Analizamos con minuciosidad el último disco de la banda californiana.
Por Ramiro Sanchiz
Un lugar común en relación con Fear Inocolum (2019), el quinto álbum de Tool, podría ser que si a la banda le tomó trece años componerlo, producirlo y publicarlo acaso sea imposible (o al menos en extremo indeseable) dar cuenta del universo musical que construye tras dos o tres escuchas. Lo cierto es que basta con los veintidós minutos que abarcan las dos primeras piezas para formarse una idea o, mejor dicho, el germen o guía de lo que podría llegar a ser una buena impresión del álbum completo. Es decir: que Tool tanto reitera como renueva –o repite como refina– su fórmula consagrada en el cambio entre Aenima (1995) y Lateralus (2002), y por eso quien lo escuche encontrará los cuidados polirritmos (es decir, dos o más patrones rítmicos que suenan juntos) y polímetros (dos o más compases distintos superpuestos), el bajo intrincado de Justin Chancellor, los riffs de guitarra en compases inusuales y un característico sonido de distorsión a cargo de Adam Jones, la batería desbordante y virtuosa de Danny Carey y la voz emotiva e intensísima de Maynard James Keenan, más la estética típica de la banda, con su esoterismo oscuro y su conceptualidad. Bien. En ese sentido, Fear Inoculum es, una vez más, ese disco que Tool graba una y otra vez –y que cada vez graba mejor.
Pero como toda repetición es una forma de cambio, incluso si Tool no hiciera más que reiterar de manera estricta una pauta, sin duda el significado de Fear Inoculum no podría ser el mismo que el de Lateralus, para empezar en virtud de todos los años que han pasado entre su primer momento de esplendor (y si compartimos la idea de que su obra maestra, al menos hasta la fecha, era Lateralus, pensemos que este tercer álbum de la banda sonaba en un mundo donde todos escuchábamos nuestra música mayoritariamente en CD, en un mundo desprovisto de smparthpones y redes sociales digitales). En otras palabras: producir un álbum conceptual a fines de los noventa o comienzos del siglo XXI significaba una cosa, y hacerlo ahora sin duda otra.
A la vez, hay mucho de cambio en estas repeticiones, porque si algo empieza a quedar claro después de más de dos o tres escuchas de Fear Inoculum es que, de alguna manera, Tool sí hace mejor todo eso que ha conformado sus marcas estilísticas: puestos a apelar a metáforas, diríamos que se percibe menos ansiedad y más sabiduría, que hay una madurez en juego, que se puede avanzar en espiral (como cantaba Maynard al final de “Lateralus”) para llegar “a donde nadie llegó antes”. Cabe entonces preguntarse qué hay de distinto en el quinto álbum de Tool en comparación con los anteriores, y después de otras tantas escuchas asoman texturas nuevas, colores nuevos en la guitarra de Adam Jones, un trabajo vocal más cercano a los discos de A Perfect Circle que a, pongamos, “Thicks and leeches”, y, como si se tratara de una lección aprendida y bien utilizada a partir de la segunda mitad de 10.000 days, el cuarto álbum de la banda, una instalación más sutil y rica de atmósferas. En ese sentido, Fear Inoculum parece darse desde dos fuentes de significado:
La primera sería el metal minimalista de los álbumes anteriores llevado a un virtuosismo todavía más asombroso. ¿Por qué minimalista y no progresivo o incluso matemático? Porque minimalismo apunta más fácilmente a una de las evidentes fuentes de inspiración de Tool, es decir los King Crimson de (ante todo) Discipline (y en particular la composición homónima, que cierra el álbum de 1983): si el minimalismo en la música “clásica” (el término es siempre erróneo, pero es preferible a “culta” a la hora de distinguirla del pop, el folk, el jazz, etc) pasa por privilegiar la dimensión rítmica y tímbrica –en oposición a la armonía y la melodía–, está claro que los fraseos en stacatto y compases inusuales de todos los discos de Tool (en particular desde Lateralus) reescriben el lenguaje del metal post-thrash en términos de complejidad rítmica; y del mismo modo que Max Richter utiliza el lenguaje del minimalismo con fines ante todo expresivos (basta con escuchar “On the nature of daylight”, del álbum The Blue Notebooks) y emotivos, Tool moviliza la sustancia del minimalismo musical para generar un efecto tan diferente al de la música de Fripp, Belew, Levin y Bruford que es inevitable pensar que, en la línea de la expresividad, es el componente “metálico” el fundamental. De esta manera, Tool termina por ofrecer ante todo un reformateo tan importante del metal basal a la Sabbath como el que hicieron en su momento el sonido de Metallica, Slayer y Megadeth, y esto hace que Aenima (más cercano al rock alternativo del momento que a lo que ahora llamaríamos metal) quede de alguna manera del otro lado de una primera división del trabajo de la banda, con Lateralus dando comienzo a la etapa definitiva y característica. Fear Inoculum es, simplemente, la llevada al extremo lógico de esa separación Aenima-Lateralus: todo lo que quedó implícito al modificar el camino que planteaba el álbum de 1995 para virar hacia lo que dio comienzo el de 2000, encuentra ahora en 2019 su expresión más plena y trabajada.
La segunda pasa por afinar aún más la propuesta estética; curiosamente, hasta la fecha (fines de septiembre), no ha sido lanzado aún ningún video que aporte el componente visual que tanto había contribuido a generar los significados en juego desde Lateralus o, en menor medida, 10.000 days; sin embargo, esta vez las letras y los sonidos en sí mismos (los timbres, las texturas), con el apoyo de la estética precedente y de lo que “Tool” terminó por significar en términos estético/filosóficos para sus seguidores, parecen ser lo suficientemente elocuentes como para cifrar un perfil específico. Así, una reseña de Fear Inoculum (la única más o menos negativa que apareció desde un medio importante) intentó descartar las letras del álbum en particular y la banda en general como expresiones cansadas de una filosofía “new age”: nada más lejos de la verdad, cabría pensar. ¿Por qué? Porque la llamada new age, con su espiritualidad de pacotilla, apunta (como el género musical homónimo) ante todo a confortar a su usuario, a alejar el miedo a la muerte, a hacerlo sentir “uno con el cosmos”, a convencerlo de que es un espíritu inmortal arrojado al mundo de la materia y etcétera; Tool, sin embargo, si bien sus letras apelan aquí y allá a versos como “somos espíritu atado a esta carne” y “somos una chispa que se vuelve sol” (las dos de “Pneuma”), el contexto lírico y sonoro de estas palabras (construido, por supuesto, con esos complicados polímetros y la imagen de complejidad y ansiedad que generan, o con las cuidadas disonancias en la dimensión armónica y melódica de las piezas) es ante todo inquietante y extraño, y por tanto la imagen que termina siendo proyectada (que en Lateralus quedaba apuntalada por los videos) es, si bien esotérica, de una suerte de “esoterismo oscuro” o weird, que en Fear Inoculum parece más claro aún que en los trabajos anteriores. No hay confort: hay extrañeza y horror cósmico, como si en el fondo, por debajo de los riffs en 5/4 y 6/4 superpuestos a una base rítmica en 11/8, latiera un espíritu, sí, pero más que aquel atado a la carne el del inmortal H.P.Lovecraft.
Pero volviendo al comienzo: Fear Inoculum es, en efecto, un disco difícil. Y no solamente por su complejidad rítmica o los matices de su lírica, sino por su estructura en sí y la extensión de sus piezas: en la versión “extendida” (que dura 86 minutos y sólo puede escucharse en tanto descarga digital) se trata de seis piezas (“Fear inoculum”, “Pneuma”, “Invincible”, “Descending”, “Culling voices” y “7empest”) cuya duración va desde los 10:20 de la primera hasta los 15:43 de la última, es decir un promedio de casi trece minutos por “canción”. Las comillas, por supuesto, pasan por poner en evidencia que las estructuras de estas piezas no tienen gran cosa que ver con la estructura (intro)verso-estribillo(puente)(coda) que hace a la música pop, sino con pautas de variación/reiteración (que logran que también en el contexto de cada una de sus canciones Tool juegue el juego de tensar la distinción entre lo mismo y lo otro), picos de tensión y liberación, desenfreno y clima. Así, más que esperar un puente o incluso un estribillo, lo que esperamos (y se nos da, siempre con alguna torsión o pliegue complejo) es ese momento en que tras un breve silencio la banda estalla en un riff stacatto replicado, por una vez, por toda la banda sonando en la misma pauta rítmica, o el punto en que la voz de Maynard queda sonando allá arriba y en máxima claridad (como el inolvidable “I must persuade you another way” de “Pushit”, en Aenima), o cada fan de la banda sabrá cómo describir las “zonas” de las piezas de Tool.
El disco, por decirlo así, se demora en aparecer, en ser visualizado completo: se resiste, se presenta siempre como inalcanzable y toda escucha como incompleta. Hay que repasar, por decirlo así, como si se preparara la tierra para sembrar: una capa, otra capa, y finalmente está todo listo y el álbum empieza a aferrarse a nuestra memoria y a adquirir al menos contornos.
Quizá conviene separarlo en dos mitades (en ese sentido, la versión no extendida, o sea las dos físicas, CD y vinilo, es la más “pura” o “directa”), con “Pneuma” como centro de gravitación de la primera y “7empest”, en la segunda, como la suma cabal de todo lo que aporta el álbum, incluyendo esa asombrosa sección central en la que Adam Jones parece haber puesto en juego todo lo que sabe acerca de cómo tocar la guitarra eléctrica; o, quizá, “Invincible”, al final de la primera mitad, como el centro de gravedad del álbum (y su lenta evolución entre el comienzo más delicado vocalmente hablando y la sección más mínima, seco y en última instancia brutal previa a la coda, entre 9:36 y 10:52), y la réplica de esa estructura a gran escala que ofrece “Culling voices”, en el centro de la segunda mitad: dos piezas de alguna manera gemelas separadas por “Descending”, la que algunos críticos han visto como la mejor composición del álbum” y, sin duda, la más atmosférica, tanto que comienza con un minuto y once segundos de ambiente a cargo de Lustmord (quien ya había colaborado con Tool en Lateralus).
Por último, y ahora en la versión extendida, las cuatro piezas breves (“Litanie contre la Peur”, cuyo título alude a la novela Dune, de Frank Herbert, “Legion Inoculant”, puro dark ambient, “Chocolate Chip Trip”, el segmento más desquiciante y obsesivo del álbum, y finalmente “Mockingbeat”, más extraña y desconcertante; con la pieza ambient “Recusand ad infinitum” como bonus track en la edición deluxe del álbum) retornan a otro hábito de Tool, el de intercalar viñetas instrumentales entre las piezas más largas; y si en Aenima o incluso en Lateralus por momentos la inclusión de algunas parecía algo caprichosa, las cuatro (o cinco) de Fear Inoculum logran pasar por parte esencial del álbum, como si en un misterioso “debajo” sonara un ambiente inquietante, equivalente al territorio sonoro sobre el que se han edificado las seis piezas musicales y que asoma en los silencios entre algunas de estas.
Si bien es fácil preguntarse si acaso con Tool y su último disco no pasará lo mismo que con los retornos sucesivos de Billy Corgan, que siempre hacen pensar que su música nueva sonaría mejor si pudiéramos viajar en el tiempo hasta los noventa, en el fondo la respuesta no es tanto más difícil: no se trata únicamente de que esto no sea así, y que por tanto sea innecesario –y de hecho indeseable–anticuarse los oídos para disfrutar de Fear Inoculum y sumirse en su viaje de exploración sonora, sino que, en rigor, nuestra época, o lo que queramos entender por nuestra época, queda no sólo enriquecida por este último disco de Keenan, Jones, Chancellor y Carey sino que, en su weird y su horror, termina por encontrar en este álbum de más de ochenta minutos (por parafrasear a José Lezama Lima) su definición mejor. Es decir: el último disco de Tool no es una cápsula deslumbrante hacia el pasado; es, por el contrario, la prueba definitiva de que el futuro ha vuelto. Olviden a Mark Fisher y al Ballard de Vermilion Sands: el futuro volvió al horizonte, y vaya que es weird. //∆z