El viernes 16 tuvo lugar la primera jornada del Festipulenta 21. La vuelta al Zaguán Sur, una edición rockera y los Buenos Muchachos como invitados de lujo armaron otro Pulenta para no olvidar.

Por Claudio Kobelt

Fotos por Pablo Lakatos

Estallan flashes en el cielo. Relámpagos y viento anuncian la tormenta que no tarda en desatarse, y el grupo de puntuales asistentes al Festipulenta número 21 comienza a agruparse bajo techos y resguardos buscando protección. Uno de los que espera corre bajo el agua y golpea varias veces en la puerta aún cerrada del Zaguán Sur. Alguien se asoma desde adentro y al ver esos pibes bañándose en la guardia, abre dejándolos entrar. Y fue así como entonces un día, con recibimiento del cielo, el Festipulenta volvió al Zas.

El primer grupo en sonar en esta jornada es Tulús. El intenso cuarteto brama implacable destilando un rocanrol psicodélico, un  espíritu de otra era en un cuerpo del hoy, ya que si bien Tulús remite innegablemente a cierto sonido de la década del setenta, se percibe una búsqueda, una forma en cambio constante, como si estuvieran mutando, adaptándose a una nueva piel sin perder su núcleo. Y esta criatura encontró en sus músicos el vehículo perfecto para la transformación. Cada uno de ellos tiene un papel determinante en el grupo, ejecutando cada instrumento con vehemencia y precisión, haciendo de cada nota un martillazo en el pecho del escucha. Un groove espeso corta el aire, como si ese farfisa sonando estuviera en llamas desbordante de poder. Hay una urgencia en esas canciones, no pueden esperar, tienen que quemar y ya. El blues nunca sonó tan infernal.

Repasando temas de sus dos discos a la fecha, incluyendo una muy destacable versión de “Paternal” de su álbum Circulo Vital, y adelantando alguno de su placa por venir, Tulús despliega una munición de riffs que disparan eficazmente y a toda velocidad, dejando el escenario candente, difícil de relevar.

El siguiente grupo hace su arribo y se trata de El Festival de Los Viajes, quienes cambian inmediatamente el clima exhibiendo ecos salidos del viejo oeste, del medio oriente, o de un planeta sombrío y familiar. Con un hálito post punk, El FDLV se desliza entre diversos ritmos y épocas con total soltura. “Otro para bailar pero con cierta dosis de oscuridad”, dice su cantante Federico Wolman dando en la tecla con la descripción del próximo tema que bien abarca a gran parte de su repertorio. Tal como dijo Patti Smith al referirse a Holy Modal Rounders, ver en vivo a este grupo es como “estar en un baile country en Arabia con una banda de psicobilly”.

La voz gruesa y particular de Wolman guía esa orquesta multiforme en la penumbra, como navegar un río bravo a medianoche, abrazando las sombras y el peligro en él. Alternando entre un folk lisérgico, el narcocorrido romántico, un punk arábigo y tantas mezclas más, El Festival… da muestras de una negrura brillante e inclasificable, con reconocibles aires del mundo pero siempre original. Luego de un aclamado bis, y ya fuera del escenario, la tensión se eleva, los silbidos arrancan y las barras se agitan, es el turno de Buenos Muchachos, y su público lo quiere ahora, ya.

Comenzando con “Coral #5” y  “Sin Hogar”, una fuerza imparable y bella emana desde Los Buenos Muchachos. Una suave y contundente descarga de melancolía gris y magia suburbana estalla en los espectadores prendados del sonido y su legendario misticismo. Pedro Dalton, líder y figura en BM, gesticula, sufre, ama, vive lo que canta con cada nervio de su aguerrido ser. Por momentos se vuelve un gigante, enorme, inconmensurable, cortando recio con su silueta la cortina de luz roja, cubriendo con su sombra y su voz aguardentosa todo lo que hay; por otros es un crooner maldito -mezcla de Nick Cave, Tom Waits y el Polaco Goyeneche-, un poeta sensible cantando lo que nadie quiere decir pero todos necesitan oír. Recién después del tercer tema (“Desestres”), Dalton saluda a la audiencia que responde con entusiasta fervor. Banderas, remeras y guríses venidos especialmente desde el Uruguay se unen en abrazo sonoro a los fans locales embriagados de canción. Cientos de cuerpos extasiados sacudiéndose por dentro, un dulce caos de almas agitándose.

Suenan clásicos imborrables como “¿Qué hacés Joao?”, “Temperamento”, “Sin más”, “La hermosa langosta aplastada en la vereda”, “Cecilia” y “He never wants to see you (once again)” entre tantos otros. Buenos Muchachos sobrepasa las expectativas sonando sumamente poderoso con tres guitarras a máxima potencia, dejando ver latir su corazón post punk y su espíritu de riesgo, la emoción llevada al borde, un lanzamiento al vacío en caída libre infinita, con la adrenalina, el vértigo, la vida y el viento corriendo en tus ojos en la eternidad. Ellos se despiden, y no hay tiempo de bis, al día siguiente vuelven a tocar y no hay más opciones que volver. Mientras tanto la noche sigue con los Olfa Meocorde.

Atacando con un hardcore mutante Olfa abre el juego. Es una bestia gore, una suerte de Godzilla hecho de thrash metal y suciedad. Olfa es el fruto de una fusión y una libertad sin límites. Sus bases parecen ser de un funk sucio, como Mr. Bungle y Faith No More chapoteando en ácido de batería. Por momentos suena thrash, hardcore, punk, stoner, grindcore… Todo junto y a la vez siendo atravesado por una psicodelia quemada en fuego denso de humo negro. Y no hay que olvidar un elemento clave en OM: el humor. Muchas de sus canciones son de una acidez profunda, y sus “improvisaciones rapeadas” son de una bizarrez extremadamente graciosa, como la que habla de Brasil o con la que cierran su show debatiendo sobre el destino de Argentina en el Mundial (“Nos volvemos en primera vuelta, olvídate”). Gran show el de los Olfa Meocorde y un broche de oro a la primera jornada de esta pulenta edición.

Afuera ya no llueve y la caminata por el Once nocturno nos ayuda a pensar, a celebrar la vuelta al Zas, la llegada de un nuevo Festipulenta en su versión más rockera, demostrando así el amplio e inabarcable espectro de la nueva escena independiente, que se renueva y se sostiene, como este festival, que prueba, apuesta y como siempre, vuelve a ganar.