En 2019 se publicaron libros, documentales y un disco póstumo del escritor y cantautor canadiense. Acercarse a dichas obras permite entender un poco más la relevancia de un artista que oscila entre la luz y la oscuridad
Pablo Díaz Marenghi y Walter Lezcano
Dentro de la torre de la canción
por Pablo Díaz Marenghi
“Lo quieres más oscuro/ matamos la llama” canta Leonard Norman Cohen (1934-2016) en “You want it darker”, tema que da nombre al último disco que lanzaría en vida. Su tónica es la de una suerte de crooner eclesiástico que recuerda a Vincent Price. Cohen era consciente de que se trataría de su despedida: “Estoy listo, mi Señor”, cantaba en el mismo tema. Sería la coronación del tiempo en el que gozó de mayor reconocimiento. Luego de años de ostracismo –estuvo retirado, cual monje tibetano, alejado de los escenarios– y de la traición de su manager –Kelley Lynch lo terminó estafando por millones de dólares– se lanzó de gira por todo el mundo y lanzó notables álbumes (Old Ideas, 2012 y Popular Problems, 2014 terminarían siendo de lo más destacado de su catálogo).
En 2011 recibiría el prestigioso Premio Príncipe de Asturias por su aporte a las letras –ha escrito novelas y poesía– en el comienzo de un giro del mundo de las letras brindándole su beneplácito al mundo del rock, que se coronaría con el otorgamiento del Premio Nobel de Literatura a otro songwriter, Bob Dylan, en 2016. En 2013 sería incluido en el Salón de la Fama del Rock. Luego de su muerte, comenzaría un aluvión de lanzamientos editoriales, documentales y hasta un disco póstumo que reivindicaría su obra y ayudarían a explicar la trascendencia de un autor que es mucho más que un cantante folk de canciones románticas y oscuras. Su sacrificio en pos de la canción fue casi total, metafísico, y lo acompañó hasta sus últimos días.
Aún brilla la chispa mortecina
Editado en español por el sello Salamandra, La Llama reúne poemas inéditos, letras de sus canciones y anotaciones personales del autor. Pretendía ser el último poemario de Cohen (de hecho, se cuenta en el prólogo, a cargo de su albaceas e hijo Adam, lo estuvo editando hasta casi el día de su muerte) pero su publicación debió esperar por obvias razones. Su hijo recuerda como encontraba en los bolsillos de su traje (“Yo nací con un traje puesto, le contaba Cohen a su biógrafa, Sylvie Simmons) papeles, cuadernos y servilletas de bar con frases e ideas sueltas que luego se convertirían en poemas o canciones. Todo ello escrito con una caligrafía apretujada pero elegante que se deja ver en el libro, ya que varias de dichas hojas se encuentran escaneadas. También se incluyen dibujos del autor, demostrando su facilidad en otras ramas del arte y sus ansias por expresar su obsesiones de las formas más diversas. El libro está compuesto de cuatro partes: la primera, 63 poemas inéditos; la segunda, las letras de las canciones de sus últimos discos; la tercera, una selección de los cuadernos que Leonard escribió desde la adolescencia. Y, por último, el conmovedor discurso de aceptación del Premio Príncipe de Asturias, leído el en Oviedo el 21 de octubre de 2011, cuando hizo bañar en lágrimas los ojos de los reyes de España.
Se valora la inclusión de sus poemas en inglés para, de este modo, poder analizar la construcción original de estos versos. “Claro que falló mi pequeño fuego, pero aún brilla la chispa mortecina” escribe Cohen y es imposible no emocionarse. Uno descubre perlas que iluminan aspectos poco conocidos de su intimidad. Por ejemplo, es sabida su devoción por Dios y su profesión de la fe judía. Debido a esto puede deducirse su pudor por tan solo escribir la palabra “Dios” en sus poemas. Un ejemplo: “No es que me guste/ vivir en un hotel / en un sitio como la India / y escribir sobre D–s / y correr tras las mujeres / Parece ser que/ me dedico a eso”. Escribe como un cronista, un narrador y un poeta. No escatima ironías ni egos. Por ejemplo, en un verso escrito en marzo de 2015 dice: “Yo soy el Kayne West que Kanye West cree ser”. Cohen se entrega a la canción de forma infinita. En sus cuadernos escribió, a mano y en la soledad más perpetua: “Sin duda la noche entregará otra canción”. Así fue.
En mi vida secreta
Editado en la Argentina bajo el sello planeta, Cohen por Cohen (edición a cargo de Jeff Burguer) recopila entrevistas al cantautor canadiense que permiten entender un poco más su pensamiento y su manera de entender la canción. Cohen, quien primero intentó ser escritor (su novela Perdedores Hermosos, además de inspirar el título de un disco de Luca Prodan, gozó de amplio reconocimiento) se animó de grande a convertirse en cantautor: lanzó su primer disco a los 33 años. “el señor Cohen es un poco formal” dice en el prologo Suzanne Vega y esto también es cierto. La formalidad y la elegancia lo atraviesan por completo (raro haberlo visto en un show sin su traje y su particular sombrero). En estas entrevistas habla de su modo de escritura (cuando escribió Perdedores Hermosos cuenta que escribía casi veinte horas diarias) su estadía en una isla griega paradisíaca y su alejamiento de la industria de la música en los setenta. “Muchas de mis canciones provienen de la ignorancia” confiesa no sin cierto pudor.
Otro aporte sustancial de este amplio volumen (696 páginas) es el recuerdo de los periodistas que lo entrevistaron y cuentan el trasfondo de sus encuentros con Cohen a modo de introducción de cada entrevista incluida. Cohen habla de las cicatrices que nos deja la vida con conocimiento de causa: su padre murió cuando él tenía nueve años. Sus canciones son así: en un instante te atraviesan, como un rayo, y no se van. Elogia a Lou Reed, habla de su condición de judío y canadiense (“están continuamente examinando su identidad” dice y uno entiende que esto no es indiferente a su obra) y expone como lo han afectado la depresión, la melancolía, y la oscuridad. No por nada su primera gran influencia fue la lectura del poeta y dramaturgo español Federico García Lorca. Esto generó muchos prejuicios para con su música (lo han tildado de depresivo) pero es necesario entender que no es lo único que revela: también en sus letras es posible encontrar luminosidad y optimismo. Revela, también una encrucijada: cuando dio el salto de la literatura al rock, la crítica literaria lo acusó de haberse vendido a lo comercial mientras que la crítica musical decía que su música era limitada y su voz, mala.
Hay una infinidad de citas y frases dignas de mencionarse. Tan sólo algunos ejemplos: “La razón por la que yo escribo es descubrir algo nuevo en mi pensamiento y en mi forma de pensar”.”Escribo desde los movimientos contrapuestos de la mente que producen la necesidad de resolver el caos y seguir el orden”.
Gracias por la danza
Siempre Cohen dejaba abierto un hálito de esperanza. Un poco de luz al final del túnel. Cohen gustaba de resaltar aquellos aspectos lúgubres de la existencia, como las noches que describe en su ya célebre “Chelsea Hotel #2”, pero también reflexionaba sobre Dios, la espiritualidad y el misticismo. Prueba de ello son las canciones inéditas que salen a la luz en Thanks for the Dance (2019), un muy buen álbum producido por su hijo Adam y que cuenta con la colaboración de músicos de la talla de Beck, Damien Rice y Feist, entre otros. Cuentan que, a petición de su padre, Adam Cohen terminó de editar estas canciones que se produjeron durante la grabación de su último álbum. Aquí aparece, de nuevo, la voz cavernosa (más que nunca) de Cohen al frente acompañada de sutiles arreglos de guitarra clásica (“The night of Santiago”) o sutiles arreglos de viento y coros eclesiásticos que remiten a “Shine on you crazy diamond” (“The hills”). Cohen alumbra con una pequeña linterna el lado ominoso de la vida. Emociona, a los 81 años, escucharlo cantar, con la ternura de un niño: “Escucha al colibrí / cuyas alas no puedes ver (…) / No me escuches a mí / Escucha a la mente de Dios”. En una entrevista dijo una vez: ”La mayoría del tiempo estoy trabajando activamente en canciones. Razón por la cual mi vida personal colapsó. Más que nada, trabajo en canciones”. Su legado está en buenas manos.
En 2019, también se estrenó el documental Marianne & Leonard: Words of Love, dirigido por Nick Broomfield que explora la relación entre Cohen y la escritora noruega Marianne Ihlen, quien fuera su musa durante los años sesenta e inspiraría la célebre y bella canción “So Long, Marianne”, entre otras. También en consonancia con el cine, la editorial mexicana Trilce publicó el libro La balada de Leonard Cohen de Harry Rasky que también aporta nuevos datos y aspectos relevantes sobre la vida de Cohen. Por ejemplo, el testimonio de su maestro en la Universidad, Irving Leyton, quien dirá de él: “La cualidad del misterio, de la fatalidad, de la amenaza, de la tristeza, la cualidad dramática que se encuentra en las baladas escocesas, en las baladas inglesas del siglo trece están presentes también en la obra de Leonard”. En este notable libro, que funciona como una suerte de elegía y rescate, Cohen deja bien en claro que entiende a la canción no sólo como una poesía sino, más bien, como una plegaria.
Una lección de amistad
por Walter Lezcano
El género memoir es una manera, quizás elegante, de dar testimonio y dejar en claro algo que parece tener cierta trascendencia para cualquier mortal: que se estuvo en un lugar importante (sea el que sea) y, sobre todo, al lado de alguien importante (otra vez: sea quién sea). Es, en muchos sentidos, un posicionamiento frente a la experiencia y a los recuerdos que acosan a cualquier vida: la del testigo que aporta su versión de los hechos. Y en otro sentido, la memoir, en su costado más idealista, es una manera de crear mitologías, elevar los hechos y resignificar la propia valía. Por último, la memoir también forma parte de eso que Edgardo Cozarinsky llamó el museo del chisme. Ya que el chisme es todo un género al que se responde y se le rinde pleitesía como con cualquier otro género: siguiendo una estructura y respetando sus leyes. El cineasta Harry Rasky estuvo cerca del notable e inolvidable Leonard Cohen. Fueron amigos. Y además hizo un documental sobre la obra y la figura de Cohen. Suficientes razones, todas igual de válidas, para escribir una memoir.
Rasky le pregunta a Cohen por qué no le gusta que lo llamen poeta. Cohen responde esto: “Es debido al proceso de propaganda cultural que tiene el mismo efecto que la propaganda comercial. Algunas palabras se devalúan y no solo eso, sino que mucha gente se apresura a adoptar esa descripción y simplemente no disfruto de esa compañía.” Hay algo capital en estas palabras del canadiense en donde se condensa un poco la búsqueda que emprende Rasky: si no es un poeta, ¿qué es y qué hace, entonces, ese ser al que todos llaman Leonard Cohen? Las respuestas a esta clase de cuestionamientos siempre son provisorias porque el mundo es un lugar complejo y Cohen se movía demasiado para seguirle la pista. Dice en otro momento del libro: “Simplemente parece haber un motivo para moverse, ninguno de demasiada profundidad. Vas donde hay trabajo y, desde luego, como músico hay mucho movimiento vinculado con las giras y las cosas que se relacionan con la profesión. Creo que me movería un poco de cualquier manera.”
Pero todo esto empezó un tiempo antes: hace más de cuarenta años.
Se conocieron en 1967 en la isla de Hidra, en Grecia, poco tiempo después de que Cohen fuera abandonado por su compañera y compusiera uno de sus clásicos: So long, Marianne. Suena a una geografía paradisíaca y romántica pero lo único que buscaba Leonard Cohen por entonces era un espacio que lo relacionara con el despojo y el desprendimiento (en un momento dice que solo necesita “una mesa, una silla y algo con lo que escribir”). Era la aventura en la exploración de la humildad y del Ser verdadero tal como lo pensaba Heidegger: sin distracciones que dificulten ese viaje. Cohen, que está siendo cada vez más reconocido por su poesía y su música, todavía no es un budista pero va en ese camino. Bueno, Rasky y Cohen se conocen y se hacen amigos casi sin hacer nada para que eso se vuelva realidad: fluyen con sus carismas a cuesta. Y a partir de ahí Rasky lo quiere filmar. Entonces lo que sigue del libro es la forma en la que un amigo decide indagar en profundidad a otro. Es decir: ¿no es eso lo que hacemos a veces? ¿Crear proyectos para pasar más tiempo con nuestros amigos?
Dice en otro momento Cohen: “Me resulta difícil hablar acerca de un sentido de misión. Es como la religión de uno. O la comunión de uno con la Orden Religiosa y es casi imposible hablar de ello. Porque entonces, verás, pierde su poder, su santidad. En verdad se trata de cómo te sientes con tu papel divino. Quiero decir que cada hombre, en cierto sentido, sabe cómo se relaciona con este desastre. Y creo que la canción o el trabajo, es el medio adecuado para plantear este tipo de preguntas. Nunca he sentido que una conversación sea realmente el foro adecuado para examinar ese tipo de cuestiones.” Y si no es la conversación la manera de hablar de “estas cuestiones”, Rasky hace lo que hace cualquier cineasta: decide agarrar la cámara e intentar comprender desde otro lugar: desde el rol de testigo. Algo así como lo que hizo, en los sesenta, D.A. Pennebaker en Don’t Look Back cuando siguió a Bob Dylan y pudo mostrar quién era en ese momento.
La balada de Leonard Cohen intenta algo simple de decir pero difícil de llevar a cabo: retratar a una figura que con su paso por la tierra modificó sensibilidades en distintos puntos del planeta. ¿Cómo se encara esta tarea? En este sentido, Rasky escribe lo más simple que se pueda porque sabe que no se puede crear una prosa ni estar a la altura de Cohen y esa es una sabia decisión de cómo abordar tu propio objeto de estudio. Por otra parte es una lección de amistad: no hay competencias, no hay guerra de egos, no hay destrucción que valga la pena.
Tiene sentido preguntarse ahora mismo: ¿por qué nos sigue interesando Leonard Cohen? Porque manejaba el tiempo y el espacio de una manera distinta y eso lo hizo vincularse con la sabiduría, la belleza y la trascendencia. Cohen estaba en lo importante de esta vida. De ahí, de esa cantera que nadie sabe dónde queda, viene su música y esa forma tan encantadora de dialogar y que se puede disfrutar, una vez más, en este libro.//∆z