#Tres: Cuerpos escritos
Pauta 2021

Inauguramos una nueva columna donde vamos a explorar textos, sus recorridos, semejanzas y andamiajes. Tres textos, consumos varios, un proyecto.​

Por Mariana Kozodij
Foto de Florencia Alborcen

Un mapa sin tesoro. Un recorrido por una biblioteca privada. Las teclas de la computadora cansadas de un titubeo de polilla frente a la luz: ¿sobre qué voy a escribir? ¿cuál es la pregunta?La idea me ronda desde hace varios meses ¿qué hago con mis lecturas? ¿cuál es ese cubículo mental que las unifica, las desarma y las muta? El mapa está en proceso, esta columna puede ser una guía o un laberinto. Un proyecto: Tres lecturas, insertas en otras tantas, que unifico en base a un conector ¿arbitrario?

#1 Los cuentos de la abuela loba, de Cecilia Rodríguez (2020, Hexágono editoras)
¡Oh, la memoria! Una época- para no decir siempre- estuve obsesionada con la idea de memoria como motivo, como tractor. Un salto tramposo para el espacio y tiempo a la hora de escribir.

Me acuerdo que hace al menos ocho años envié un mensaje eufórico a un escritor amigo, en la madrugada de un sábado, diciendo que “la memoria era mi proyecto”, a lo que me contestó con la confianza que nos tenemos con un “¿Qué estas bebiendo?”

Lo cierto es que cuando empecé a leer los cuentos de la escritora rosarina Cecilia Rodríguez (este es su segundo libro) encontré un puente en la memoria. No sólo en lo literal de una narradora que asegura estar transcribiendo los recuerdos de una abuela hipnótica sino también en la memoria como un ser con ínfulas de espacio autónomo. En la memoria como un juguete que podemos moldear a gusto, con todo lo bueno y lo terrible que sabemos que implica.

El primer relato nos inicia en este cruce de narradores y transcripciones. “En 1986, mi abuela escribió una primera versión de sus recuerdos sobre la mujer de pelo colorado”; esa es solo una de las varias referencias temporales que el lector va a ir encontrando entre la bruma de las opiniones, las interpretaciones y los hechos.

Una mujer que decide vender su pelo, su último refugio de vanidad y burguesía. Pero sin la inocencia de Fantine, sino con las ansias de ser respetada y reclamar justicia.

Una historia histórica, con espacio para la alquimia, y donde no importa qué es lo que realmente pasó, porque el lector confía en que está leyendo la mejor versión posible de los hechos. Se trata de confiar.

Fotograma de Lo que el viento se llevó (O´Hara)

En el segundo cuento “Gas” hay metamorfosis corporal, “el bulto, lo agarra como si fuera una fruta”, “el hombre que ahora habito”, el nuevo deseo impuesto ante Scarlett como fuente de masturbación. Una mujer que se pierde ¿o se encuentra?

El texto “Falta uno, Berenice” es mi favorito porque tiene que ver con nuestras perlas: los dientes. Mi abuela siempre me decía que en su pueblo se medía la miseria interna en base a la calidad de la sonrisa. Lo tomo y lo aplico (a veces)

En este relato, Eugenio vuelve a su pasado, a su infancia, ahora adulto, buscando reescribirse, contar cómo fueron los hechos. Sacarse el traje de monstruo (¿un niño monstruo, es posible?), pero Berenice ya no está para sonreírle y para suspender su tormento.

Pausa.

Hasta ahora leí un cambio corporal, una trifulca por una cabellera, dientes poderosos y en la cuarta historia la autora nos trae “El sauce” donde el olfato de eso que sabemos que puede pasar me deja llena de tristeza. “Lo intuí, lo olí”. Un hombre que se pierde en los recuerdos ante su hija ausente. Una familia a la que se le escapan las acciones.

En “Isabel, la mexicana” me encuentro con un cuerpo que elige. Un cuerpo que decide y se rebela. Rodríguez vuelve a meternos en el juego de la transcripción ya que el texto que propone es un relato de un extracto intervenido de México Insurgente (1914) de John Reed, escritor estadounidense y comunista que acompañó a Pancho Villa en sus ataques abriendo el camino hacia la revolución.

El hecho de que una mujer pueda elegir con quién pegar su piel y dormir parece tan simple y al mismo tiempo tan revolucionario que emociona.

En este punto tuve que googlear más información sobre John Reed (1887-1920), me dio curiosidad. Familia burguesa, Harvard, corresponsal de guerra, comunista e involucrado con los pesares de las clases trabajadoras. Diez días que estremecieron al mundo (1919) es su obra más famosa, su historia se hizo película, se casó con la feminista y escritora Louise Bryant. Lo acusaron de espionaje, se exilió en la ex Unión Soviética. Murió de tifus, lo enterraron en la necrópolis de la muralla del Kremlin. Cierro Google.

El sexto cuento, “Canoil”, nos lleva nuevamente a los cuerpos. Humanos transformados y comercializados.

Pensé en el best- seller escrito en los 80s El perfume, de Patrick Süskind, con ese protagonista tan abyecto (no voy a opinar con argumentos sobre lo mala que me pareció la película), aunque en “Canoil” no se trata tanto de una pasión sino más bien de una industria familiar. No doy más datos, me quedo con la incomodidad del texto.

Un secreto es una prisión. Corporal y mental. Y esa idea está en “Prófugos” y en “Cuentos de la abuela loba” que cierra dramáticamente el collar de ocho cuentos. En el epílogo, Cecilia Rodríguez nos cuenta “Este libro compila anécdotas. Imaginaciones y sueños de mi abuela a lo largo de los años (…) No sé si está bien que yo figure como autora. En algunos cuentos, mi labor se limitó a transcribir y editar”.

Sí, Cecilia; sos la autora de traernos la que crees que es la mejor versión posible de una memoria.

Dieciséis cascadas de sueños, memorias y sentimiento de Pat Steir (óleo, 1990)

#2 Animales que comen piedras, de Camila GB  (2018, Editorial Montea)

Estaba en la Feria Internacional de Guadalajara, en el año 2018, cuando el poeta Pablo Robles Gastélum me recomendó que me dé una vuelta por la presentación del entonces nuevo libro de poemas de Camila GB; editado por el sello mexicano Montea.

Mientras caminaba por los pasillos de la Feria no podía dejar de pensar en cuáles son los animales que efectivamente comen piedras. La primera idea que se me cruzó fue la de los dinosaurios. Tuve una infancia con hermano fanático y sabía, a fuerza de repetición en la mesa familiar, que algunos saurópodos- a falta de molares- tragaban piedras para poder machacar la comida y digerirla.

¿Qué pasa cuando pensamos en las piedras? Podemos elegir el camino de las energías o, en mi caso, se me vino a la mente la dureza de éstas y no su flexible proceso de constitución. Esa última postura es la dirección con la que esta joven autora mexicana, artista, gestora cultural y alquimista transmite su poesía.

“pues mira/no todas las ruinas son las ruinas de un/imperio/no te creas tan especial”

VI

Camila GB nos cuenta en los agradecimientos que el libro surge a partir del “consentimiento de su necedad”; y si bien hay una dureza que recorre algunos versos de sus poemas también está lo flexible de los cuerpos fotografiados (Camila Gb, Adolfo Cisneros y Tabata Rojas), su arte lúdico y un libro que puede leerse abriéndolo hacia la izquierda o hacia la derecha y permitiendo un juego distinto entre las ilustraciones, fotos y versos. También el arriba y el abajo son posibles.

“probar algo es golpearlo/contra una superficie/hasta que se afile/o se desintegre”

II

Los poemas apuntan hacia la introspección y al mismo tiempo hay guiños de un universo que no se comparte con el lector. Hay clima de comunicación de redes sociales. Cuando lo leo pienso en los contorsionistas. Pienso en un libro acróbata, un libro al que voy a volver.

#3 Habla el oído, de Julieta Marchant (2017, Cuadro de Tiza)

“El cuerpo se desprende de la idea de cuerpo, mudo alcanza lo que una sílaba no puede tocar”, escribe la poeta y editora chilena, Julieta Marchant. Subrayé la línea con fuerza, casi con miedo, creando una barrera de grafito entre el texto y mi lectura. La frase está en la primera página, por lo que, al volver a abrir el libro, tuvo nuevamente ese efecto en mí de un: ¡epa! ¿qué estoy escuchando de mi lectura?

Llegué a este breve ensayo poético cuando lo descubrí en una Feria de Editores en el Konex.  Los libritos de color hueso brillaban sobre una de las mesas en el galpón durante el baile de recomendaciones, compras y ventas. La idea de un oído con ganas de decir cosas me pareció curiosa, me sonreí; lo compré.

Pensé en “La cinta transportadora”, de Ulises Conti (Mansalva, 2015) y en esa idea de documentar el sonido como un proyecto. Vuelvo bastante seguido a ese libro, busco un dato, releo, miro las ilustraciones.

Ante la traba de la escritura que no nace, pensamos mucho en cuántas palabras tipeamos, cuántas ideas anotamos, pero ¿y el recuerdo de lo oído? Volátil; necesitamos ponerle el yunque de las letras para que no se nos escape.

Habla el oído se inicia con una cita de Pascal Quignard, un escritor, guionista y violonchelista francés que nos habla de angustia, peligros y miedos, pero nos da arte y proyectos. Marchant nos prepara para lo que vamos a leer.

El texto de esta autora chilena forma parte de una obra más grande Ensayo sobre el oído (2013- 2017; inédito). Desde el inicio nos encontramos con la pregunta por el arcano de la inspiración a la hora de escribir.

¿Cuándo escribimos, la escritura forma parte de nuestro cuerpo? Marchant nos dice que la letra, las ansias de escribir, parecen robarse nuestro brazo, nuestra mano ¿y cuando hablamos? ¿qué pasa con nuestro oído? ¿Y si dejamos “… que el silencio obre”?

“¡Bravísimo!” Capricho nº 38, de Francisco de Goya “Si para entenderlo bastan las orejas, nadie habrá más inteligente. Pero es de temer que aplauda lo que no suena.”

En las interpretaciones populares de los sueños, las orejas tienen varios significados. Uno de ellos es la duda.  Me sorprendo, pero vuelvo al texto Habla el oído y efectivamente hay vacilaciones ¿Hay textos sin dudas? Creo que muy pocos, me rehúso a escribir “ninguno”. Ansiedad.

“Un cuerpo se piensa habitado por sí mismo y se vuelve inútil cuando descubre su límite. Vivir archivando papeles, grafías, signos. La mano se acomoda en posición horizontal, se duerme. El oído despierta”

¿Qué significa que el oído se despierte? El ojo parece llevarse el premio mayor, pero el escritor sabe que ese sentido cazador lo ubica, le da una trama, lo cuestiona y, frente a la pantalla en blanco, le hace “Temer al descubrir que el animal que residía en nosotros se ha retirado”.

#Bonus: Tongolele

Escribiendo esta columna pensé- nada novedoso- en la danza y en los movimientos como una forma de escritura aurática. Me acordé de Tongolele, “La Diosa Pantera”.

Yolanda Yvonne Monte Farrington es, a sus casi 90 años, una leyenda mexicana. Sus movimientos en clubes nocturnos la llevaron a escribir su historia en la pantalla grande. Y al darle play, volvemos a leerla otra vez.

Tres textos, consumos varios, un proyecto.//∆z