezade”, un cuento breve que ya había sido publicado por Eterna Cadencia en 2008, en el libro homónimo. Aquí Guebel abandona el tono fantástico pero no la hipótesis que postuló de manera solapada en el relato anterior: si todo origen es ficticio entonces puede ser escrito infinitamente. En este caso, la sospecha cae sobre la composición originaria de Las mil y una noches. ¿Quién ha escrito el libro?, ¿bajo qué motivación?, ¿en qué tiempo?

Es conocida la obsesión de Borges por estas mismas preguntas. El ensayo “Los traductores de Las mil y una noches”, incluido en Historia de la eternidad, y una de las conferencias de Siete Noches dan cuenta de esto. Guebel lo sabe y no disimula las referencias. De hecho, toma las pistas que deja Borges y cuenta la historia del primer hombre que reunió a un grupo de “narradores nocturnos” para que “hermosearan sus insomnios”, Alejandro de Macedonia.

Pero la insistencia de Guebel no apunta sólo a ejercitar la reescritura del origen. Hay algo más que quiere problematizar: el vínculo entre narración y muerte. Así como le ocurría a Sherezade con el Sultán, los hombres que acompañan a Alejandro cuentan una historia para no morir. El rey puede ser generoso pero también sanguinario si no le gusta lo que escucha. Aunque la serie de nombres se arma sola (Shahryar/Alejandro – Sherezade/narradores), lo que importa es otra cosa. La vida está dada por la continuidad del relato. Desde esta perspectiva, insinúa Guebel, se podría pensar el modelo psicoanalítico.

Esto aparece en “Problemas del exotismo”, la última de las tres visiones, donde se sugiere la posibilidad de que Freud se haya inspirado en Las mil y una noches para desarrollar su método terapéutico. Así como Sherezade interrumpe estratégicamente su cuento para impedir la muerte, el psicoanalista interrumpe el relato para que la interpretación no se cierre y se permita el trabajo del inconsciente hasta la sesión siguiente. ¿Pero es posible rastrear el trauma originario? ¿No es el inconsciente un agujero negro frente al cual lo único que se puede hacer es seguir contando?

Guebel extrema aún más esta relación entre el psicoanálisis y Oriente. Al comienzo del relato narra un hipotético encuentro en El Cairo a fines de siglo XVIII entre Jacques Galland – nieto de Antoine Galland, responsable de la primera traducción al francés de Las mil y una noches– y Dominique Vivant Denon, considerado como el precursor de la museología y egiptología europea. Jacques cuenta que su abuelo, en el lecho de muerte, le confesó que su traducción era falsa y que en realidad había sido él mismo el autor de los cuentos. La versión original “se presentaba como algo muy ajeno a las fantasías de lujo y encantamiento propias de la idea de los pueblos civilizados acerca de los mundos de Oriente” y por lo tanto optó por inventar “un jardín de maravillas arábigas”.

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A partir de esta (nueva) versión apócrifa sobre el origen del libro, Guebel elabora una interpretación psicoanalítica a escala cultural: lo oriental reprimido es lo que retorna a Occidente como trauma. Europa conoce a Oriente a través de Las mil y una noches, sin embargo, es un Oriente occidentalizado donde apenas refleja sus fantasías. Por eso Galland le cuenta a Vivant Denon que su abuelo le dijo que “el libro era una clara advertencia de que no debemos internarnos en Oriente nunca, salvo en aquel Oriente que dicta nuestra imaginación”. Esto significa, “fatalmente”, que “el conquistador es conquistado por su conquista.”  Teniendo en cuenta las olas migratorias de las últimas décadas, la estigmatización del árabe y las persistentes prácticas imperialistas europeas sobre los pueblos de Oriente, “Problemas del exotismo”, además de ser un refinado ejercicio de elucubraciones históricas, se presenta como un sagaz diagnóstico clínico sobre la situación política actual.

Como cierre, cabe decir que lo que resulta más atractivo de Tres visiones de Las mil y una noches es que en no tantas páginas Guebel reconfigura y actualiza el universo de uno de los libros fundamentales de la cultura occidental. El mecanismo, visto a distancia, no parece complejo: se debe desconfiar del origen y volver a escribirlo. No porque haya que desmitificar nada, sino por lo ya sabido. Si el relato se detiene, la muerte se viene encima.//∆z